Czytaj książkę: «Moda y tradición»

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Angélica Brañez Medina

Es magíster en Arte Peruano y Latinoamericano por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y licenciada en Arte también por la UNMSM. Ganadora del Concurso de Incentivo a la Investigación en las ediciones 2019 y 2021 de la Universidad de Ciencias Aplicadas (UPC). Como parte de su labor para impulsar los estudios sobre la moda y la historia del arte en el Perú, ha organizado y curado variadas exposiciones como “De lo seriado a lo sagrado: más allá del prêt-à-porter” (2016). Publicó diversos artículos en la revista ARQ, y los libros Arte de la vida en riesgo: Félix Rebolledo (2004, en coautoría con Nanda Leonardini) y El vestido femenino limeño de élite durante la era del guano (1845-1878) (2005); además, se encargó de la compilación y del estudio introductorio de Las modas y los adornos (2004). Actualmente, se desempeña como docente en la UPC.

ORCID: 0000-0001-6193-8789



© Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
Autora:Angélica Brañez Medina
Edición:Luisa Fernanda Arris
Corrección de estilo:Claudia Prieto Requejo
Diseño de cubierta y diagramación:Dickson Cruz Yactayo
Imagen de portada:A partir de En Amancaes / (zamacueza) más borrascosa en 1840. Acuarela de Pancho Fierro
Editado por:Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas S. A. C.Av. Alonso de Molina 1611, Lima 33 (Perú)Teléfono: 313-3333www.upc.edu.pePrimera edición: noviembre de 2021Impresión bajo demandaVersión e-book: diciembre de 2021
Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)BibliotecaAngélica Brañez MedinaModa y tradición. El vestido del pueblo limeño en el siglo xix republicanoLima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2021ISBN de la versión epub PDF: 978-612-318-376-9MODA, DISEÑO DE MODAS, VESTUARIO, HISTORIA, PERÚ, SIGLO XIX746.0985 BRAÑ
DOI: http://dx.doi.org/10.19083/978-612-318-376-9Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2021-12095Esta publicación fue sometida a un proceso de revisión de pares antes de su divulgación.Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.El contenido de este libro es responsabilidad de la autora y no refleja necesariamente la opinión de los editores.

PRÓLOGO

Moda y tradición son conceptos que discurren en sendas paralelas, no se juntan, pero se miran y olfatean. En este libro, se advierte el trajinar de la moda en diferentes espacios y costumbres, lo cual motivaría un estudio sociológico que contemple los afanes, los hábitos y las creencias de las personas de diferentes estratos sociales: algunas cambian su estilo de vestir por antojo, libremente; otras, en este caso la mayoría, por imposición y carencia económica.

En esta obra, se encuentra el significado de prendas y accesorios en el espacio urbano, con datos que se remontan al siglo xvi. Este trabajo abarca los siglos pasados en el contexto político y social de Lima, sin prescindir de modas y diferentes estilos artísticos como la arquitectura y otras manifestaciones.

En la investigación intelectual realizada en el libro Moda y tradición de Angélica Brañez Medina, se hallan datos de viajeros y habitantes, como Flora Tristán, registrados en historias, estudios y literatura, así como pinturas de Rugendas y Pancho Fierro, incluidas algunas imágenes poco difundidas y muy justamente destacadas en este libro.

En el texto, se explica el mensaje de la ropa, del atuendo o de la vestimenta que se usaba para protegerse de la inclemencia del clima, y las prendas y los accesorios que solo eran para lucimiento.

Asimismo, se relatan grandes historias y cambios a partir del desembarco de extranjeros como la llegada de negros en calidad de esclavos para las minas y trabajos menores, quienes generalmente usaron ropas de segunda y tercera mano. Cuando lograron confeccionar ropa a su gusto, las negras lucían grandes escotes y amplios faldones.

Los pregoneros, personajes emblemáticos de la Lima de antaño, daban la hora anunciando lo que ofrecían. En “Los pregones de Lima”, Ricardo Palma describe con aguda pluma que, desde las 6:00 a. m. hasta las 8:00 p. m., proclamaban sus productos con diferentes tonadas y letras.

