Interestatal

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Interestatal

STEPHEN DIXON

Nathan Frey viaja en auto por la autopista con sus dos hijas de 6 y 9 años, vuelven de un fin de semana largo en Nueva York, donde visitaron a la familia de su esposa, quien decidió quedarse un par de días más con sus padres. Un viaje normal, hasta que surge una especie de altercado con dos hombres que van en otro auto. Y con ese evento, se desata la más tremenda y conmovedora obra de Stephen Dixon.

Como en una especie de loop, luego del primer capítulo, donde se narra la vida de Nat y de su familia en los años siguientes, el narrador repasa aquel viaje en auto siete veces más, cada vez desde una óptica diferente o haciendo foco en momentos puntuales: Nueva York los días previos a la partida, diálogos con sus hijas durante el viaje. ¿Qué hacer si lo inpensable sucede? ¿Cómo se puede estar seguro de que algo sucedió de la manera en que uno lo recuerda o de la manera en que nos lo han contado?

Un libro vanguardista y universal, profundamente psicológico, que con una intensidad emocional extraordinaria logra tener al lector atrapado de principio a fin en los pliegues de la mente del protagonista, un padre que adora a sus hijas y que lucha contra sus paranoias y miedos de todas las maneras posibles.

Ni Italo Calvino ni Alain Robbe-Grillet alguna vez consiguieron algo tan cruelmente audaz (aunque lo intentaron) o tan perturbador como Interestatal.

The New York Times Book Review

Interestatal

Stephen Dixon

Traducción de Ariel Dilon


Índice

  Cubierta

  Sobre este libro

  Portada

  Dedicatoria

  Interestatal

  Interestatal 2

  Interestatal 3

  Interestatal 4

  Interestatal 5

  Interestatal 6

  Interestatal 7

  Interestatal 8

  Sobre el autor

  Página de legales

  Créditos

  Otros títulos de esta colección

A Gusta y Gregory Frydman.

Partes de Interestatal aparecieron en las siguientes publicaciones: American Short Fiction, Antietam Review, Antioch Review, Arts & Sciences, Asylum Annual 94 & 95, Bakunin, Boston Review, Boulevard, Cream City Review, Florida Review, Georgetown Review, Glimmer Train, Kenyon Review, Paris Transcontinental, Pequod, Triquarterly y Western Humanities Review.

