Czytaj książkę: «Casi Perdida», strona 4

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CAPÍTULO SEIS

Mientras Cassie estaba paralizada por la sorpresa y sin saber cómo manejar el robo de Dylan, se dio cuenta de que Madison ya se había decidido.

–No voy a comer un dulce robado —anunció la niña—. Te lo devuelvo.

Le extendió el bastón a Dylan.

–¿Por qué me lo devuelves? Lo tomé para ti porque querías un bastón y en la primera tienda no había, y luego Cassie fue muy tacaña y no te quiso comprar uno.

Dylan hablaba en tono ofendido, como si esperara que le agradecieran por salvarlas de un apuro.

–Sí, pero no quiero uno robado.

Madison se lo devolvió y se cruzó de brazos.

–Si no lo quieres, no te lo volveré a ofrecer.

–Dije que no.

Con el mentón hacia afuera, Madison se alejó.

–Estás conmigo o estás en mi contra. Tú sabes lo que siempre dice mamá —le gritó Dylan.

Cassie sintió preocupación ante la mención de la madre y detectó más que un indicio de amenaza en su tono de voz.

–Bueno, ya es suficiente.

Se apresuró unos pasos y tomó a Madison del brazo, volviendo hacia atrás para que todos estuviesen enfrentados en la acera empedrada. La situación se estaba saliendo de control, los niños estaban empezando a pelearse y ni siquiera había abordado el asunto del robo. No importaba que estuvieran traumatizados, o que estuviesen reprimiendo emociones, se trataba de un delito.

Estaba aún más horrorizada de que esa tienda pertenecía a una amistad de la familia. ¡La dueña incluso les había ofrecido llevarlos al pueblo! No se debe robar a alguien que ofrece llevarte. Bueno, no se debe robar a nadie, pero menos a una mujer que se había ofrecido a ayudar generosamente esa misma mañana.

–Vayamos a sentarnos.

Había un salón de té a su izquierda que parecía lleno, pero vio que una pareja se levantaba de una mesa cerrada y se apresuró con los niños a la puerta.

Un minuto después, estaban sentados en el cálido interior con un delicioso aroma a café y a pasteles crujientes y mantecosos.

Cassie miró el menú sintiéndose inútil, porque cada segundo que pasaba les demostraba a los niños que no sabía cómo manejar la situación.

En el mejor de los casos, supuso que tendría que obligar a Dylan a volver y pagar lo que había tomado, pero ¿qué pasaba si se negaba? Tampoco tenía claro cuáles eran las sanciones por hurto aquí en el Reino Unido. Podía terminar en problemas si las políticas de la tienda establecían que la vendedora tenía que informar a la policía.

Luego, Cassie pensó en la cronología de los hechos y se dio cuenta de que podía haber otro punto de vista.

Recordó que Madison había mencionado que habían asado castañas con su madre justo antes de que Dylan robara los dulces. Quizás ese niño callado había escuchado a su hermana y eso le había recordado el trauma por el que la familia había pasado.

Podría haber expresado sus emociones reprimidas con respecto al divorcio al hacer algo prohibido de forma intencionada. Cuanto más lo pensaba, más sentido tenía.

En cuyo caso, sería mejor manejarlo de manera más delicada.

Observó rápidamente a Dylan, que hojeaba el menú y parecía totalmente despreocupado.

Madison también parecía haber superado su arrebato de furia. Parecía satisfecha con el modo en que el asunto había sido manejado, luego de rechazar el dulce robado y decirle a Dylan lo que pensaba. Ahora estaba concentrada leyendo las descripciones de la amplia variedad de batidos.

–Bueno —dijo Cassie—, Dylan, entrégame todos los dulces que robaste. Vacía tus bolsillos.

Dylan hurgó en su chaqueta y sacó cuatro bastones y un paquete de delicias turcas.

Cassie observó el pequeño montón.

No se había robado mucho. Este no era un robo a gran escala. El problema era que él los había robado y que no pensaba que fuese algo malo.

–Voy a confiscar esos dulces porque no está bien tomar algo sin pagar. La vendedora puede estar en problemas si el dinero de la caja no coincide con las existencias. Y tú podrías haber terminado con un problema mayor. Todas esas tiendas tienen cámaras.

