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El teatro de la mente

Bruno Estañol



Literatura de lo extraño: espejo y espejismo

Los narradores, poetas, teólogos y filósofos no están cuerdos: narran su propia e intransferible locura.

En rigor, todos los escritores son extraños. A veces parecen normales pero todos narran su propia e intransferible locura. Hamlet, Raskolnikov, Don Quijote y Bartebly, el escribiente, son acaso los personajes más enigmáticos de la literatura, pero hay muchos personajes extraños en la narrativa universal, y el narrador asesino de “El barril de amontillado” de Poe es también uno de los más difíciles de descifrar. Franz Kafka es quizás el autor más indescifrable. Ambrose Bierce es el autor de las ideas más extrañas o acaso más inextricables desde el punto de vista emocional. No soy supersticioso ni creo en los milagros. Los escritores extraños, y los escritores de personajes extraños y también los escritores de situaciones extrañas, son individuos que han logrado extraer sus historias de un aparato psíquico relativamente normal. Este no es un libro sobre escritores de historias de terror o de historias inverosímiles, sino de aquellos escritores que sacan los terrores de su propia alma y que, en cierta medida, todos habitamos. Todos los escritores son extraños porque cada ser humano es diferente, tanto desde el punto de vista cultural, como familiar y genético, y sobre todo porque cada quien ha vivido una vida única, y sus experiencias, aunque a veces comunes a todos los hombres, no pertenecen a ningún otro individuo. Cada uno de nosotros tiene el íntimo convencimiento de que lo que llamamos realidad es su propia realidad psíquica. Incluso los gemelos idénticos han vivido vidas diferentes aunque compartan con el otro una misma historia genética, familiar y cultural. Esto hace que cada uno de nosotros vea al mundo de manera diferente. Por este motivo fundamental, la experiencia del Otro constituye lo extraño.

Se puede argüir, en contra, que hay formas humanas universales de ver el mundo, y por eso todas las civilizaciones han creado religiones, filosofías, técnicas para la caza como el arco y la flecha, construcciones para protegerse del medio ambiente, el lenguaje hablado, escrituras, códigos morales y códigos para la convivencia entre los hombres entre sí y también entre los hombres y la naturaleza.