INTERESTATAL

Va manejando el auto por la interestatal, con las dos nenas, cuando un auto acelera a su lado y se mantiene por un momento a la par, y él lo mira y el tipo que va al lado del conductor de lo que en realidad es una miniván le hace señas para que baje su ventanilla. Él alza la frente en una expresión de “¿Qué pasa?”, pero a través de su ventanilla abierta el tipo vuelve a hacerle gestos para que baje la suya, luego saca la mano afuera y señala hacia la parte de atrás del auto de Nat y él dice: “¿Mi rueda, pasa algo con mi rueda?”, y el tipo sacude la cabeza y con las manos forma una bocina delante de su boca, como si quisiera decirle algo. Él baja su ventanilla, mientras lo hace disminuye un poco la velocidad, y la camioneta sigue pegada a su costado, las nenas juegan a algún juego de cartas para chicos en la parte de atrás, aunque están atadas a sus asientos, y cuando ha bajado casi del todo la ventanilla y la mano que usó para bajarla regresa al volante, el tipo del auto saca una pistola a través de la ventanilla y la apunta a su cabeza. “¿Qué? ¿Qué demonios está haciendo?”, dice, “¿está loco?”, y el tipo se ríe pero no deja de apuntar, y también el conductor se ríe y él dice: “¿Qué es esto? ¿Qué tengo que… qué quieren?”, y el tipo pone su mano libre detrás de su oreja y dice: “¿Qué, qué, qué? No oigo”, con el conductor que ahora se ríe todavía más fuerte, y él dice: “Dije qué quieren de mí”, y el tipo dice: “Solo asustarte, eso es todo, sabes, y estás asustado, ¿verdad?… mira al imbécil, cagado de miedo”, y él dice: “Muy bien, de acuerdo, muy asustado, así que ya bájala”, y las nenas se ponen a chillar, probablemente apartaron los ojos de su juego de cartas y vieron lo que estaba pasando, o una de ellas lo hizo y la otra la siguió, o simplemente lo oyeron a él y entonces miraron, o habían estado chillando todo el tiempo y él no las oyó, pero no las mira por el retrovisor, no hay tiempo, únicamente se concentra en la pistola y en el tipo que la sostiene, pensando qué hacer y se dice: “Piérdelos”, y pisa el pedal del acelerador a fondo y se adelanta a la camioneta pero esta se vuelve a poner a la par y, aunque él sigue pisando a fondo, la camioneta se mantiene a su lado e incluso se le adelanta un poco y vuelve a aparejársele, con el tipo que sigue apuntando la pistola a través de la ventanilla abierta y que ahora le hace muecas, el conductor que se ríe histéricamente, dando palmadas sobre el tablero, la cosa parece ser tan divertida y él piensa: “¿Debería subir la ventanilla o mantenerla baja?, porque si la subo, el tipo podría tomarlo a mal y disparar, si es que tiene balas ahí”, y mira alrededor, no hay más autos en su lado de la interestatal, salvo alguno que otro a buena distancia adelante y atrás, ningún auto de la policía que venga por la otra mano o estacionado en el cantero central hasta donde él puede ver, y grita: “Chicas, abajo, agachen la cabeza, dejen de chillar, hagan lo que papi dice”, y las ve por el retrovisor, mirando a la camioneta y chillando, y grita: “Dije abajo, ahora, ahora, desaten sus cinturones y cállense, sus gritos no me dejan pensar”, y aminora la velocidad y sube la ventanilla y la camioneta aminora hasta que queda a la par con él, y el tipo que saca el arma por la ventanilla palmea con su mano la mano libre del conductor, y entonces el tipo apunta la pistola al asiento de atrás, con las nenas ahí agachadas y llorando, tal vez en el piso, tal vez en el asiento, ya que él no puede verlas, y se pasa al carril lento y la camioneta se pone a su lado en el carril intermedio, y entonces él se tira a la banquina, frena, rápidamente pone el cambio y circula marcha atrás por la banquina sobre algunas matas, y la camioneta sigue alejándose pero mucho más despacio y desde unos treinta y luego sesenta y ochenta y cien metros de distancia el tipo afirma el brazo de la pistola con su otra mano y apunta hacia su auto y él grita: “Chicas, quédense abajo”, porque ahora las dos están mirando hacia afuera por la luneta, tal vez debido a la sacudida y la súbita marcha atrás, y unas balas atraviesan el parabrisas. Él grita de dolor, tiene vidrios en la cabeza y una bala en su mano, grita: “Chicas, ¿están bien?”, porque hay gritos ahí atrás pero solo de una de ellas, y su hija mayor dice: “Papi, Julie no se mueve, papi, está sangrando, papi, no veo que respire, creo que está muerta”.

Al día siguiente hay un funeral, y un día después, mientras su esposa y sus familias están de duelo en la casa, él sale por la misma interestatal buscando a aquellos tipos, lamentando no haberlo hecho en las pocas horas con luz de día que tuvo la jornada anterior. Circula por la interestatal cada uno de los días que siguen, buscándolos en alguno de los paradores de la autopista o en el auto en el que andaban, una miniván blanca, bastante nueva, Chevy o Ford, o en cualquier vehículo que pudiesen tener ahora, él no creía que fuese aquella misma camioneta, aunque podían ser así de estúpidos o despreocupados, intrépidos estuvo a punto de llamarlos, cuando lo que quería decir era bravucones, esas malditas hienas. Conoce sus caras, qué aspecto tienen y, le parece, cómo les gusta vestirse. Sabe que la posibilidad de encontrarlos es muy remota, que probablemente se mantengan apartados de esta autopista, si es que tienen alguna razón para andar por ella otra vez, traficar drogas quizás, si ese es el término correcto para distribuir drogas aquí y allá, algo a lo que ha pensado que se dedicarían, o a traficar armas, es otra posibilidad. Pero entonces deben pensar que esta autopista es mejor que cualquiera, porque es ancha y rápida, esa es una buena razón, y es la última por la que los policías podrían pensar que andarían después de lo que hicieron, si acaso lo saben por los diarios y la radio y demás. Ya que hasta donde saben o les importa solo le dispararon al parabrisas, grandes risotadas, pero no le acertaron ni hirieron mucho a nadie salvo tal vez por alguna astilla de vidrio. O tal vez el conductor tenía los ojos pegados al camino, y para el momento en que el otro tipo terminó de disparar, la camioneta ya estaba demasiado lejos como para que viera si le había dado a algo, o la pistola tenía retroceso o lo que sea que hagan las pistolas, le pegó en el ojo, incluso, por firme que la sostuviera, de modo que ni siquiera se fijó o no pudo ver si le había dado a algo. También podrían haber estado tan lejos del lugar de los disparos al día siguiente que no habría noticias en los diarios locales de donde estuvieran o en las estaciones de radio y televisión de allá, no es que él crea que lean la sección de noticias de los diarios o que escuchen los informativos de la radio o la tele, ni siquiera cuando esas noticias se relacionen con ellos. O podían estar demasiado drogados o bebidos para leer, mirar o escuchar, si es que miran, escuchan o leen las noticias, o demasiado ocupados desprendiéndose de las drogas o las armas que estaban entregando o recogiendo, o cualquiera que sea la actividad criminal a la que se dirigían, porque ciertamente están en alguna clase de delito como ese. Una posibilidad muy remota, entonces, pero la única que considera que tiene de encontrar a aquellos hombres, especialmente al tipo que pareció iniciar la cosa o que estuvo más involucrado en ella y que fácilmente habría podido terminarla, el de la pistola, y encontrarlos y ponerse a la par y hacer que mueran si puede, por sus manos o las del Estado, y si el Estado no lo hace entonces él irá con una pistola a la corte el último día del juicio para hacerlo personalmente, o con un martillo, o mejor, un pico, y especialmente al tipo ese, es lo único que ahora mismo quiere hacer.

