Czytaj książkę: «Poemas de la izquierda erótica»

Czcionka:

Ana María Rodas

Poemas de

La izquierda

erótica(trilogía)


Ana María Rodas

Poemas de

La izquierda

erótica(trilogía)


86197281

R685

Rodas, Ana María

Poemas de la izquierda erótica,

Rodas, Ana María. Guatemala :

Piedrasanta, 2004

246 p. ; 21 cm.

1.LITERATURA GUATEMALTECA

2.POESíA GUATEMALTECA I. t.


Primera edición: 2005

Segunda reimpresión: 2021

ISBN:978-99922-1-144-1

© 2004 Ana María Rodas

© 2004 Editorial Piedrasanta

para la presente edición

Diseño e ilustración de portada:

Alejandro Azudia

Diseño de interiores:

Marco Antonio Ortiz

Diego Pablo Cordón

Diagramación:

Loreta Villafuerte

Diego Pablo Cordón

Coordinación de diseño

Michelle Orozco

Corrección de texto:

Erwin Soto

José Arturo Monroy

Edición:

Michelle Juárez

Conversión a formato digital

María Ordóñez Garza por Independiente Editorial Digital

ISBN 978-99922-1-371-1

www.piedrasanta.com

EditorialPiedraSanta

@editorialpiedrasanta

a Sylvia, Irene, Lucia y Luis

Porque vivimos a golpes porque apenas sí nos

dejan decir que somos quienes somos

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un

adorno.

Gabriel Celaya

Poemas

de la izquierda

erótica

Domingo 12 de septiembre, 1937

a las dos de la mañana: nací.

De ahí mis hábitos nocturnos

y el amor a los fines de semana.

Me clasificaron: ¿nena? rosadito.

Boté el rosa hace mucho tiempo

y escogí el color que más me gusta,

que son todos.

Me acompañan tres hijas y dos perros:

lo que me queda de dos matrimonios.

Estudié porque no había remedio

afortunadamente lo he olvidado casi todo.

Tengo hígado, estómago, dos ovarios,

una matriz, corazón y cerebro, más accesorios.

Todo funciona en orden, por lo tanto,

río, grito, insulto, lloro y hago el amor.

Y después lo cuento.

Estamos hechos de recuerdos

de un pelo rubio

de un pecho

de cuatro

cigarrillos

moribundos.

De rítmicos movimientos.

El ron se hunde, ruidoso, en la garganta

—10,000 células muertas—

y el deseo

ametralla

en los dedos.

Asumamos la actitud de vírgenes.

Así

nos quieren ellos.

Forniquemos mentalmente

suave, muy suave

con la piel de algún fantasma.

Sonriamos

femeninas

inocentes.

Y a la noche, clavemos el puñal

y brinquemos el jardín,

abandonemos

esto que apesta a muerte.

Lavémonos el pelo

y desnudemos el cuerpo.

Yo tengo y tú también

hermana

dos pechos

y dos piernas y una vulva.

No somos criaturas

que subsisten con suspiros.

Ya no sonriamos

ya no más falsas vírgenes.

Ni mártires que esperan en la cama

el salivazo ocasional del macho.

Como ya recorriste la vía más ancha

no tienes interés

en sus peces ni en sus pechos.

Pegado a tu pedestal

porque tú

también

tienes uno de esos

mueves los hilos de tu trama

y te olvidas

que hasta ayer

te empujaba el sentimiento.

Limpiaste el esperma

y te metiste a la ducha.

Diste el manotazo al testimonio

pero no al recuerdo.

Ahora

yo aquí, frustrada

sin permiso para estarlo

debo esperar

y encender el fuego

y limpiar los muebles

y llenar de mantequilla el pan.

Tú comprarás con sucios billetes

tu capricho

pasajero.

A mí me harta un poco todo esto

en que dejo de ser humana

y me transformo en un trasto viejo.

Aquí, en medio de llamadas de teléfono

y de trabajo por hacer

estoy despedazándome

poco a poco

en silencio.

Pequeñas crisis

pasajeras, me digo por dentro a mí misma

para ver la realidad

achicada

poco importante.

Conservo la calma

sonrío

casi como

y duermo a ratos

para escapar un poco de esta guerra

interior

entre glándula y neurona.