La llegada de chinos (culís) imprimió también una nueva imagen a las calles, quienes fueron destinados especialmente a las grandes haciendas en calidad de casi esclavos. Asimismo, inmigraron alemanes, ingleses y vascos.

En 1746, el virrey Manso de Velasco, conde de Superunda, emprendió la reconstrucción de Lima, en la cual destacaban los detalles moriscos y las celosías, así como el barroco, cuyo estilo fue distintivo en esta época.

Se precisan importantes datos como la importación del 90% de productos de ropa, especialmente por los precios bajos debido al desarrollo industrial extranjero que competía con la producción nacional.

La construcción del ferrocarril en 1851 de Lima al Callao y en 1858 de Lima a Chorrillos generó grandes cambios que se apreciaron en todas las esferas sociales.

El tiempo y el espacio determinan la prendas que se usan. Cada acontecimiento social, como las guerras y los levantamientos radicales, establece cambios —muchas veces suelen ocasionarse por un personaje destacado que es el líder de opinión— que influyen en la moda. Esta puede ser fugaz, pocas perduran en el tiempo como el diseño a cuadros que se puso en boga a partir de la lectura de Walter Scott en 1855. Años más tarde, se le llamó tela escocesa; sin embargo, se advierten maravillosos diseños a cuadros y más en los mejores museos creados por culturas sabias y ancestrales como los tiahuanacos y los waris.

Además, se menciona la protesta de las mujeres en el siglo xix para liberarse de atuendos ajustados e incómodos, y lograr vestirse con prendas más adecuadas para su salud e higiene. La gente del pueblo vestía la ropa más cómoda, lo cual se comprueba en fotos y pinturas antiguas donde se aprecian posturas más relajadas y sueltas, como comenta Nicola Squicciarino en su libro El vestido habla.

Asimismo, se detallan las prendas usadas por la aristocracia y la plebe como las mantillas de encaje desde fines del siglo xviii hasta mediados de siglo xx, las cuales eran negras y blancas, muy pocas de otros colores.

También se menciona el poncho, que es una prenda inconfundible en casi toda la patria grande. Ricardo Palma lo llamó “abrigo de cuatro puntas”. Engalanó especialmente a los hacendados, pero el pueblo lo usaba para protegerse del frío como en la actualidad. Otra prenda aludida es la pollera de las mujeres andinas, donde predominaban los colores negro y rojo.

Un importante libro consultado por la autora es el Vestido tradicional del Perú (1981) de María Luisa Castañeda, quien investigó viajando y, luego, plasmó en sus dibujos la ropa tradicional de gran parte del Perú.

El libro de Brañez menciona las investigaciones de Roel y Borja sobre el anaco de Camilaca y de Francisco Vallejos sobre el anaco de Sondorillo, cuyos trajes prehispánicos hasta ahora están presentes, junto con el de Tupe y tantos más. Estos, así como el poncho y la lliclla, conforman sin duda la resistencia cultural andina.

No podía faltar el significado de los colores, y cuáles eran los preferidos por la gente de abolengo y por el pueblo, datos que Angélica Brañez explica muy claramente.

Así, en este trabajo, se advierte cómo la moda, que casi siempre ha sido catalogada como banal, suscita necesarios estudios de la sociedad en los cuales se aportan datos e historias para conocer las costumbres de otras épocas.

La moda, que hasta hace unos años no figuraba como arte, ahora es arte, investigación e identidad.

Olga Zaferson

Noviembre de 2021

INTRODUCCIÓN

Este libro cierra una investigación previa que abarca el vestido femenino de la élite limeña en la era del guano1 y muestra un panorama social completo de la vestimenta limeña del siglo xix, heredera de las tradiciones virreinales en el traje y que también incorpora la homogenización en el vestido resultado de la industrialización: doble proceso de permanencia y cambio, y de configuración de la identidad a través del traje.

