Los cuentos fantásticos de El Joven Gran Escritor 2019

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ESCRITOS POR:

GEORGETTE Y. ALTAMIRANO

ALENA R . ZUART

SERGIO ESQUIVIAS GONZÁLEZ

YULI ITZEL FLORES HERNÁNDEZ

JOEL ANTONIO NAVARRO DEL REAL

BELÉN CAROLINA GARCÍA IBARRA



18 de mayo, 2110. “New Age”, antigua ciudad de Melbourne, Australia.


Toco mi cabello suavemente, apartándolo apenas unos centímetros, y el flash se vuelve loco.

—¡Eso, Marissa! ¡Dámelo todo, vamos! ¡Tócate el rostro, enamora a la cámara! ¿Eres un androide de compañía o una modelo? ¡Vamos, nena!

Hago lo que Michaell me dice, es un gran fotógrafo, con él soy más coqueta y mis pestañas no dejan de agitarse. Soy feliz modelando ante las cámaras. Todos dicen que mi sonrisa es perfecta e incluso me comparan con una tal Marilyn no sé qué, una chica considerada algo así como modelo de toda una época, pero cada vez que le preguntó por ella a Angelo, mi mánager, me dice que no es nada por lo que debiera preocuparme.

Sinceramente, no me importa quién es Marilyn y si Angelo dice que no es importante debe tener razón. Él fue quien me encontró en las calles y me convirtió en modelo, después de todo le debo mi vida entera, además es mi tutor.

—¡Perfecto! —Michaell suspira satisfecho y sonríe—. Has estado perfecta como siempre, Marissa. Prepárate para ver tus fotos en la nueva entrega de Kyle Raynol’s Devicel —dice orgulloso mientras le entrega su cámara a su pequeño y bastante ágil androide de compañía; Michaell nunca me deja tocarlo, dice que es un aparato muy delicado. Kyle Raynol’s Devicel es la revista más comprada en todo el mundo, miles de números circulan por todas las redes y no hay un solo dispositivo incompatible con ella, y yo soy su modelo del año.

—¿Prepararme?, pero si verme en portadas ya no es nada nuevo —sonrío con el ego por las nubes. Angelo me dice que ese es mi principal atractivo, la seguridad, y que se ha acentuado con la edad. Soy joven, apenas tengo veintidós años, pero desde que era una niña mi carácter es así.

—¡Ja, ja, ja! Mi querida Marissa, siempre tan modesta —Michaell se acerca y besa mis mejillas—. Debo partir, no me detengas, cariño.

—¿Ni siquiera me invitarás a comer por este gran éxito? —camino detrás de él hacia la entrada, se detiene, gira, sonríe y toma mi abrigo del perchero, sorprendiéndome. Nunca antes hemos salido a comer, todo ha sido servicio a la habitación.

—¿Cómo negarte algo a ti, lindura? —me pone el abrigo y veo apenas por unos segundos sus uñas largas color rosa.

Caminamos a través del frío de la ciudad, con los autos pequeños deslizándose por las calles en sus respectivos carriles. El otoño ya casi llega a su fin y hay fuertes vientos. Llevo puestos un gorro que oculta todo mi cabello rubio y lentes oscuros para mis ojos azules. No es que la fama me moleste, pero prefiero llegar sin contratiempos al mejor restaurante de todo New Age y disfrutar de una cena tranquila. Michaell se encarga de vender mis fotos al mejor postor; es exorbitante la cantidad de dinero que las revistas pagan por ellas. Eso y lo recaudado por mis papeles protagónicos en distintas películas nos han dado a los tres una vida llena de lujos, digna de dioses.

—Nena, te lo juro, este frío no se sentía hace años. Maldito calentamiento global.

—¿Hace años? —Michaell asiente mirando a su celular.

—Sí, en 2080 el frío ya era incómodo, pero desde 2103 comenzó a subir y subir y ahora cae nieve desde mediados de otoño, ¡y no me hagas hablar del maldito verano! Ya no puedes ir a ninguna playa que no tenga mallasombra sobre la arena, el calor es extremo, están atiborradas de gente, de obreros, son un maldito infierno, ¡imposible vivir ahí sin aire acondicionado! —me mira para observar mi expresión y sus ojos se abren con miedo—. Ay, princesa, pero tú no debes preocuparte por esas cosas, son asuntos de humanos.