–Está bien —dijo él con aburrimiento.

–Voy a tener que contárselo a tu padre, y veremos qué decide hacer él. Por favor, no vuelvas a hacer esto, no importa si estás intentando ayudar, o si crees que el mundo es injusto contigo, o si estás triste por problemas familiares. Eso podría tener serias consecuencias. ¿Entiendes?

Tomó los dulces y los guardó en su bolso.

Observó a los niños y vio que Madison, que no necesitaba la advertencia, parecía bastante más preocupada que Dylan. Él la miraba de una forma que solo podía interpretar como desconcierto. Apenas asintió, y ella supuso que eso era todo lo que iba a conseguir.

Había hecho lo que había podido. Todo lo que podía hacer ahora era informarle a Ryan y dejar que él prosiguiera.

–¿Estás pensando en un batido, Madison? —Le preguntó.

–El chocolate no falla —le aconsejó Dylan, y así de golpe la tensión se disipó y volvieron a la normalidad.

Cassie sentía un alivio desmesurado por haber podido manejar la situación. Se dio cuenta de que le temblaban las manos, y las escondió debajo de la mesa para que los niños no lo notaran.

Siempre había evitado las peleas, porque le traía recuerdos de las veces en las que había sido una participante involuntaria e inútil. Recordaba escenas fragmentadas de rugidos y gritos de rabia pura. Cuando había platos rotos, se escondía debajo de la mesa del comedor y sentía que los fragmentos le lastimaban las manos y el rostro.

En cualquier pelea, si tenía la oportunidad, terminaba haciendo lo equivalente a esconderse.

Ahora estaba contenta por haber logrado reafirmar su autoridad con tranquilidad, pero también con firmeza, y por que el día no hubiese resultado un desastre.

La encargada del salón de té se apresuró a tomar sus pedidos y Cassie cayó en la cuenta de lo pequeño que era el pueblo, porque ella también conocía a la familia.

–Hola Dylan y Madison. ¿Cómo están sus padres?

Cassie se avergonzó al darse cuenta de que obviamente la encargada no sabía las últimas novedades, y ella no había hablado con Ryan acerca de lo que debía decir. Mientras ella titubeaba buscando las palabras correctas, Dylan habló.

–Están bien, gracias Martha.

Cassie se sintió agradecida por la breve respuesta de Dylan, aunque la sorprendió la normalidad con que lo había dicho. Había pensado que él y Madison estarían tristes por la mención de sus padres. Quizás Ryan les había dicho que no lo dijeran si la gente no lo sabía. Decidió que probablemente esa era la razón, ya que la mujer parecía tener prisa y la pregunta había sido una mera formalidad.

–Hola, Martha. Soy Cassie Vale —dijo ella.

–Tienes acento estadounidense. ¿Trabajas para los Ellis?

Cassie volvió a avergonzarse por la mención en plural.

–Solo doy una mano —dijo, recordando que a pesar del acuerdo informal con Ryan, tenía que ser precavida.

–Es tan difícil encontrar la ayuda adecuada. En este momento estamos con escasez de personal. Ayer deportaron a una de nuestras meseras por no tener la documentación necesaria.

Echó un vistazo a Cassie, quien bajó la mirada rápidamente. ¿Qué había querido decir la mujer? ¿Sospechaba por el acento de Cassie que ella no tenía una visa de trabajo?

¿Era una pista de que las autoridades de la zona estaban tomando medidas drásticas?

Ella y los niños ordenaron rápidamente y, para alivio de Cassie, la encargada se alejó apresuradamente.

Un momento después, una mesera con apariencia estresada y evidentemente lugareña les trajo pasteles y papas fritas.

Cassie no quería entretenerse con la comida y arriesgarse a otra charla mientras el restaurante se estaba vaciando. En cuanto terminaron, se dirigió al mostrador y pagó.

Dejaron el salón de té y caminaron por el mismo camino que habían venido. Se detuvieron en una tienda de mascotas en donde compró comida para los peces de Dylan, quien le dijo que se llamaban Orange y Lemon, y una bolsa con lecho para su conejo, Benjamin Bunny.