Se propone que el vestido del pueblo limeño republicano del siglo xix puede ser estudiado desde la perspectiva de la historia del arte y del diseño, entendiéndose por pueblo no solo a los sectores menos favorecidos, sino al grueso de la población, que excluye a las élites, y se centra en la clase media y popular con alusiones a la burguesía por ser agentes de la moda. Además, se expone la división social del periodo, y se teoriza sobre el significado y uso de las prendas y el conjunto vestimentario. También se plantea el devenir histórico cultural de dichas prendas que configuran el imaginario del vestido del pueblo durante el siglo xix. Otro punto fundamental es la dialéctica entre el vestido, y el entorno o espacio público y arquitectónico. Finalmente, se identifican aspectos formales como la gama cromática o la silueta en la vestimenta de los grupos más oprimidos.

De esta manera, se pretende ampliar y conocer el vestido del pueblo. Su importancia radica en entender cómo las tradiciones vestimentarias conservadoras limeñas se traducen en un contexto capitalino vulnerable a los influjos ultramarinos externos, y cómo el nuevo lenguaje impuesto por la producción en serie se incorpora de forma paulatina y construye la identidad en el vestir en un contexto conservador, donde el concepto de gusto es afectado por la seriación de la producción industrial.

Este texto se centra en los sectores con menos poder económico, herederos del guardarropa de sus amos o portadores de prendas tradicionales confeccionadas en telar como el poncho. Asimismo, se suman las prendas en serie por su bajo costo que homogenizan la apariencia con el resto de la población. Por lo tanto, ello abarca la elegancia y tradición limeña junto con la nueva estética seriada y simplificada desde la perspectiva del traje del pueblo. A partir de un imaginario amplio de estereotipos, se establecen las principales características de la vestimenta del pueblo en el siglo xix, y la relación que sostiene con las funciones que cumplían sus usuarios, la imagen que proyectaban y la forma en cómo los definía o representaba.

El libro está dividido en cuatro capítulos. En el primer capítulo, se realiza la clasificación social de la época, además de los aspectos teóricos del vestido, que se desprenden de la observación del fenómeno del traje en el contexto limeño del siglo xix. Este es el aporte conceptual y teórico de un fenómeno que es ajeno a la moda como se entiende en la actualidad, pero que absorbe la seriación de la apariencia. Del mismo modo, es la construcción del discurso de la identidad a través del vestido del ciudadano que se traslada a pie con respecto al erotismo, a la protección, a la funcionalidad, y al esfuerzo o distensión.

En el segundo capítulo, se aborda el vestido y el espacio circundante. Se sitúa al vestido en el espacio urbano que lo alberga por gozar de información visual y escrita. Por ello, se enfatiza en los recorridos de sus portadores, en los lugares y en los momentos de concentración para identificar variedades y convivencias. Asimismo, se analiza cómo los recorridos de estos individuos por la ciudad, a caballo o por ferrocarril, establecen la manera de colocarse y lucir sus prendas; distante a la del traje de élite, que se reserva para los acontecimientos importantes. Su contexto es espontáneo, casi por inercia, limitado por su precariedad económica y permanente por sus tradiciones. Por último, en este apartado, se revisan los espacios públicos que congregan, donde se alterna y convive la sociedad limeña en su conjunto.

En el tercer capítulo, se propone un recorrido histórico y formal desde las prendas mismas, planteando su ascendencia y continuidad. Los tipos seleccionados son aquellos que se repiten y crean la imagen vestimentaria colectiva del siglo xix limeño por estar expuestos y configurar la apariencia que otorga identidad; visión basada en los cambios formales y de contenido, ya sean de origen prehispánico o resultado del mestizaje como el poncho o la pollera. Al mismo tiempo, marcan la continuidad de los usos virreinales y las variaciones de la modernización, la tradición, y el cambio simplificador.

En el cuarto capítulo, se expone un análisis visual y artístico de los trajes más característicos de la población limeña. Para ello, se escogieron elementos formales como la silueta, el color, la anatomía, las proporciones, el movimiento, los diseños y las texturas con la finalidad de entender los valores plásticos del vestido en sí y su relación con el cuerpo como soporte. Para conseguir esta clasificación, se tomaron como punto de partida los métodos formalistas de la historia del arte, los cuales se adaptaron a los principios formales del traje. Este enfoque sigue la pauta de la historia del vestido y de la moda trasladada al contexto limeño decimonónico.

