Czytaj książkę: «El campo de la psicología educativa en Colombia: génesis y estructura», strona 2

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Posteriormente, para esclarecer las relaciones de intercambio social que generan tensiones entre los agentes, tanto en lo simbólico como en lo material, y que han permitido la institución, en el país, de la psicología educativa como campo ordenado y autónomo, se presenta el capítulo 3. En este se abordan las tensiones relacionadas con la estructura y la autonomización del campo en Colombia, desde los inicios de la república hasta la década de los ochenta. Luego, se desarrolla lo referido al campo de la psicología educativa hasta el siglo XXI.

Para identificar las formas de organización y la estructura que permiten establecer las instancias de consagración y legitimación de las formas y los productos del campo de la psicología educativa en Colombia, en el capítulo 4 se aborda la estructura del campo en el país, su organización legal en relación con la institucionalidad colombiana y la configuración de la comunidad académica alrededor del campo. Al final se enuncian las conclusiones.

Elementos teóricos para la institución de la psicología educativa


Los insumos teóricos de este libro no se enuncian a manera de definiciones conceptuales o de categorías que se manifiestan potentes por sí solas o aisladas. Se pretende hacer de ellas una presentación que proponga un estado mínimo de las dinámicas que les permiten su existencia, exponerlas en interacción, como emergentes en unas condiciones institucionales que contienen las prácticas sociales. No se busca con ello agotar su extensión; solo se quiere poner en el escenario y en relación con otras categorías que, por afinidades epistemológicas, permiten su relacionamiento. Luego, dichas categorías se verán desarrolladas, en funcionamiento, cumpliendo su papel en la inversión que se hace de ellas como capital para el abordaje de cada uno de los aspectos que se desarrollan en los capítulos (Bourdieu, 2000).

Se asume, entonces, que los elementos que se plantean a continuación, operan de manera eficaz para el abordaje de la pregunta por la legitimación y la organización de la psicología educativa en Colombia como campo, y se nutren durante el desarrollo del trabajo.

Institucionalización: de la acción social a la interacción y razón práctica

La mirada al proceso de institucionalización como el previo a las instituciones invita a tener en cuenta una perspectiva sociológica. Pero el enfoque de lo económico ofrece aportes que permiten pensar una homología con el proceso por el cual se institucionalizan las acciones económicas, aquellas que permiten al individuo satisfacer sus necesidades materiales, esto es, observar que las instituciones funcionan como soluciones. Sin asumir que son estas las que van a definir los órdenes institucionales, se puede entender que se institucionalizan aquellas prácticas que de hecho satisfacen alguna necesidad.

En este sentido, desde la sociología, la institucionalización se entiende como el resultado de la tipificación recíproca de acciones entre actores, que una vez se estabilizan y consolidan, dan origen a las instituciones (Berger y Luckmann, 2001). Desde esta mirada, para el proceso de institucionalización es indispensable la participación de varios actores, en los que se pueda presentar la tipificación recíproca de acciones: “La institucionalización aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores. Dicho en otra forma, toda tipificación de esa clase es una institución” (Berger y Luckmann, 2001, p. 76).

En este punto aparece una relación que contribuye a la aproximación del problema y que se debe estimar en este trabajo: la relación entre el concepto de legitimidad y el fenómeno de institucionalización (De Freitas y Guimarães, 2007). La comprensión de que las instituciones generan el marco de legitimidad para la acción social las relaciona directamente con la acción, con la acción social.

La acción social, en Weber (1997), se comprende como aquella acción humana que está en relación con los otros, que se dirige a los otros. Esto implica que puede haber acciones individuales que no están dirigidas a los demás y que no corresponden a acciones sociales, como las acciones correlativas a las de necesidades biológicas. Las instituciones, mediante el marco que generan, aprueban o no una acción; desde su marco se establecen unos criterios de lo que es correcto en el obrar. Cuando las acciones son ejecutadas, ya no es un asunto de presupuestos, sino del obrar en relación con los otros. En este punto es posible enmarcar el problema de la reflexión por la acción social en la razón práctica6 (Wieland, 1996).

Por su parte, desde el institucionalismo económico, North (1993) plantea que

Las instituciones son las reglas del juego en una sociedad o, más formalmente, son las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana. Por consiguiente, estructuran incentivos en el intercambio humano, sea político, social o económico (p. 13).