Cuando se dirigían hacia la parada de autobús, Cassie escuchó música y vio que un grupo de gente se había reunido en la plaza empedrada del pueblo.

–¿Qué crees que van a hacer?

Madison notó la actividad al mismo tiempo en que Cassie se volteó a mirar.

–¿Podemos echar un vistazo, Cassie? —le preguntó Dylan.

Cruzaron la calle para descubrir que había un espectáculo emergente en curso.

En la esquina norte de la plaza había una banda con tres músicos tocando en vivo. En la esquina opuesta, un artista hacía animales con globos. Ya se había formado una fila de padres con niños pequeños.

En el centro, un mago vestido formalmente, con un traje elegante y un sombrero de copa, hacía trucos.

–Oh, vaya. Me encantan los trucos de magia —susurró Madison.

–A mí también —coincidió Dylan—. Me gustaría estudiarlo. Quiero saber cómo funciona.

Madison puso los ojos en blanco.

–Fácil. ¡Es magia!

Cuando se acercaron, el mago acababa de terminar su truco y recibía expresiones de asombro y aplausos. Luego, cuando la muchedumbre se dispersó, se volvió hacia ellos.

–Bienvenidos, gente de bien. Gracias por estar aquí en esta hermosa tarde. Qué lindo día. Pero dime, pequeña dama, ¿no tienes frío?

Le hizo señas a Madison para que se acercara.

–¿Frío? ¿Yo? No.

Dio un paso adelante con una media sonrisa, entre divertida y precavida.

Él tendió las manos vacías, luego se adelantó y aplaudió cerca de la cabeza de Madison.

Ella dio un grito ahogado. Él bajó las manos ahuecadas, en las que escondía un muñeco de nieve de juguete.

–¿Cómo lo hiciste? —le preguntó ella.

Él le extendió el juguete.

–Estuvo sobre tu hombro todo este tiempo, viajando contigo —le explicó, y Madison rió incrédula y fascinada.

–Ahora veamos qué tan veloces son sus ojos. Así es como funciona. Ustedes me apuestan a mí la cantidad de dinero que quieran, mientras mezclo cuatro cartas. Si adivinan en dónde está la reina, duplican su dinero. De lo contrario, se marcharán con las manos vacías. Entonces, ¿les gustaría apostar?

–¡Yo apostaré! ¿Me puedes dar dinero? —preguntó Dylan.

–Claro que sí. ¿Cuánto quieres perder?

Cassie hurgó en el bolsillo de su chaqueta.

–Quiero perder cinco libras, por favor. O ganar diez, por supuesto.

Consciente de que se estaba juntando una muchedumbre detrás de ella, Cassie le entregó el dinero a Dylan y él se lo entregó al mago.

–Esto debería ser fácil para ti, joven caballero, veo que tienes un ojo rápido, pero recuerda, la reina es una dama astuta y ha ganado muchas batallas. Observa atentamente mientras reparto cuatro cartas. Ves, las estoy colocando boca arriba para total transparencia. Esto es demasiado fácil. Es como regalar el dinero. La reina de corazones, el as de picas, el nueve de bastos y la jota de diamantes. Después de todo, es como lo que dicen del matrimonio, empieza con corazones y diamantes pero al final todo lo que necesitas es una pica y un basto.

El público estalló en carcajadas.

La alusión del mago a un matrimonio que no funcionaba hizo que Cassie mirara nerviosamente a los niños, pero Madison parecía no haber entendido el chiste, y Dylan tenía toda su atención en las cartas.

–Ahora las doy vuelta.

Colocó las cartas boca abajo una por una.

–Y ahora las mezclo.

Rápidamente, pero no demasiado, mezcló las cuatro cartas. Era difícil de seguir, pero cuando se detuvo, Cassie estaba bastante segura de que la reina estaba en el extremo derecho.

–¿En dónde está nuestra señora reina? —preguntó el mago.

Dylan hizo una pausa y luego señaló a la carta que estaba a la derecha.

–¿Estás seguro, joven?

–Estoy seguro —asintió Dylan.

–Tienes una oportunidad para cambiar de opinión.

–No, me quedo con esa. Tiene que estar ahí.

