Czytaj książkę: «Economía de lo que no se pierde»

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Primera edición: octubre, 2020

Título original: Economy of the Unlost. Reading Simonides of Keos with Paul Celan.

Copyright © 1999 by Princeton University Press

© de la traducción: Jeannette L. Clariond, 2020, con la colaboración de Olivier Tafoiry

© Vaso Roto Ediciones, 2020

ESPAÑA

C/ Alcalá 85, 7° izda.

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Grabado de cubierta: Víctor Ramírez

Diseño de cubierta: Maite Rabanal

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Impreso y gestionado por Bibliomanager

ISBN: 978-84-122439-5-6

eISBN: 978-84-122439-9-4

BIC: DNF

Anne Carson

Economía de lo que no se pierde

Leyendo a Simónides de Ceos

con Paul Celan

Traducción de Jeannette L. Clariond


Índice

Nota sobre el método

PRÓLOGO

Vela falsa

CAPÍTULO I

Alienación

CAPÍTULO II

Visibles invisibles

CAPÍTULO III

Epitafios

CAPÍTULO IV

Negación

EPÍLOGO

Todo las cosas en vela

Nota sobre Anne Carson

Bibliografía

Nota sobre el método

Nur has ein jeder sein Maas

Hölderlin

Hay mucho de mí en mi escritura. ¿Conoces el término empleado por Lukács para describir la estructura estética? Eine fensterlose Monade.1 No quiero ser una mónada desprovista de ventanas –mi formación y mis maestros opusieron gran resistencia a la subjetividad. Desde el inicio he luchado por conducir mi pensamiento hacia el paisaje de la ciencia y de los hechos, donde otras personas conversan lógicamente e intercambian juicios– pero allí enceguezco. La escritura aquí exige vertiginosos vaivenes entre ese paisaje ensombrecido, donde la facticidad se esparce, y la habitación sin ventanas se limpia de lo que desconozco. Es la limpieza lo que requiere de tiempo. Es la limpieza el misterio.

Una vez limpia, la habitación se escribe sola. Copio los nombres de cuanto permanece en ella y anoto su actividad.

¿Cómo se lleva a cabo la limpieza? Lukács señala que inicia con el intento de prescindir de todo lo no accesible a la experiencia inmediata (Erlebbarkeit) del ser en tanto ser. De resultar posible, se ceñiría a sus propios límites, como un cosmos. Lukács prescribe una habitación dedicada a la labor estética; sería un gesto de falsa conciencia afirmar que la escritura académica podría llevarse a cabo allí. Y, no obstante, sabes tan bien como yo que el pensamiento se encuentra en esta habitación en sus mejores momentos –encerrado dentro de sus propias presiones, pescando datos del paisaje a partir de apuntes o recuerdos–, vibrando (como diría Mallarmé) al desaparecer. Existen distintas opiniones acerca de cómo representar la vibración. «Nombres» y «actividad» son eufemismos para el trabajo. Podrías preferir eufemismos distintos; supongo que lo más importante es anotar cualquier vibración que percibas mientras tu atención permanezca enfocada.

La atención2 es tarea que compartimos, tú y yo. Mantener centrada la atención significa impedir que se disipe. Es, en parte, el motivo por el cual he elegido hablar de dos hombres a la vez. Cada uno impide que el otro desaparezca. Avanzan sin desvanecerse, están uno al lado del otro en conversación, a pesar de que no conversan. Cara a cara, aun sin conocerse, sin haber vivido en la misma época, sin haber hablado nunca el mismo idioma. Con y en contra, concordes y enfrentados, cada uno situado en una superficie sobre la cual el otro se mantiene enfocado. En ocasiones se ve mejor un objeto celeste mientras se le observa, acompañado de algo más, en el cielo.

Piensa en la preposición griega πρός. Empleada con el caso acusativo, esta preposición significa «hacia, sobre, contra, con, preparado para, cara a cara, respecto a, en cuanto a, en lo tocante a, en respuesta a, en lo que se refiere a, comparado con, de acuerdo con, como complemento a». Se trata de la preposición que utiliza Juan el Evangelista para describir la relación entre Dios y El Verbo en el primer versículo del primer capítulo del Apocalipsis.

πρός Θεόν

«El Verbo estaba con Dios», reza generalmente la traducción. ¿De qué estar con se trata?