 

Pasa días en la interestatal, unas diez horas cada día durante varias semanas, tomando hacia el sur en el gran puente y atravesando su propio estado por ciento treinta kilómetros o más, en la dirección que llevaba aquel día, dando la vuelta en el límite del estado y otra vez al norte rumbo al puente, y así sucesivamente, norte-sur, sur-norte, cada dos horas más o menos o parando a tomar un café o un refrigerio en algún parador de la autopista donde mira en busca de esos tipos en los restaurantes y lugares de comida rápida, adentro y afuera en los estacionamientos por los que maneja buscando la camioneta, y ocasionalmente para cargar combustible y entonces les pregunta a los playeros si han visto últimamente una miniván blanca, Chevy o Ford –aunque, cuando vio las propagandas de las diferentes camionetas, no pudo distinguir una de otra–, no sabe de qué estado es la patente, pero con uno o dos hombres en el interior y con el aspecto que él describe. La mano ya está mejor, por un tiempo tuvo que manejar el volante y los cambios con la derecha, a lo que le costó un poco acostumbrarse, y al principio de la búsqueda su mujer le decía que era comprensible pero un poquito loco esto que hace, arriesgando su salud al dañar su mano todavía más, aumentando las chances de accidente al conducir tanto y durante tantas horas por día y con una mano herida y manteniéndose despierto sobre todo a fuerza de café, abandonando a su familia cuando realmente lo necesitan, acaso perdiendo su empleo y vaciando sus ahorros y simplemente haciendo algo inservible y fútil, porque nunca los encontrará, ni una en un millón de que alguna vez los vea pasar siquiera en sentido opuesto, y si llega a tener esa suerte y los alcanza, probablemente ellos lo maten en el segundo mismo en que lo reconozcan, porque son profesionales en eso, sin ningún remordimiento por lo que hacen, mientras que él es solo un histérico sin experiencia, y sigue diciendo que eso que él hace es loco pero ya no “un poquito” ni “comprensible”, pero él lo sigue haciendo, y cuanto más tiempo lo haga, mayor es la chance de que los encuentre, piensa –si antes no estuvieron en la interestatal, estarán ahora, a menos que desde entonces hayan ido a prisión o los hayan matado por los asuntos en los que están metidos, porque sentirán que ya todo pasó al olvido o casi, y que pueden andar otra vez por la interestatal porque nadie los está buscando realmente–, se toma una licencia semanal tras otra volviendo a decir que está en estado de shock por lo de su hija, hasta que le dicen que vea al psicólogo de la compañía y cuando se niega –una razón, que no les dice, es que eso le quitaría tiempo para su búsqueda, y otra es que no cree que el psicólogo vaya a creerle–, entonces que sea un terapeuta privado, elegido por él, y que deberá enviarles su informe a ellos, y cuando dice que lo único que necesita es descansar y no un doctor, lo despiden.

