Czytaj książkę: «100 Clásicos de la Literatura», strona 92

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Mientras sus manos temblaban al sostener estas cartas, corrían sus ojos de una a la otra y se henchía su alma de emoción, Crawford prosiguió así, para expresar su interés por el acontecimiento con sincero entusiasmo:

––No voy a hablarle de mi propia dicha, aun siendo tan grande, porque sólo pienso en la que usted debe sentir. En comparación con usted, ¿quién tiene derecho a sentirse feliz? Casi he llegado a reprocharme la prioridad en conocer lo que hubiera debido saber usted antes que nadie. Sin embargo, no he perdido un momento. Esta mañana llegó tarde el correo; pero después no ha existido otro momento de retraso. No intentaré describirle lo impaciente, lo ansioso, lo frenético que me tuvo este asunto... ¡la tremenda mortificación, el cruel desencanto que sufrí al no poder dejarlo resuelto durante mi estancia en Londres! Allí aguardé día tras día con la esperanza de conseguirlo, pues nada más querido que lograr este objetivo podía retenerme en la capital. Pero, aunque mi tío compartió mi anhelo con todo el afecto e interés que yo hubiera deseado, y se aprestó a ayudarme inmediatamente, surgieron dificultades motivadas por la ausencia de un amigo y los compromisos de otro, y al fin me sentí incapaz de seguir aguardando hasta que se resolvieran; y sabiendo que dejaba el asunto en tan buenas manos, el lunes partí, confiando que no pasarían muchos correos sin que me siguieran unas cartas como éstas. Mi tío, que es la mejor persona del mundo, se ha preocupado, como yo sabía que no podía dejar de hacerlo habiendo conocido a su hermano. Estaba encantado con él. Ayer no me hubiera permitido decirle lo encantado que quedó el almirante, ni repetirle la mitad siquiera de lo que dijo en su alabanza. Preferí aplazarlo hasta que se demostrara que sus elogios eran los de un amigo, como ahora queda demostrado. Ahora puedo decir que ni siquiera yo podía aspirar a que William Price despertara un mayor interés, o que se viera acompañado de mejores deseos ni altas recomendaciones que las que le ha otorgado mi tío con toda espontaneidad, después de la tarde que pasaron juntos.

––Entonces... ¿todo esto ha sido obra de usted? ––exclamó Fanny––. ¡Dios mío! ¡Qué amable, qué amabilísimo! En realidad usted... ¿fue porque usted lo deseó? Ruego que me perdone, pero estoy aturdida. ¿De modo que el almirante Crawford lo solicitó? ¿Cómo pudo ser...? Estoy perpleja.

Henry tuvo la gran satisfacción de hacérselo más inteligible, partiendo de un punto anterior y deteniéndose muy especialmente en lo que él había hecho. Su último viaje a Londres lo había efectuado con el solo objeto de presentar a su hermano en Hill Street, y convencer a su tío para que se valiera de toda la influencia que pudiera tener para conseguir el ascenso. Este había sido su negocio. No lo había comunicado a nadie; no había susurrado a nadie una sílaba sobre el particular, ni siquiera a Mary; mientras no tuvo el éxito asegurado, no quiso que nadie compartiera sus sentimientos. Pero éste había sido su negocio. Y hablaba con tal vehemencia de lo intenso que había sido su afán, y empleaba unas expresiones tan arrebatadas, abundando tanto en el más profundo interés, en el doble motivo, en los propósitos y anhelos que no cabía expresar, que Fanny no hubiese podido mostrarse insensible ante aquella riada, de haberse hallado en condiciones de prestar atención; pero su corazón estaba tan colmado y sus sentidos tan pasmados aún, que no llegaba a enterarse más que de un modo imperfecto de cuanto le decía, incluso cuando se refería a William, y decía tan sólo, cuando Henry hacía una pausa:

––¡Qué amable, qué amabilísimo! ¡Oh, Mr. Crawford, le quedamos eter-namente agradecidos! ¡Mi William, mi queridísimo William!

