Czytaj książkę: «Misión y comisión»
Sinopsis
La enseñanza clara del Nuevo Testamento es que el accionar del Espíritu Santo no se detuvo al finalizar el libro los Hechos de los Apóstoles, sino que Él ha seguido obrando a lo largo de los siglos hasta el presente. Este libro narra precisamente historias que ilustran el accionar del Espíritu Santo en escenarios socioculturales concretos de América Latina.
* ¿Cuál es el escenario de la misión de la iglesia?
* ¿Con qué motivaciones participamos en la misión de Dios?
* ¿Cómo se explica la misión de la iglesia desde una perspectiva trinitaria?
* ¿Cómo es una iglesia misionera, meta penúltima de Dios?
* ¿Qué visión es la que moviliza a la iglesia hacia una activa participación y colaboración en la misión?
* ¿Cómo la esperanza en cielos nuevos y tierra nueva influye en la misión de la iglesia?
Estas son algunas de las preguntas a las que el autor responde con el propósito de estimular la reflexión – acción misiológica y crear una visión de un pueblo cristiano que:
* Busca la presencia de Dios.
* Participa en la misión de Dios.
* Se convierte en un organismo activo y vibrante.
* Evidencia compromiso, fe, amor y esperanza.
* Busca ser instrumento del Espíritu Santo en la renovación y transformación personal, social y estructural de la realidad latinoamericana.
* Cumple su misión como agente de reconciliación de las personas con Dios, sus semejantes y la creación.
Misión y comisión
Historias de mi tierra
© 2014 Carlos E. Van Engen
© 2014 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma
Primera edición digital, agosto 2020
ISBN N° 978-612-4252-70-9
Categoría: Vida de la iglesia - Misiones
Primera edición impresa, setiembre 2014
ISBN N° 978-9972-701-95-5
Editado por:
© 2014 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma
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Ediciones Puma es un programa del Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)
Diseño de carátula: Henrique Martins Carvalho
Diagramación y ePub: Hansel J. Huaynate Ventocilla
Reservados todos los derechos
All rights reserved
Prohibida la reproducción, almacenamiento o transmisión total o parcial de este libro por algún medio mecánico, electrónico, fotocopia, grabación u otro, sin autorización previa de los editores.
Prefacio
El contenido de este pequeño libro lo ofrecí hace unos años en forma de charlas en el Seminario Nazareno de las Américas, en San José, Costa Rica. He aquí historias —como anécdotas— de personas que conocí a través de los años, quienes me enseñaron lo que es participar en la misión de Dios EN y DESDE América Latina.
En el Nuevo Testamento, el libro de Hechos no tiene fin porque el Espíritu Santo siguió obrando y movilizando la misión de Dios, por medio de la iglesia de Jesucristo, a través de los siglos hasta el día de hoy. Entiendo las historias narradas en este libro como ilustraciones de lo que el Espíritu Santo ha venido a hacer y sigue haciendo dando forma concreta a la misión de Dios por medio de las vidas de los seguidores de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
La mayoría de las historias que se presentan en esta obra ocurrieron en el estado de Chiapas, que se encuentra más al sur de México, en la frontera con Guatemala. Chiapas ha sido, y sigue siendo, uno de los estados más pobres y conflictivos de la república mexicana. Sin embargo, el Espíritu Santo ha estado allí obrando por medio de personas humildes, de tal manera que más de la tercera parte de la población es ahora evangélica, hecho que ha transformado su realidad personal y social.
Para los aspectos narrativos de estas historias personales, decidí mantener el estilo oral de las exposiciones. Están en su forma original, como fueron presentadas en Costa Rica. No es común hacerlo en una obra acerca de la misión de Dios, pero espero que cuando lean las disfruten como si estuvieran en una sala de conferencias escuchando mis ponencias.
Es mi esperanza que la organización misiológica de este libro junto con las historias personales de los seguidores de Cristo que comparto, estimulen en los lectores una nueva visión y motivación para participar en la misión de Dios EN y DESDE América Latina.
