Czytaj książkę: «Encuentros de contextos desde la reflexión bioética», strona 2

Czcionka:

Aspectos metodológicos

El filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, discípulo de Heidegger, fallecido en 2002, plantea la lectura como un ejercicio hermenéutico: “(…) gracias a la hermenéutica, la lectura literaria se convierte en un arte, el arte de comprender” (Castillo, 2006, p. 19). Para él, “la lectura comprensiva no es una repetición de algo pasado, sino participación en un sentido presente” (Gadamer, 1998, p. 471). En esa medida, “comprender un texto significa siempre aplicárnoslo y saber que, aunque tenga que interpretarse en cada uno de una manera distinta, sigue siendo el mismo texto, el que cada vez se nos presenta como distinto” (p. 478).

La propuesta metodológica de la investigación que sustenta este capítulo se desarrolla según el modelo hermenéutico de Gadamer, que plantea el encuentro con el texto como centro fundamental para la construcción hermenéutica y determina tres aspectos importantes: el diálogo, la comprensión y la interpretación.

Según esta propuesta de naturaleza hermenéutica se leyó la novela de Jorge Volpi Oscuro bosque oscuro: Una historia de terror (2009), teniendo en cuenta las secuencias narrativas, las acciones y el contexto de la historia y sus personajes, los conflictos y la manera como son enfrentados. Asimismo, la lectura tomó en consideración los conceptos de dignidad humana propuestos por Kemp y Rendtorff (2000) y por Eduardo Galeano (2011). Los primeros abordan la dignidad desde una concepción individual o subjetiva, mientras que el segundo lo hace desde una posición social o colectiva, lo que permitió un diálogo comprensivo e interpretativo del texto desde la contemporaneidad que nos acompaña y define, para buscar un acercamiento bioético.

Los demonios del ser humano

Con la novela Oscuro bosque oscuro, el escritor Jorge Volpi se transporta a la Segunda Guerra Mundial para narrar, una vez más, los dramas de aquel genocidio. Su relato nos sumerge en lo más profundo de los demonios propios del ser humano, que acompañan a aquellos que viven la guerra y que de una u otra manera deciden formar parte de ella.

Hay muchos personajes: ancianos, niños, soldados, mujeres… También aparecen protagonistas de cuentos infantiles clásicos, que son retomados para señalar los caminos del horror: Volpi convierte esos cuentos con finales felices en cuentos de horror con finales dramáticos, como señalando que la vida tiene muchas opciones y que cada quien debe tomar las decisiones para encarar el final. El escritor apela constantemente al lector: le pregunta, lo confronta, lo introduce en la historia, le exige asumir posiciones y decisiones frente a aquello que pueda cuestionarlo.

Si bien no es su tema explícito, la dignidad es un pilar fundamental de la novela. Está presente en cada circunstancia y situación que introduce Volpi; cada personaje, cada orden emitida y cada orden cumplida implican una acción que afecta de manera esencial la dignidad de quien manda y de quien obedece.

La apelación constante al lector también convoca a la reflexión sobre la dignidad. Tomar posición y decidir ser partícipe de cada situación son actos que pasan por la reflexión ética y por la pregunta sobre la dignidad de sí mismo y del otro. En esa medida el concepto de dignidad, desde las miradas europea y latinoamericana, permite ir a lo profundo de la novela y tomar dos posturas que dan cuenta de las reflexiones que hemos hecho a partir de Oscuro bosque oscuro.

Un análisis sobre la dignidad

Para este análisis, partimos de la dignidad como pieza fundamental de la relación con el otro, del reconocerlo y darle un lugar como humano, como persona, como ser. La dignidad es, pues, el eje para analizar la novela Oscuro bosque oscuro de Jorge Volpi a través de una lectura de las acciones y situaciones que ella presenta.