Escribo estas palabras en el tren que me lleva a Milán. Raudos atravesamos torres, fábricas, estaciones, depósitos y, finalmente, un campo en que una manada de caballos negros vira a galope cuesta arriba. «Todo intento de descripción es ocioso», escribe George Eliot; aun así, se pueden encontrar fragmentos de tiempo sin agotar. ¿Quién puede nombrar sus transacciones, la sensación del viento inasible en nuestros cuerpos, esfuerzo desconocido —una crin negra?

1Lukács (1917).

2Para Heráclito existen dos clases seres humanos de acuerdo con su conocimiento del λόγος: los «despiertos» y los «dormidos»: «Para los que están despiertos (τοῖς ἐγρηγορόσιν), el orden del mundo es uno y común, mientras que para los que duermen (τῶν δὲ κοιμωμένων) se vuelve hacia sí mismo». Estar despierto o dormido significa estar o no atentos al λόγος, tener un mundo propio (ἴδιον) o único y común (ἕνα καὶ κοινὸν κόσμον). Esto nos dice Werner Jaeger sobre la Paideia en Grecia, esa transmisión de valores y saberes técnicos (la techné), el más alto ideal educativo. Cf. Cristianismo primitivo y Paideia, Breviarios, Fondo de Cultura Económica, México, 1983. Anne Carson está atenta. (N. de la T.).

PRÓLOGO
Vela falsa

Los humanos valoramos la economía. ¿Por qué? Sea que encomiemos a una matemática por su demostración o a un dibujante por su uso de la línea o a un poeta por proporcionarnos pepitas de belleza y verdad, la economía es un tropo de valor intelectual, estético y moral. ¿Cómo vinimos a hallar consuelo en esta noción? Es debatible si el tropo precede al invento de la acuñación. Y ciertamente, en una civilización tan incondicionalmente comprometida con la codicia como la nuestra, nadie cuestiona la sabiduría del ahorro. Mas el dinero es sólo un mediador de nuestra codicia. ¿Qué significa ahorrarse tiempo, un problema, una humillación, saliva o piel para calzado? ¿O palabras? Sus biógrafos relatan que, cuando Paul Celan tenía cuatro años, se le ocurrió crear sus propios cuentos de hadas. Empezó a contar estas nuevas versiones a todos en su casa, hasta que su padre le aconsejó parar. «Si necesitas historias, el Antiguo Testamento está lleno de ellas». Para el padre de Celan, crear nuevas historias era un despilfarro de palabras. Estos sentimientos paternos no son infrecuentes. Mi propio padre era propenso a hacer comentarios escépticos cuando me veía inclinada sobre la mesa de la cocina, cubriendo páginas con letra pequeña. Quizás los poetas despilfarran lo que sus padres ahorrarían. Pero la pregunta sigue en pie: ¿qué perdemos exactamente cuando las palabras se malgastan? ¿Y dónde se encuentra el depósito humano en el cual estos bienes están almacenados?

Un poema de Paul Celan parece ocuparse del acumulamiento de ciertos bienes poéticos en un depósito al que llama «tú». Entre estos bienes están las tradiciones líricas del amor cortés, el misticismo cristiano, Mallarmé, Hölderlin, por no decir el propio Celan. Él ha elegido contemplar estas tradiciones a través del prisma de un momento brillante y drástico del romance entre Tristán e Isolda: el momento de la vela falsa.

MATIÈRE DE BRETAGNE

Ginsterlich, gelb, die Hänge

eitern gen Himmel, der Dorn

wirbt um die Wunde, es läutet

darin, es ist Abend, das Nichts

rollt seine Meere zur Andacht,

das Blutsegel hält auf dich zu.

Trocken, verlandet

das Bett hinter dir, verschilft

seine Stunde, oben,

beim Stern, die milchigen

Priele schwatzen im Schlamm, Steindattel,

unten, gebuscht, klafft ins Gebläu, eine Staude

Vergänglichkeit, schön,

grüsst dein Gedächtnis.

(Kanntet ihr mich,

Hände? Ich ging

den gegabelten Weg, den ihr weisst, mein Mund

spie seinen Schotter, ich ging, meine Zeit,

wandernde Wächte, warf ihren Schatten - kanntet ihr mich?)

Hände, die dorn-

umworbene Wunde, es läutet,

Hände, das Nichts, seine Meere,

Hände, im Ginsterlicht, das

Blutsegel

hält auf dich zu.