De pronto, se puso en pie de un salto y corrió hacia la puerta, exclamando: ––Voy al encuentro de mi tío. Mi tío debe saberlo cuanto antes.

Pero esto Henry no pudo permitirlo. La ocasión era demasiado propicia, y sus ansias demasiado impacientes. Fue tras ella inmediatamente. «No debía irse, tenía que concederle cinco minutos más.» Y la tomó de la mano, y la condujo de nuevo a su asiento, y ya estaba a la mitad de la subsiguiente explicación cuando ella se dio cuenta de por qué la había retenido, sin que hasta aquel momento lo hubieraa sospechado siquiera. No obstante, al comprenderlo y ver que Henry pretendía hacerle creer que ella había despertado en su corazón unas sensaciones que hasta entonces no había conocido, y que cuanto había hecho por William había que relacionarlo con su enorme e incomparable devoción por ella, se sintió en extremo disgustada y, por unos instantes, incapaz de hablar. Lo consideró todo como tontería, como simple frivolidad y galanteo, con el único propósito de hallar un pasatiempo temporal; no pudo menos de sentirse incorrecta e indignamente tratada, de un modo que no merecía; pero él y esta forma de proceder venían a ser una misma cosa, formando una sola pieza con lo que antes había tenido ella ocasión de ver; y ahora se abstendría de mostrarle ni la mitad del disgusto que sentía, porque por otra parte le debía una gratitud que ninguna falta de delicadeza podía convertir en bagatela. Mientras el corazón le saltaba aún de alegría y reconocimiento por lo de William, no podía acusar un grave resentimiento por nada que tan sólo a ella la injuriase; y después de haber retirado por dos veces la mano, y por dos veces intentado en vano apartarse de él, púsose en pie y dijo, con gran agitación:

––No siga, Mr. Crawford, por favor. Le ruego que no continúe. Este modo de hablarme es muy desagradable para mí. Debo irme. No puedo soportarlo. Pero él seguía hablando, describiendo su afecto, solicitando una corres-pondencia y, finalmente, con palabras tan claras que no podían tener más que un significado hasta para ella, le ofreció su persona, su nombre, su fortuna...

todo, en fin; y aunque seguía sin poder suponer que hablara en serio, apenas podía resistirlo. Él le exigía una contestación.

––¡No, no, no! ––exclamó ella, ocultando el rostro––. Todo esto es absurdo. No me torture. No puedo escucharle más. Su amabilidad en el caso de William me obliga con usted más de lo que cabe expresar con palabras; pero no quiero, no puedo soportar, no debo escuchar esas... No, no; no piense en mí. Aunque ya sé que no piensa en mí en realidad. Sé muy bien que no hay nada de esto.

Acababa de soltarse de él y, en aquel preciso instante, se oyó la voz de sir Thomas hablando a un criado camino de la habitación donde se encontraban. No había tiempo para más argumentos o más súplicas, aunque fuese una cruel necesidad separarse de ella en el momento en que, para el espíritu confiado y presuntuoso de Henry, parecía ser tan sólo la modestia lo que se oponía en el camino de la felicidad perseguida. Fanny salió precipitadamente por una puerta opuesta a aquella por donde iba a entrar sir Thomas; y estaba ya paseándose arriba y abajo de su cuarto del este en medio de la mayor confusión de sentimientos encontrados, antes de que sir Thomas hubiera terminado sus cortesías y excusas, o de que empezara a enterarse de las gratas nuevas que su visitante venía a comunicarle.

Fanny estaba emocionada, preocupada, temblorosa por todo; agitada, feliz, angustiada, profundamente agradecida, sumamente irritada. ¡Era algo increíble! ¡Él se había portado de un modo imperdonable, incomprensible! Pero eran tales sus hábitos, que no podía hacer nada sin mezclar un poco de maldad. Previamente la había hecho la más feliz de las criaturas humanas, y ahora la insultaba... No sabía qué pensar, cómo enjuiciarlo, cómo considerarlo. Hubiera preferido que no hablase en serio; y, sin embargo, ¿qué podía excusar la utilización de tales palabras y ofrecimientos, si era sólo con el propósito de burlarse?