Se asocia esta perspectiva formal e histórica con los contenidos y significados. En este sentido, es un análisis visual y formalista de la estética del vestido de la calle, del poblador o transeúnte anónimo, inadvertido, de pocos recursos y de gustos permanentes que prioriza la funcionalidad y la practicidad. No obstante, su naturaleza receptiva se diferencia y enarbola su identidad y lenguaje vestimentario, no exento de gusto, pese a las condiciones adversas en que labora. Este busca el cuidado de su apariencia, aunque sea en clave humilde.

AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer de manera particular a la maestra Adela Pino Jordán, quien siempre demostró compromiso y paciencia para llevar adelante esta investigación; a mi padre, Roberto Brañez Poma, mentor de vida; a mi madre, Elizabeth Medina, luz y guía; y a mis hijas Adriana y Magia, quienes siguen mis sueños en un esfuerzo sincronizado y en equipo.

CAPÍTULO 1.

Las clases sociales y los significados del traje

Durante los primeros años de la República, los criollos conservaron los privilegios. Ellos, junto con los militares y los gamonales, constituían la clase alta. Durante estos años, la población peruana descendió dramáticamente debido al terror revolucionario de la Independencia impuesto primero por Bernardo Monteagudo, ministro de gobierno de San Martín, y luego por Bolívar. Esta situación de inestabilidad los obligó a migrar del país, mientras que aquellos que se quedaron perdieron sus antiguos privilegios, provenientes de su linaje, y de la posesión de antiguos títulos y blasones. Los criollos asumieron los altos cargos de la burocracia civil, militar y eclesiástica, representando el 10% de la población concentrada en las ciudades (Huiza, 1998).

Las clases altas se ubicaron en el sector urbano y, en caso de estar en el campo, eran hacendados o propietarios de las minas. A los criollos, le siguen los burgueses, quienes cumplían funciones político-económicas y se beneficiaban con la extracción del guano de las islas. Por último, se encuentran la clase media, los artesanos y el pueblo propiamente dicho, entendido como la mayoría o masa, quienes comparten cultura a lo largo del tiempo y que, a su vez, se asocian con el sector trabajador, sin privilegios ni estatus económico o social. En el siglo xix, la sociedad aún se conserva muy segmentada, y esa pluriculturalidad se refleja de manera visual en acuarelas o en apuntes rápidos de viajeros y de Pancho Fierro.

La capital albergó a cientos de abogados, profesores, literatos, médicos, clérigos, funcionarios públicos, artistas, entre otros profesionales. En 1858, en Lima, se empleaba a 744 profesores en los colegios públicos, se gozaba de los espectáculos de 419 artistas y se tenía alrededor de 21 000 extranjeros, que conformaban el 20% del total de su población (Huiza, 1998). El pueblo y la fuerza de trabajo estaban constituidos por los indios, los afroperuanos y los grupos resultados del mestizaje. A ellos, se sumaban los chinos, quienes se incorporaron, de manera efectiva, a la mano de obra barata.

Los afrodescendientes estaban concentrados en las haciendas costeras como peones o en las casas como esclavos domésticos. Los indios en su mayoría eran ambulantes o trabajaban en el campo; su posición fue de marginalidad en la sociedad y su relación con las ciudades ahora relegadas como Cusco aumentó su rasgo excluyente.

La plutocracia peruana se basó en las consignaciones del guano, en los empréstitos para la construcción de los ferrocarriles, en el agro, en el comercio y en la industria. Este grupo fue conocido como los hijos del país.

Al avanzar la segunda mitad del siglo xix se formó una clase social plutocrática del guano y del predominio de los bienes inmobiliarios urbanos. Los pioneros en el desarrollo latifundista fueron extranjeros: el alemán Luis Albrecht, los hermanos Larco en el valle de Chicama, el inglés Enrique Swayne, en Cañete y en el Norte y el chileno Ramón Aspillaga en la hacienda Cayalti (Basadre, s. f., p. 620).

El momento de prosperidad económica se evidencia con la creación de los bancos, que comenzaron a funcionar entre 1862 y 1863. En el Perú, los valores bursátiles se diluyeron porque estuvieron en manos de la misma gente bajo la influencia de la mentalidad del segundo imperio.