Si algún día

pudieran reemplazar el corazón y la hipófisis

por solo piedras.

Poco a poco

un extraño proceso

me ha ido transformando en alarido.

Pero sonrío

y no me quejo.

Entran mis compañeros

para mostrarme cartas,

me consultan proyectos.

Yo, un poco menos mujer

menos humana

tapo la herida que soy, que me avergüenza

con el vendaje estéril

de la eficiencia.

Sin que lo sepas te estoy diciendo

que si vinieras

no podría negarte el espacio

que te tengo

guardado

en el cuerpo.

Que el deber y todas esas porquerías

de esclavitud perfecta

no podrían crecer lo suficiente

para erigir una pared en medio nuestro

que no botaran mi deseo

ni tu urgencia.

Enigmático, te deslizas de la luz para la sombra.

Gran comediante

si me mintieras menos

o si yo tuviera el valor para decirte

que te quiero

—en vez de escribir versos—

habría menos versos, cierto

pero tal vez surgirían las batallas

que por ahora

sólo existen

en mi mente.

Irrealizable

ese es tu nuevo nombre.

Detrás de esa palabra

te escondes, un mundo diferente, desconocido

territorio virgen para mis besos

jungla caliente

que jamás recorrerán mis pechos ni mi vientre.

La piel, ese instrumento delicado

que me limita

me sirve también como espora.

Me ves pasar

y no comprendes

que al mirarte

me reduzco cada vez al estado ese

de gelatina

que sólo puede ser inteligible

para una mujer cuando está hambrienta.

Esta tarde observaba tus manos perfectas. —¡Cómo ardía mi piel para que la tocaras!—

Tus manos, que sólo me han dicho buenos días

que dibujan amenazas eróticas

irrealizables.

Porque cómo va a ser

que tú y yo, personajes tan rectos

y qué dirían después y todo eso.

Además, una aventura no conduce a nada

sino a amargura

a veneno.

Y hay que pensar en los hijos

y en los diez mandamientos

y en la buena mujer que espera en casa.

Pero yo

esta tarde y ahora, mucho más tarde

me rebelo.

No por nacer rebelde

sino porque aprendí a serlo.

Porque mi piel me dice que es bueno

que se siente tan suave

el despertar del deseo

que no comprendo

cómo se mata el hambre comiendo y el sueño

en la cama

y la sed con el agua.

Y el deseo

—éste que me acapara cuando veo tus manos—

debe ser archivado como algo malo

en el cajón

más sucio del cerebro.

Sin embargo

no todo está perdido.

Yo sigo viendo tus ojos en el sueño

y así, te beso

—porque la imaginación es algo serio—

cada centímetro de piel.

Tu voz me eriza cada vez que la recuerdo.

Me conformo con eso.

Con la memoria de lo que no ha sido

con la experiencia negativa

de tu ausencia.

En vez de semen en las piernas y en la cama

hay una fila interminable de palabras.

No importa

además de ser mujer, soy poeta.

Verde, ¿dónde te encuentras?

En qué rincón de la ciudad gris

te levantas con sueño?

Y a dónde voy?

Verde, contéstame eso

en una carta que recibiré mañana

o pasado mañana

donde a fuerza de engaños

y de falsas palabras

no digas nada.

Me maquillo

para esconder el gris hongo que me crece

desde que te fuiste, verde

en el fúnebre azul de la mañana.

De acuerdo,

soy arrebatada, celosa

voluble

y llena de lujuria.

Qué esperaban?

Que tuviera ojos

glándulas

cerebro, treinta y tres años

y que actuara

como el ciprés de un cementerio?

Hoy he descubierto la belleza

de ser yo misma.

—no

no fue así

me lo enseñaste —

Pero al hacerme mujer

al mostrarme que los seres

son tan libres

comprendí

que libre yo

y libre tú

podemos tomarnos de la mano

y realizar la unión sin anularnos.

Así

después de la cópula perfecta

de la unión que no ata

del entregarse

sin miedo

con tu semen y tus besos me has vuelto

un organismo vivo

un ser perfecto.

A ti te aterra

hablar de estas cosas.

Lo sientes, claro, pero sólo te carcomen

por dentro.