Unos meses después de iniciar la búsqueda ve una miniván blanca como la de aquel día, que va por la interestatal en dirección contraria, y como muchas que ha visto y unas pocas que ha seguido porque le pareció ver en ellas a uno o dos de aquellos hombres y aceleró hasta ponerse a la par y vio que estaba equivocado, también en esta le dio la impresión de que iban dos hombres parecidos a los de aquel día, más o menos de la misma edad que ellos y los dos con bigotes y sombreros estilo fedora, y el conductor con lentes de sol oscuros, más parecidos que cualquier par de tipos que haya visto hasta ahora en esa clase de miniván blanca, y atraviesa el cantero de césped en el medio de la autopista, tratando de mantener sus ojos sobre la camioneta blanca mientras espera que termine de pasar un pelotón de autos, corre a ciento treinta kilómetros por hora para alcanzarla y es interceptado por un auto de la policía sin distintivos, y aunque explica por qué está conduciendo tan rápido y le pide al policía que persiga a la camioneta, este le dice: “Tiene que mantenerse dentro de la ley, no importa a quién esté siguiendo, y ese auto ya está muy lejos, si es que su excusa de hecho es confiable”, y le hace una multa bastante elevada.

Prolonga su búsqueda otro mes más, para entonces su hija y su mujer se han ido a vivir con la familia de ella en Nueva York, y él está tocando fondo con los pequeños ahorros que le pidió que le dejara al irse, cuando ve del otro lado de la interestatal lo que le parece que es la misma camioneta de la última vez, y un solo tipo en su interior con bigote y le parece que con un sombrero estilo fedora, pero sin lentes de sol. Un alambrado separa las dos direcciones, de manera que avanza alrededor de un kilómetro y medio más antes de lograr cruzar por el primer paso vedado al tránsito por entre el cerco, va exactamente a ciento cinco por hora en el carril rápido hasta que divisa una miniván blanca en la distancia y espera que sea la misma que vio más de cinco minutos atrás, acelera, tal vez el tipo conduzca al máximo legal de velocidad para no arriesgarse a ser detenido por la policía si es que es el mismo tipo, se pone detrás de él en uno de los tres carriles centrales y anota la patente con una lapicera y un bloc que ha pegado en el tablero para un caso como este, desde atrás el conductor se parece al de aquel día cuando la camioneta no se detuvo mientras el otro tipo les disparaba, se pone a la par por la izquierda en el carril central contiguo y mira al interior. El mismo conductor, no puede creerlo, está casi seguro de que es él y se esmera en mirar otra vez, está seguro y grita: “Santo cielo, oh Dios mío”, y golpea con su puño el asiento del acompañante y se mantiene a la par y piensa: ¿qué es lo que hará? ¿Seguirlo y luego buscar a la policía para que lo agarren, después de que él vea en qué casa o negocio o lo que sea se ha metido? No. Primero darle un susto del demonio y luego hacer lo que pueda para provocarle al tipo un accidente, pero no uno grave, porque no quiere matarlo ya que es el otro tipo a quien quiere encontrar mucho más intensamente que a este. Y toca la bocina y el conductor sigue mirando hacia adelante, con las ventanillas alzadas, escuchando algún ritmo pesado, parece, porque su cabeza se menea hacia atrás y adelante, y su boca se mueve como si estuviese cantando o haciendo algo con la música, y él toca la bocina una y otra vez y el conductor mira el retrovisor y después, cuando él toca otra vez la bocina, mira hacia su derecha y él asiente, dice: “Así es, sí, yo”, y baja su ventanilla y con la mano le indica al conductor que baje la suya y el conductor alza las cejas con una expresión como de “Eh, ¿qué hay, viejo?”, y él dice en voz alta, para sí mismo: “Dios, si es tan solo aquello que hice ese día, el muy bastardo”, y toca la bocina repetidamente y el conductor parece decir con su expresión: “¿Qué pasa contigo, viejo, te volviste loco con la bocina o qué?”, y a través de la ventanilla él le apunta al conductor con su mano en forma de pistola y el conductor sonríe y le apunta con su mano en forma de pistola por encima del asiento, y luego parece hacer bang-bang con su boca y él dice: “Bang-bang a ti también, maldito bastardo, rata miserable, ¿me oyes?”, y el conductor se ríe pero con una risa fingida y vuelve a mirar la carretera y él toca una y otra vez la bocina, hasta que el conductor lo mira y él se golpea el pecho con el pulgar y dice: “¿Yo? Yo soy el maldito padre de la niña que mataste, ¿te acuerdas de mí?”, y el conductor sonríe y se señala la oreja mientras agita la cabeza y luego mira otra vez la carretera, y él toca repetidamente la bocina y el conductor sigue mirando hacia adelante, aunque cada treinta segundos o algo así echa un vistazo para ver si el auto sigue a su lado, y gradualmente levanta velocidad y cuando van más o menos a setenta por hora él se mete en el carril del conductor y lentamente se acerca a la camioneta lo bastante como para golpear su costado con el costado de su auto, y luego vira a la derecha y endereza justo cuando está a punto de perder el control, y conduce paralelo a la camioneta a unos pocos centímetros de distancia, el conductor se ve alarmado y a través de su ventanilla cerrada parece gritarle mientras agita un puño: “¿Qué te pasa, estás demente, maldito imbécil? Voy a matarte”, y acelera y él lo sigue, pero no logra mantenerse a la par cuando la camioneta casi alcanza los ciento sesenta kilómetros por hora y su auto como mucho puede dar ciento treinta y cinco, de modo que simplemente la observa hasta que la pierde y luego baja a algo más de cien y sigue circulando así durante varios kilómetros, esperando que alguna patrulla haya desviado a la camioneta por ir a semejante velocidad, pero o bien la camioneta ya salió de la interestatal o las patrullas no pudieron alcanzarla hasta después de que salió de la autopista o ninguna lo hizo.