Introducción
Nací en México y me crie en uno de los pueblos más antiguos de América Latina: San Cristóbal de Las Casas. La ciudad fue creada en el año 1520 cuando Cortés dejó a su teniente, Diego de Mazariegos, allá en los altos, una zona que ahora es parte del estado de Chiapas, México. Mi pueblo debe su nombre al español Bartolomé de Las Casas, famoso obispo y monje defensor de los pueblos precolombinos de las Américas. Les hablaré bastante de la gente de mi pueblo, de quienes he aprendido la misiología contextual. Ésta abre camino no sólo para un ministerio más efectivo EN América Latina, también impulsa ministerios DESDE América Latina hacia otras naciones del globo terrestre.
El propósito del libro es motivar, sencillamente, la reflexión misiológica. No tengo soluciones ni respuestas a los problemas e inquietudes que todos experimentamos, pero tal vez les pueda facilitar alguna dirección con las pautas y líneas directrices de los aspectos esenciales del ministerio y la misión de la iglesia en el mundo contemporáneo.
Trato de crear una figura, una visión de un pueblo cristiano y creyente que:
* de forma dinámica y urgente busca la presencia de Dios;
* participa en la misión de Dios en Jesucristo;
* se convierte en un organismo activo que vibra con urgencia y anticipación profunda;
* tiene una actitud de compromiso, fe, amor y esperanza;
* busca ser el instrumento del Espíritu Santo en la reforma, renovación y transformación personal, social y estructural de la realidad latinoamericana de hoy y mañana; y, desde allí,
* se entrega para ser enviados como embajadores de reconciliación a las naciones y los pueblos por los cuales Cristo dio su vida.
Voy a desarrollar en cada capítulo los siguientes temas:
1. El mundo latinoamericano: escenario de la misión de Dios.
2. La gloria del Padre que busca: Dios misericordioso que encuentra.
3. Nuestro apostolado transferido: enviados por Jesucristo para reconciliar.
4. El Espíritu Santo: fuerza movilizadora de la misión de la iglesia.
5. Una iglesia misionera: meta penúltima de la misión de Dios.
6. Nuevo cielo y nueva tierra: esperando la gran fiesta del reino de Dios.
Deseo que reflexionemos juntos, pensemos juntos, y escuchemos la voz del Espíritu Santo de modo que nuestro Señor y Salvador nos muestre una visión de la misión de Dios EN y DESDE América Latina.
Capítulo 1
El mundo latinoamericano: escenario de la misión de Dios
Les invito a alzar los ojos de su mente y ver América Latina. ¿Qué ven? ¿Ven una tierra que fluye leche y miel o ven gigantes?
¡Miren esa tierra que fluye leche y miel pero tiene gigantes…! ¿Se acuerdan? Busquemos Números 13. Los hijos de Israel habían sido ya liberados de Egipto, organizados, colocados y formados como un pueblo en el desierto. Llegan al río Jordán y Jehová le dice a Moisés:
Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos. Y Moisés los envió desde el desierto de Parán, conforme a la palabra de Jehová; y todos aquellos varones eran príncipes de los hijos de Israel. (Nm 13.2–3)
Y anduvieron y vinieron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación de los hijos de Israel, en el desierto de Parán, en Cades, y dieron la información a ellos y a toda la congregación, y les mostraron el fruto de la tierra. Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella. (Nm 13.26–27)
También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos. (Nm 13.33)
Ahora les invito a leer en Mateo 9.35–38:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.
Este pasaje se repite en Lucas 10, en el cual Lucas junta estas palabras exactamente con la misión de los doce; y otra vez en Juan 4.35:
¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega.
En cada capítulo de esta obra sigo un proceso de reflexión. Así, vamos a mirar el contexto, el texto, la comunión y la comisión en relación con cada tema.
El contexto
Vengan conmigo a «Canaán» —queda afuera de las puertas de nuestras iglesias y seminarios—, vayamos a recorrerla y mirarla en nuestros países. Y no solo incluyamos a Colombia o Venezuela, a Brasil o México. Hoy en día Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica también están comprendidos como resultado de la migración latinoamericana. Estados Unidos es, en nuestros días, el quinto país de habla española del mundo; y siempre ha sido por su historia de cierta forma una nación hispana desde la época colonial. Al presente, es un contexto donde muchos hispano-latinos sufren tremendamente, tal como sucede con muchos pobladores de Latinoamérica.