Porque, cómo decir yo deseo?

Las mujeres no deseamos

sólo tenemos hijos.

Cómo puedes pedir a tu marido

que te lama y te monte?

Eso no lo aprendiste en el colegio.

Y cuando él alcanza su orgasmo egoísta

no puedes gritarle

yo no termino.

Ni puedes masturbarte

ni buscarte un amante.

Para una mujer eso no es bueno.

Eres un niño malcriado

que necesita

jugar y chupar los dulces de otras niñas.

Edipo Rey

mi imagen te atormenta.

Quieres pero no quieres

y en la lucha

te gusta desvirgarme diariamente

y demostrarme

—aunque me necesitas—

que inflado de soberbia navegas otros

vientres.

Y todo para qué, niño pequeño

si cuando tienes hambre

buscas mi leche.

Vamos a hacer la exhibición retrospectiva.

Fotos amarillentas

cartas mudas que antes, cuánto hablaban.

Ante la nueva urgencia

lo que sentí alguna vez

ya no es recuerdo.

Sólo un absurdo pegar engendros

en las paredes de mi cuerpo.

Así, cubierta de otros hombres

que fueron

me tienes que desnudar muy lentamente.

Ven, no tengas miedo

en el brazo derecho todavía hay espacio

para otro cuadro.

Mira,

con estas manos jugué a las muñecas

y juego a ser mujer.

Las uso para comer o desnudarme.

Para estrechar

con pasión y ternura

tus testículos

—dos mundos de misterio—

tu pelo y tu silencio.

Pero también me sirven

para hundirte los ojos

para rasgar tu carne

y para hacer cicatrices profundas

en tu cerebro.

Hoy pensaba sentada al lado de mis años

que varias veces tuve hijos

sin ser mujer.

Creció largo el cabello

cambió a los doce años

la forma de mi cuerpo.

Vinieron los hombres

y tuvimos placer.

Y tú con tus ojos

y tu ira

y tu amor que destruye y que aniquila

me has hecho

—entre moretes y quejidos—

ser.

Aprovéchame ahora, cuando te pertenezco.

Eso me gusta, sigue.

Muérdeme un poco más los pechos.

Recorre mi cuerpo con tu lengua

tibia

suave.

Crece dentro de mí

lo necesito.

Empápame con fuerza

y escúchame gemir

anunciando mi nuevo nacimiento.

Éramos —pero de esto hace ya mucho tiempo—

un hombre y una mujer

con sus dolores

y sus deseos

y los pusimos juntos en el lecho.

Tú llevaste también un suéter verde

tres años perdidos

un cepillo de dientes

dos sábanas

a rayas.

Yo puse la incongruencia

tres hijas y dos perros.

Traías el fuego en la mirada

yo

la ternura.

Aprendimos a vivir con las ventanas abiertas

para que entraran por ellas

el sol y los amigos.

Lloramos cuando nos dio la gana.

Tú me hiciste

los retratos

más absurdos.

Yo te he escrito versos malos

plagados de verdadero sentimiento.

Hasta ayer podía recordar los aportes que

hicimos

a nuestra felicidad

a nuestro infierno.

Mañana, como el amor es magia

no voy a saber cuáles eran tus cosas

cuáles las mías.

Hace algún tiempo jugabas a ser Dios

y me gustaba jugar contigo.

Pero tomaste en serio nuestro teatro

y ahora

como si fuera el pan diario

si no bajo al infierno

o cuando menos

al purgatorio

te irritas como un niño

y de un puñetazo —furibundo—

rompes mi paraíso.

Menos mal que hasta ahora

me dura el gusto de jugar contigo.

Cuando se acabe

tendrás que visitar tu propio fuego

y tal vez te duela un poco la memoria

de lo nuestro.

Cuando ella le dijo yo soy el veneno

se rió blandamente

y besó sus pechos.

Después

cosas que pasan todos los días

una infidelidad pequeña

los llantos

los celos

una bella historia que se apaga.

La luna dio vueltas y vueltas.

Hoy que se encontraron

le dijo

tú eres el veneno

y buscó sus ojos: ajenos, helados.

Le dolió más fuerte que todos los días

su sonrisa blanda.

Por fuera

parecía casi nada.