Conduce por la interestatal durante otras dos semanas y luego se rinde; probablemente ya no anden por esa autopista, piensa, o consiguieron un auto diferente, pero ahora que saben que él anda buscándolos y que incluso le ha dicho a la policía que los vio, o tal vez solo lo sabe el conductor –el otro tipo podría estar en cualquier otra parte, incluso pueden haberlo matado de un tiro a estas alturas, involucrado como estaba en lo que sea que estuviese involucrado y habiendo exhibido la clase de locura que exhibió–, no van a arriesgarse a andar en esa camioneta o por esa autopista, no importa cuán idiotas o insensatos puedan ser. Él aquel día le pidió a la policía que verificara una miniván Ford blanca con el número de patente de Florida que les suministró, y que o bien tiene un golpe en su lado derecho, o bien se le estará haciendo un arreglo de chapa en ese lado, pero ellos no pueden localizar ninguna camioneta como esa en ninguno de los estados con los que mantienen comunicación, y las placas de Florida fueron denunciadas como robadas en Georgia algunos días atrás.

Llama a su esposa y le pide que vuelva, “Ya me harté de buscar a esos tipos y primero que nada voy a conseguir un empleo y volver a poner mi vida en orden”, pero ella dice que no puede, que todo se acabó, es mejor que se divorcien, pues él ha mostrado algo de sí mismo en todo esto –no importa cuán terribles puedan haber sido las circunstancias para provocarlo– que ella no quiere arriesgarse a experimentar nunca más. Él ha hablado con su hija casi todos los días desde que ella y su mujer se fueron, mayormente apenas: “¿Cómo estás?” “Bien”, “¿Qué has estado haciendo últimamente?” “Cosas”, “¿Algo en particular?” “No mucho”, “¿Tal vez algo nuevo sobre lo que quieras contarme?” “Hoy no”, “¿Cómo te está yendo en la escuela?” “Todo bien”, “¿Y tu mami?” “Está bien, supongo”, “¿Por qué, le pasó algo?” “No, todo está igual”, “Te quiero, mi amorcito” “Yo también te quiero, papi”, y también ahora pide hablar con ella y le dice que la ama, “no es nada nuevo para ti, ya lo sé, pero como a nadie sobre la tierra, ni siquiera a tu mami, y amé a tu hermana tanto como te amo a ti, y siempre seré un hombre roto por culpa de lo que pasó ese día con ustedes dos en la autopista, ¿sabes lo que es un hombre roto en el sentido que lo dije?”, y ella dice que cree que lo sabe, “no quiere decir partido al medio como un palito sino que es sobre la tristeza”, y él dice: “Aunque por supuesto también sé todo lo horrible que fue y que debe seguir siendo para ti eso que pasó, tan horrible como para mí, y me gustaría que estuvieras conmigo así podría ayudarte y tú, con solo estar conmigo y tal vez con alguna de las cosas que dirías, podrías ayudarme, ¿entiendes lo que quiero decir, mi dulce, o solo estoy siendo estúpidamente complicado otra vez?”, y ella dice: “Entiendo, pero no puedo hacer eso que dices porque tengo que estar con mami”, y él dice: “Lo sé, y yo también quiero que estés con ella, pero me gustaría que pudiéramos estar todos juntos otra vez, no solamente con Julie, por supuesto, pero si eso es imposible, entonces al menos los tres que quedamos”, y ella dice: “Mami dice que no podemos, y no sé por cuánto tiempo, pero ella desearía lo mismo sobre Julie”, y él dice: “Probablemente ahora mismo tampoco quieres estar sola conmigo… está bien, no tienes que contestar a eso, no quiero ponerte en el brete, ¿y sabes lo que eso quiere decir… o sea, lo del brete?”, y ella dice: “Puedo imaginarme”, y él dice: “Porque tú ves que es obvio que yo sigo fuera de mí con todo esto, quiero decir afligido, quiero decir sintiéndome miserable, esta historia de la autopista, y es por eso que digo que entiendo por qué no querrías estar sola conmigo ahora, debe asustar, aunque por favor nunca te asustes de mí, pero muy pronto volveré a estar casi casi totalmente normal y luego tal vez casi totalmente normal, y casi totalmente normal y normal son más o menos lo mismo, aunque siempre sin contar una parte por tu hermana, por