Esto no está lejos de lo desarrollado por los sociólogos clásicos (Durkheim, Marx, Parsons, Weber) y por Berger y Luckmann. También la afirmación de North permite conservar una relación directa con el planteamiento de Weber (1997) sobre las denominadas “formaciones sociales”, que pueden ser económicas, políticas o sociales. Y con Berger y Luckmann (2001) se encuentra una similitud al expresar la función de las instituciones: “La función principal de las instituciones en la sociedad es reducir la incertidumbre estableciendo una estructura estable (pero no necesariamente eficiente) de la interacción humana” (North, 1993, p. 16).

Asimismo, desde el institucionalismo económico, Ostrom (2000) propone la investigación sobre las instituciones desde la gobernanza ambiental y el análisis de los sistemas socioecológicos, en los que aborda lo referente al uso de los “bienes comunes”. Centra su atención en las formas eficaces que existen para regular el uso de estos bienes, lo que da lugar al interés por las instituciones informales, las que pueden ser más eficaces que el mismo Estado en la regulación del uso de los recursos naturales como el agua.

La otra vertiente de trabajo sobre el tema se encuentra en el institucionalismo sociológico (Álvarez-Uría y Varela, 2009; Berger y Luckmann, 2001; Bourdieu, 2005 y 2007; Giddens, 1998), con material que analiza los procesos de institucionalización, las instituciones y sus funciones.

Desde la sociología, Giddens (1998) plantea que, para estudiar el orden en la sociedad, se debe tener en cuenta el espacio-tiempo, porque si se puede comprender la manera como los sistemas sociales logran ligar el tiempo y el espacio, la presencia y la ausencia, se van a poder comprender los principios estructurales que funcionan como principios de organización.

En el nuevo institucionalismo, las posiciones estructuralistas y voluntaristas clásicas han encontrado un acercamiento a través de propuestas que valoran la equidad entre la estructura y el agente. Es el caso de lo desarrollado por Giddens (1998), junto con March y Olsen (1989), que se han constituido en referentes para el institucionalismo sociológico y para los análisis de la interacción social de los individuos en la cotidianidad.

Este problema, que en la actualidad es constitutivo para la sociología, ha permitido la búsqueda del equilibrio dinámico entre estructura y agente. Esto implica hacer el tránsito desde la consideración llana del problema de la acción social, hasta pasar a contemplar el asunto de la interacción social. Esta concepción se instala como un eco de la distancia que se toma con el artificio metodológico de la diferenciación entre el observador y lo observado. Este alejamiento va a permitir la introducción de la idea de construir significado en las interacciones, a lo que se agrega que ese significado lo construyen tanto los científicos sociales como las personas en su cotidianidad.

Estructura e instituciones

En este punto, se busca hacer un acercamiento a los fenómenos sociales, de tal manera que ya no solo se estima la acción, sino también la interacción; no solo se considera al actor, sino igualmente su rol, y al observador; no solo se describe o da cuenta de la acción, sino que además se descubre el discurso en que están enmarcados el rol y la misma interacción. Esto conduce, necesariamente, a la premisa de partir de la observación del fenómeno desde unos modelos explicativos de las interacciones, las que varían caso a caso.

Así, se puede entender que la propuesta de un acercamiento deductivo a las instituciones debe partir de unos principios generales preestablecidos, que funcionan como los generadores del marco de análisis y comprensión; debe partir de unos complejos andamiajes teóricos, que permitan la explicación de las instituciones concebidas como reglas y recursos que participan en la interacción social (Giddens, 1998).

Para la transición del viejo institucionalismo al nuevo, se presenta una dinámica que va a permitir que ingrese la concepción de las interacciones e incida en el enfoque del análisis del nuevo institucionalismo.

En el paso que se da del viejo al nuevo institucionalismo, se puede observar que se busca una aplicación de las concepciones generales, es decir, que no se desechan sus desarrollos sobre cómo la estructura incide sobre el comportamiento del individuo o cómo el individuo incide sobre la estructura, lo que implica una movilización de las concepciones expresamente estructuralistas o de las voluntaristas, para migrar hacia una concepción que reconoce la interacción entre estructura e individuo. En el método que aplican los nuevos institucionalistas, se procede a probar los modelos teóricos explicativos que se tienen de la manera como las instituciones afectan el comportamiento. Entonces, para obtener conclusiones en los análisis del nuevo institucionalismo, se toman casos específicos, se comparan o se hacen observaciones desde los modelos, no desde el caso; de suerte que el comportamiento de los individuos que se instala a manera de estructuras, de formas sociales, son afectadas normativa e históricamente.