La naturaleza cultural del homo sapiens ha escondido su verdadera naturaleza biológica de mono sapiens: el mono que ha usado su inexplicable inteligencia para convertirse en depredador astuto y sigiloso, y que ha sido incapaz de convivir en paz con otros seres humanos por diferencias de religión, cultura o raza y, sobre todo, por la desigualdad económica que lleva a todo tipo de desigualdades. El mono sapiens se ha sentido por encima de la naturaleza y diferente al resto de los animales: ha sido el depredador de la naturaleza y, de acuerdo con Thomas Hobbes, el lobo de sus propios hermanos. La falla de la convivencia humana es lo que George Steiner ha llamado “el fracaso de lo humano”. El hombre ha logrado notables avances tecnológicos y científicos, pero ha fracasado en sus relaciones humanas y con la naturaleza. El hombre moderno y su cultura están enfermos. Pronto nos acabaremos entre nosotros mismos y con el planeta. Los escritores de lo heterodoxo y de lo extraño están muy conscientes de este fracaso a nivel individual y colectivo y lo expresan en sus textos. Existen escritores que han transferido a su literatura una parte inconsciente de su personalidad, una parte oscura y a veces repelente, pero lo han hecho con toda sinceridad y, las más de las veces, sin darse cuenta. Hay otros que han escrito textos provocadores porque son individuos rebeldes que quieren cambiar el mundo, y otros, porque son individuos con ciertas perturbaciones mentales que han tenido la capacidad de escribir de manera coherente sobre sus obsesiones e ideas fijas. Estos son los individuos verdaderamente extraños quienes, no obstante, nos hablan de obsesiones que todos, de alguna manera, hemos tenido. Lo extraño, lo inquietante pertenece a todos y cada uno de nosotros. Lo inminente, lo que parece que va a ocurrir pero no ocurre, dijo Borges en “La muralla y los libros”, es quizás el verdadero hecho estético. Lo inminente tiene siempre algo de amenazante. Lo que nunca sabremos es lo verdaderamente extraño y a veces aterrador, y lo que realmente quisiéramos saber. La escritura de lo extraño tiene vasos comunicantes con la escritura de terror, como en Hoffmann, Poe, Lovecraft, Potocki, Kafka y muchos otros; pero, en rigor, lo inquietante aparece en esta vida diaria y única que nos tocó vivir y tiene que ver con eventos como la separación amorosa, la muerte de un ser querido y la muerte en sí misma, la falta de amor en la niñez, la soledad, la vejez, la locura, la invalidez, el rechazo y desamor, la violencia, la falta de empatía, la explotación inhumana de los demás, el temor de que algo terrible pase, el hambre, la miseria física, intelectual y moral; circunstancias en que el ser humano se mira perdido en un mundo que no puede descifrar. Acaso nadie puede descifrar su propia existencia. La escritura de lo extraño tiene más que ver con el drama y sobre todo con la tragedia de todos los días: así, Giovanni Papini escribió Lo trágico cotidiano. Acaso por eso la lectura de textos extraños puede llevarnos a la catarsis de nuestras emociones negativas, a través del terror y la piedad hacia los protagonistas y hacia nosotros mismos, como quería Aristóteles en su visión de la tragedia en el teatro griego. Muchos de los escritores de lo extraño han sido estudiados psicopatológicamente debido a esa visión despiadada de la realidad. Todo ser humano, aun los más adaptados a este mundo cruel y salvaje en que vivimos, puede ser estudiado psicopatológicamente, pero eso tal vez no significa nada, o muy poco. Muchos escritores de lo extraño, como Nathaniel Hawthorne, vivieron una vida aparentemente anodina y dedicada a la religión. Otros rechazaron la religión como proyecto de vida y otros, los más, sólo se interesaron por su existencia terrenal. Escritores verdaderamente extraños fueron Dante y William Beckford, que prefiguraron el infierno basados en sus experiencias terrenales. No sabemos por qué algunos escritores escogen como proyecto vital ser escritores de lo extraño e inquietante. No todos los que han escrito cuentos extraños han sido excéntricos o enfermos mentales. Ni tampoco los que han escrito cuentos inquietantes han tenido ideas poco convencionales y muchas veces ni siquiera saben por qué escriben ese tipo de historias. Desde luego, existe una gran cantidad de escritores que no comparten las ideas convencionales y lugares comunes, como Flaubert y Ambrose Bierce, y existe una gran cantidad de filósofos, religiosos, poetas, hombres de ciencia, pintores, profesionistas y músicos, quienes, precisamente por su excentricidad, logran hacer y pensar cosas nuevas. Ha habido escritores locos y excéntricos, religiosos, ateos, burócratas, médicos, psiquiatras, la señorita de al lado y maestros de literatura que han escrito libros extraños. No se necesita estar loco para escribir un libro sobre locos o situaciones de locura. También los locos pueden escribir libros sobre cuerdos.

He escogido a algunos de los escritores que considero extraños o que han escrito obras extrañas, que han inventado personajes extraños o han visto seres más o menos normales en situaciones extrañas. Es evidente que existen muchos más de los aquí nombrados; la mayoría de los verdaderos escritores escriben sobre sus obsesiones aunque no conozcan el origen de ellas. Mi elección se ha basado en que han sido escritores que he leído y he sentido una sensación de inquietante extrañeza, para emplear una de las traducciones del término de Freud: Unheimlich. La traducción más común es lo extraño y lo ominoso. Reconozco que probablemente la gran mayoría de autores de lo extraño ha quedado fuera de este texto. Papini es acaso el más emblemático de estos autores que casi no me he atrevido a tocar.

El escritor norteamericano S.T. Josh ha llamado a los cuentos extraños weird fiction, locución difícil de traducir pero que corresponde en forma gruesa a lo excéntrico, extraño, siniestro, inquietante. No son escritores, en general, que vislumbren al mundo como mágico, pero sí como desconcertante y ciertamente temible. Josh considera, como muchos, que Poe fue el abuelo de este género. Dice: “Poe unió a una visión intensamente mórbida un estilo deliberada y artificialmente torturado para producir sus inmortales obras maestras”. Considera que Otra vuelta de tuerca, de Henry James es el “prototipo de la ambigüedad”. Es una obra maestra de este género e insinúa que lo siniestro y lo extraño están caracterizados por la ambigüedad. Este es precisamente el caso de lo inminente. Lo inminente ha sido poco considerado en el estudio de las obras extrañas, aunque puede ser el punto central de la literatura de lo extraño. También opina que “Todos los textos de [Ambrose] Bierce —ficción, ensayo, periodismo, poesía— están saturados de una visión satírica que bordea con la misantropía, y sus cuatro cuentos de El club de los parricidas (de los cuales Mi crimen favorito, es el primero) llevan la burla y el desprecio a la moral convencional tanto como es posible llevarlas”.