–Tiene que estar ahí. Bueno, veamos si la reina está de acuerdo o si uno de sus consortes la ha secuestrado para ocultarla.

Dio vuelta la carta y Dylan se quejó ruidosamente.

Era la jota de diamantes.

–Diablos —dijo él.

–La jota. Siempre dispuesta a cubrir a la reina. Leal hasta el final. Pero nuestra reina de corazones, el emblema del amor, aún nos elude.

–Entonces, ¿en dónde está la reina?

–Ciertamente, ¿en dónde?

Cassie había notado, mientras mezclaba las cartas, que había una que no había tocado, la que estaba en el extremo izquierdo. Ese era el as de picas.

–Creo que está ahí —adivinó, señalando esa carta.

–Ah, así que aquí tenemos a una dama inteligente que señala a la única carta que sabe que no es posible que sea. ¿Pero saben qué? Los milagros ocurren.

Con un ademán dio vuelta la carta, y allí estaba la reina.

Risas y aplausos resonaron por toda la plaza y Cassie se llenó de emoción al chocar los cinco con Dylan y Madison.

–Qué lástima que no apostó, mi señora. Sería más rica ahora, pero así son las cosas. ¿Quién necesita dinero cuando el amor te ha escogido?

Cassie sintió que se le enrojecían las mejillas. Ojalá, pensó.

–Como recuerdo, te puedes quedar con la carta.

La colocó en una bolsa de papel y la cerró con un adhesivo antes de entregársela a Cassie, quien la colocó en el bolsillo lateral de su bolso.

–Me pregunto qué habría pasado si hubiese elegido esa carta —comentó Dylan mientras se alejaban.

–Estoy segura de que hubiese sido la jota de diamantes —dijo Cassie—. Así es como hace dinero, cambiando las cartas cuando la gente apuesta.

–Sus manos eran tan ágiles —dijo Dylan, sacudiendo la cabeza.

–Deben ser buenos por naturaleza y además entrenar durante muchos años —supuso Cassie.

–Supongo que tienen que hacerlo —coincidió Dylan, al tiempo que llegaban a la parada de autobús.

–También está la distracción, pero no estoy segura de cómo se aplica cuando hay cuarto cartas tan juntas entre sí. Pero de alguna manera debe funcionar.

–Bueno, practiquemos. Intenta distraerme, Cassie —le pidió Madison.

–Lo haré, pero viene el autobús. Subámonos primero.

Madison se volteó a mirar, y mientras estaba distraída Cassie le robó la manzana acaramelada del bolsillo de su chaqueta.

–¡Oye! ¿Qué hiciste? Sentí algo. Y no viene el autobús.

Madison se volvió, vio que Dylan estallaba de risa, hizo una pausa mientras recordaba lo que había ocurrido y comenzó a reírse.

–¡Me engañaste!

–No siempre es fácil. Simplemente tuve suerte.

–Viene el autobús, Madison —dijo Dylan.

–No voy a mirar. No puedes engañarme dos veces.

Aún resoplando de risa, se cruzó de brazos.

–Entonces te quedarás atrás —le dijo Dylan, mientras el pulcro autobús rural de un piso se detenía en la parada.

Durante el breve viaje a casa, todos hicieron lo imposible para distraer al otro. Cuando llegaron a su parada, a Cassie le dolía el estómago de tanto reírse y estaba feliz de que el día hubiese sido un éxito.

Mientras abrían la cerradura de la puerta de entrada, le vibró el celular. Era un mensaje de Ryan, diciéndole que llevaría pizza para la cena, y si había algún condimento que no le gustara.

Ella respondió: “Soy fácil, gracias”, y entonces se dio cuenta de las connotaciones cuando estaba a punto de presionar “Enviar”.

Tenía el rostro acalorado mientras borraba el mensaje y lo remplazaba con: “Cualquier condimento está bien. Gracias”.

Un minuto después su teléfono volvió a vibrar y ella lo tomó, ansiosa por leer el próximo mensaje de Ryan.

Este mensaje no era de él. Era de Renee, una de sus viejas amigas de la escuela de Estados Unidos.

“Oye, Cassie, alguien estuvo preguntando por ti esta mañana. Una mujer que llamó desde Francia. Estaba intentando encontrarte pero no dijo más. ¿Puedo darle tu número?”