Este punto de la afectación normativa e histórica de la estructura y del comportamiento del individuo, está relacionada con la noción de Giddens (1998) de la relación del contexto de la vida cotidiana con el tiempo-espacio:

La postura de actores en contextos de interacción y el entretejimiento de esos contextos mismos son esenciales para aquellas tareas. Pero si se quiere mostrar que estas cuestiones se entraman con aspectos más amplios de sistemas sociales, es indispensable considerar la manera en que conviene a la teoría social abordar –en concreto, no en filosofía abstracta– lo ‘situado’ de la interacción en tiempo y espacio (Giddens, 1998, p. 143).

Esta pareja tiempo-espacio es un componente de gran fuerza en la propuesta de Giddens (1995), porque desde ella es posible establecer que las relaciones, las interacciones, ocurren en un lugar geográfico definido, esto es, en un espacio; y que, además, esas interacciones también acaecen en un momento histórico determinado, lo que permite que ingrese, en la dinámica, la otra parte de la pareja presentada: el tiempo. Para Giddens (1998), en el problema de investigación definido como el orden en la sociedad, las dos dimensiones, el espacio-tiempo, se conectan. Estas permiten que el estudio de las interacciones sociales sea situado de manera concreta en un momento y en un lugar específico.

Los agentes, que se pueden entender como los actores, para la construcción de sentido por medio de las rutinas, integran los rasgos temporales y espaciales (el espacio-tiempo), y van constituyendo formas de institución. La integración social, como previa a la integración sistémica, se fundamenta en las relaciones recíprocas que se presentan entre los actores en los contextos específicos (espaciotiempo) en los que tiene lugar la copresencia (Giddens, 1998).

En esta vía, cualquier acercamiento para estudiar la estructura debe hacerse teniendo en cuenta los elementos espacio-tiempo, que aluden a la aproximación histórica y contextual de los fenómenos sociales. De aquí la relevancia, para el estudio de las instituciones, de los ejemplos históricos de funcionamiento de las estructuras.

La estructura, para Giddens (1998), se consolida y se asienta en la copresencia de acciones cotidianas que permiten la integración social. La estructura logra su actualización, su presencia, en las acciones. Por su parte, los sistemas sociales, es decir, las formas y las interacciones para poder ser y hacer en la sociedad, se observan cuando funcionan. Esos sistemas sociales se organizan a partir de unas reglas; entonces, para observar la estructura, se identifican, se definen los conjuntos de reglas que intervienen en la organización de los sistemas sociales.

En Giddens (1998), la estructura es el resultado de una conducta que se organizó recursivamente, para lo cual introduce la noción de dualidad de estructura. El autor plantea que esa dualidad de la estructura tiene que ver con que la estructura no puede existir por fuera de la acción, la estructura se materializa con la acción, la acción del individuo da cuenta de la estructura. Igual ocurre con las propiedades estructurales de los sistemas sociales: estas también están entramadas en la producción y la reproducción de las propiedades estructurales.

Dentro de las propiedades estructurales de los agentes, los actores, hacen un registro reflexivo de las actividades sociales. Los individuos que ejecutan acciones funcionan como seres activos y esto también permite que su actividad implique la comprensión de lo que hacen y les permite dar las razones de por qué lo hacen.

Las acciones, que son consideradas como ejecuciones, cuando son cotidianas, dan origen a lo que Giddens (1998) denomina “rutinización”. La rutinización brinda seguridad al actor, la rutina conjura la contingencia. Sin embargo, la contingencia puede tener lugar en el desarrollo de acciones rutinizadas, por cuanto la rutina se presenta en un espacio-tiempo, sucede en un lugar y en un tiempo determinado, y en las coordenadas del espacio-tiempo es donde puede ocurrir lo no esperado.

La repetición de acciones en la copresencia es el punto de partida para la rutinización. En ella tiene lugar la presencia de “formas familiares de conducta que sustentan un sentimiento de seguridad ontológica y que reciben sustento de este” (Giddens, 1998, p. 398).

En la perspectiva del nuevo institucionalismo, la actividad política considera que las rutinas funcionan como reglas, lo mismo que los procedimientos, las convenciones, los papeles, las estrategias y las formas organizativas. Y las reglas, por su parte, pueden ser impuestas y forzadas por la coerción directa, la organización política y la autoridad, o pueden ser parte de un código de conducta apropiada que se aprende y se internaliza mediante la socialización o la educación (March y Olsen, 1989).

