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La unidad

Por último, es también necesario referirse a la unidad estructural del microrrelato, característica que, como bien se ha señalado, se remonta a los postulados formulados originalmente por E. A. Poe en relación con el cuento18. En este caso, se trata de una característica vinculada al efecto de totalidad que produce el microrrelato en el lector de manera análoga a como ocurre con el cuento y otros géneros que históricamente fueron asociados a él, como el poema19. En tal sentido, la unidad estructural está indisolublemente ligada a la brevedad de esta forma narrativa la cual se modela desde el mismo momento de su gestación: el microrrelato no existe como una forma fragmentaria extraída de un texto de dimensiones mayores a él y tal concepción implica un desconocimiento de su funcionamiento como forma20. Por otra parte, es de presumir que la concepción extendida y errónea acerca del pretendido “fragmentarismo” del microrrelato se deba a aquella otra que, en su momento, originó una confusión entre los límites que separan al cuento de la novela. Desde esta perspectiva, el fragmentarismo expresa un desconocimiento del funcionamiento estructural del microrrelato como forma narrativa y la incomprensión de los mecanismos que hacen posible su distinción de otras modalidades narrativas. Por otra parte, la brevedad —y, extensión, la “hiperbrevedad” referida por Lagmanovich (2006)— opera como un factor que contribuye al efecto de deslumbramiento o revelación que produce en el lector y, con ello, a la concentración y mayor densidad del microrrelato. Aun cuando se trata de un rasgo que —una vez más— comparte no solo con el cuento sino con el poema, se hace necesario examinar de qué manera el efecto de totalidad asume en el microrrelato una nueva configuración en base a la reutilización de recursos tales como la parodia, la ironía, el ingenio, la intertextualidad entre otros.

Referencias

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Capítulo 2
Breve panorama de la muestra antológica
Carlos López Degregori

La presente antología ofrece al lector una selección de microrrelatos y prosas breves de ficción publicados por autores peruanos a lo largo de un extenso periodo de tiempo que podríamos situar en la modernidad y posmodernidad de nuestra literatura y que se extiende aproximadamente desde mediados de la década de los años cincuenta del pasado siglo hasta la actualidad. Es posible, desde nuestra perspectiva de lectores, reconocer microrrelatos en algunos autores anteriores, aunque no fue el propósito con el que fueron concebidos dichos textos. Basta considerar los casos de los Poemas en prosa de César Vallejo o muchas prosas de Xavier Abril. En ellos el lirismo coexiste al lado de un componente narrativo: la anécdota o episodio que originan el relato se representa a través de una mirada fuertemente subjetivizada y personal, a la vez que el lenguaje se convierte en protagonista fundamental del proceso de escritura.

En Vallejo véanse, por ejemplo, “La violencia de las horas”, “El momento más grave de la vida” y “Nómina de huesos”, originalmente incluidos en los Poemas en prosa, en los cuales la prosa parece alternar con el ritmo y la cadencia propias del verso. Es también notoria en estos la constante experimentación que realiza el poeta con el lenguaje —rasgo propio de las vanguardias poéticas— que Vallejo supo conducir con maestría única. En tal sentido, las prosas vallejianas ilustran una voluntad por la experimentación que trasgrede los límites establecidos por la teoría aristotélica de los géneros:

Se pedía a grandes voces:

—Que muestre las dos manos a la vez.

Y esto no fue posible.

—Que, mientras llora, le tomen la medida de sus pasos.

Y esto no fue posible.

—Que piense un pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero permanece inútil.

Y esto no fue posible.

—Que haga una locura.

Y esto no fue posible.

—Que entre él y otro hombre semejante a él, se interponga una muchedumbre de hombres como él.

Y esto no fue posible.

—Que le comparen consigo mismo.

Y esto no fue posible.

—Que le llamen, en fin, por su nombre.

Y esto no fue posible.

“Nómina de huesos”, Poemas humanos (Vallejo, 1983)

Situadas también en el territorio de la vanguardia pero con un sesgo netamente surrealista, las prosas de Xavier Abril se abocan a la exploración del subconsciente y el interés por temas tales como el cuerpo, el sexo, el sueño, la muerte y la locura, siempre a través de un lenguaje plagado de imágenes sorprendentes en las que se funden lo onírico y lo real. Transcribimos a continuación “Elogio de la locura”:

La locura es mi constante existencia. Vivo de mi locura. La locura es mi clima. Por todas partes yo voy a la locura.

Un caballo blanco es mi locura. La carpa de un circo a donde no llega el tiempo, es mi locura. La trompa del elefante, además de un niño con miedo cerca del elefante, es mi locura. La butaca vacía de un teatro es mi locura. Y una playa con huesos de náufragos.

Soy una manera de la locura. La libertad de la locura. El fondo, si queréis, de la locura.