Cassie volvió a leer el mensaje, y de pronto el pueblo ya no parecía tan remoto y seguro.

Con el inminente juicio de su exjefe en París y la defensa en busca de más testigos, la aterrorizaba que la red se estuviera cerrando.

CAPÍTULO SIETE

Mientras ayudaba a los niños con la rutina nocturna de bañarse y ponerse el pijama, Cassie no podía quitarse el perturbador mensaje de la cabeza. Intentó convencerse de que el equipo legal de Pierre Dubois la podría haber contactado directamente, sin necesidad de rastrear una vieja amiga de la escuela, pero aún así alguien la estaba buscando.

Necesitaba averiguar quién era esa persona de manera urgente.

Luego de haber ordenado el baño, le respondió a Renee.

“¿Tienes el número de esa señora? ¿Te dijo su nombre?”

Dejó su teléfono y se fue a la cocina a ayudar a Madison a poner la mesa, con todos los extras que acompañaban la pizza: sal y pimienta, ajo molido, salsa tabasco y mayonesa.

–A Dylan le gusta la mayonesa —explicó ella—. Es asquerosa.

–Pienso lo mismo —confesó Cassie, y el corazón le dio un vuelco al escuchar que se abría la puerta de entrada.

Madison salió corriendo de la cocina, y Cassie la siguió de cerca.

–¡Entrega a domicilio! —Exclamó Ryan, entregándole a Madison una de las cajas con pizza de la pila que cargaba—. Qué bueno estar adentro. Afuera está cada vez más frío y oscuro.

Miró a Cassie y, como ella esperaba, en su rostro se dibujó una sonrisa extremadamente atractiva.

–¡Hola, Cassie! Estás preciosa. Veo que tienes color en tus mejillas gracias al aire del mar. Estoy ansioso por que me cuenten cómo pasaron el día.

Cassie le devolvió la sonrisa, agradecida de que él asumiera que la causa de tener el rostro sonrojado era el aire fresco y no porque se hubiese empezado a sentir entusiasmada y extrañamente cohibida en cuanto él llegó.

Mientras cargaba el resto de las cajas que él había traído, se dijo a sí misma que se sentiría mejor cuando el enamoramiento por su jefe se apaciguara.

Unos minutos después, Ryan entró en la cocina y Cassie vio que traía una bolsa de papel marrón.

–Compré regalos para todos —anunció.

–¿Qué me compraste? —le preguntó Madison.

–Paciencia, cariño. Primero sentémonos.

Cuando los niños se sentaron en la mesa, abrió la bolsa.

–Maddie, te compré esto.

Era una blusa negra y ajustada, con un texto en brillantina rosada escrito al revés.

El texto decía: “Esta es mi camiseta para el paro de manos”.

–Ay, es muy linda. Estoy ansiosa por ponérmela para ir a gimnasia —dijo Madison, rebosante de alegría mientras volteaba la camiseta y observaba los destellos de luz.

–Esto es para ti, Dylan.

Su regalo era una camiseta de ciclista, de manga larga y color amarillo fluorescente.

–Genial, papá. Gracias.

–Espero que te mantenga a salvo, ahora que las mañanas están cada vez más oscuras. Y para ti, Cassie, te traje esto.

Para sorpresa de Cassie, Ryan sacó de la bolsa un par de guantes abrigados y elegantes. Se sorprendió aún más al darse cuenta de que eran prácticamente idénticos a los que se había probado en el pueblo.

–Ay, son preciosos, y me serán muy útiles.

Cassie se dio cuenta, consternada, de que estaba otra vez envuelta en el enamoramiento y se imaginaba usando los guantes mientras se sentaba afuera con él a beber vino.

–Espero que sean del tamaño correcto. Hice lo posible por imaginarme tus manos cuando los compraba —dijo Ryan.

Por un momento, Cassie no pudo respirar al preguntarse si él estaba pensando lo mismo que ella.

–Bueno, ¿se divirtieron hoy? —preguntó Ryan.

–Nos divertimos mucho. Había un mago en el pueblo. Me dio un muñeco de nieve, engañó a Dylan y se quedó con sus cinco libras, pero luego Cassie adivinó en dónde estaba la carta y se la ganó, aunque no ganó dinero.