Distingue a la literatura weird de la literatura de terror porque ésta “trasciende la escalofriante emoción del horror y logra algo semejante a la emoción ante lo sagrado y numinoso”. Menciona a Macbeth (verdadera obra de lo siniestro y extraño, como lo demuestra Thomas de Quincey en su ensayo: “Knocking at the Gate in Macbeth” y también incluye en este género a Algernon Blackwood, Arthur Machen, Lord Dunsany y Lovecraft. También habría que mencionar a Jan Potocky, Nicolai Gogol y a Dostoievsky. No estaría de más mencionar el Vathek de William Beckford. Los Rubaiyat de Omar Khayyam son versos sobre un día feliz para vencer a la muerte. Juan Rulfo, Salvador Elizondo y Francisco Tario son escritores de lo extraño. Pedro Páramo no es un libro de aparecidos ni Farabeuf sobre la exquisita tortura de los chinos. De hecho no sabemos de qué tratan estos libros. Acaso Pedro Páramo es un intento de Rulfo por hablar con sus parientes difuntos, y particularmente con su padre muerto en circunstancias terribles. Lo inquietante no sólo ocurre en la narrativa sino también en la poesía, en el teatro, en el ensayo, en la filosofía y también en la teología y la religión. No sólo la teología es una rama de la literatura fantástica.

Una biografía es una vida completa, aunque no redonda, porque nadie termina lo que quiere hacer en la vida, ni nadie al morir sabe si su vida valió la pena. Este carácter aparentemente terminado de la biografía la hace de gran interés humano. Todas las autobiografías son falsas. A veces falseadas deliberadamente, otras con recuerdos falseados; las más, formas del autoengaño. La elección de un proyecto vital artístico, como la literatura de ficción y, en particular, la literatura de lo siniestro, probablemente surja en la infancia como otros proyectos vitales de los cuales no somos concientes.

El autobiógrafo, en lugar de hablar de sí mismo, se dedica a hablar mal de los otros y los contrasta con su propia visión del mundo; evidentemente mejor y más clara. Los diarios son sinceros y, la mayoría aburridos, por la prolijidad de lo real, Borges dixit.

Ahora sabemos que Borges tenía razón: hay individuos que pueden recordar su vida entera, día a día. A esta memoria autobiográfica se le ha llamado memoria episódica o de hechos, está cargada de emociones. De hecho recordamos en nuestra vida aquello que nos ha conmovido y que, casi siempre, quisiéramos olvidar. También existe una memoria de conceptos, de ideas: esta memoria se ha llamado memoria semántica. Tal vez las llamadas biografías intelectuales, como las intentadas, magistralmente y sin afectaciones, por Bertrand Russell, sean las más interesantes porque muestran la progresión o la disolución de la mente y de las ideas de un individuo a lo largo de una vida, y la confrontación de sus propias ideas con las de otros. Sapere aude fue el lema que utilizó Leonardo Da Vinci para el Renacimiento. Sapere aude, atrévete a pensar. En su ensayo sobre la Ilustración, Kant dijo que sapere aude significaba en realidad “atrévete a pensar por ti mismo”. Casi nunca nos atrevemos a pensar. Por eso Nietzsche, filósofo extraño por excelencia preguntó: ¿Cuánta verdad puede soportar un hombre?

El psicoanálisis nos ha enseñado que en todo tipo de lectura existe la identificación con el héroe. Esta identificación ya está en Gilgamesh y en los viajes imaginarios de Ulises y de Simbad el marino, El asno de oro de Apuleyo, en Don Quijote de La Mancha y en numerosos pasajes de la Biblia, como en el enigmático viaje de Jonás, en los libros para niños y es la base de los mitos; está en la profunda raíz de la literatura: toda vida es un viaje... sin retorno. Al final uno tiene que morir.

Esta proyección del inconsciente del lector que se identifica con ciertos personajes, y de esa forma, con el inconsciente del autor es una forma muy importante de lectura. Sin la empatía con el personaje es imposible leer un libro, en las primeras páginas el lector lo tirará al cesto de la basura. Como se ha dicho, Aristóteles veía a la tragedia como una catarsis; la identificación con el héroe trágico, es decir, con el reconocimiento de que a uno mismo le pueden pasar los mismos hechos horribles que a los protagonistas encaramados sobre los coturnos y las caras tapadas con máscaras, le permite purgar en gran parte los sentimientos negativos y la tragedia inevitable de toda existencia: la muerte de los seres queridos, la enfermedad, la separación, la miseria, a través del horror y la piedad por la vida del héroe. No obstante, el héroe es castigado por su orgullo, la hubris griega, cuyo personaje emblemático es Edipo, rey de Tebas. La literatura moderna ha reconocido que el héroe no existe aunque es la base de los mitos que nos sostienen, y declara que el hombre se encamina directamente a su desgracia. Los primeros que reconocieron esta terrible realidad fueron los escritores de lo heterodoxo, lo inminente, lo extraño y lo inquietante.