Du

du lehrst

du lehrst deine Hände

du lehrst deine Hände du lehrst

du lehrst deine Hände

schlafen.3

MATIÈRE DE BRETAGNE

Luz de ginesta, amarilla, las laderas

supuran hacia cielo, la espina

corteja la herida, algo dentro

resuena, es el ocaso, la nada

hace rodar sus mares hacia la plegaria,

la vela de sangre navega hacia ti.

Árido, encalla

el lecho detrás de ti, recubierto

de juncos, en lo alto,

cerca de la estrella, los estuarios

de leche balbucen en el cieno, dátil de piedra,

abajo, tupida, abierta en lo azul, una mata

de fugacidad, hermosa,

saluda tu memoria.

(¿Me conocíais,

manos? Recorrí

la senda escindida que señalabais, mi boca

escupía el cascajo, recorrí –errantes cornisas–

mi tiempo, arrojó su sombra, ¿me

conocíais?)

Manos, la herida

corteja la espina, resuena,

manos, la nada, sus mares,

manos, en la luz de ginesta, la

vela de sangre

navega hacia ti.

Tú enseñas

Tú enseñas a tus manos

Tú enseñas a tus manos tú enseñas

Tú enseñas a tus manos

a dormir.

¿A qué alude la «luz de ginesta»?4 A las flores de ginesta amarillas. Podrían ser hermosas para otro poeta; mas, para Celan, supuran. Su estilo recuerda el primer verso del poema de Hölderlin «Hälfte des Lebens» («Mitad de la vida»): compara la sonoridad de Ginsterlich, gelb, die Hänge con Mit Gelben Birmen hängt.5 Pero, mientras que las peras amarillas de Hölderlin están impregnadas de belleza, la ginesta de Celan rezuma pus. El contraste sugiere un estado de ánimo. El estado de ánimo prosigue silenciosamente en las imágenes de espina y herida de Celan, así como las convenciones cristianas y corteses del amor sugieren «devoción» (Andacht). Sin embargo, lo que navega hacia la devoción es «la nada» (das Nichts) y el estado anímico vira hacia la teología negativa. Como sabe cualquier lector de Celan, él se siente en su elemento en este estado anímico. Aquí, no obstante, tal vez busque evocar a ese otro «poeta de la nada»,6 cuyos versos están colmados de mares y navegación: Mallarmé. Recuerda la décima doble página de Un Coup de Dés, que inicia con la palabra RIEN [NADA] en la parte superior izquierda, colocada de tal manera que el resto de las palabras parecen desplegarse por toda la página como olas, para terminar con «la ola en que toda realidad se disuelve» en la parte inferior derecha. Finalmente, el mar de Celan también es un mar de romance que lleva a Isolda hasta Tristán en un barco donde ondea una «vela de sangre».

Todas estas fluidas tradiciones encallan en la segunda estrofa, seca, empantanada, varada, atrapada entre juncos, balbuciendo en el cieno que engendra la tercera estrofa: cinco versos suspensos entre paréntesis. El pensamiento del poeta se detiene sobre sí. Su senda se bifurca y sus palabras son cascajo. Celan ha urdido estos versos intermedios desde la inmovilidad para destacar el movimiento del resto. Mares y fenómenos fluyen de nuevo en la cuarta estrofa y se despliegan, sin interrupción, hacia el final de la página. El poema en su totalidad, recapitulando la primera estrofa, posee el ritmo de una vela de sangre navegando hacia delante en olas de ginestas de luz hacia ginestas de luz hasta ti.

El «tú» de Celan es difícil de fijar, como de difícil color su vela de sangre. De aludir a la leyenda de Tristán, la vela debería ser blanca o negra. Tristán había acordado esta señal con el capitán que lleva de regreso a Isolda por mar: una vela blanca para indicar el bienestar de Isolda, una vela negra en caso de desgracia. Cuando la celosa esposa de Tristán le anuncia que la vela es «más negra que una mora», Tristán se vuelve hacia la pared y muere. Hay sangre en la antigua versión francesa, sangre soñada; mientras Tristán yace agónico, Isolda –en el mar– recuerda haber soñado la cabeza de un jabalí en su regazo, manchando de sangre su vestido.