Este relato no nace de la nada: surge de un seguimiento profundo y detallado que el escritor hace de la historia del siglo xx, en particular del genocidio nazi, y de aquello que ha implicado la pregunta por la dignidad, el reconocimiento del otro, la capacidad del ser humano para degradar y ser degradado. Este genocidio, esta Shoá,1 ha generado un significante que se ha perpetuado en el transcurso del tiempo (Sánchez, 2010).

De acuerdo con McDonald (2008), las Shoás han sido muchas: la historia de la humanidad está atravesada por diversos tipos de genocidios, masacres y degradaciones. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial marcó de manera especial el discurso pavoroso de la guerra y de la expropiación de la dignidad humana: la Shoá, como afirma Ran (2009) es un símbolo del “trauma histórico”.

Oscuro bosque oscuro retoma este símbolo histórico y describe con detalle el entorno del conflicto, el discurso de la guerra, el ambiente, el aire, el olor y todo lo que genera la degradación humana, aquella que aleja a la humanidad de sí misma, que la vuelve autómata de un sistema y transforma el ser, lo aliena, muchas veces en beneficio de un colectivo, de un otro o de un afuera. “El aire de Vosej huele a la hierba del verano, al caldo de carnero que preparan las mujeres, al sudor de los invasores” (Volpi, 2009, p. 71).

El texto nos lleva poco a poco, mediante la historia de sus personajes, a reflexionar sobre cómo gente del común, con un camino de vida recorrido, con experiencia, familia y trabajo, logra transformarse ante los otros a partir de un discurso externo que la envuelve hasta convertirla en parte de la guerra, en pieza de un ejército macabro, maligno y perverso. “La guerra es la esencia de la vida, aprendimos en la escuela, los más fuertes prevalecen” (p. 43).

El interrogante por el acto, por la pulsión, genera múltiples interpretaciones y reflexiones: ¿por qué los seres humanos podemos cambiar nuestra esencia?, ¿por qué podemos llegar a cometer actos en los cuales no creemos y con los que no estamos de acuerdo? Son estas las preguntas inquietantes y angustiosas que se formula Volpi a través del personaje del capitán:

Órdenes terribles, órdenes tremendas, órdenes atroces,

órdenes que no quisiera jamás haber leído,

murmurará el capitán, extenuado, enfermo, los ojos otra vez acuosos,

órdenes que tengo que cumplir. (p. 43)

Preguntas que no tienen ningún significado para el subteniente Drajurian, quien más bien quisiera saber:

Qué clase de batallón es este,

(…)

panaderos, sastres, estibadores, carniceros, plomeros, artesanos.

Qué clase de batallón, cielo santo,

electricistas, jardineros, albañiles, carpinteros, taxistas,

vendedores de seguros, verduleros, maestros de primaria,

agentes de viaje, cielo santo, ningún menor de cincuenta, ninguno, solo viejos, un batallón de viejos, a quién se le ocurre, cielo santo, cómo darles órdenes a estos carcamales, cómo, cielo santo. (p. 23)

Muchas de las situaciones que presenta la novela generan una reflexión sobre ciertos actos con los que, en principio, el individuo no está de acuerdo, pero que se producen a pesar del individuo –y aun en contra de él– si la construcción de su ética no tiene las bases fundamentales.

A partir de esta concepción intrínseca de dignidad en lo humano se puede comprender la gran dificultad que experimentan los personajes: al no reconocerse a sí mismos como dignos, mucho menos pueden otorgar dignidad al otro, lo que los envuelve en su sufrimiento interior. Oscuro bosque oscuro retrata de manera desgarradora y cruel el dilema de hombres en posiciones de mando que, bajo presión, no tienen la capacidad de decidir sobre sus actos y, por el contrario, deben instigar a otros a ejecutar órdenes con las que ellos mismos no están de acuerdo.

Puedo entenderlos, es más, los entiendo,

continuará el capitán.

Quién querría, quién, una misión tan atroz, quién.