Ganar dinero se hizo una especie de religión al extenderse las operaciones vinculadas con el guano. Era la preocupación de la riqueza impulsada por el afán de negocio, de este modo desde 1860 se fue diseñando la fisonomía de una plutocracia costeña.

[...]

No se produjo, pues, la división entre la aristocracia territorial y la gran burguesía urbana; ni afloró el fenómeno del capitalismo pleno, como fenómeno, como sistema económico nuevo y total (Basadre, s. f., pp. 620-621).

1.1 La clase alta

Según Jorge Basadre (s. f.), la plutocracia no tuvo divisiones claras entre un sector de propietarios urbanos, el vinculado a los contratos con el Estado y el de carácter urbano, sino que se asoció a lazos de familia o matrimonio con la antigua nobleza del Virreinato, o a gente nueva que adquirió la psicología señorial. En este sentido, otro sector de la nobleza entró en un proceso de empobrecimiento.

1.2 La burguesía

Provenía de antiguos comerciantes. Algunos burgueses fueron consignatarios del guano, que directamente o como representantes extranjeros se convirtieron en negociantes de prestigio. También estuvieron los “consolidados” o beneficiarios del pago de la deuda interna, ahora prósperos latifundistas dedicados a la industria azucarera y al cultivo del algodón, o sus acreedores del Estado, a través de bancos que fundaron, y los propietarios urbanos y los prósperos abogados. Estos gozaron de holgura económica. A ellos, se sumaron los comerciantes extranjeros. Los matrimonios con este último grupo, promovidos por los sectores plutocráticos, implicaron “mejorar la raza”, por la visión de superioridad respecto a los europeos, modernizar el país y desarrollar la sociedad con las ideas de modernidad. Así, Lima adquirió nuevas costumbres: “[…] aparecieron los clubes sociales o juegos de salón: El club Nacional, con carácter de exclusividad, solo para varones en 1855, el Club de la Unión en 1868 y el Club de Regatas de Lima en 1875, entre otros” (Huiza, 1998, p. 78).

Los nuevos ricos se vincularon a la aristocracia criolla. A ellos se unieron los comerciantes extranjeros, quienes consolidaron la introducción de la moda europea no solo la francesa, instalada en la capital desde el siglo xvii, sino la inglesa, que impuso la sobriedad masculina. Los burgueses aspiraron a funciones políticas y de gobierno. La mayoría perteneció a clubes para diferenciarse de las clases más bajas. Como sostiene José Carlos Mariátegui (1928), el industrialismo europeo u occidental se abasteció del guano y del salitre. Los dos productos yacían en la costa, casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos. Sus rendimientos se convirtieron en la principal renta fiscal. El Estado usó sin medida su crédito, ya que vivió en el derroche, hipotecando su porvenir a la finanza inglesa.

El guano y el salitre cumplieron la función de crear un activo tráfico con el mundo occidental. Este tráfico colocó la economía nacional bajo el control del capital británico, lo cual, a consecuencia de las deudas contraídas con la garantía de ambos productos, provocó que más adelante se le entregue la administración de los ferrocarriles. Las utilidades del guano y del salitre crearon los primeros elementos de capital comercial y bancario. Asimismo, se formó una burguesía enlazada con la aristocracia, conformada por los sucesores de los encomenderos y terratenientes de la Colonia, pero obligada a adoptar los principios fundamentales de la economía y de la política liberales. El gobierno de Castilla marcó la etapa de solidificación de una clase capitalista. La burguesía lentamente logró la conquista total del poder. Por su parte, la economía se tornó prevalentemente costeña. El guano y el salitre fortalecieron el poder de esta región (Mariátegui, s. f.).

Según Manuel Atanasio Fuentes (1864), en la Guía de domicilio de Lima, en la capital peruana, 4253 personas se dedicaban a las actividades mercantiles en 1860. Así, había diez casas inglesas, ocho alemanas, siete italianas, cinco españolas y cuatro francesas en el rubro. Algunos evitaron vincularse a la política y los ingleses prohibieron a sus gerentes el matrimonio con nativos sudamericanos. Esta bonanza económica convirtió al Callao en el principal puerto del Pacífico, desplazando a Valparaíso. Otros puertos importantes fueron Iquique, Islay y Arica. Según las estadísticas de 1860, entre los productos de exportación, el guano superó a todos los demás, como el salitre, el bórax y la plata. En el extranjero, se exportaron algodón, lanas, sedas y linos.