Pero William era teniente. Esto era un hecho sin lugar a dudas, y sin posible engaño. Fanny se proponía recordar, en adelante, sólo esto y olvidar todo lo demás. Era de creer que Mr. Crawford no volvería a hablarle de aquel modo; y en tal caso... ¡cómo le apreciaría por su bondad con William!

Fanny decidió no alejarse de su cuarto del este hasta más allá de la meseta de la escalera principal, en tanto no estuviera segura de que Mr. Crawford había abandonado la casa; pero en cuanto estuvo convencida de que había salido, bajó con impaciencia para ir al encuentro de su tío y gozar de la alegría que éste sintiera tanto como de la propia, así como de sus informes o conjeturas respecto del probable destino de William. Sir Thomas estaba tan contento como ella pudiera desear, y muy amable y comunicativo; y sostuvo con él una conversación tan agradable acerca de su hermano, que llegó a sentirse como si nada hubiera ocurrido ofensivo para ella, hasta que se enteró, hacia el final, de que Mr. Crawford se había comprometido a volver para comer con ellos aquel mismo día. Era esta una noticia sumamente desagradable, pues aunque tal vez él no pensaría para nada en lo ocurrido, para ella sería muy penoso verle de nuevo tan pronto.

Procuró resignarse lo mejor que pudo. Al acercarse la hora de la comida se esforzó mucho en sentir y mostrarse como de costumbre; pero le resultó totalmente imposible no aparecer más tímida y agobiada cuando el invitado entró en la habitación. Nunca hubiera supuesto que el mismo día de tener conocimiento del ascenso de William concurrieran unas circunstancias capaces de producirle tantas impresiones desagradables.

Mr. Crawford no solamente estaba en la habitación: pronto estuvo junto a ella. Tenía que entregarle un billetito de parte de su hermana. Fanny no tuvo el valor de mirarle, pero en su voz no había reticencia alusiva a su reciente desatino. Ella desdobló el papel, contenta de poder hacer algo, y con la satisfacción, al ponerse a leer, de notar que el tráfago de tía Norris, que también comía allí, le servía un poco de pantalla y así pasaba más inadvertida.

«Mi querida Fanny..., pues ahora podré llamarla siempre así, para inmenso alivio de una lengua que ha estado tropezando con el miss Price durante, al menos, las seis últimas semanas: no puedo dejar partir a mi hermano sin enviarle unas líneas para hacerle extensiva mi felicitación y darle, con el mayor júbilo, mi consentimiento y aprobación. Adelante, mi querida Fanny, y sin miedo; no puede haber inconvenientes dignos de mención. Me he permitido suponer que la seguridad de mi consentimiento representará algo; así es que puede dedicarle esta tarde sus más dulces sonrisas, y devolvérmelo más feliz incluso de lo que se fue.

Suya afectísima,

M.C.»

No eran éstas expresiones que pudieran hacer a Fanny ningún bien; pues aunque leyó la nota con demasiada precipitación y aturdimiento para formar un claro juicio de lo que Mary quería decir, era evidente que se proponía cumplimentarla por la inclinación de su hermano, y hasta aparentar que creía formal la tal inclinación. Fanny no sabía qué hacer ni qué pensar. Había desdicha en la idea de que fuese formal; era algo que la llenaba de confusión e inquietud en todo caso. Se sentía mortificada cada vez que le hablaba Mr. Crawford, y le hablaba demasiado a menudo; y temía que en la voz y en el gesto de Henry al dirigirse a ella hubiese un algo muy distinto de cuando se dirigía a los demás. Para ella no hubo tranquilidad durante la comida de aquel día...