Fernando Pessoa, tengo varios genios en mí

Fernando Pessoa es el único escritor que ha tenido varios genios en uno, Genius.

Harold Bloom

1

Autopsicografía

El poeta es un fingidor.

Finge tan completamente

Que hasta finge que es dolor

El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,

Sienten, en el dolor leído

No los dos que él poeta vive

Sino aquel que no han tenido.

Y así va por su camino,

Distrayendo a la razón,

Ese tren sin real destino

Que se llama el corazón.

Fernando Pessoa

Versión de Santiago Kovadloff

Fernando Pessoa: El poeta es un fingidor

“Autopsicografía” es uno de los poemas más intensos de Pessoa. En él revela la verdadera naturaleza de su yo poético múltiple y versátil y sus egos imaginarios, verdaderos y desnudos. También, la verdadera fuerza de su creación. El escritor es un ser que se siente atrapado en su Yo o en su identidad: su nombre, su idioma, su nacionalidad, su lugar de nacimiento, su memoria, sus manías, sus defectos, sus vicios, sus talentos, su historia personal familiar y cultural. Este encerramiento claustrofóbico de la identidad está en el origen de la ficción de Borges, Cortázar, Poe, Pessoa, en los ensayos de Michel de Montaigne, y acaso en el origen de toda la ficción y de toda la literatura. El escritor de ficción es el ser que pretende ponerse en el lugar del Otro y narrar como el Otro y desde la desencantada o encantada orilla del Otro. Puede ponerse en el lugar del asesino, como Edgar Allan Poe o Robert Louis Stevenson, o en el lugar del loco, como Nicolai Gógol, o en el de un borracho fracasado, como Cortázar, en el de un joven o un viejo, en el de un niño o un adolescente, en el de un soldado o un cura, de un médico o de una prostituta, o simplemente ser un impostor. Se pone en el lugar del Otro sin juzgarlo o condenarlo y sin asumir ninguna culpa. No se confiesa ante Dios sino ante sí mismo. “El poeta es un fingidor”. Este fingimiento, no obstante, no es un acto deliberado o racional de enmascaramiento, sino algo que se impone desde algún lugar profundo de su psique. El poeta es un fingidor, no un impostor. “Y así va por su camino / Distrayendo a la razón / Ese tren sin real destino / Que se llama corazón”. Así, paradójicamente, el fingidor tiene la necesidad de fingir, pero no sabe por qué. Muchas veces finge y no se da cuenta. Describe la vida como el fingidor cree que fue o pudo haber sido. Puede amar o tal vez odiar al personaje creado, pero en general se nota la empatía hasta a sus más detestables personajes. En otras palabras, el fingidor asume verdaderamente la visión del mundo del Otro.

En el cerebro existen “neuronas en espejo” que se activan con los movimientos corporales del otro y previsiblemente nos permiten conocer, a través de las expresiones faciales, los sentimientos y deseos y acaso hasta los pensamientos del otro. Se supone que es la base biológica de la empatía.

Además, es necesario esforzarse para comprender por qué el escritor se siente atrapado en su yo o en su identidad. Una posibilidad terrible es el aburrimiento; este es un estado de conciencia probablemente único del hombre, aunque puede existir en otros monos. Según Heidegger, es el estado en que el hombre se da cuenta de su verdadero ser: no puede hacer nada y nada le interesa o quiere hacer. Está enfrentado con su propia nada.

Otra posibilidad es quererse liberar de la esclavitud del yo. Al haber escogido algo ya no puede escoger otra cosa. Al haber escogido una profesión, una mujer, un camino, un destino, ya no puede escoger otro. Aburrirse es no querer estar dentro de uno mismo, no querer estar en el mismo lugar o en la misma situación, o no seguir haciendo lo mismo que siempre se hace. Pessoa era un hombre completamente rutinario.