La sangre podría simplemente significar fatalidad. Una vela que mata. Pero consideremos el tema históricamente. El más antiguo ejemplo literario del tropo de la vela falsa del que disponemos viene del poeta de la antigüedad griega Simónides (556-467 a.C.). Simónides menciona la vela y dice que es roja: ϕοινίκεου. De hecho, la menciona con el fin de decir que es roja, en desafío a una tradición existente. Dado que la vela falsa era ya una vieja historia en tiempos de Simónides, formaba parte del mito de Teseo, del que existían varias versiones. Simónides no tuvo reparo alguno en gastar unas cuantas palabras más sobre el tema. El poema que compuso ya no existe, pero disponemos de dos citas fragmentarias que proceden de él. De Plutarco extraemos noticias de la vela:

Entonces, Teseo alienta a su padre, ufanándose de que derrotaría al Minotauro. Por ello el padre entrega al comandante de la nave otra vela, blanca esta vez, urgiéndolo a izar la vela blanca de retornar con Teseo a salvo. De lo contrario, que navegase con la negra, como señal de catástrofe. Pero Simónides dice que la vela entregada por Egeo no era «blanca sino roja (ϕοινίϰεον ἱστίον), teñida con la húmeda flor de una encina en su mayor lozanía», y que ésta sería la señal de su salvación.7

Y por un escoliasta disponemos de las palabras del mensajero enviado por Teseo a su padre el día de su regreso. Así, según la leyenda, Teseo está por llegar a puerto cuando se percata de que olvidó izar la vela blanca. Un mensajero es enviado para llevar la verdadera historia a su padre, pero Egeo ya ha leído la vela de la muerte y aceptado su versión. Se arroja al mar. El mensajero se dirige al cuerpo muerto del padre cuando dice:

βιότου κέ σε μᾶλλον ὄνασα πρότερος ἐλθών.

[Te habría dado un beneficio mayor que la vida si hubiese llegado antes.]8

El mensajero de Simónides presenta su caso tan económicamente como le es posible. El verbo que emplea (ὄνασα, derivado de ὀνίνημι, «obtener beneficio») procede de la esfera de las ganancias comerciales. Más importante aún, su afirmación reviste la forma de una condición contraria a la realidad. ¿Por qué la economía de la vela falsa debe ser contrafactual? Porque se trata de una idea imposible condicionada por un suceso negativo existente. Dos realidades por el precio de una. De hecho, ningún beneficio se intercambia, pero la idea que sugiere, aunada al relato contrafactual, multiplica el pathos y el aprendizaje. La salvación de Egeo es a la vez aducida y cancelada en el escueto comentario del mensajero. Tú podrías tener también tu propia vela y falsificarla, de ser verdaderas las palabras.

Blanca, negra, roja, revelar, mentir, mentir sobre, olvidado, fatal, en su conjunto la falsedad de la vela falsa es una rica propuesta. Resulta difícil saber cómo estas propuestas se amplían para conformar el interior de un poema como «Matière de Bretagne». Celan combina la materia bretona local de tradiciones corteses y la antigua navegación a vela, con la materia bretona local hecha de cascajo, horas, lechos y pronombres personales que se pliegan unos sobre otros como manos. Transcribe un círculo de gran belleza lírica, iluminado por luz de ginesta, en torno a la Nada. Das Nichts aparece en dos ocasiones, pero la palabra no detiene el poema ni arruina la luz. Forma simplemente parte de la matière del poeta. Así también Simónides construye negativamente la verdad acerca de la vela falsa. «No blanca, sino roja», insiste antes de continuar con asuntos de color locales: «teñida con la flor húmeda de una encina en su mayor lozanía». La rojez de su vela roja mancha profundamente el hecho con fijeza contrafactual. Más roja que el rojo, más roja que la sangre de un jabalí en un sueño, es la ϕοινίϰεον que reposa sobre una nada blanca.

La negación vincula las mentalidades de Simónides y Celan. Términos como «no», «nunca», «ningún lugar», «nadie», «nada», dominan sus poemas y crean espacios de lectura sin fondo. No blanca, sino roja. ¿No fue Aristóteles quien dijo, «Un error enriquece la verdad una vez que lo percibes como tal»? Ambos poetas, Simónides y Celan, así lo ven. Y piden de nosotros verlo igual. Nosotros en la luz de ginesta.