Para March y Olsen (1989), las reglas y las rutinas se relacionan en las instituciones y definen, dependiendo de los roles y las situaciones, cuáles son las acciones adecuadas según los roles y las situaciones específicas. Por ello, la tendencia de los individuos, al llegar a una institución, es a descubrir las reglas que regulan las acciones; y de igual manera, al enfrentar otras situaciones en otras instituciones, tienden a aplicar las mismas reglas.

Los actores realizan acciones que dan cuenta de los valores contenidos en las instituciones. De este modo, no se habla de acciones completamente racionales, puesto que las instituciones, con la formalización de procesos para la toma de decisiones, cumplen el papel de ofrecer las posibilidades de actuación, con su respectiva valoración.

Ahora, para Giddens (1998), el momento en que tiene lugar una acción no solo es el instante de producción de una acción organizada de manera recursiva, sino que también es la ocasión de la reproducción de las propiedades estructurales del sistema social; es aquí entonces donde introduce la idea de la dualidad de estructura.

La estructura no contiene solo elementos coercitivos para la acción, porque también hay en ella elementos que permiten la recursividad para la acción, es decir, la estructura también ofrece elementos para la acción creativa. De no ser así, solo se estaría haciendo eco al divorcio entre el agente y la sociedad.

Cuando pasamos del análisis de una conducta estratégica a un reconocimiento de la dualidad de estructura, tenemos que empezar a ‘tejer hacia afuera’ en un tiempo y en un espacio. Es decir: tenemos que tratar de ver el modo en que las prácticas que se ejercen en cierto espectro de contextos se insertan en tramos más amplios de tiempo y espacio; en suma, tenemos que intentar descubrir su relación con prácticas institucionalizadas (Giddens, 1998, pp. 322-323).

Esta claridad de que la estructura no solo aporta elementos coercitivos tiene eco en el nuevo institucionalismo, como se anotó con March y Olsen (1989), en tanto es un enfoque amplio en el que el comportamiento de la estructura política y la estructura política en sí, en cuanto a normas, están contenidas históricamente. Esa dimensión histórica considera lo temporal y lo geográfico en la acción del individuo; en palabras de Giddens (1998), es el agente y la agencia, que es la acción humana, lo que hace al individuo.

Sin embargo, el concepto de agencia remite a determinar en qué medida están estructuradas las formas que quedan por fuera del control de los individuos y cómo estos pueden incidir sobre dichas estructuras. En el debate sobre estructura y agencia se han presentado muchas posiciones con grandes divergencias, lo que ha hecho que este problema se vea en la práctica como insoluble y las vías para su solución corresponden, más bien, a optar por las posiciones que proponen la estructura como determinante, las que consideran la agencia prioritaria y las que asumen una posición en la que se define una relación dialéctica entre estructura y agencia (Mc Anulla, 2002).

A pesar de estos abordajes, la institucionalización de los saberes y las prácticas, y su relación con las llamadas “disciplinas”, aparecen como una oportunidad de estudiar los procesos dinámicos entre los mutuos condicionamientos sociohistóricos y psicológicos. Son la posibilidad de reconocer el lugar protagónico que tienen las instituciones formales e informales que permiten al humano constituirse en torno a instituciones imaginarias sociales (Castoriadis, 1997).

Es de cara a esas nuevas significaciones imaginarias sociales que se puede replantear el lugar de las instituciones y de la institucionalización en las sociedades. Ver las instituciones como mediadoras entre esos condicionamientos psicológicos y sociales, que posibilitan la emergencia de los fenómenos sociales, de las ideologías, de los saberes, de las disciplinas, de otras instituciones y del mismo ser humano, permite darles una mirada no solo como costreñidoras, sino también como posibilitadoras del desarrollo de las potencias humanas, al igual que de las ciencias y las disciplinas.

Las instituciones permiten que se realice una abstracción y una formalización de prácticas que funcionan como rutinas y que se convierten en insumos en el trabajo profesional (Owen-Smith, 2011). De esta forma, se puede pensar el trabajo profesional como una práctica institucionalizada que genera el espacio social para la aplicación de acciones tipificadas.