supuesto, lo cual está bien y es normal, y también sin contar lo que esto les causó a mami y a ti, y sin embargo no lo suficiente como para que vuelva a ser, ni cerca, normal”, y ella dice: “Papi, no entiendo nada de lo que estás diciendo ahora”, y él: “De todos modos, lo que estoy diciendo es que cuando haya vuelto a ser casi lo que era, lo cual posiblemente suceda muy pronto, puedes venir a quedarte conmigo, la mitad del tiempo con tu mami y la mitad conmigo”, y ella: “Veremos”, y él: “Entonces solo los fines de semana, o algún que otro fin de semana y los veranos o un mes de cada año”, y ella dice: “Tampoco sé nada sobre eso, tendrás que discutirlo con mami”, y él dice: “‘Discutirlo’, ay, eso me encanta, te estás poniendo tan grande y despierta que también por eso quiero que estés conmigo, ahora o muy pronto, antes de que crezcas realmente y cuando ya no necesites estar más con tus padres, tan solo te perderé naturalmente de la misma manera que te perdería incluso si mami y tú estuvieran viviendo conmigo”, y ella: “Tal vez, no estoy segura de eso”. “Ya sabes”, dice él, “aunque tal vez no, a menos que tu mami te lo haya dicho, pero casi atrapo al conductor de aquel auto… aquella camioneta, una miniván, una Ford resultó ser”, y ella: “No, no lo sabía, mami probablemente no quería que supiera”, y él: “Bueno, seguramente tiene razón, pero la camioneta era mucho más rápida que nuestro viejo cascajo y no dudo de que estuviera modificada, que es cuando hacen algo para incrementar la potencia del auto, así que se escapó. Además iba por la misma autopista, aunque tal vez no debería entrar en más detalles o recordarte siquiera cualquier cosa que tenga que ver con eso, pero estaba decidido, te lo juro, a estrellarme contra esa camioneta para empujarla a la banquina –ya había chocado contra ella con nuestro auto– y luego a estrangularlo hasta dejarlo casi muerto o pegarle con ese bate de béisbol para niños que llevo conmigo en el auto precisamente para eso, no me importaba, y entregarlo a la policía pero no matarlo, como realmente habría querido, porque mucho más querría agarrar al tipo que mató a tu hermana y pensé que podría sacarle quién era el otro, o que la policía podría hacerlo, o el tribunal, cuando llevaran a este tipo a juicio, pero ¿tú qué piensas?”, y ella dice: “¿Quieres decir que el otro tipo no estaba con él?”, y él dice que no y ella dice: “Aun así, deberías dejar de preocuparte por eso, papi… deja a esos hombres en paz, podrían matarte ellos primero, la próxima vez, son tan malos”, y él dice: “Tu mami me dijo eso mismo hace tanto tiempo, no recuerdo cuándo, de manera que probablemente también te lo dijo a ti, porque esas fueron sus palabras casi exactas”, y ella dice: “Incluso si lo hizo, y esto es solo lo que yo pienso ahora, lo que quieres hacerles a esos hombres no ayudará en nada a Julie. Ella está muerta y tú deberías ir sabiéndolo”, y él dice: “¿Qué crees?… por supuesto que lo sé, pero atrapar a esos hombres haría maravillas por mí, te diré, porque no puedo vivir sabiendo que esos tipos siguen andando por ahí, tal vez pasándola bien, quizás incluso presumiendo sobre lo que hicieron sin que nadie los castigue por eso, y quizás incluso se habían olvidado de lo que hicieron hasta que yo choqué la camioneta de ese conductor, o siguen haciéndoselo a otros autos aunque no he leído nada en los diarios sobre algo como eso, pero podrían haber trasladado esas matanzas dementes a las calles –eso pasa todo el tiempo– o a otras autopistas en otros estados, ¿y cómo íbamos a tener noticias de eso, a menos que se lo hiciesen, no sé, a diez autos en un día?, pero por ti voy a hacer lo que dices y dejaré de preocuparme por eso. Tienes razón, cariño, tienes razón sobre prácticamente todo, caramba pero qué niña tan lista y sabia tengo, pero te diré un pequeño secreto: desistí de encontrar a esos tipos tan pronto como esa rata de conductor se me escapó, así que como le dije a tu mami, ya no ando por la autopista buscándolos”, y ella dice muy bien.