Pero yo soy su capitán y no tengo salida,

insistirá el capitán,

no la tengo, cumplo órdenes, es mi deber,

continuará el capitán, reprimirá un sollozo,

yo no puedo elegir, yo no,

en cambio ustedes, caballeros (…). (p. 43)

Ahora bien, los discursos son fundamentales en el desarrollo de la cultura, de la sociedad: la palabra nos rige y orienta el devenir de nuestras vidas. Sin embargo, los discursos están inevitablemente anclados a la condición humana, razón por la cual están constituidos también por nuestros fantasmas y demonios, que se evidencian en el ejercicio despótico del poder, en la maldad, en la envidia y en todo aquello que puede lastimar al ser humano.

En la novela, un batallón del ejército está organizado alrededor del discurso que lastima al pueblo de Vosej, perdido en la campiña polaca. En medio de la guerra, este pueblo ve crecer la desesperanza y siente su dignidad más expuesta y degradada cada día. Los niños comienzan a ser vulnerados, se convierten en foco de persecución. Esto pone en evidencia uno de los horrores más grandes de la guerra: los niños, mujeres y ancianos del pueblo son llamados “insectos” por las fuerzas invasoras.

Como afirma Torralba (2005), la vulnerabilidad forma parte del ser humano: “El ser humano no es solo vulnerable, sino que también puede llegar a ser consciente de su vulnerabilidad (…) la vulnerabilidad está arraigada a su ser, a su hacer y a su decir” (p. 2). Todos estamos expuestos al caos y a la maldad. Si la constitución específica del ser no cuenta con una solidez ética, de criterio propio, la vulnerabilidad puede llegar a comandar la vivencia en el mundo, pues no solo son vulnerables el cuerpo y la existencia, sino también la propia condición humana.

En el contexto de Oscuro bosque oscuro, se accede a esa vulnerabilidad mediante la sistemática y repetitiva propaganda del poder. Podemos pensar que el autor, al detener su mirada en los niños del pueblo de Vosej, muestra cómo en determinadas circunstancias la sociedad agrede a los más vulnerables y a aquellos que apenas están construyendo su ser. Los llamados “insectos” son vistos como una amenaza en el futuro, por lo que se considera mejor asegurar su eliminación en el presente.

Gracias a la propaganda repetitiva, en el entrenamiento los hombres dejan a un lado su identidad, lo que son y lo que han sido, para aprender y convivir en un mundo nuevo, heterogéneo y sin identidad propia; se transforman en parte de un grupo que solo recibe órdenes que deben ser ejecutadas sin reparo. No se puede preguntar, no se puede reclamar, no se puede tener miedo; lo único que está permitido y a lo que se obliga es al cumplimiento de la orden.

Saludar, ya,

un paso al frente, ya,

paso veloz, ya,

flanco izquierdo, ya,

flanco derecho, ya,

presentar armas, ya,

saludar, ya,

un paso al frente, ya,

paso veloz, ya,

flanco izquierdo, ya,

flanco derecho, ya,

presentar armas, ya,

paso veloz, ya,

saludar, ya,

flanco izquierdo, ya,

paso veloz, ya,

saludar, ya,

saludar, ya,

saludar, ya. (Volpi, 2009, p. 75)

Según Volpi, degradar y reducir al rival a la condición de animal ha sido una estrategia común en la guerra, estrategia que busca negar la dignidad humana de los enemigos, aumentar la fuerza de los combatientes e instarlos a cometer hechos atroces (Padilla, 2011). “[Esta] idea de llamar ‘insectos’ a los judíos no viene de la época nazi, sino del genocidio de Ruanda donde, durante semanas, la radio se dedicó a decir que las minorías eran ‘cucarachas’ que estaban ‘haciendo daño’ a la nación” (Nieto, 2009, párr. 7).

La propaganda es uno de los más eficaces instrumentos para lograr la incorporación del discurso del poder. La enajenación y el autoritarismo alejan al sujeto de su condición social, su cultura, sus creencias y valores, y lo despojan de su integridad, su capacidad de decidir y su dignidad. La influencia de la propaganda, la presión social y el discurso del poder llevan a un comportamiento despojado de la dignidad individual, al servicio de un objetivo “común”.