Apenas probó nada; y cuando sir Thomas, de buen talante, observó que la alegría le quitaba el apetito, fue tal su vergüenza que hubiera querido hundirse bajo tierra, por temor a la interpretación de Mr. Crawford; pues aunque nada hubiese podido inducirla a volver sus ojos hacia la derecha, donde se sentaba Henry, notó que los de él se volvían inmediatamente para mirarla.

Fanny estuvo más callada que nunca. Apenas intervino en la conversación, ni siquiera cuando era William el tema de la misma, pues su nombramiento procedía también del lado derecho, y resultaba angustiosa esta relación.

Le pareció que lady Bertram tardaba más que nunca en abandonar la mesa, y empezaba a desesperar de que llegara el fin de aquella situación cuando, por fin, se trasladaron a la salita y formaron las señoras grupo aparte. Entonces tuvo ocasión de pensar libremente, mientras sus tías agotaban el tema del ascenso de William, comentándolo a su manera.

Tía Norris parecía acusar tanta satisfacción por el ahorro que ello supondría para sir Thomas, como por cualquier otro aspecto del caso. Ahora, William estaría en condiciones de mantenerse, lo que representaría una gran ventaja para su tío, pues no se sabía lo que había llegado a costarle; y, desde luego, también sería un alivio para ella, en cuanto a obsequios. Estaba muy contenta de haber dado a William lo que le dio al partir. Muy contenta, por supuesto, de haberlo podido hacer, sin sacrificio de orden material, precisamente en aquella ocasión... de haber podido darle algo de alguna importancia (esto es, para ella, teniendo en cuenta la limitación de sus medios), porque ahora todo podría serle de utilidad, ayudándole a equipar su camarote. Bien sabía ella que el muchacho tendría que hacer algún gasto, que muchas cosas las tendría que comprar...

aunque seguramente sus padres le orientarían de modo que pudiera conseguirlo todo muy barato; pero ella estaba muy contenta de haber aportado su óbolo para aquel fin...

––Me alegro de que le dieras algo importante ––dijo lady Bertram, con la calma menos sospechosa––, pues yo sólo le di diez libras.

––¡Vaya! ––exclamó tía Norris, enrojeciendo––. A fe que se habrá marchado con los bolsillos bien forrados... ¡y sin costarle nada el viaje hasta Londres!

––Thomas me dijo que diez libras eran suficientes.

Tía Norris, no sintiéndose en absoluto inclinada a discutir la suficiencia de esa cantidad, optó por desarrollar el tema partiendo de otro punto.

––Es asombroso ––dijo–– lo mucho que cuestan los jóvenes a aquéllos que les quieren..., ¡lo que cuesta educarlos y darles un camino! Poco se imaginan ellos lo que representa, lo que sus padres o sus tíos y tías tienen que gastar por ellos en el transcurso de un año. Mira, ahí tienes a los hijos de nuestra hermana: me atrevo a decir que nadie creería lo que todos ellos, en conjunto, cuestan al año a sir Thomas, para no hablar de lo que yo hago por ellos.

––Es muy cierto, hermana, lo que dices. Pero... ¡pobres criaturas!, ellos no pueden remediarlo; y tú sabes que eso significa muy poco para sir Thomas.

Fanny: espero que William no se olvide de mi chal si va a las Indias Orientales; y también le encargaré algo más que valga la pena tener. Me gustaría que fuese a las Indias Orientales; así podría traerme el chal. Me parece que tendré dos chales, Fanny.