¿Qué ven? ¿Cómo describir lo que vemos? ¿Cómo describir nuestra realidad? Hay muchas formas. La hermenéutica de la realidad es sumamente importante porque tiene que ver con la encarnación del evangelio.
Cuando Jesús llega y ve una multitud que no había comido durante dos días, ¿qué hace? ¿Trae agua? ¿Resucita a Lázaro? No. Trae pan.
Cuando entra a una aldea y ve a un grupo caminando que sale del pueblo con un cadáver y una viuda llorando, ¿qué le ofrece a la viuda? ¿Pan o resucitar al hijo? Cuando llega a un pozo, en las afueras de Zicar, ¿qué ofrece? ¿Pan o resurrección? Agua.
¿Qué ven cuando miran a «Canaán» en las afueras de sus iglesias? ¿Qué ven?
Hace unos años, Emilio Núñez y William Taylor escribieron Crisis en América Latina: una perspectiva evangélica. En este formidable libro, Núñez y Taylor ofrecen un análisis de la situación de América Latina. Revisan en casi cien páginas el contexto de América Latina, que es por donde se debe empezar.
Entonces, hay que examinar el panorama contemporáneo de América Latina, hacer una sinopsis de su historia, tomar conciencia de su crisis humana, apreciar sus dimensiones espirituales. Debemos ver desde una perspectiva propia a nuestro pueblo latinoamericano y luego hacer un análisis de los cristos hispanoamericanos. Aquí seguimos un patrón muy similar al de Juan A. Mackay, quien ofreció hace mucho tiempo una obra que es todavía sumamente contemporánea: El otro Cristo español. Este libro tiene un capítulo sobre el quehacer teológico de los evangélicos en América Latina. Es una excelente obra. Habla sobre las varias formas de mirar la realidad en que vivimos.Hace unos años surgió un comentario sobre la situación en el Brasil y demás países de América del Sur que decía: «La teología de la liberación optó por los pobres; los pobres optaron por volverse pentecostales».
¿Qué ven ustedes cuando miran? Tendríamos que pasar mucho tiempo mirando con entendimiento y a través de nuestras experiencias. Es sumamente importante la hermenéutica de la realidad, de lo que vemos y vivimos. Podríamos estudiar nuestra historia. Por ejemplo, yo soy de México, de este país con sus varias revoluciones… México, en su historia, ha sentido un gran deseo de liberación de España, de Francia, de los Estados Unidos, del Vaticano, de la corrupción, de la estrangulación industrial-económica y, últimamente, del narcotráfico. Pablo Pérez nos ofrece una perspectiva histórica en el libro Misión y liberación. Autores como Enrique Dussel, Justo González y Pablo Deiros nos ayudan a entender nuestra realidad desde una perspectiva histórica.También podríamos mirar nuestra realidad desde el punto de vista de la economía —todo el asunto del desarrollismo, de la dependencia, del neocolonialismo—. Yo viví en México de 1973 a 1985. En 1982, vimos devaluarse la moneda mexicana en un 700 por ciento en un año y los precios subir por igual. Viví entre la gente pobre y familias de clase media que, por las circunstancias, se vieron obligadas a escoger cuáles de sus hijos o hijas irían a la escuela y cuáles se quedarían en casa. En muchos casos el carrito que la familia había luchado por comprar se tenía que vender; en otros, la mitad de los terrenos familiares los tenían que vender para pagar las deudas.
La política. Nuestro continente todavía está saliendo de sistemas medievales. Hemos experimentado y tenemos que seguir experimentando nuevas formas de vida comunitaria. Las dictaduras no nos han servido de mucho. Los conflictos de clases no nos ayudan demasiado. El capitalismo no nos ha ayudado tanto. Y la democracia a veces no funciona y no necesariamente ayuda.
El comercio, la religión, la urbanización son diferentes lentes que podemos usar para mirar nuestra realidad. ¿Qué ven ustedes cuando miran a Canaán? ¿En Brasil? ¿En São Paulo o en Río de Janeiro? Hace unos años estuve en Río de Janeiro y observé que debajo de cada puente de las autopistas había… ¿qué?… chocitas, casitas de cartón, de lámina, de madera. Nunca en la historia de la humanidad hemos tenido tal movimiento de personas desalojadas, como lo vemos ahora. La onu estima entre 35 y 45 millones las personas que no viven donde antes vivían y que no tienen un lugar al cual llamar su casa.