De esta manera, la propaganda es el instrumento del cual se vale el ejército nazi para llegar al pensamiento de quienes podían ser débiles y modificar así su conducta y su ser. Los protagonistas, entonces, acaban por asumir como propio el discurso que desatará la tragedia a la que nos enfrenta el autor. En una entrevista, este refiere:

Cuando encontré el tema del libro, esta historia en torno a los genocidios, me di cuenta de que la propaganda y su repetición constante se hallaban, en buena medida, en el origen de estos terribles acontecimientos. Así que busqué un ritmo narrativo que recordara esas repeticiones constantes y obsesivas de la propaganda nazi o de los mensajes por la radio de Ruanda, y me di cuenta de que solo el verso libre, lleno de repeticiones, más que de rimas, podría servir para crear ese ambiente hipnótico en el lector. (Padilla, 2011, párr. 10)

A lo largo de la narración, se alerta de manera constante sobre la presencia de “insectos” y se establece la orden perentoria de acabar con ellos. La dignidad humana es desconocida, hecha a un lado, pisoteada; los otros ya no son personas, sino alimañas que deben ser exterminadas: “Matar a un insecto no es matar” (Volpi, 2009, p. 28), “Cuando veas correr a un insecto, persíguelo, cuando descubras a un insecto en su escondite, denúncialo, cuando un insecto te implore clemencia, aplástalo” (p. 42), “No son humanos los insectos” (p. 52).

En situaciones particulares, la propaganda emanada de los discursos del poder genera dudas, preguntas y culpas. También motiva luchas ajenas, en las cuales el individuo puede terminar inmerso aunque no esté de acuerdo con ellas. Y esto puede llevarlo a transformar el odio en torturas, delaciones o crímenes de personas a quienes quiere, respeta y admira, o simplemente, con las que ha convivido sin desprecio o violencia. La inmersión en el discurso del poder es tan intensa y la presión es tan potente que terminan afectando al individuo, y este deja de ser, para no ser. Cuando se deja de ser, ya no es posible reconocer el ser de otro.

Oscuro bosque oscuro nos sumerge en la Segunda Guerra Mundial, en la vida de hombres, mujeres y niños de un pequeño poblado, en sus trabajos cotidianos. Atrapados en la contienda, son sometidos a la propaganda constante del ejército invasor, que los convierte, finalmente, en actores; las armas no fueron su elección de vida y, sin embargo, se vuelven protagonistas de su deshumanización, su dolor y su silencio.

La propaganda, como se ha señalado, es uno de los más eficaces instrumentos para lograr la incorporación sin crítica ni preguntas, sin juicio ni compasión, del discurso del poder. “Los insectos se esconden por doquier, advierte otro cartel” (p. 16). Esos discursos de poder, enajenación y autoritarismo alejan al sujeto de su condición social, de su pertenencia a una cultura, a unas creencias y, sobre todo, a unos valores reconocidos, lo cual se traduce en un despojo de la integridad, la capacidad de decidir y la dignidad.

La propaganda se puede definir neutralmente como una forma sistemática e intencional de persuasión que intenta influir en las emociones, actitudes, opiniones y acciones de una audiencia específica con propósitos ideológicos, políticos o comerciales a través de la transmisión controlada de mensajes unilaterales (que pueden ser o no factuales) a través de medios masivos y canales directos. (Nelson, citado en Johnson, s. f., traducción propia).

Como forma masiva, repetitiva y sesgada, la propaganda puede generar actitudes, pensamientos y comportamientos que no están mediados por la razón; en otras palabras, lo que se procura con ella como arma política es anular o reemplazar la razón para generar conductas sin juicio. Está dirigida al “inconsciente colectivo”, que opera como regulador y ejecutor de sus objetivos. Por esa razón, se constituye en una poderosa arma de lucha o de guerra, que acompaña prácticamente todos los discursos del poder, con miras a ganar adeptos, fortalecer a los partidarios y debilitar a los contrarios. Esto puede explicar el hecho de que Volpi haya erigido la propaganda como uno de los ejes de su novela.