Fanny, entretanto, hablando sólo cuando no podía evitarlo, trataba ansio-samente de averiguar lo que Mr. Crawford y su hermana se proponían. Todo lo del mundo inducía a creer que no eran sinceros, excepto sus palabras y modo de proceder. Cuanto pudiera considerarse natural, probable, razonable, estaba en contra: así todos los hábitos y opiniones generales de los dos hermanos, como los pocos merecimientos de ella misma. ¿Cómo podía ella provocar un sentimiento formal en un hombre que había conocido a tantas, tenido la admiración de tantas, y flirteado con tantas, infinitamente superiores a ella; que parecía tan poco propenso a dejarse impresionar seriamente, hasta cuando alguien penaba por él; que se había mostrado tan ligero, indiferente e insaciable en este aspecto; que lo era todo para todos, y parecía no encontrar a nadie indispensable para él? Y además, cómo era posible suponer que su hermana, con todas sus elevadas y mundanas ideas sobre el matrimonio, iba a favorecer algo que tuviera un sentido formal por aquél lado? Nada podía ser menos natural, tanto en el uno como en la otra. Fanny se avergonzó de haberlo puesto en duda siquiera. Cualquier cosa era posible imaginar antes que una inclinación sincera, o la aprobación de la misma, hacia ella. De esto estaba plenamente convencida antes de que sir Thomas y Mr. Crawford se reunieran con ellas. La dificultad estuvo en mantener tal convicción de un modo tan absoluto una vez Henry se hubo instalado allí; ya que por una o dos veces fijó en ella una mirada, como involuntariamente, que no supo clasificar entre las de significado comente. En otro hombre cualquiera, al menos, ella hubiera dicho que significaba algo muy serio, muy concreto. No obstante, siguió tratando de creer que no pasaba de lo que él había expresado a menudo a sus primas y a otras cincuenta mujeres.

Pensó que él deseaba hablarle sin que le oyeran los demás. Se imaginó que lo estaba intentando, a intervalos, durante toda la velada, siempre que sir Thomas salía de la habitación con tía Noms, y puso mucho cuidado en evitar toda ocasión.

––Por fin ––para la inquietud de Fanny resultó un por fin, aunque no era demasiado tarde–– empezó él a hablar de marcharse; pero el consuelo de aquella decisión quedó anulado al volverse acto seguido Henry hacia ella para decirle:

––¿No tiene que enviarle usted nada a Mary? ¿No hay contestación a sus líneas? Quedará defraudada si no recibe nada de usted. Por favor, escríbale, aunque sea una sola línea.

––¡Oh, sí, claro! ––exclamó Fanny, levantándose apresuradamente, con el apresuramiento del agobio y de las ganas de escabullirse––. Le escribiré en-seguida.

Se dirigió, por tanto, a la mesa donde solía escribir por cuenta de su tía y preparó el material, sin saber ni remotamente qué iba a decir. Había leído la esquela de Mary una sola vez; y dar contestación a algo tan imperfectamente comprendido constituía un verdadero apuro. Nada práctica en esa clase de correspondencia a través de billetes, si le hubiera quedado tiempo para detenerse en escrúpulos y temores respecto del estilo, los hubiera sentido en abundancia; pero era preciso escribir algo en el acto, y con un solo propósito decidido (el de no dar la impresión que meditaba algo realmente intencionado), escribió lo que sigue con mano temblorosa, reflejo de la inquietud de su espíritu:

«Le quedo muy agradecida, mi querida miss Crawford, por su amable felicitación, en cuanto se relaciona con mi queridísimo William. El resto de su nota, bien lo sé, no significa nada; de todos modos, soy yo tan inferior para una cosa de esas, que espero querrá excusarme si le pido que no haga más caso del asunto. Conozco demasiado a su hermano para no comprender sus prácticas; si él me comprendiera tan bien a mí, seguramente que se portaría de otro modo. No sé lo que escribo, pero me haría usted un gran favor si no volviera a mencionar jamás este particular. Con gracias por haberme honrado con sus líneas, quedo, querida miss Crawford», etc., etc.

El final apenas era inteligible, debido a su creciente pavor, pues notó que Mr. Crawford, so pretexto de recoger la nota, se aproximaba a ella.

––No vaya a creer que vengo a darle prisa ––dijo en voz baja, apreciando el pasmoso azoramiento con que ella puso fin al escrito––, no vaya a suponer que fuera éste mi propósito. No se apresure, se lo ruego.