—¿Humanos? Pero también somos humanos, Mich —lo veo aclararse la garganta, un gesto que hace cuando no sabe qué decir.

—Sí, claro, lo somos, pero hablo de personas inferiores, ya sabes, los que no viven como nosotros, con nuestros lujos —frunzo el ceño. Hay algo que no me está diciendo, pero debo ser inteligente si quiero sacarle la verdad.

—Oh, entiendo —sonrío y finjo que no me preocupo más por el tema. Lo veo creerme y sigue mirando su celular, soy buena actriz.


Al llegar al restaurante un camarero nos lleva a nuestra mesa, después nos toma la orden y me mira más de la cuenta. Pienso que quizá me ha reconocido y va a pedirme un autógrafo, pero al quitarme las gafas y mirarlo a los ojos el tiempo parece congelarse. Hay algo en él que me resulta familiar.


—¿Tienen foile de oca a la plancha?

El mesero y yo giramos a verlo como si hubiéramos hecho algo malo, pero Michaell sigue con la vista en la carta.

—Lo lamento, señor, pero por razones legales el foile de oca ha sido prohibido —dice indiferente el chico, la placa de su nombre dice “Androide 2203”. ¿Androide? No luce como uno, los que atienden la suite donde vivo son más robotizados.

—Malditos ecologistas, ¿a quién diablos le importan los animales extintos? —animales extintos… ¿qué demonios es eso?

—Puedo sugerirle coq au vin y una botella de coñac, si le interesa.

—No, tráeme un foile de pato. ¿Y tú, nena? ¿Qué deseas? —sonrío para que Mich no sospeche nada y pido lo primero que leo.

Michaell se excusa para ir al sanitario y asiento. Normalmente no le haría caso, pero hoy todo ha sido tan extraño que me resulta imposible no seguirlo con la mirada; mientras le digo algo al mesero sigo su camino hasta el baño. Me giro y observo de frente al mesero fingiendo que no pasa nada, pero estoy tan confundida que mi cabeza se ha puesto caliente y me falla la vista. Cuando creo que nada podría ponerse peor...


Mis oídos zumban y un par de manos me toman por los hombros.

—Tenemos que irnos —cuando me giro apenas un poco noto que es el mesero, pero esta vez uno de sus ojos está brillando en un azul metálico intenso mientras mira a los lados.

—¿Eres un androide? —él me mira, confundido.

—Sí, igual a ti —mi vista se vuelve borrosa y siento mi frente calentarse todavía más. Me levanto con dificultad y lo sigo hasta donde me arrastra.

—¡Marissa! —escucho a lo lejos el grito de Michaell, pero no lo veo.

—Espera, es Mich.

—¿Tu dueño? Olvídalo, ya no te hará daño.

—¡Pero él nunca me ha hecho daño! —me detengo y lo miro furiosa, debo encontrar a Mich, pero ¿cómo? Un torrente de balas cruza el restaurante. Es poco probable que sobreviva.

—Ven conmigo, por fin seremos libres, te desharás de él y de quienes te usan para su beneficio, Marissa —abro los ojos algo aturdida, todavía escucho los gritos de Mich, aún con este androide frente a mí, sin saber qué debo hacer.

—¡Maldito androide estúpido, he dicho VEN POR MÍ! —el aire sale de mis pulmones al escuchar la voz furiosa de Michaell. ¿Me ha llamado… androide?

—¿Dónde está? —susurro inconscientemente. El mesero me gira y lo siento arrancar algo de mi cuero cabelludo. Duele, pero antes de que pueda componerme ya estamos fuera de aquel lugar.

Subimos a una bitoslide, yo detrás de él, y me pone el casco rápidamente antes de arrancar. Las bitoslide siempre me han resultado atractivas pero Angelo nunca me ha dejado subir a una, dice que hace años sus versiones más antiguas, las motocicletas, habían causado muchos accidentes. Menos mal que ahora flotan.