Durante tres años, entre 1982 y 1985, estuve comprometido en salvar de la muerte a ochenta mil refugiados guatemaltecos que estaban en la frontera mexicana. Los gobiernos implicados no querían reconocer que existían tales personas desalojadas. ¡Era ilegal tratar de dar de comer a ochenta mil personas!
Tenemos la urbanización. Los miles de desalojados sin vivienda. La confusión en cuanto a la relación iglesia-Estado. La relación de la ética con el poder político-económico. Y la vida social del pueblo. ¿Con cuál lente ven ustedes su realidad?
Muchas veces me preguntan quién soy. Alrededor de América Latina, numerosos hermanos me dicen «Carlitos» por cariño, o en broma, pues mido cerca de dos metros de estatura. Cuando me preguntan quién soy yo, les digo lo siguiente: «Cara gringa, apellido holandés (Van Engen) y corazón mexicano». En estas páginas, les hablo como mexicano y como tal represento al México que tuvo una revolución que se institucionalizó a través de un partido político. La hegemonía del partido duró ochenta años, a pesar de haber sufrido muchas formas de corrupción que hicieron padecer a toda la nación. La ética, la sociedad, la iglesia, y la pérdida de nuestro sentido cultural, todo ello es parte de nuestra realidad.
¿Hay gigantes cuando miran? Sí, pero también fluye leche y miel. ¿No lo ven? Hace poco anduve en un cafetal. Fue como encontrar de nuevo mi corazón, porque yo fui administrador de una finca cafetalera durante una temporada en el sur de México. El pueblo latinoamericano es un pueblo de risa y de ánimo. Es un pueblo generoso. Nunca he visto un pueblo como el pueblo latinoamericano. Si tiene algo, lo da. Un pueblo trabajador. Un pueblo siempre ansioso de superarse. Familias íntegras, como no las hay ni en Europa ni en Norteamérica. En América Latina tenemos familias que funcionan como tal. Vemos también una juventud deseosa de crear un futuro distinto y una nueva realidad.
Hace unos años en una reunión en Tapachula, estado de Chiapas, una ciudad que hoy tiene unos setecientos mil habitantes. Alrededor de doscientos jóvenes se preguntaban durante el evento cómo podían ser agentes de Dios para lograr la transformación de su realidad. Todos eran jóvenes universitarios. Unos estudiaban Medicina, otros Abogacía, Arquitectura o Educación. Juntos pasamos varios días hablando de cómo ser agentes de Dios para transformar su realidad. Hubo uno que veía a los gigantes. Dijo: «¡No! ¡Miren! ¡Siempre ha sido así y siempre será así!». Otra hermana se paró y dijo: «No, hermanos; miren la historia. La iglesia puede ser instrumento de Dios para la transformación de la realidad. Yo creo que nosotros podemos transformar nuestra realidad. Necesitamos una esperanza que no muera y nos acompañe. Los gobiernos hacen lo que hacen porque siempre esperamos que mañana sea mejor».
Vayan conmigo a Tijuana, uno de los pueblos de mayor crecimiento poblacional en América Latina. Colinas enteras, de una semana a la otra, se cubren de chocitas. En México, hoy en día, cerca del treinta por ciento de personas no tienen trabajo. ¿Qué ven ustedes al mirar su realidad? ¿Gigantes? ¿O una tierra que fluye leche y miel?
El texto
Hay gigantes en la tierra de la que fluye leche y miel. El texto bíblico dice que fluye leche y miel. Para nosotros —como cristianos evangélicos— y para los que creen en la Biblia, quiero tratar aquí acerca de la creación. Tenemos que aprender de nuevo la verdad de la creación.
Primero: Todo ser humano tiene un valor igual e infinito. En Génesis 1.11, leemos que todos somos iguales como humanos. La deshumanización de la persona es el resultado de las diversas formas de opresión. Los opresores siempre deshumanizan a los oprimidos. La Biblia dice que todos somos iguales e igualmente amados. La tabla de las naciones de Génesis 10 se ve de nuevo en la tabla de las naciones de Hechos 2 junto con la tabla de las naciones que aparece en Apocalipsis 21. De principio a fin hay una verdad: Dios ama a todos por igual y todos somos igualmente valorados como humanos por Él.