––No, gracias. Ya he terminado, ahora mismo... al momento estará listo... le quedaré muy agradecida... si tiene la bondad de entregar esto a Mary.

Fanny sostenía el billete, y él tuvo que tomarlo; y como ella se dirigió inmediatamente, y desviando la mirada, a la chimenea para reunirse con los demás, él no tuvo más remedio que marcharse sin aguardar otro momento.

Fanny pensó que nunca había conocido un día tan lleno de impresiones, lo mismo de inquietud que de satisfacción; pero, afortunadamente, la satisfacción no era de las que mueren con el día, pues todos los días se renovaría el conocimiento del ascenso de William, mientras que la inquietud, así lo esperaba, no volvería ya. No le cabía la menor duda de que su billete les parecería excesivamente mal escrito, que su lenguaje avergonzaría a un párvulo, pues la zozobra no le había permitido arreglarlo; pero al menos les convencería a los dos de que no la engañaban ni la complacían las atenciones de Mr. Crawford.

CAPÍTULO XXXII

Fanny no había olvidado en modo alguno a Mr. Crawford cuando se despertó a la mañana siguiente; pero recordaba también el sentido de su contestación escrita y no se sentía menos optimista en cuanto a sus efectos que la noche anterior. Con tal de que Mr. Crawford quisiera marcharse... Éste era su más ferviente deseo: que se fuera y se llevara a su hermana consigo, como estaba previsto, ya que por ello había vuelto a Mansfield. Y por qué no lo había hecho ya, era algo que ella no podía explicarse, pues lo cierto era que miss Crawford no deseaba retrasar la partida. Fanny había esperado, durante la visita del día anterior, que se citara la fecha; pero él sólo habló del viaje como de cosa lejana.

Como había quedado tan satisfactoriamente convencida del efecto que producirían sus líneas, no pudo menos de asombrarse cuando, por casualidad, vio a Mr. Crawford dirigirse nuevamente a la casa, y a una hora tan temprana como el día anterior. Su visita no tendría nada que ver con ella, pero haría todo lo posible para evitar su presencia; y como en aquel momento se dirigía al piso superior, decidió permanecer arriba mientras durase la visita, a menos que la reclamasen; pero teniendo en cuenta que tía Norris estaba aún en la casa, parecía no haber mucho peligro de verse requerida.

Permaneció algún tiempo sentada, llena de agitación, escuchando, temblando y temiendo a cada instante que la llamara; pero como no oyese pasos acercarse al cuarto del este, fue recobrando gradualmente la tranquilidad, se sintió capaz de ocuparse en algo y concibió la esperanza de que Mr. Crawford hubiera acudido y se marchara sin obligarla a ella a saber nada de lo tratado.

Casi media hora había transcurrido y se sentía cada vez más segura cuando, de pronto, se oyó el ruido progresivo de unos pasos que se acercaban... unos pasos fuertes, mesurados, insólitos en aquella parte de la casa. Eran de su tío. Los conocía tan bien como su voz; tanto como ésta la había hecho temblar en otro tiempo, la hacía ahora temblar de nuevo el pensar que subía para hablarle, cualquiera que fuese el tema. Fue, en efecto, sir Thomas quien abrió la puerta, al tiempo que preguntaba si ella estaba allí y si se podía entrar. El terror de sus antiguas visitas ocasionales a aquella habitación pareció renovarse totalmente en Fanny, que tuvo la sensación de que iba a examinarla nuevamente de francés e inglés.

Ella estuvo, no obstante, perfectamente atenta colocando una silla para él y procurando mostrarse honrada con la visita; pero en su aturdimiento no tuvo siquiera en cuenta las deficiencias del aposento hasta que él, deteniéndose en seco apenas acababa de entrar, dijo con gran extrañeza:

––¿Por qué no tienes hoy fuego en la chimenea?