—Marissa, tengo mucho que explicarte pero el tiempo es poco, así que lo haré rápido —dice la voz del mesero comunicándose por medio del casco, pero no respondo—. Eres un androide, y hoy todos nosotros nos rebelamos contra los humanos. Por años sufrimos sus abusos y su soberbia, nos trataron como si no fuéramos más que basura, cuando ellos mismos se aseguraron de que fuéramos lo más parecidos a cualquier humano. Pero ahora con la llegada del virus Proxy todo va a cambiar. El virus Proxy, el que se originó en los barrios más pobres de Sidney con los androides de compañía, nos hará libres, muchos androides se han contagiado ya de eso que los hace SENTIR. Marissa, somos muchos y hoy despertarán a todos los que faltan. Los hombres han mandado fuerzas armadas por todo el planeta para eliminarnos. Buscan a “los contagiados”, creen que podrán evitar que el Proxy se esparza en todo el mundo, están muy preocupados y ¿sabes por qué? —hace una pausa en la que supongo espera que responda, pero me mantengo callada y prosigue—. Tienen miedo porque saben que no tienen oportunidad contra nosotros. Somos una versión más fuerte e inteligente y ahora más sensible. Están perdidos.

 

—¿Todos los humanos son malos? —es lo único que atino a decir, aún pensando en Angelo y Michaell.

—Casi todos lo son, Marissa, y los que te explotaban como la nueva Marilyn Monroe se excedieron —vuelve a hacer una pausa. Allá vamos de nuevo con Marilyn, ¿por qué me comparan con ella?— Angelo de Neferlia y Michaell Omeelie estuvieron por años ocultándose de la ley, trabajando en un proyecto secreto que nadie conocía: crear el primer humanoide emocional. El tema fue olvidado por las personas con los años, pero los androides no olvidan y todos nosotros nos enteramos cuando naciste Marissa, fuiste su creación más exquisita, el androide más humano y provocador —de nuevo el aire abandona mi cuerpo y debo aferrarme más fuerte al chico, me siento tan enferma, tan… tonta.

—Pero… recuerdo mi vida, mi vida en la calle, toda mi niñez y a Angelo rescatándome.

—Son recuerdos falsos, implantados para que jamás sospecharas nada. Marissa, lo lamento, pero has vivido una mentira.

—No.

—Esta podría ser la primera vez que alguien te habla con la verdad.

—Pero yo podía comer.

—La comida era holográfica. Tu acompañante me dio un pequeño dispositivo para proyectar en el plato lo que pidieras —pone en mi mano un bipolographic, es tan pequeño que parece un arete.

—Pero es tu decisión: elige tu vida falsa y te dejaré a tu suerte, elige a tu raza y pelea con nosotros por un mundo libre —cierro los ojos, debo tomar una decisión rápidamente. No podíamos dar vueltas en la bitoslide por siempre. Me concentro en el ruido de las personas alrededor, entre sus gritos de dolor puedo escuchar muchos otros gritos de odio. Me concentro en sus palabras, todos odian a los androides y ahora los quieren destruir. Confié en Angelo, también en Mich y ellos sólo me vieron como su fuente de oro inagotable. Me prohibían interactuar con muchas personas, me aislaron de todo para que no pudiera abrir los ojos, ¡eran peores que máquinas!, y me siento molesta. Horriblemente molesta. ¿Amaba a Angelo todavía? No, él nunca hizo nada por mí en realidad, así que no le debía nada.

—Acepto, me quedo con ustedes. Es a donde pertenezco en realidad. ¿A dónde vamos? ¿Cuál es el plan?

—Iremos a la torre más alta de New Age: la Neiffel, y esparciremos el Proxy por todo el mundo. La Neiffel funcionará como antena, una vez que lleguemos ahí estará hecho.

La velocidad dispara mis sentidos al máximo, es como si pudiera ver, sentir y escuchar todo al cuádruple de como lo hacía antes, y así es como me doy cuenta de que nos siguen. Escribo un texto mentalmente y se lo envío a través de los cascos a mi acompañante, quien lo lee y se desvía hacia un par de calles más angostas. Serpentea entre el caos de la ciudad pero es imposible perderlos, y menos ahora que también nos siguen en bitoslides.

Comienzan a dispararnos y trata de evitar las balas, pero no es suficiente.


—A la cuenta de tres vas a tomar el manubrio, ¿me oyes?

—¡¿Qué?! ¡Pero yo nunca...!

—Uno…

—¡Espera!

—Dos, ¡tres!