Por ello, la totalidad del poema de Celan nos reúne en un movimiento, hacia ti, que navega hasta el final. Pero tú, para cuando te alcanzamos te estás replegando en un lugar al que no podemos acceder: el sueño. Espacios en blanco sustituyen las palabras por versos en torno tuyo para sugerir tu profunda y distante regresión, fuera de nuestro alcance. ¿Qué nos habrían enseñado tus manos si no hubieras desaparecido? Estar de pie en esta frontera con la blancura, agota nuestro poder de escucha y nos hace conscientes de una crisis en ti. Viajamos hacia tu crisis, llegamos, pero no podemos analizarla, lo peor de todo es que, al final (¡y muy económicamente!) somos la vela falsa que esperas.

3Celan (1983), 1:171. Las traducciones de Paul Celan son de Arnau Pons. Mi agradecimiento. (N. de la T.).

4En España retama y ginesta se usan indistintamente. He optado por ginesta por su etimología y su semejanza al francés, genêt, Ginsterlicht en alemán. (N. de la T.).

5Carson cita en el original que dicha contigüidad se desprende de una conversación que sostuvo con Stanley Corngold, germen del presente ensayo. (N. de la T.).

6Carson se nutre de la idea de Sartre, quien pensaba que la poesía de Mallarmé era como un espejismo en el que éste se reconoce más por aquello que no es, que por lo que es. (N. de la T.).

7Plutarco, Vidas paralelas, vol. i, Teseo, Rómulo , Licurgo, Numa, Biblioteca Clásica Gredos 77, Madrid, 2008.

8Simónides fr. 551 PMG. Escolio a Sófocles, Ayax 740.

CAPÍTULO I
Alienación

Simónides

Simónides de Ceos fue la persona más inteligente que viviera en el siglo V a. C., al menos eso he llegado a creer. Según la historia, también fue la más tacaña. Fantástica en sus anécdotas, incuestionable en sus implicaciones, la avaricia de Simónides puede enseñarnos algo acerca de la vida moral de un usuario de dinero y algo acerca de la vida poética de una economía de pérdidas.

Nadie que utilice dinero permanece indemne por ese hecho.

Nadie que utilice dinero se percata con facilidad de su propia práctica. Pedir al ojo que vea sus propias pestañas, según señala el proverbio chino. Aun así, eso fue lo que hizo Simónides, y no sólo porque era inteligente. La historia lo sitúa en el umbral de dos sistemas económicos. Su vida forma una suerte de aguda proyección que se alza en el lugar donde se entrecruzan el dinero acuñado y la cultura premonetaria de la Grecia arcaica.

Moneda

Una moneda es un trozo de metal aplanado de peso estándar con diseño grabado en una o ambas caras para indicar qué persona o comunidad la ha emitido y a cuál regresará. La primera moneda real, de acuerdo con Heródoto, fue un invento lidio, es decir, data de alrededor del 700 a.C.9 Las monedas lidias originalmente estaban hechas de electro, una aleación natural de oro y plata. En Grecia continental, las ciudades de Corinto y Atenas empezaron a acuñar monedas de plata antes del año 550 y, para finales del siglo VI, el uso de monedas se había generalizado en el mundo griego.

Pero, en sus inicios, el sistema monetario del mundo griego resultó anárquico. Cada ciudad podía promulgar la circulación interna de su propia moneda metálica; sin embargo, en el exterior, las monedas se aceptaban de acuerdo con su peso. Además, sus altas denominaciones sugieren que las primeras monedas no se acuñaron para uso comercial en los mercados locales, sino para facilitar la burocracia gubernamental (por ejemplo, para pagar a mercenarios, financiar obras públicas y cultos, liquidar peajes portuarios u otros impuestos).10 Los particulares seguramente encontraron usos para la moneda, que dominó cada vez más el comercio y el orden personal, pero el dinero no sustituyó simple y llanamente las estructuras comerciales premonetarias. Más bien, las permeó paulatina e irregularmente a lo largo de varios siglos, mientras gozaba de una extraña convivencia con sistemas de intercambio anacrónicos cuya actividad, de hecho, contradecía aspectos importantes del razonamiento monetario.

Don

Antes de la aparición del dinero, numerosas sociedades complejas ordenaban su vida económica de forma significativa mediante dones y el intercambio de éstos. Los historiadores han mostrado cómo una ideología de intercambio aristocrático de dones, innegable a lo largo de los poemas homéricos y ampliamente documentada en vestigios arqueológicos del mundo de Homero, continuó impregnando las sociedades griegas arcaicas y clásicas entre los siglos VIII y IV a.C., coexistiendo tenazmente con la propagación del dinero y el intercambio de bienes. El intercambio de dones forma parte de la llamada «economía imbricada», es decir, un sistema sociocultural en el cual los elementos de la vida económica están imbricados en instituciones no económicas como el parentesco, el matrimonio, la hospitalidad, el mecenazgo artístico y la amistad ritual. Éstos funcionan a través de un laberinto de interacciones sociales, religiosas y simbólicas basadas en el intercambio de dones.