Ni los viajes ni el cambio de profesión ni de pareja liberan al hombre del aburrimiento. Sólo la imaginación nos permite ejercer esta liberación del aquí y ahora, del hic et nunc del que hablaron los latinos. Así, el imaginar que uno puede ser otro u otros se convierte en un acto de libertad. El escritor de ficción y el poeta juegan a que son otros, aunque ellos saben íntimamente que siguen atados a su identidad. La psicosis delirante crónica es la ruptura real de la identidad y el asumir que en realidad somos otro o que las personas que nos rodean son otros. Así aparece el delirio erotomaniaco de creer que una persona importante está enamorada del sujeto, el síndrome de Capgras de creer que la persona querida ha sido sustituida por un impostor idéntico o que se le parece mucho, o que la persona querida se encuentra escondida adentro de diversas personas (síndrome de Fregoli) y otros diversos tipos de psicosis delirantes antes llamados delirios monomaniacos. Los psiquiatras hablan ahora del trastorno disociativo de la identidad, que viene a sustituir el diagnóstico de trastorno múltiple de la personalidad. Esta patografía delirante ha sido aplicada, absurdamente, al genio heterodoxo y multiforme de Fernando Pessoa. Implica reducir y querer explicar su actividad creadora a una personalidad anormal. ¿En ese caso, si todos somos anormales, por qué no todos producimos una obra de genio? En un poeta o narrador sólo se puede juzgar la obra. La manera como realizó la obra siempre será un misterio. Es un misterio para el mismo creador. Los poetas no tienen biografía, dijo Octavio Paz en su ensayo “Pessoa (El desconocido de sí mismo)” en Cuadrivio. Fernando Pessoa casi no tuvo biografía (todos los días de su vida hizo la misma rutina), su obra es su biografía. Una biografía imaginaria. No tenía más destino que el de seguir escribiendo. Una precisión: Pessoa fue, más que un desconocido de sí mismo (que también lo fue), un prisionero de sí mismo. Nadie puede huir o escapar de su propio yo.

2

El hombre es un animal histérico.

“Genio y locura”, Fernando Pessoa

Pessoa quiere decir persona en portugués. Persona es la máscara de los agonistas y antagonistas del teatro griego. Pessoa no quiso ser un actor interpretando diversos personajes. Quiso inventar múltiples personajes distintos de él mismo, salirse completamente de sí. No sabemos cómo llegó a pensar, a sentir y a desarrollar este delirante proyecto. La soledad fue uno de los destinos que eligió Fernando Pessoa. Vivió solo, trabajando como traductor al inglés y al francés, no de textos literarios sino de cartas comerciales para los negocios que traficaban con los barcos que llegaban al puerto de Lisboa. En vida casi no publicó. Su libro poético Mensagem es el único que firmó con su verdadero nombre. El hecho es que también sus heterónimos eran verdaderos. Individuos coherentes y con una visión particular y precisa del mundo. Hombres con profesiones intelectuales que en su tiempo libre eran poetas. También el hombre que escribió el Libro del desasosiego era un filósofo de pensamiento agudo y coherente a pesar de su desesperación. Dejó ensayos filosóficos, literarios y poemarios que apenas se están rescatando. Yo visité su departamento en Lisboa con mi amigo, el filósofo, diplomático y narrador, José María Pérez Gay. Vi un estante con un centenar de libros en inglés. Lamento no haber apuntado o fotografiado sus títulos. Me senté en el restaurante bar donde solía comer y tomar unos tragos después de trabajar hasta la una o dos de la tarde. El restaurante se llama A Brasileira (La Brasileña) y en las mesas que se encuentran en una explanada, enfrente del restaurante, hay una estatua de hierro forjado que conmemora su paso ineludible, a mediodía, por este lugar. Al lado derecho de A Brasileira se encuentra el Hotel Borges. Demasiadas coincidencias no me hacen supersticioso, pero sí me causan cierta perplejidad. Lisboa, con su anchísimo río, el Tajo, fue la ciudad de Pessoa. Esto es una exageración porque Pessoa muy probablemente pasó sus días y sus noches en su pequeño departamento, inclinado sobre cuadernos en los que ejercía su insaciable grafomanía. Los psicopatólogos modernos lo ven como un caso de trastorno de personalidad múltiple, pero a Pessoa este diagnóstico no le hubiese molestado. Su convicción de querer ser varios hombres nunca lo abandonó y su prematura muerte y su aislamiento quizá le impidieron un reconocimiento en vida. Él no buscó la gloria sino la posibilidad de ser muchos hombres: creadores, filósofos y poetas. No luchó por ver su obra publicada, ni siquiera la mostró a sus amigos. No tuvo alumnos y era tímido e introvertido. Todos sus heterónimos son grandes poetas sin ilusiones. Acaso su autopsicografía nos diga un poco, muy poco, sobre el misterio de su personalidad. El poeta es un fingidor, aunque muchas veces no se dé cuenta.

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