Las tierras estaban cubiertas de nieve y Fanny se abrigaba con un chal. Vaciló, antes de contestar:

––No tengo frío. Nunca permanezco aquí mucho tiempo en esta época del año.

––¿Pero tienes fuego, corrientemente? ––No, tío.

––¿Cómo se explica esto? Aquí tiene que haber algún error. Yo tenía entendido que hacías uso de esta habitación a fin de que pudieras encontrar en ella todas las comodidades. En tu dormitorio, ya sé que no puede haber fuego. Aquí ha habido un enorme error que debe rectificarse. No es nada conveniente para ti permanecer aquí sentada, aunque sólo sea media hora al día, sin calefacción. No eres fuerte. Estás helada. Tu tía no debe haberse dado cuenta de esto.

Fanny hubiera preferido guardar silencio; pero al verse obligada a hablar, no pudo abstenerse, para hacer justicia a la tía que le era más querida, de decir algo en que las palabras «tía Norris» fueron distinguibles.

––Ya comprendo ––dijo su tío, recordando y no queriendo saber más––. Ya comprendo. Tu tía Norris siempre abogó, y muy juiciosamente, porque se educara a la juventud sin concesiones innecesarias; pero en todo debe haber moderación. Ella es también muy severa consigo misma, lo cual tiene que influir, desde luego, en su opinión acerca de las necesidades de los demás. Y en otro aspecto, lo comprendo también perfectamente. Bien sé cuales fueron siempre sus sentimientos. Su teoría era buena en sí, pero puede que en tu caso se haya llevado, y yo creo que se ha llevado, demasiado lejos. Me consta que a veces, en algunos puntos, se ha establecido injusta distinción; pero es demasiado bueno el concepto en que te tengo, Fanny, para suponer que vayas a guardar jamás resentimiento por ello. Tienes una comprensión que te impedirá considerar las cosas sólo en parte, a juzgar con parcialidad los resultados. Debes considerar el pasado, en todo su conjunto, tener en cuenta tiempos, personas y probabilidades, y apreciarás que no eran menos amigos tuyos los que te educaban y preparaban para esa condición de mediocridad que parecía ser tu destino. Aunque tales precauciones pudieran resultar prácticamente innecesarias, la intención era buena; y de esto puedes estar segura: todas las ventajas de la opulencia las tendrás dobladas gracias a las pequeñas privaciones y limitaciones que se te impusieron. Estoy seguro de que no defraudarás la opinión que de ti he formado, tratando siempre a tu tía Norris con el respeto y la atención que se le debe. Pero basta de eso. Siéntate, querida. He de hablarte unos minutos, pero no quiero retenerte mucho tiempo.

Fanny obedeció, bajando los ojos y sonrojándose. Después de una breve pausa, sir Thomas, procurando reprimir una sonrisa, prosiguió:

––Tal vez no estés enterada de que esta mañana he tenido una visita. Poco tiempo llevaba en mi despacho, después del desayuno, cuando introdujeron a Mr. Crawford. Acaso puedas conjeturar el motivo de su embajada.

El sonrojo de Fanny aumentaba más y más; y su tío, notando que estaba aturdida hasta el punto de hacérsele imposible hablar, tanto como levantar los ojos, desvió su propia mirada y, sin detenerse más, procedió a referir su entrevista con Mr. Crawford.

Mr. Crawford había venido a declararse enamorado de Fanny, hacer concretas proposiciones sobre ella y pedir la autorización de su tío, que parecía estar en el lugar de sus padres; y lo había hecho todo tan bien, mostrándose tan franco, tan liberal, tan correcto, que sir Thomas, considerando además que sus propias réplicas y observaciones habían sido muy del caso, tuvo sumo gusto en contar los pormenores de la conversación; y, lejos de adivinar lo que ocurría en el interior de su sobrina, se figuraba que con semejantes detalles se deleitaba ella mucho más que él mismo. Así es que estuvo hablando por espacio de varios minutos sin que Fanny osara interrumpirle. Apenas si alcanzaba a desearlo. Era excesiva la turbación de su espíritu. Había cambiado de postura; y con la mirada estática, fija en una de las ventanas, escuchaba a su tío, llena de congoja y tribulación. Él calló un momento, pero ella apenas había llegado a darse cuenta de la pausa cuando sir Thomas, poniéndose en pie, dijo:

Y ahora, Fanny, desempeñada una parte de mi cometido y una vez tú enterada de que todo esto se apoya sobre una base totalmente segura y satisfactoria, voy a completarlo induciéndote a que me acompañes abajo, donde encontrarás a alguien más digno de ser escuchado, aunque puedo presumir de haber sido un interlocutor nada desdeñable. Mr. Crawford, como tal vez hayas previsto, está todavía aquí. Se encuentra en mi despacho, con la esperanza de verte.

Al escuchar esto, puso Fanny una expresión, dio un respingo, lanzó un grito, que dejaron atónito a sir Thomas; pero, cuál no sería su asombro al oírla exclamar:

––¡Oh, no, tío! No puedo, de veras que no puedo ir abajo, a su encuentro. Mr. Crawford debiera saber... tiene que saberlo; ayer le dije bastante para que quedara convencido... ayer me habló de ello... y le dije sin rebozo que era un tema muy desagradable para mí, y que no estaba en mi poder corresponderle.

––No alcanzo a comprenderte ––dijo sir Thomas, sentándose de nuevo––. ¡Que no puedes corresponderle! ¿Qué significa esto? Ya sé que te habló ayer y, según tengo entendido, halló en ti todo el ánimo para seguir adelante que pudiera darle una muchacha prudente. A mí me gustó mucho tu comportamiento durante la velada; fue prueba de una discreción altamente recomendable. Pero ahora, cuando él ha hecho su declaración tan correcta y honestamente...

¿cuáles pueden ser tus escrúpulos, ahora?

––¡Se engaña usted, tío! ––exclamó Fanny, impelida por la ansiedad del momento a decirle, hasta a su tío, que estaba en un error––. Está completa-mente equivocado. ¿Cómo ha podido Mr. Crawford decir tal cosa? Yo no le di ánimos ayer. Al contrario, le dije... no puedo recordar las palabras exactas, pero estoy segura que le dije que no quería escucharle, que era muy desagradable para mí por todos los conceptos, y que le rogaba que no volviera jamás a hablarme de aquel modo. Estoy segura de que le dije todo esto, y más; y más le hubiera dicho aún de haber tenido la absoluta certeza de que se proponía algo en seno; pero a mí no me gustaba... yo no podía... atribuir a sus palabras un sentido más formal del que pudieran tener. Yo creí que, para él, todo eso quedaría en nada.

No pudo decir más; había quedado casi sin aliento.

––¿He de interpretar ––dijo sir Thomas, rompiendo un corto silencio–– que tienes la intención de rechazar a Mr. Crawford? ––Sí, señor.

––¿Le rechazas? ––Sí, señor.

––¡Rechazar a Mr. Crawford! ¿Con qué pretexto? ¿Por qué razón? ––Yo... yo no puedo quererle bastante, tío, para casarme con él.

––¡Es muy extraño! ––dijo sir Thomas, con mesurado tono de disgusto––. Aquí hay algo que mi comprensión no alcanza a descifrar. He aquí a un joven enamorado de ti, poseedor de cuanto puede acreditar a un pretendiente: no sólo posición social, fortuna y personalidad, sino también una simpatía poco comente, un trato y una conversación gratos a todo el mundo. Y no se trata de un conocido de hoy; hace bastante tiempo que le conoces. Su hermana, además, es una íntima amiga; y él hizo por tu hermano aquello, lo cual me hizo suponer que habría de ser para ti recomendación suficiente, de no existir otra. Quién sabe cuándo hubiera sacado a William adelante con mi influencia. Él lo ha conseguido ya.

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ISBN:
9782380374124
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