Marcel Mauss inició el estudio de los dones y su economía en su célebre Essai sur le don. En él describe sociedades donde la entrega de dones es un mecanismo de intercambio a la vez material y moral, y entrelaza la comunidad en un tejido vivo de valor. Mauss cita un proverbio de Nueva Caledonia:

Nuestros festejos son el movimiento de una aguja que entrama nuestros techos de juncos, convirtiéndolos en una techumbre única, una sola palabra.11

Mauss hace hincapié en que esta «techumbre única» se elabora continuamente a partir de tres obligaciones relacionadas entre sí: dar, recibir, devolver. Considerando estos tres requisitos, podemos observar cómo la vida moral establecida por semejantes transacciones difiere de la de una economía monetaria. Un don tiene contenido económico y espiritual, es personal y recíproco, y depende de una relación que perdura con el tiempo. El dinero es una abstracción que circula en un solo sentido y de forma impersonal entre individuos cuya relación se limita a la transferencia de dinero. Para utilizar la terminología de Marx, una mercancía es un objeto alienable que intercambian dos partes caracterizadas por un estado de independencia mutua, mientras que un don es un objeto inalienable que intercambian dos partes dependientes una de la otra.12 Don y mercancía representan dos nociones diferentes de valor, plasmadas en dos conjuntos distintos de relaciones sociales. Éstos deberían excluirse mutuamente. En realidad, histórica y psicológicamente, se traslapan.

XENIA

Toma, por ejemplo, el modo de intercambio de dones que los antiguos griegos llamaban ξενία (xenia). Generalmente traducido como «hospitalidad» «amistad para con los invitados» o «amistad ritual», la institución de la xenia permea las interacciones socioeconómicas de los períodos homérico, arcaico y clásico. Gabriel Herman define la xenia como «un vínculo de solidaridad que se manifiesta en un intercambio de bienes y servicios entre individuos procedentes de unidades sociales distintas».13 Las características de la xenia, a saber, su base de reciprocidad y su perpetuidad supuesta, parecen haber tejido una textura de alianzas personales que mantuvo unido al mundo antiguo.

En espíritu, la xenia es enfáticamente no mercantil: los bienes no se miden, la ganancia no es la finalidad. De hecho, la finalidad es contraer una deuda:

La aspiración de la economía de dones es acumulación con fines de de-acumulación; la economía de dones es ante todo economía de deuda, cuyos actores buscan maximizar las salidas. El sistema puede describirse como un «desequilibrio alternado», cuyo fin nunca es «saldar» deudas, sino preservar una situación de endeudamiento personal.14

Pues mientras el dinero busca modificar el statu quo, los dones buscan mantenerlo. El profundo conservadurismo de una economía de dones asegura su propia continuidad y su prestigio moral de dos formas. Primero, por derogación de todo lo que no es don. Puede observarse una marcada desconfianza respecto al dinero, los beneficios, el comercio y las personas que lo practican permeando las actitudes socioeconómicas de Grecia desde los tiempos de Homero hasta la época de Aristóteles. «El intercambio de mercancías no era una actividad aceptable para un griego», concluye un historiador.15 La riqueza es algo bueno de tener, mas no de perseguir. Asimismo, Mauss sugiere que la economía de dones disfruta proyectando sus funciones sobre el cosmos, como si las reglas de la xenia representaran simplemente el modo en que suceden las cosas para los dioses y los hombres. El intercambio de dones perdura al pasar por alto el hecho de que sólo es un sistema económico entre otros. Solón, político que vivió en un período de floreciente economía y basó su carrera en la denuncia del uso del dinero, habla como un típico aristócrata del siglo VI cuando dice:

Perfectamente feliz es quien que tiene niños amorosos

y caballos de fuertes pezuñas y perros de caza y un xenos

en el extranjero.16

La delicada situación del poeta antiguo

Los poetas de la Antigüedad participaban en la economía de dones de sus comunidades como xenoi de la gente que disfrutaba de su poesía. Homero nos presenta a Demódoco y Femio como bardos permanentes de la corte que intercambiaban sus cantos por la hospitalidad de la casa, y al propio Odiseo trocando su historia por comida y hospedaje. En el momento en que Odiseo, en la sala de banquetes de Alcínoo, corta un trozo caliente de su porción de carne de puerco y la ofrece en agradecimiento al bardo Demódoco «para que él pueda comer y pueda yo tenerlo junto a mí»,17 observamos la economía imbricada en su estado ideal. En el transcurso de los siglos posteriores, poetas como Estesícoro, Jenófanes, Íbico, Anacreonte, Simónides, Esquilo, Píndaro y Baquílides viajaron a las ciudades de sus patronos y vivieron en sus hogares mientras producían poesía para ellos. Al describir semejante relación entre el tirano Polícrates y el poeta Anacreonte, Estrabón dice: «El poeta lírico Anacreonte vivió con este hombre y su poesía está llena de su recuerdo».18 Heródoto ofrece una visión de Polícrates y Anacreonte «conversando recostados uno al lado del otro en la sala de banquetes».19 Se reconoce la estructura externa de una relación de xenia aristocrática, en la que hombres conscientes de un vínculo mutuo y ritual intercambian dones de poesía por sustento. Sólo podemos imaginar su delicado funcionamiento interno.

El dinero lo cambió todo. «El dinero, dice Marx, es la externalización de todas las capacidades de la humanidad».20

Cambio

Simónides es considerado el responsable de este cambio. De acuerdo con un escoliasta antiguo, «Simónides fue el primer poeta que introdujo un cálculo detallado del precio en su composición de cantos y poemas».21 De este hecho derivan elaboradas imágenes que representan a Simónides como un tacaño, un gruñón y un sórdido avaro. «Nadie podría negar que a Simónides le encantaba el dinero», escueta afirmación de su biógrafo, Eliano. El poeta Jenófanes, contemporáneo de Simónides, lo califica de kimbix (ϰίμβιξ: «tacaño»). Menos de cincuenta años después de su muerte, Simónides aparece como arquetipo de la avaricia en los escenarios cómicos. Un personaje de Aristófanes comenta: «¡Ese Simónides se haría a la mar en una alfombrilla de baño con tal de ganar dinero!». Aristóteles usa a Simónides de forma similar, como ejemplo arquetípico de aneleutheria (ἀνελευθερία: «avaricia»). Otros testimonios registran que Simónides exigía enormes honorarios por sus versos, acumulaba dinero en ánforas en su casa, recorría el mundo en busca de patronos adinerados, denunciaba a quienes no le pagaban lo suficiente y pronunciaba panegíricos acerca de los placeres del lucro. Resultaría plausible considerar estos relatos, de acuerdo con la tendencia caracterológica de los antiguos biógrafos, como tropo por el simple hecho de que Simónides profesionalizara la poesía. Pero tratemos de entender ese simple hecho de forma más precisa.

El que Simónides fuera el primero en profesionalizar la poesía no es improbable. Alguien tuvo que hacerlo, y las creencias actuales acerca de la fecha de circulación de monedas coinciden con la época en que vivió.

Que Simónides ganara mucho dinero no es imposible. Disponemos de información pertinente sobre los salarios de principios del siglo V donde se sugiere que las artes verbales eran bien remuneradas en comparación con el resto. El escultor Fidias, por ejemplo, trabajó la estatua criselefantina de la diosa Atenea en Atenas por cinco mil dracmas anuales, de los cuales tuvo que desembolsar, personalmente, el costo de sus trabajadores y el de producción. Y Heródoto nos habla de un bien cotizado médico cuyo sueldo anual era de seis mil dracmas mientras vivió en la isla de Egina, doce mil dracmas mientras vivió en Samos y diez mil dracmas mientras radicó en Atenas. El mismo monto, diez mil dracmas, fue lo que solicitó Píndaro por un solo ditirambo compuesto en honor de los atenienses. Mientras tanto, el sofista Gorgias pedía a cada uno de sus estudiantes un pago de diez mil dracmas por un solo curso de retórica y ganó suficiente dinero como para mandar erigir una estatua en oro sólido de sí mismo en el templo de Apolo en Delfos. Sócrates afirma que Gorgias y Pródico «obtuvieron más ganancias por su sabiduría que cualquier otro artesano gracias a su destreza». Se estima que diez mil dracmas equivalían aproximadamente a veintiocho años de trabajo para un jornalero remunerado a razón de un dracma per diem.22

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