 

Consigue un empleo y unos tres meses más tarde va camino a su trabajo cuando ve salir a dos hombres de una miniván celeste sin ventanillas excepto adelante, los dos muy parecidos –desde más o menos una cuadra de distancia– a aquellos tipos de la camioneta blanca: las mismas edades al parecer, anteojos de sol aunque desde esta distancia no puede ver si son oscuros, y a medida que se acerca sus caras y sus sonrisas y la frente prominente del conductor parecen las mismas. Los rebasa lentamente, están charlando en la vereda, sonríen con una gran sonrisa de connivencia y chocan sus diestras en el aire como ha visto hacer a los atletas después de un juego realmente bueno, y luego se separan y caminan en direcciones contrarias por la vereda, puede verlos por el espejo de su derecha y luego en el retrovisor, cuando lo gira para que muestre más del lado derecho, y aunque no tienen bigotes y llevan puestas unas gorras de béisbol en lugar de los sombreros estilo fedora, son ellos, no hay posibilidad de error. No sabe qué hacer, mientras aminora casi hasta arrastrarse: atrapar a uno de ellos de alguna manera y mejor aún al tipo que mató a su pequeña, y que a través de él la policía pueda llegar muy pronto al otro, pero no sabe si ha aumentado sus revoluciones lo bastante para hacer lo que piensa que fácilmente podría haber hecho, o al menos intentado hacer, en la interestatal cuando los estaba persiguiendo, y que con sus embestidas a la camioneta casi logró. “A la mierda, esos malditos”, dice, “mataron a mi bebé… ustedes dos lo hicieron hijos de puta y la van a pasar muy mal”, y gira en U, no viene ningún auto en ninguno de los dos sentidos, cosa que no se le ocurrió verificar cuando giró en U, atraviesa la calle y el conductor, el que está más cerca y que viene caminando en su dirección, se detiene y mira su auto y él se sube a la vereda y ahora se dirige hacia él, apretando el acelerador a fondo y el conductor grita: “¡Eh, qué mierda… Luke!”, y echa una mirada rápida a su alrededor, al parecer para ver hacia dónde correr pero él lo embiste, el conductor pasa por encima del capó y aterriza en la calle, y él se encamina hacia aquel que supone que es Luke, que cruza la calle a la carrera lanzando miradas hacia atrás por donde viene él, y a través del retrovisor y el espejo de la derecha ve al conductor apoyado en sus rodillas, sacudiéndose, y mira hacia adelante y Luke está en la otra vereda, huyendo de él ahora sin mirar atrás, y él sale de la vereda, no sabe si debería subirse a la vereda de Luke o seguir por la calzada hasta que lo tenga a tiro, bien despejado para golpearlo con el auto, se sube, no hay nadie más por ahí, y llega hasta casi seis metros del tipo pisando el pedal a fondo cuando Luke salta por encima de la trompa de un auto estacionado, su pie golpea el capó y da un revolcón en la calzada, él corta hacia la calle un segundo después de haber pasado junto al auto por encima del cual había saltado Luke, ahora frena bruscamente, mira hacia atrás y ve al conductor que regresa rengueando hacia la camioneta y, mirándolo a través de la luneta de su auto, a Luke que se pone de pie despacio y se sujeta el codo, no sabe si dar la vuelta y dirigirse a Luke o dar marcha atrás para derribarlo, y luego dar la vuelta y pasarle por encima, “Luke, aquí”, grita el conductor cerca de la camioneta, y Luke se pone a correr en esa dirección, casi se cae y luego renguea hacia ella y él arranca, frena, orienta el auto de tal manera que queda alineado diagonalmente hacia Luke y retrocede tan rápido como puede, y Luke arremete pero él da un volantazo en la misma dirección y lo golpea. Luke cae, el conductor hurga en los bolsillos de sus pantalones probablemente en busca de las llaves, Luke está intentando levantarse con sus brazos y él acelera hacia delante, retrocede y pasa por encima de alguna parte de su