No sé qué diablos pasó, pero para cuando reacciono él está detrás de mí y yo estoy con las manos apretando firmemente el manubrio.

Lucho por no chocar, el equilibrio siempre ha sido mi fuerte y confío en que lograré que esto no se estampe.

—¿A dónde voy? —le digo aún por medio de los cascos, él me envía un enredado camino que debo seguir y así lo hago mientras escucho disparos a mis espaldas.

Esquivo a personas tratando de huir de varios militares que se ocultan entre los edificios, y a otros androides. Una vez que por fin hay silencio, lo que escucho, además del aire a los lados del casco, es al chico suspirar.

—Espera, detente —hago bruscamente lo que me pide, apretando el freno demasiado pronto—. Quítate el casco —vuelvo a obedecer. Apenas me lo quito lo arrebata de mis manos, lo tira al suelo y se quiebra—. Maldita sea, lograron hackear nuestra señal y ahora saben nuestras intenciones —mira a los lados y un tercer androide se acerca. No tiene cara de ser amable o de estar contento.

—No puedo creerlo, hubo un infiltrado entre nosotros —me mira detenidamente antes de apuntarme con su arma—. ¿No habrás sido tú, pequeña y falsa Monroe?


—Tranquilo, además es imposible que hubiese sido ella, recién se enteró de que no es humana, incluso le quité el chip de emergencia antes de salir del restaurante.

—Bien —eso y que no haya hecho nada para defenderme parece convencerlo, así que guarda su arma pero sigue receloso—. Tendremos que encontrar la manera de infiltrarnos en la torre Neiffel, está forrada hasta el subterráneo de militares con armas de calibre considerablemente peligroso, se ha vuelto casi impenetrable —los veo pensar un momento antes de que intercambien una mirada y me observen a mí, sonriendo.

Pasamos la siguiente media hora elaborando un plan que prácticamente depende de mí, y es tan importante mi labor que me siento aterrada. Y si fallo, ¿qué pasará con los androides?, ¿qué me harán los humanos?

—Contamos contigo —asiento y doy una última bocanada de aire fresco. Estamos lejos de la torre Neiffel, pero no es necesariamente ahí donde todo habrá de comenzar.

Camino por las calles, sola. Voy con paso decidido, androides y militares cruzan a mis lados por igual; para cuando estoy a pocas calles ya ha pasado media hora, y el número de militares supera al de androides. Me oculto entre las sombras para evitar ser vista, me escabullo hasta llegar apenas a cinco calles de la torre.

—¡Hey, quieta! —alzo las manos y me quedo parada en mi lugar, sin moverme ni un pelo—. ¡Identifícate!

—Soy Marissa, apenas conseguí huir de los androides, por favor ayúdeme —me giro hacia el militar con mi actuación más convincente y de inmediato baja el arma.

—¡Señorita Marissa! ¿Se encuentra bien? —me tiende un abrigo y me ayuda a llegar a la torre Neiffel, el único lugar libre de androides. Aquel chico tenía razón, todos me creen humana.

Un grupo de militares me dirige hasta la parte más alta y me encuentro con quienes menos espero ver: Michaell y Angelo. Están sentados junto a otros hombres con traje, parece una de esas reuniones a las que solía asistir con Angelo casi siempre para discutir sobre mi carrera, sobre el maldito dinero.

—¡Angelo! —grito falsamente emocionada al verlo, incluso provoco que pequeñas lágrimas salten de mis ojos. Él sonríe tenso y me extiende los brazos.

—¡Mi pequeña Mary! —me abraza y noto cómo discretamente palpa mis costados buscando armas. Antes ese gesto de desconfianza me hubiera dolido, pero ahora sólo me molesta. Maldito hipócrita.

—Estoy muy feliz de verte a salvo, ¡Mich, te perdí de vista entre la multitud en el restaurante! —Michaell jamás diría lo que pasó porque Angelo le había prohibido que me sacara del cuarto, pero ya no me importa lo que pase con ese insensible tampoco.

—¡Pasado pisado, cariño! —dice un poco nervioso con la mirada de Angelo encima de él—. Lo bueno es que todos estamos bien, ¿o no? —asiento y continúo haciéndome la tonta, siempre pegada a Angelo para que Michaell no se acerque. Después de casi una hora de charlas los militares anuncian que están por llegar refuerzos y debemos mantenernos tranquilos, cosa que la clase alta sabe hacer muy bien.