–¿Qué carta ganó? —le preguntó Ryan a su hija.

–La reina de corazones, así que el mago le dijo que el amor golpeará a su puerta.

Cassie dio un sorbo al jugo de naranja porque no sabía para dónde mirar y le daba vergüenza encontrarse con los ojos de Ryan.

–Bueno, creo que Cassie merece esa carta y todo lo que trae con ella —dijo Ryan, haciendo que por poco derramara el jugo cuando ponía el vaso sobre la mesa.

–¿Qué hicieron después de eso? —preguntó él.

–Empezamos a hablar de distracciones camino a la parada de autobús, ¡Cassie me distrajo y me robó mi manzana acaramelada!

Madison lo dijo atropelladamente, y aunque Dylan estaba muy ocupado comiendo pizza como para decir mucho, asintió con entusiasmo.

–Nosotros también te compramos algo —dijo Cassie, y tímidamente le entregó los anacardos.

–¡Mis favoritos! Mañana tengo un día muy ocupado, los llevaré conmigo para el almuerzo. Qué sorpresa. Gracias por este regalo tan considerado.

Mientras decía las últimas palabras, miró directamente a Cassie, y sus ojos azules mantuvieron la mirada por varios segundos.

Devoraron las pizzas, y si bien Cassie no tenía mucho apetito, los demás lo compensaron comiéndose hasta la última porción. Después llevó a los niños a la sala de estar para su tiempo asignado de televisión. Luego de mirar un programa de talentos que todos disfrutaron, los llevó a la cama.

Madison aún estaba entusiasmada por las aventuras del día y el programa de talentos, en el que habían participado dos grupos de gimnastas escolares.

–Creo que algún día quisiera ser gimnasta —dijo.

–Lleva mucho esfuerzo, pero si es tu sueño debes perseguirlo —le aconsejó Cassie.

–Siento que no voy a poder dormir.

–¿Quieres que hablemos un poco más? ¿O quieres que te lea una historia?

Cassie intentó no sentirse impaciente ante la idea de Ryan, sentado afuera con su vino, esperándola a ella. O quizás él no la esperaría y se iría a dormir temprano. En cuyo caso se perdería la oportunidad de contarle acerca del robo de Dylan.

El recuerdo la sobresaltó. La felicidad por el regalo atento y la charla durante la cena habían hecho que se olvidara del desagradable incidente. Era su deber contárselo a Ryan, aún si terminaba arruinando lo que había sido un día maravilloso.

–Me gustaría leer un poco.

Madison se levantó con dificultad entre las sábanas, fue hasta el estante y eligió un libro que evidentemente había leído muchas veces, porque tenía el lomo arrugado y las páginas dobladas.

–Esta es la historia de una niña común que llega a ser una bailarina de ballet. La disfruto mucho, es apasionante. Cada vez que la leo es apasionante. ¿Crees que eso es extraño?

–No, para nada. Las mejores historias siempre te hacen sentir así —dijo Cassie.

–Cassie, ¿crees que enseñan gimnasia en los internados?

Otra vez la mención a los internados. Cassie hizo una pausa.

–Sí, sobre todo porque los internados son generalmente escuelas más grandes. Creo que deben tener muchas instalaciones deportivas.

Madison parecía satisfecha con la respuesta, pero luego tuvo otro pensamiento.

–¿Los internados dejan que te quedes ahí durante las vacaciones?

–No, tienes que volver a casa para las vacaciones. ¿Por qué querrías quedarte en la escuela?

Cassie esperaba que Madison le respondiera, pero ella se tapó con el cobertor hasta el mentón y abrió el libro.

–Solo tenía curiosidad. Buenas noches. Apagaré la luz más tarde.

–Pasaré a controlarte —prometió Cassie antes de cerrar la puerta.

Corrió a su habitación, tomó su saco y se puso los preciosos guantes nuevos, luego se apresuró al balcón.

Vio con alivio que Ryan aún estaba allí. En realidad, se estremeció de felicidad al ver que él la había esperado antes de servir el vino. En cuanto él la vio se levantó, acercó una silla y mulló el almohadón antes de que ella se sentara.