Segundo: No adoramos la creación. Ni somos animistas adorando lo creado o los espíritus de lo creado. Tampoco somos humanistas adorando a la humanidad y lo natural. Mucho menos somos materialistas midiendo nuestro valor por las cosas que tenemos. Somos creación de Dios y Él nos ha creado de la nada por su puro amor y su deseo de relacionarse con la humanidad ha sido expresado en un pacto. Si en realidad las personas de nuestro contexto creyeran la verdad de este amor de Dios y de esta creación hecha por Él, ¡qué transformador sería!
La Biblia tampoco implica el deísmo de un dios, que en nuestro continente ha ido tan lejos, necesitando siempre crear intermediarios para poder alcanzar a ese dios. No un deísmo; ni un mecanismo científico positivo.
En México, en la formación en la carrera de medicina hasta los últimos años, hemos visto una reacción en contra de las creencias en la obra de los espíritus (el mal de ojo, el espanto, el enojo, el celo, etc.). En reacción a los curanderos, la medicina mexicana se volvió totalmente mecánica. Mira el cuerpo como si fuera un carro que necesita componerse. Los doctores casi no hablan con los pacientes, porque no quieren que ellos confíen en las llamadas «supersticiones». Los doctores secularizados desean que nada estorbe lo que se supone es el trabajo de la medicina. Pero no somos ni mecanicistas ni materialistas ni dialécticos ni capitalistas.
Afirmamos que todo lo físico es bueno porque Dios dijo Es bueno. Es bueno. Lo físico es bueno, no solo el alma. El cuerpo no vale solo porque preserva el alma. Somos seres enteros y nuestro cuerpo es parte de lo que somos. Es tan precioso que Dios nos promete darnos un nuevo cuerpo. ¿Lo han visto en la Biblia? Un nuevo cuerpo. Tan importante es lo físico.
La creación, la providencia. Los dictadores son como el faraón de la época de Moisés, quien pretendía que se creyera que él era un dios capaz de salvar a su nación. La providencia nos dice que Dios no sólo es el creador del mundo, sino que también está íntimamente involucrado en el cuidado continuo de la creación. Cristo es el creador y el único Señor, como Carlos Barth, Dietrich Bonhoeffer y otros pastores afirmaron en los tiempos de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Hay un Señor. Lean Juan 1 y Colosenses 1. Hay uno, Cristo, quien nos cuida. Dios nos cuida. No nos hace pasivos; nos hace activos para que podamos tomar posesión de «Canaán». Hay un Dios de la providencia que no se aleja, sino que está aquí con nosotros.
Tercero: La mayordomía. Dios nos llama a cuidar la naturaleza. No ignorar, no menospreciar, no espiritualizar la creación. Dios nos puso para nombrar los animales. Nosotros somos los mayordomos de la naturaleza.
Veamos la historia de Abraham. Su primer viaje misionero fue a Egipto y resultó ser ¡un desastre! El faraón, rey de Egipto, lo regaña por ser mentiroso. ¡El rey pagano reprocha al misionero! Abraham no aprende a ser misionero hasta que se da la situación de Sodoma y Gomorra; se pone a interceder en oración por estos lugares ante Dios, sin ningún interés personal. Al fin llega a entender la forma en que él puede participar con Dios en la misión de Dios.
El primer misionero que en realidad hace algo es José. ¿Cuántos se salvaron por obra de José? ¿Se han puesto a pensar? Cuando leemos la historia de José en el Antiguo Testamento resalta el hecho de que él va y logra arreglar todo para rescatar a su familia. Él habla a sus propios hermanos por interés personal. Pero no fue enviado solo para aquello. Fue enviado también para que el faraón supiera lo que iría a ocurrir en los próximos catorce años y así éste almacenara comestibles para alimentar no solamente al pueblo de Egipto sino también a todas las naciones que lo rodeaban. Y todo esto como resultado de la obra del misionero José. Él fue el instrumento que Dios usó para proveer de comida al pueblo egipcio y a todas las naciones de alrededor durante la sequía.