Eduardo Galeano

El uruguayo Eduardo Galeano nos habla de una dignidad colectiva, y de cómo esta se pierde en el discurso masivo del poder. El despojo de la dignidad colectiva no consiste tanto en convertirse en agresor, como en tolerar la agresión y a quien agrede. Aunque para Galeano el temor es la causa de la actitud pasiva frente al discurso del poder y sus ejecutores, no es menos cierto que el temor es generado, patrocinado y difundido ampliamente por este discurso.

En general, Galeano nos ofrece una mirada latinoamericana de la dignidad, contextualizada en el escenario social y político de donde parte, para definirla como la capacidad de libertad y de solidaridad que nos permite reconocer al otro.

Si bien esto se enmarca en el conflicto político y social de los países latinoamericanos, no está lejos de la noción de libertad en la toma de decisiones que hace cada ser humano y que, de una u otra forma, no solo tiene en cuenta sus propios intereses, sino también los de su colectivo; así, la reflexión va más allá de la dignidad individual, para ocuparse también de la dignidad de los pueblos. En una entrevista, Galeano afirmó:

(…) los desafíos que uno enfrenta cada día son los que te abren una rendija para elegir entre la dignidad y la obediencia. Libre es el que es capaz todavía de elegir la defensa de su dignidad en un mundo donde, quieras o no, en algún momento tendrás que tomar partido entre los indignos y los indignados. (Sanchís, 2012, párr. 7)

Para Galeano, los indignados son aquellos que hacen valer su dignidad y la de los demás; los indignos, por el contrario, son aquellos que carecen del reconocimiento de su propia dignidad, por lo que no pueden reclamarla, y mucho menos reclamar la de otros.

La representación de la dignidad no tiene valor solamente en el individuo, sino también en las colectividades, grupos o naciones. Las colectividades pueden manifestar su dignidad o despojarse y/o ser despojadas de ella. Para desarrollar esta mirada de la dignidad de lo colectivo y de los pueblos, decidimos recurrir a Eduardo Galeano, autor que se refirió de manera permanente a este tema.

América Latina ha sido escenario de numerosos poderes abusivos y crueles fundamentados en el temor. Sin embargo, otros poderes distintos a las dictaduras han utilizado también el temor para anular la protesta. Grupos armados, grupos de “limpieza social” contra los llamados desechables,2 desviaciones de la legalidad, usurpación de tierras, desplazamientos, etc., dan cuenta de la manera como puede perpetuarse un discurso de poder de esa naturaleza.

Si bien la dignidad colectiva no exonera a nadie de su posición individual frente a su propia dignidad, es importante comprender que la influencia, la presión de grupo, la propaganda y el discurso del poder pueden llevar al individuo a un comportamiento despojado de sí mismo y puesto al servicio de un objetivo “común”. Cuando la dignidad nos abandona, ya no se la puede reconocer en nada ni en nadie; nos sumergimos en el oscuro bosque oscuro, el cual puede pensarse como la representación de un todo, de un entorno, de un sí mismo.

En entrevista al diario La Vanguardia, Galeano indicó:

Habrá que preguntarse hasta qué punto soy capaz de amar y de elegir entre la dignidad y la indignidad, de decir no, de desobedecer. Capaz de caminar con tus propias piernas, de pensar con tu propia cabeza y sentir con tu propio corazón, en lugar de resignarte a pensar lo que te dicen. (Sanchís, párr. 10)

La pérdida colectiva de la dignidad puede entenderse como obediencia, es decir, como la imposibilidad de las naciones y los individuos latinoamericanos para ser originales, para generar su propia identidad: “Solo los que mandan tienen el derecho de ser patriotas. En cambio, los países dominados, condenados a obediencia perpetua no pueden ejercer el patriotismo” (Galeano, s. f., párr. 17).