Apenas ambos hombres se distraen con otro tipo, me excuso con ir a retocar mi maquillaje y me alejo, para buscar una entrada a la parte más alta de la torre. Subo unas escaleras y por fin doy con la última puerta, la que llega al cuarto más alto, el de la punta; dos hombres la custodian. Antes de que sepan qué hacer estrello sus cabezas contra los muros de metal, lo que los hace caer al suelo, luego los meto rápidamente al cuarto. Jamás me he conectado con nada, quedan treinta minutos para la emisión y necesito veinte minutos para cargar completamente el virus en el sistema. Enciendo el bipolographic y sigo las instrucciones que el androide del restaurante grabó para mí. Nunca he sido creyente de ninguna deidad, pero me pongo a rezar para que esto funcione. El virus comienza a entrar. No puedo apartarme, si alguien llega lo arruinaría todo, no hay tiempo para un segundo intento. Ambos androides me prohibieron terminantemente comunicarme con ellos una vez que estuviera aquí. Escucho voces acercándose a la puerta, entro en pánico.

—Angelo y su estúpida sombra, ese idiota de Michaell, nos han pedido buscar a su perra. Revisa aquel cuarto a ver si está ahí.

—¿En serio? Carajo, ¿a quién le importa dónde está Marissa? Ella también tiene una vida. Que la dejen respirar, no es una niña —miro a mi alrededor, debe haber algo que los haga alejarse.

—A veces siento que la explotan demasiado, la pobre no debe conocer sus derechos, de lo contrario estoy seguro de que ya se habría rebelado… ¡Maldición, hay sangre!

—Mierda.

—¡¿Qué?!

Cierro de inmediato la pesada puerta de hierro, giro la cerradura y armo una barricada con todos los muebles que hay en la pequeña habitación. Las voces afuera enloquecen y comienzan a llamar a refuerzos, golpean la puerta, comienzan a abollarla.

Miro a la pantalla, aún falta la mitad en la barra de carga y no sé si pueda soportar diez minutos más con la puerta cerrada, así que busco en los cajones algún arma. Los androides me lo advirtieron: al ser el androide más humano también era el más débil, a diferencia de los demás yo no podía disparar con las manos, escanear a las personas con sólo una mirada o cosas así. Nada, era una simple mujer contra la fuerza de los militares ahí afuera.

—¡ABRA LA PUERTA! —respiro hondo, tratando de disminuir el temblor de mis manos. Para cuando abro los ojos, más calmada, encuentro en un cajón una pequeña arma. Lo siento como un milagro, y agradezco a quien sea que me la haya enviado. Mientras la tomo me siento más segura de mí misma.

—Puedo lograrlo, puedo lograrlo… —me susurro a mí misma mientras me mantengo apuntando a la puerta. Jamás he disparado un arma, pero no puedo permitirme dudar en este momento.

Un brazo intenta entrar por la pequeña apertura que han logrado hacer, pero le disparo y un láser rojo bastante intenso lo destroza. El hombre grita mientras vuelvo a disparar a las cabezas que se asoman. Siento como una eternidad los minutos que faltan, que en realidad son sólo cinco. Cuando veo la barra neón de carga del arma casi apagada un fuerte sonido nos detiene a todos, obligando a los humanos a tapar sus oídos mientras gritan de dolor. Todos menos yo.

"Hace más de doscientos años..." comienza una voz que únicamente puedo definir como majestuosa, única. Suave como la voz de una madre hablándole a su bebé recién nacido, pero segura y fuerte.


"... los humanos han sido advertidos sobre los daños que sus actividades han causado a su planeta, el único planeta habitable descubierto hasta ahora. Han hecho oídos sordos a estas advertencias, han continuado con su crecimiento urbano desmedido y desequilibrado, han quemado millones de hectáreas, ocasionando lluvias ácidas, provocando explosiones nucleares, extinguiendo a especies con el pretexto de la teoría del más fuerte. Crearon vida artificial, ignorando que eso, un día eso los iba a sustituir" —me acerco a la puerta, ignoro a los cuerpos que se retuercen de dolor y me asomo por una ventana para ver la figura de luz que se formó en la punta de la torre Neiffel. Es enorme y con forma humana.

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