–Salud. Gracias por lo que hiciste hoy. Ver a los niños tan felices es la mejor sensación del mundo.

–Salud.

Cuando su copa de vino tocaba la de él, recordó que no había sido un día perfecto. Había habido un serio incidente. ¿Cómo se lo iba a contar? ¿Qué pasaría si él la criticaba y decía que lo tendría que haber manejado de otra forma?

Decidió que lo mejor sería decírselo poco a poco y sacar el tema de manera casual. Esperaba que Ryan volviera a mencionar su divorcio, porque eso le daría pie para que ella dijera: “Sabes, creo que el divorcio ha sido más problemático para Dylan de lo que creemos, porque luego de que Madison mencionara a su madre, robó unos dulces de la tienda”.

Hablaron por un rato del clima, de que se suponía que mañana iba a hacer un lindo día, y de los horarios de los niños. Ryan le explicó que el autobús escolar los recogería a las siete y media de la mañana, y que para esa hora él ya se habría ido; y que los niños le dirían a qué hora terminaban las clases y si los tenía que llevar a alguna actividad.

–Hay un calendario con los horarios en la puerta de mi armario, del lado de adentro, si lo quieres corroborar —dijo él—. Lo actualizo cada vez que hay cambios en los horarios.

–Muchas gracias. Lo corroboraré si es necesario —dijo Cassie.

–Sabes —dijo Ryan, y Cassie se puso tensa y vació su copa de vino, porque su tono de voz había cambiado y se había vuelto más serio.

Estaba segura de que él iba a mencionar su divorcio, y eso quería decir que era el momento para que ella sacara el difícil tema del robo de Dylan.

Él volvió a llenar las copas antes de continuar.

–Sabes, hoy te tuve mucho en mi mente. En cuanto vi los guantes pensé en ti y me di cuenta de cuánto disfruté nuestra charla de ayer aquí afuera. Los guantes son, en realidad, una forma de decir que me encantaría que todas las noches pases aquí conmigo.

Por un momento, Cassie no supo qué decir. No podía creer lo que Ryan acababa de decir. Luego, cuando asimiló sus palabras, sintió que la felicidad la inundaba.

–Me encantaría. Disfruté del momento que pasamos juntos anoche.

Quería decir más, pero se detuvo. Tenía que ser precavida al soltar las emociones que crecían en su interior, porque el comentario de Ryan podía haber sido solo por cortesía.

–¿Te quedan bien?

Puso la mano izquierda de Cassie sobre la palma de su mano y con el pulgar tanteó suavemente los dedos de ella.

–Sí, me quedan perfectos. Y no siento nada de frío con ellos.

El corazón le latía tan rápido que se preguntó si él podía sentir el martilleo de su pulso, mientras le acariciaba suavemente la muñeca con los dedos antes de soltarla.

–Te admiro mucho, diste un paso muy importante al viajar al extranjero. ¿Decidiste hacerlo tú sola? ¿O con una amiga?

–Todo sola —dijo Cassie, encantada de que él valorara lo que eso requería.

–Eso es sensacional. ¿Qué piensa tu familia?

Cassie no quería mentir, así que hizo lo mejor que pudo para esquivar el asunto.

–Todos me apoyaron. Amigos, familia y mis antiguos jefes. Sí tuve algunos amigos que me decían que iba a extrañar y que volvería pronto, pero eso no ocurrió.

–¿Y dejaste a alguien especial allá? ¿Un novio, quizás?

Cassie apenas podía respirar al darse cuenta de lo que esa pregunta podía implicar. ¿Ryan le estaba insinuando algo? ¿O se trataba tan solo de una pregunta casual para saber más de ella? Tenía que ser cautelosa, porque él la había deslumbrado tanto que podría farfullar algo inapropiado fácilmente.

–No tengo novio. Salía con alguien a comienzos de este año en Estados Unidos, pero nos separamos un tiempo antes de que me fuera.

Eso no era cierto. Había terminado la relación con su novio violento dos semanas antes de irse, y una de las principales razones para viajar al exterior era para irse bien lejos, a donde él no la pudiera seguir y ella no pudiera cambiar de idea.