En medio de la desesperanza que puede causar el sentimiento de indignidad colectiva, Galeano nos propone el fortalecimiento de la solidaridad como valor social fundamental para enfrentar la amenaza del discurso del poder y la alienación generada por la propaganda. “Maldita sea la exitosa dictadura del miedo, que nos obliga a creer que la realidad es intocable y que la solidaridad es una enfermedad mortal, porque el prójimo es siempre una amenaza y nunca una promesa” (“E. Galeano: ‘Maldita sea la exitosa dictadura…’”, párr. 1).

Como se ha señalado, la dignidad es intrínseca al ser humano, hace parte de su esencia, y poseerla o no determina su ser. Ahora bien, el ser humano es un ser social, relacional: solo a partir de la relación con el otro, con lo externo a sí mismo, logra reconocerse como tal. Por eso la dignidad cobra valor fundamental en el colectivo, en el nosotros.

Existe una dignidad colectiva –de la familia, del país, de la cultura, de las formas de convivencia…–, dignidad que se teje alrededor de valores y creencias compartidos que permiten a las colectividades identificarse, crecer, diferenciarse y hacer historia. Esta dignidad históricamente construida por los pueblos puede perderse, o ser despojada por otros. Es lo que ocurre justamente en el caso de las guerras, externas e internas, que con frecuencia generan y padecen los pueblos, y que dan lugar a la pérdida de la dignidad de víctimas y victimarios.

Al profundizar en la búsqueda de diferencias o similitudes entre las perspectivas europea y latinoamericana de la dignidad, no se encuentran antagonismos, pues ellas parten de fundamentos distintos: la mirada filosófica de Kemp y Rendtorff (2000) y la mirada sociopolítica de Galeano (Sanchís, 2012; Galeano, 2011), respectivamente. Pero sí hay puntos en común, entre ellos la preocupación por el despojo de la dignidad, tanto individual como colectiva, preocupación expuesta por Volpi en Oscuro bosque oscuro. Esta novela explora dos caras: el despojo de la dignidad de los personajes y el despojo de la dignidad del pueblo de Vosej, que no puede rescatarse a sí mismo de la guerra.

Los hombres del batallón 303 de la policía de reserva

apenas hablan entre sí,

algunos se conocen desde hace décadas pero apenas se hablan,

se saludan con una leve inclinación de cabeza,

buen día, buenas noches, qué tal,

evitan confidencias y quejas y temores,

la apacible vida en el puerto ya no les concierne,

cada uno se muestra firme y decidido, cada uno patriota verdadero,

cada uno policía,

apenas se habla, siguen la rutina, repiten los ejercicios como pueden,

a lo más, se burlan unos de otros, de la torpeza de uno,

de la mala puntería de otro,

qué tonto eres, qué estúpido,

el pasado ya no importa, ya no importan sus familias,

se miran de reojo, comparten su debilidad o su cansancio o su

mala puntería,

se saludan y apenas se sonríen,

buenas noches, buenas noches,

cada uno el mayor patriota, cada uno el más

diestro policía. (Volpi, 2009, p. 57).

La vulnerabilidad, la autonomía, la integridad y la dignidad confrontan a los personajes constantemente, en las diferentes situaciones en las cuales víctimas y victimarios se encuentran y desencuentran, hasta el punto que a veces los victimarios terminan siendo víctimas.

6 de agosto

escribes estas líneas aunque te aterra imaginar

que alguien las lea,

que alguien te denuncie,

que alguien se entere de lo ocurrido en Vosej,

pero necesitas contar lo que has visto,

contarlo aunque nadie lo lea,

contarlo para comprobar que no fue una pesadilla,

contarlo para no olvidar lo que has hecho,

contarlo para guardar aquí, en este miserable cuaderno

de pastas amarillas,

lo que queda de ti y de tu memoria. (p. 99)

Es así como hablamos de la dignidad de unos, y a la vez la dignidad de todos; de una dignidad, y a la vez muchas dignidades.