cuerpo, lo siente por la sacudida, vuelve a avanzar de modo que pasa otra vez probablemente por encima de la misma parte, aunque solo quería acercarse para poder verlo y piensa: “¿Sí?, ¿no? Al carajo con él, mató a mi bebé y si se levanta probablemente tratará de matarme”, y retrocede por encima de él, esta vez tanto con la rueda trasera como con la delantera, y no sabe por qué no había pensado en esto antes, se encuentra frente a Luke, que está tirado en el suelo boca abajo y tal vez muerto y grita: “Asesino, asesino”, y pisa el acelerador a fondo y le pasa por encima asegurándose de no golpear su cabeza, luego gira en U, el conductor está en la vereda y parece que está abriendo la puerta del lado del acompañante, y él no sabe si subirse a la vereda y golpearlo o simplemente embestir la camioneta desde la calle, impidiéndole partir y tal vez hiriendo al hombre, o más bien detenerse y bajarse del auto y agarrarlo y tirarlo al suelo. Ha salido gente de las casas estilo rancho, hay trabajadores parados en la entrada del negocio de computadoras y diseño, dice el letrero sobre el césped, entre dos de esas casas y cerca del cual está estacionada la camioneta, el conductor ha abierto la puerta y se está metiendo en la camioneta y él la embiste desde la calle, es lanzado hacia adelante pero su cabeza no golpea contra nada y el parabrisas no se raja y vuelve a caer contra su asiento, en la embestida el conductor quedó derribado en el asiento o en algún lugar del suelo de la camioneta o está ahí abajo buscando algo, “Pistola, dale antes de que él te la dé a ti”, piensa y salta del auto y corre alrededor de la camioneta, el conductor está tumbado de espaldas sobre el asiento con los ojos cerrados y los abre y lo ve y él piensa: “El bate de las niñas, ¿dónde quedó?”, y arrastra al conductor afuera por las piernas, el conductor echa la mano atrás para proteger su cabeza pero esta golpea la vereda y el tipo grita: “Ay, carajo”, y parece muy dolorido, él se agacha y agarra la cabeza del conductor, las manos se retraen ante la sangre por debajo de la cabeza pero dice: “No, a la mierda”, y la agarra otra vez con fuerza y el conductor grita y él dice: “Te acuerdas de mí, ¿verdad?”, y el conductor dice: “Eh, ¿qué?”, revoleando los ojos, y él dice: “Eh, eh, te acuerdas de mí, ¿no?”, y el conductor dice: “Eh, estoy herido, no hagas, ya no más”, y él dice: “Pero te acuerdas de mí, tú y tu colega también, o se acordaba, ¿verdad?... abro mi ventanilla, la bajo, me refriegas un arma por la cara, apuntas hacia atrás, le disparas a quien te da la gana, a mí y a una de mis hijitas que ahora está muerta, ¿cierto, cierto?”, y el conductor dice: “¿Qué? Juro que. ¿Cuál colega? No tengo ningún colega. Yo no hice nada. ¿Qué quieres decir con eso?”, y él dice: “En la interestatal de aquí… la miniván blanca… ¿no te acuerdas, la que yo choqué?… ¿dónde están tu bigote y tu fedora?”, y el conductor dice: “¿Qué fedora? ¿Fedora, qué es eso?”, y él dice: “Este fedora, este fedora, mi hija”, y golpea la cabeza del conductor varias veces contra el auto, y la gente grita “¡Pare… No haga… Ya basta… Alguien!”, y él levanta bien alto la cabeza y la golpea contra el suelo y otra vez y hay manos que lo aferran desde atrás y él trata de sacudírselas mientras golpea la cabeza, y alguien lo sujeta por el cuello y lo jala hacia atrás y él arrastra consigo la cabeza del conductor hasta que alguien le abre los dedos uno por uno y otro ataja la cabeza del conductor justo antes de que golpee el suelo y lo siguen arrastrando hacia atrás y él dice: “Está bien, de acuerdo, ya paré, ya me frenaron, ahora seré bueno y me plantaré aquí a esperar a la policía”, y lo sueltan y él se sienta unos metros más allá, en el cordón de la vereda, y se limpia la sangre en sus pantalones y su camisa y se mira los pies.

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