Cassie no le podía contar a Ryan la verdadera versión. Aquí y ahora, observando a la distancia las blancas crestas de las olas rodar hacia la orilla, quería que él pensara que su última relación había sido en un pasado lejano, que estaba tranquila y que no la había afectado, y que estaba lista para una nueva relación.

–Me alegro que me lo hayas dicho. Hubiese estado mal de mi parte si no me aseguraba —dijo Ryan suavemente—. Y supongo que fuiste tú la que terminaste, porque no creo que haya sido al revés.

Cassie se lo quedó mirando, hipnotizada por sus pálidos ojos azules, sintiéndose como si estuviese en un sueño.

–Sí, fui yo. No estaba funcionando y tuve que tomar una decisión difícil.

Él asintió.

–Eso fue lo que percibí de ti la primera vez que hablamos. Tu fortaleza interna. Esa capacidad para saber lo que quieres y para luchar por ello, y por otro lado tienes una empatía, dulzura y sabiduría increíbles.

–Bueno, no sé si sabiduría. La mayor parte del tiempo no me siento muy sabia.

Ryan se rió.

–Eso es porque estás demasiado ocupada viviendo la vida para ser demasiado introspectiva. Otra gran cualidad.

–Bueno, creo que mientras esté aquí podría aprender de un experto en esa materia —argumentó.

–¿No crees que la vida es más divertida cuando la vives con alguien que hace que valga la pena?

Sus palabras eran provocativas, pero su rostro era serio, y ella no podía apartar la mirada.

–Sí, definitivamente —susurró.

Esta no parecía una conversación normal. Significaba algo más. Debía significar algo más.

Ryan dejó su copa y la tomó de la mano para ayudarla a levantarse del almohadón profundo. Deslizó el brazo alrededor de su cintura de manera casual, por unos segundos, mientras ella se volteaba para ir para adentro.

–Que duermas bien —le dijo cuando llegaron a la puerta de su habitación.

Le rozó la parte baja de la espalda con la mano mientras se inclinaba hacia ella. Por un segundo, Cassie contempló con ojos fascinados la forma de sus labios, sensuales y firmes, enmarcados por un tenue contorno de barba incipiente.

Luego, sus labios tocaron los de ella solo por un momento, antes de que se alejara y dijera, suavemente, “Buenas noches”.

Cassie lo observó hasta que cerró la puerta de su dormitorio y luego, sintiéndose como si estuviese flotando en el aire, verificó que la luz de la habitación de Madison estuviera apagada y volvió a la suya.

Se sobresaltó al darse cuenta de que se había olvidado decirle a Ryan lo del robo.

No había tenido la oportunidad. La noche no había tomado ese camino, sino que se había desviado en una dirección totalmente diferente e inesperada, que la había dejado sintiéndose fascinada, esperanzada y expectante. Con ese beso sentía como si una puerta se hubiese abierto y a través de ella había podido entrever algo que cambiaría su mundo entero.

¿Lo había hecho de forma amistosa? ¿O lo había hecho por otra razón? No estaba segura, aunque así lo creía. La incertidumbre la hacía sentirse nerviosa y entusiasmada, pero en el buen sentido.

De vuelta en su habitación, volvió a revisar sus menajes y vio que Renee le había respondido.

“La mujer dijo que llamaba de un teléfono público. Así que no me dejó su número. Si vuelve a llamar le preguntaré su nombre”.

Mientras leía el mensaje, Cassie tuvo una idea repentina.

Esa mujer misteriosa había llamado desde un teléfono público, no había querido dejar sus datos y había contactado a una de las pocas amigas de la escuela de Cassie que aún vivía en su ciudad natal.

El padre de Cassie se había mudado de donde ellas habían crecido. Se había mudado muchas veces, cambiando de trabajo, cambiando de novias y perdiendo su teléfono en casi todas sus borracheras. No había estado en contacto con él en muchos años y no quería verlo nunca más. Estaba envejeciendo, su salud era frágil y había construido la vida que se merecía. Sin embargo, esto quería decir que él ya no podía ser localizado por familiares que quisieran ponerse en contacto. Incluso ella no sabía cómo comunicarse con su padre ahora.

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