Por su parte, las universidades son las instituciones donde se hacen, por medio de los nexos semióticos presentes en las prácticas educativas, las abstracciones correspondientes a dichas acciones y el lugar social donde ellas se legitiman (Kavanagh, 2009). Las universidades, como instituciones, funcionan como un mecanismo (Tatto, 2011) que se encarga de difundir, mantener y desarrollar las ciencias; en ellas se da el proceso de la institucionalización cognoscitiva de los saberes que podrán ser catalogados como “científicos”.

En el marco del proceso de institucionalización de prácticas (De Magalhaes, 2011), se puede observar que se presenta un proceso de aceptación social del saber y de las prácticas que de él se derivan (Mignerat y Rivard, 2012). Las prácticas sociales son derivadas de saberes, ya sean científicos o no. La manera como se institucionalizan y la forma como de ellas surgen las disciplinas, a través de las prácticas, se pueden problematizar en la investigación de prácticas sociales que se institucionalizan.

Para Álvarez-Uría y Varela (2009), las instituciones vertebran la vida social y conforman las subjetividades, es decir, cumplen una función de sostenimiento de la sociedad tal como está, y otra como formadoras de la subjetividad, en la medida en que no hay una práctica humana que no esté mediada por la vida social y cultural. Estos autores hacen un llamado a integrar la mirada de dos disciplinas que deslindaron sus territorios de trabajo mediante el desmembramiento de lo humano, y que pretenden lograr lo que el mismo Weber intentó: establecer el diálogo entre psicología y sociología (Álvarez-Uría y Varela, 2009), con un objetivo: “comprender las raíces sociales y culturales de nuestras formas de vivir para someterlas al debate” (p. 17), y para buscar la transformación de una realidad en la que las personas encuentran deteriorada su capacidad para ser felices.

En la escuela como institución, afirman Álvarez-Uría y Varela (2009), se validan prácticas sociales; allí no se producen las desigualdades sociales: allí se legitiman. Otra de las instituciones de socialización primaria son los grupos de iguales; en estos grupos, también se legitiman algunas prácticas, que van desde los actos violentos racistas hasta las bandas que están organizadas en territorios.

Álvarez-Uría y Varela (2009) presentan unas instituciones de socialización y de resocialización, las cuales evidencian la manera en que se mantiene la sociedad, inclusive con sus desigualdades sociales, y también perpetúan el orden establecido, mediante la trasmisión a las nuevas generaciones, de las pautas de conducta. Sin embargo, estos análisis permiten dejar en claro que si bien la sociedad tienen unas características que no son deseables, es posible generar preguntas sobre esta sociedad y sus instituciones, sobre la manera como han evolucionado y las conexiones que hacen con los hechos históricos, para encontrar respuestas que permitan pensar en otro tipo de sociedad.

Por otro lado, poner en juego lo que implica la institución en relación con el campo y la estructura invita a considerar dos elementos: lo instituido y lo instituyente. Lo instituido ha permitido hacer referencia a lo establecido, a las normas y las formas vigentes y, en algunas ocasiones, ha terminado manejándose como sinónimo de “institución”. El efecto ha sido la concepción de la institución como un ente represivo, idea presente en algunos teóricos sociales de la segunda mitad del siglo XX (Lourau, 1975). Es claro, entonces, que lo instituido no es lo mismo que la institución. Lo instituido apunta a lo establecido en las normas que rigen en la ley; mientras la institución, a lo que surge entre lo instituido y lo instituyente.

Por su parte, se plantea como lo instituyente aquello que se resiste y que genera resistencia, y que al entrar en relación con lo instituido permite la emergencia de la institución como un producto. En esta línea, lo instituyente surge de la potencia creadora primordial del ser humano: la imaginación (Castoriadis, 1997). El efecto de lo instituyente es lo que hace que las instituciones no sean inmutables. En la institución se ponen en juego capitales simbólicos, en el sentido de Bourdieu (1990), donde están implicados lo instituido y lo instituyente; en ella tiene lugar la interferencia entre diferentes dimensiones. Es por esto también por lo que la institución no se reduce solo al proceso de interiorización de las normas y los comportamientos.

La institución funciona, entonces, como un producto, no como el proceso. El proceso del cual emana este producto –la institución– es el encuentro conflictivo entre lo instituido y lo instituyente. En ese encuentro se suscitan tensiones entre las formas establecidas y las formas propuestas, entre la tradición y la vanguardia. De este modo, la institución permite la inserción de los campos en la estructura social.