Podemos pensar en el reino de justicia con David, o en la búsqueda de la justicia y el valor de las personas con los profetas. O en la misión de Jesús mismo. ¿Han leído cuidadosamente el sexto capítulo de Juan? ¡Qué precioso! Jesús dice Yo soy el pan de vida; pero ¿qué hizo primero? Jesús dio de comer a la multitud que había ido a escucharlo. Estamos hablando de lo físico de nuestro contexto.
La comunión o comunidad
¿Qué ven ustedes cuando miran a «Canaán»? ¿Ven gigantes en la tierra que fluye leche y miel? ¿Ven la verdad de la Biblia que habla de que somos valorizados? Mana leche y miel por la providencia de Dios y el cuidado de la naturaleza.
Esta es la comisión: ofrecer leche y miel entre los gigantes. Ovejas entre los lobos, dice Jesús. Como iglesia, somos un subsistema entre los subsistemas en que vivimos. No somos una isla apartada; somos una parte, nada más, de una grandeza sobre la cual está Dios.
Dios, en su providencia y creación provee por todo, dice la Biblia. La iglesia está en el mundo, pero no es del mundo. Lo dice Jesús en «El Sermón del Monte» (Mt 5, 6 y 7). Somos sal y luz. No únicamente dentro de la iglesia, sino fuera de ella, en la sociedad, en nuestro entorno. Somos enviados y enviadas, dispersados y dispersadas de la misión de Dios como sal y luz. Somos, dice Efesios 1, las primicias. El primer fruto. Somos los que mostramos al mundo la posibilidad de una nueva vida, de una nueva forma de vivir, como vemos en Hechos 2.
De niño aprendí a hablar español antes que inglés. La persona que me enseñó a hablar el español se llamaba Marta. Ella tenía unos dieciocho años de edad cuando nos ayudaba en la casa y yo uno o dos años, así de chiquitillo —como decimos en México—. Marta me enseñó hablar.
Hace unos años visité a Marta en un barrio de Tapachula, estado de Chiapas, México, en una calle de terracería, una pequeña chocita de un cuarto, una puerta. Hacía años que no había visto a Marta. Toco la puerta y ella la abre. Marta sale, me ve y exclama: «¡Carlitos!». Me da un fuerte abrazo, de esos buenos. Luego me dice:
«¡Qué milagro, Carlitos! ¡Años que no nos hemos visto!».
Paso a la salita de la casa de Marta. Ustedes saben cómo son esas casitas humildes. Por un lado del cuarto, un telón y la cama detrás de este —la recámara—, un sofá viejecito y una sillita. La puerta que da al patio está abierta y allí hay tres tinas grandes. Me siento al lado de Martita, que es como una segunda madre para mí; ella me crió, casi. Me siento a su lado.
—Martita, ¿cómo estás? —le pregunto.
—Bueno, Carlitos, ya sabes que tenía yo unos 19 ó 20 años cuando salí de la casa de tus padres. Me casé pero mi esposo no quiso quedarse conmigo. Ya sabes cómo es. Me dejó con cuatro niños. Pero, ¿sabes?, dos de ellos están en México estudiando en la Universidad, otro está en Puebla también estudiando, y la más chica que ya tiene sus 16 años está en Tuxtla Gutiérrez, en la preparatoria».
Y Marta me empieza a hablar de sus hijos. Y mientras hablamos entran y salen otros niños. Uno de dos o tres años, otro de cuatro o cinco, otra más grandecita y adentro hay otro chiquitillo que todavía no camina. Y yo le digo: —Pero, Martita, ¿qué de estos?
—Ah —dice—, es que hace unos años una amiga mía murió en un accidente. Tenía dos niños chiquitos y el esposo ya no los quería. Pues yo los recogí. —¿Y los otros dos?— Es que otra señora de una aldea por acá, cerca de la frontera con Guatemala, una jovencita, tenía dos hijos y se fue el esposo. La dejó. Ella tenía la oportunidad de casarse otra vez, pero el novio no quería a los hijos y yo los recogí.
Y le pregunto: —¿Cómo te sostienes? ¿Cómo provees a todos estos?