1.3 La clase media

Perteneciente a reconocidas familias. En las provincias, la clase media estuvo conformada por hijos de terratenientes y pequeños propietarios; y, en Lima, por aristócratas empobrecidos que vivían de pensiones o rentas, y por pequeños empresarios industriales y de comercio. Para ellos, era necesario tener un apellido ilustre, una exitosa profesión liberal, un cargo público y detentar un negocio próspero. Profesiones como la medicina y la abogacía les brindaron una solvencia asegurada y una buena reputación. En este sentido, los médicos pertenecieron a un grupo respetado de sólida influencia tanto en la vida política como en la ciencia, y los abogados ocuparon puestos privilegiados en la vida política (Huiza, 1998).

Sus funciones determinaban su vida social. En este contexto, la vida devota de las mujeres era constante. Tanto señoritas y señoras acudían a misa todos los días, y los hombres, a sus centros de trabajo y regresaban para el almuerzo. Los roles repercutieron en el traje, el uso de mantilla de encajes fue común, así como la adopción de la vestimenta sobria, que era práctica para las faenas diarias.

Diariamente, a las cinco de la tarde cerraban las oficinas públicas, y a las seis, las privadas. Cenaban entre esa hora y las siete y media de la noche. Luego, los hombres se dirigían al club o a realizar visitas, y las mujeres se reunían en la sala de sus casas para recibir a sus invitados (Huiza, 1998). El rol social del varón era más activo, y su apariencia, elegante y práctica. En cambio, la mujer era devota, esperaba a sus invitados, elegante, pero con una visión un tanto idealizada y frágil.

1.3.1 Los artesanos

Desarrollan actividades de manera independiente y encajan en la clase social media baja, conformada por indios, negros y mestizos. Para algunos, es el rezago de los antiguos gremios: “Hacia 1829 las artes estaban agrupadas entre 700 y 900 […] talleres […] La cuarta parte de los establecimientos de Lima, y empleaban entre tres mil y cinco mil aprendices, jornaleros y esclavos negros organizados en unos 40 gremios” (Huiza, 1998, p. 50).

Hacia 1830, alrededor de 5000 personas, entre maestros, oficiales, aprendices y jornaleros, estaban agrupadas en aproximadamente 400 talleres y 40 gremios. Entre otras actividades, se especializaron en joyas, vestidos, monturas, botones, relojes, o eran pequeños comerciantes, pulperos y ambulantes que recorrían las calles. Ejercieron presión contra las importaciones, en especial en Lima, y se enfrentaron contra los artesanos franceses, italianos e ingleses, quienes administraban cerca de la quinta parte de los talleres más prósperos de la capital. Junto con la élite mercantil limeña, en 1828, lograron elevar los aranceles del 50% al 90% a fin de proteger a los comerciantes nacionales, cuya medida se mantuvo hasta la década de 1850 (Huiza, 1998).

Los primeros esfuerzos industriales comenzaron en la década de 1840. El Estado otorgó premios a los más destacados empresarios, técnicos y trabajadores. Se fundaron las fábricas de tejidos de seda en Sarratea y Navarrete. La viuda de Santiago e Hijos, Cagigao y Casanova instalaron el primer telar a vapor en la antigua casa molino de la Perricholi para hilados y tejidos de algodón, utilizando la fuerza motriz de las acequias aledañas y la mano de obra femenina. Lamentablemente, funcionó por poco tiempo. Años después, en 1871, la viuda reabrió la fábrica textil algodonera de Vitarte con la maquinaria de la frustrada compañía de Santiago e Hijos, Cagigao y Casanova. De esta manera, se inició la industria textil republicana. El crecimiento industrial se evidenció de distintas maneras como los tintes a base de cochinilla o la fábrica de cigarros de Antonio Pouchan y Compañía, el cual empleó a cerca de 400 trabajadores (Huiza, 1998).