Dos sábanas

quemadas por un cigarrillo

varios almuerzos

y un montón de madrugadas jóvenes

mirando hacia el techo.

Como parte de todo

una jícara que cuelga de una lámpara

recuerda

haber sido comprada con amor.

Así, visto desde afuera

en realidad no era casi nada.

Por dentro aún arde.

Un cuchillo de recuerdo ahonda la llaga.

Porque yo soy la causante de tus iras

de tus tensiones

de tus penas

y además soy didáctica

destruyo tu paz todos los días

y te amarro.

Nunca supe hasta hoy

que yo era así de impresionante.

Creía ser mujer

nunca supe que fuera un cataclismo.

Tienes la gran cualidad

de convertir en mortaja las palabras

y la gracia

de volver mezquino lo sereno.

No hay duda.

Por más que trataras de negarlo

eres un hombre de cuerpo entero.

Así, siendo pedante

y pagada de mí misma

orgullosa, pringada de veneno

veo cuánto te debo.

Ahora

cuando la pasión se ha muerto intoxicada

de pasión.

Cuando las cosas

vuelven a ser cosas y no tormento

echo un poco de menos

la turbia mirada de deseo

el mordisco en el hombro

los líquidos fluyendo.

Porque qué otra cosa

queda después que se hartó el hambre

sin remedio.

Ahora. Hoy precisamente

tiré tanta basura

que hice espacio

en mi cuerpo

para empezar, hoy mismo, otra historia.

Vine, doctor, porque me duele la cabeza.

Hay noches que no duermo

y me sofoco y estoy inquieta.

Además, a veces me deprimo.

Claro que sí, tomé mis cápsulas rosadas

en forma

un poco irregular, es cierto.

¿La lengua? Limpia.

Treintaitrés, respire hondo.

Presión normal, reflejos buenos.

Y en medio de la farsa

del estetoscopio frío, de los tranquilizantes,

del cuente cómo sigue

y saludos por casa

se mienten con descaro, sin vergüenza.

Lástima que a los hombres aún no los envasan

como ampollas

como capsulitas

como pomadas.

Yo soy el tiempo

y la vida

y todo el universo.

Yo no

espero.

Para mí la espera es pérdida de vida.

Cuanto hago

es más verdadero cada día.

Cuando muera, si es que muero

sepultaré conmigo

la historia, el arte y todas esas mierdas

que a todos aterran

con terror de infierno.

—La muerte quizás sólo es el nacimiento

de una nueva conciencia—

Se dormirán tranquilas

la juventud que otros han perdido

la libertad que otros no poseen

la incomunicación

que a todos nos empapa.

Seguiré siendo el tiempo

y la vida

y el universo entero.

Cómo me gusta

esta piel que me acompaña a todas partes!

Hace ya algunos años

que la llevo.

Me ha durado. Es buena.

Mezcla perfecta de indio y europeo

olorosa a pan moreno.

Ya sé

yo no debiera hablar de ella

pero sucede que es la única que tengo.

Me encierra toda

me limita y me une al universo

es húmeda y oscura

recubierta de vello.

Algún día

—si no muero antes

y estalla prematura—

estará cubierta con arrugas

con manchas, con despigmentaciones.

Y cada huella será el recuerdo de estos días

bajo el sol, bajo los besos.

Movediza y libre

bandera de este pueblo autónomo

que me funciona adentro.

Donde quiera que estés

ven.

Ahora es

cuando te necesito.

Tengo hambre y sed de palabras

y a mi lado

solo hay silencio

(ni un eco, ni un murmullo

sólo el maldito silencio).

Por eso me apretujo dentro de mí misma

hasta saltar las lágrimas

y en el pelo

se me prende

el sabor salado del olvido.

Algún imbécil dijo

que el poeta es la clave del mundo.

Mentira!

A mí sólo me queda encogerme

hacia dentro

y esperar

ciegamente

un sonido, una expresión cualquiera

y que alguien

donde quiera que esté,

emita una señal diciéndome que existo.

Desperté y continuaba siendo

la recreada niñez.

Porque dormimos juntos por un rato

y esta mañana

el olor de tu pelo era mi almohada.

Los poetas somos cosas raras

—compramos en el supermercado

el arroz y el azúcar?—

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