—Pues mira, Carlitos —me responde—, ¿ves las tinas allá atrás? Es que yo lavo ropa. Mil quinientas a mil seiscientas piezas cada día. Yo lavo ropa.
Martita sigue con una sonrisa en la cara.
—Pero, Carlitos, ¡qué bendición de Dios tener estos hijos! ¿Sabes?, aparte del chiquitillo, todos los otros conocen a Jesucristo; inclusive los cuatro y estos otros tres. Todos conocen a Jesucristo y todos están en la escuela.
Y yo abrazo a Marta, mi segunda mamá, que es sal y es luz entre los gigantes. Es leche, sustento y miel, dulzura en medio de los gigantes. Una presencia transformadora.
A las diez de la mañana, cada lunes, ¿dónde estarán los miembros de las iglesias evangélicas de América Latina? Estarán entre los subsistemas en los cuales vivimos. Somos sal y luz. Apenas estamos aprendiendo cómo ser el pueblo misionero de Dios en el «Canaán» en el cual Dios nos ha puesto.
Por ejemplo, en la ciudad de México, tenemos abogados que son miembros de las iglesias evangélicas; pero, en muchos casos, parece que sus colegas no saben que son creyentes. Tenemos médicos y otros profesionales, pero sus colegas no saben que son seguidores de Jesucristo. Estos son como los que tienen miedo a los gigantes. Pero hay otros y otras más valientes. Conozco a unos hermanos evangélicos que hace unos años se reunieron con el presidente de México, en la época en la que surgió una discusión nacional acerca de la posibilidad de realizar cambios importantes en la Constitución de 1910, en cuanto a la separación de la iglesia del Estado. En México la separación entre la iglesia y el Estado fue radical.
Hace poco un grupo de líderes evangélicos lograron mirar leche y miel. No vieron gigantes. Le hablaron al presidente para explicarle qué es el evangelio, quiénes son los evangélicos, y cuál es el aporte de los evangélicos en México. Esa reunión histórica ha repercutido profundamente en la relación del Gobierno con las iglesias evangélicas de México.
La comisión
La comisión es ésta: convertir a los gigantes para que empiecen a distribuir leche y miel. Convertir a los gigantes en leche y miel. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Somos una presencia transformadora en el mundo.
Somos sacerdotes. Somos profetas. Primera de Pedro 2 dice que nosotros somos piedras vivas que al acercarnos a Jesucristo somos edificados para ser un templo de la presencia de Dios. Y luego en el versículo 9 describe quiénes somos. Ya que nos ha construido el Señor hace que seamos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios. ¿Para qué? Para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas [donde hay gigantes] a la luz admirable [donde fluye leche y miel].
Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales [manteneros distintos del mundo], manteniendo buena vuestra manera de vivir [nuestro ejemplo] para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación […]. (1P 2.11–12)
Y hasta los gigantes se convierten. Nuestra comisión es anunciar un reino que transforme toda la realidad de nuestra vida en el reino de Dios. Anunciar en «el aquí» y «el ahora» que hay otra forma de hacer las cosas. Una nueva realidad. Necesitamos mostrar, apuntar y señalar que en este medio en el que vivimos no hay utopías, pero sí una transformación importante que espera el reino de Dios, el cual ya vino en Jesucristo y que ha de venir el día en que Cristo regrese. El nuestro es un mensaje de esperanza y visión del reino.
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Les quiero contar de don Manuel Pinto. Don Manuel Pinto es otro hermano que forma parte de mi propia historia. Cuando yo era niño don Manuel Pinto solía venir a mi casa para ayudar a mi papá con algunas construcciones. Yo de chico imaginaba que ayudaba a don Manuel Pinto. Don Manuel Pinto era un anciano, oficial de una iglesia presbiteriana en Chiapas. Era albañil. Ya no vive. Conozco a sus hijos y nietos. Tenía las manos todas rajadas por la cal; hasta la cara rajada por la cal y el sol. Yo conocí a don Manuel Pinto como hombre de Dios. Lo escuchaba predicar. Yo lo amaba mucho, pero, en ese entonces, yo no sabía la forma maravillosa, sorprendente, en que él vivía lo que estamos estudiando aquí.
Darmowy fragment się skończył.