Por otro lado, en 1849, los artesanos exigieron al Congreso la aprobación de la ley del artesano. Esta fue la lucha del taller preindustrial contra las fábricas. En nombre de la “libertad de trabajo”, los gremios fueron abolidos por la Constitución en 1860. Asimismo, organizaron las primeras sociedades de socorros mutuos y, en 1844, el Estado creó la Escuela de Artes y Oficios de Lima para impartir la formación técnica, la cual se inauguró en 1864. En este sentido, Castilla destinó a la escuela el antiguo edificio del colegio real, que contó con talleres de mecánica, herrería, cerrajería, calderería, ebanistería y carrocería. No obstante, su decadencia fue inevitable ante el desarrollo de la industria textil.

1.4 La clase popular

Las clases más bajas la constituyeron los campesinos y los obreros. En la costa peruana, los trabajadores de la tierra son el indio, el negro esclavo y el culí chino. Si bien la agricultura de la costa evolucionó hacia el cultivo del suelo y la transformación y el comercio de los productos, el ambiente de la hacienda se mantuvo íntegramente señorial. Las leyes del Estado no eran válidas en el latifundio mientras no obtuviesen el consenso tácito o formal de los grandes propietarios, quienes consideraban a sus terrenos fuera de la potestad del Estado y no se preocupaban por los derechos civiles de la población que vivía en los confines de su propiedad (Mariátegui, s. f.).

Las rancherías, que alojaban a la población obrera, no diferían mucho de los galpones que albergaban a la población esclava. La explotación era ocasionada por el poder ilimitado de los grandes propietarios costeños, quienes ejercían su poder por pertenecer a la clase dominante y acaparar la tierra en un país sin industria ni transporte. Es importante tomar en cuenta la escasa población de la costa y la carencia o insuficiencia de brazos. Por otro lado, la situación del bracero en los fundos de la costa fue mejor que en los de la sierra. “Los terratenientes costeños se vieron obligados a admitir, aunque sea restringido y atenuado, el régimen del salario y del trabajo libre” (Mariátegui, s. f., p. 51).

El hacendado se preocupó por su rentabilidad, no por la productividad de la tierra. La propiedad de esta le permitió explotar ilimitadamente la fuerza de trabajo del indio. El hacendado se reservó las mejores tierras y repartió las menos productivas entre sus braceros indios, quienes trabajaban para las primeras y se sustentaban con los frutos de las segundas. El arrendamiento del suelo es pagado por el indio con trabajo o frutos, muy rara vez con dinero, pues su fuerza tenía mayor valor (Mariátegui, s. f.).

1.4.1 Las migraciones

El Estado peruano, mediante contratos con empresas privadas, propició la inmigración de familias europeas al territorio nacional. En 1857, se instalaron familias de diversos países: 257 de Alemania, 100 de Irlanda y 58 de Vasco. Asimismo, 300 colonos se asentaron en la hacienda Talambo en Lambayeque alrededor de 1860. A partir del año siguiente, migraron familias polinesias, víctimas de vejación y maltrato debido a su condición de migrantes. El esfuerzo más serio fue durante el gobierno de Manuel Pardo con la creación de la Sociedad de Inmigración Europea (1873), que promovió el traslado de los grupos de Gran Bretaña, Irlanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, Italia, España y Portugal con destino a Tumbes, Chiclayo, Trujillo, Santa, Moquegua, Camaná, Iquique y Tarma. Llegaron 2500 europeos, de los cuales 1900 eran italianos (Huiza, 1998).

La población extranjera en Lima trajo ideas socialistas, las cuales originaron los movimientos anarcosindicalistas. La concesión de obras públicas fue otorgada a los extranjeros, quienes se convirtieron en funcionarios del Estado. Además, más de la mitad de los 264 comerciantes de Lima eran europeos y maltrataban a los empleados nacionales.

El impacto extranjero se dejó sentir en la vida social y cultural de Lima, los ingleses crearon el hipódromo entre Lima y el Callao en 1876 y además los primeros clubes sociales: Se introdujeron la ópera italiana, la zarzuela y los dramas españoles. Los advenedizos llegaron con nuevos cultos, se desarrolló la tolerancia entre protestantes, budistas, adventistas, metodistas, entre otros (Huiza, 1998, pp. 82-83).

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