Sé que me aproximo a la vida perfecta de la locura.

En Poesía soñada (Abril, 2006)

Al optar por trazar un corte transversal, tomando como base algunas de las características esenciales reconocidas por los teóricos de esta modalidad discursiva —entre ellas, la brevedad, la ficcionalidad y la narratividad, principalmente— se hace evidente el riesgo de constituir un corpus muy diverso en el que convergen las distintas poéticas desarrolladas por sus autores, los cambios operados a lo largo del tiempo dentro del sistema literario y, por último, las expectativas de los lectores de cada época: en tal sentido, creemos que a pesar de su heterogeneidad, el corpus seleccionado en esta muestra puede contribuir a brindar un panorama bastante completo de cómo va surgiendo entre nuestros escritores el interés por la forma narrativa breve (e, incluso, hiperbreve) del microrrelato1, y cómo esta va a adquiriendo un perfil definido en la producción de los autores contemporáneos.

Siguiendo un orden estrictamente cronológico, la muestra incluye a Sebastián Salazar Bondy, una de las figuras centrales de la llamada “Generación del 50”. Significativamente, al lado del realismo que acusan sus cuentos hemos podido hallar algunos testimonios iniciales de prosas breves en las que la narratividad se acompasa con el lirismo. A su lado, incluimos otras tres figuras importantes de la misma generación: Manuel Mejía Valera, Carlos Eduardo Zavaleta y Carlos Meneses. Las diferencias entre estos tres resultan notables: mientras que en el primero encontramos un discurso fuertemente subjetivizado, los relatos de Zavaleta —escritos hacia el final de su obra— presentan un universo plenamente autónomo y una conciencia muy clara del diseño y estructura de un microrrelato, algo que también podemos identificar en Meneses, narrador cuya obra empieza a ser reconocida por la crítica.

La consolidación del microrrelato como modalidad discursiva en nuestra literatura adquiere plena forma en la obra del siguiente grupo de escritores presentes en esta antología: Juan Rivera Saavedra, Antonio Gálvez Ronceros, José B. Adolph y Luis Loayza. De ellos, dos en particular han recibido plena atención de la crítica: de Loayza, por ejemplo, se ha señalado que con El avaro (1955) establece plenamente esta forma narrativa en nuestra literatura2; en Gálvez Ronceros, en cambio, se ha elogiado la originalidad de sus brevísimas narraciones ambientadas en el escenario de la comunidad rural afroperuana que traslucen una profunda crítica al carácter racista y sectario de nuestra sociedad, así como colocan en un primer plano los saberes, las prácticas y, en general, el legado de esta comunidad. Por su parte, aun cuando la temática de los relatos de Rivera Saavedra y Adolph difiere marcadamente una de otra, puede reconocerse en ellos una cierta afinidad en cuanto al empleo de la ironía y la agudeza para percibir las contradicciones del tejido social. Distinto es el caso del último exponente de la Generación del 50 incluido en esta antología, José Miguel Oviedo, quien más bien opta por una atención al entramado de la vida cotidiana para representar el vacío de la existencia que llevan sus personajes.

Agrupados en un mismo horizonte cronológico —la década de los años cuarenta—, las obras de Jorge Díaz Herrera, Julio Ortega y Harry Belevan presentan diferencias notables. De las tres, la de Belevan va adquiriendo relevancia en la medida en que representa desde sus inicios un intento de revaloración de la modalidad de lo fantástico en nuestra literatura; por otra parte, en sus microrrelatos destaca no solamente la precisión de la expresión sino el rigor con que se revela la absurda condición de algunos de sus personajes. Díaz Herrera, en cambio, apela a la ironía para cuestionar el carácter inmutable de ciertas versiones de la Historia así como esboza un mundo por momentos sórdido e implacable. Por último, los textos de Julio Ortega expresan su singularidad a partir de la reflexión acerca del significado de los vestigios de las culturas precolombinas, así como el significado de ciertos acontecimientos decisivos en la historia de nuestro país como la muerte de José María Arguedas y la tragedia de Uchuraccay.

A continuación, pertenecientes a lo que podría denominarse la Generación de los 80, se sitúan Alejandro Susti, Enrique Prochazka, Carlos Herrerra y Fernando Iwasaki. A diferencia de sus contemporáneos, Susti incursiona en el microrrelato después de haber publicado principalmente textos poéticos. La ironía, el sarcasmo, el absurdo y el lirismo aparecen representados en sus textos a través de situaciones cotidianas en las que los personajes se ven minimizados por las circunstancias que les toca vivir. Escritor que ha preferido apartarse del círculo mediático, Prochazka, por su parte, revela en sus textos un manejo muy hábil de la intertextualidad, así como la plena coherencia de un universo ficcional en el que se recrean las tribulaciones de personajes históricos como Plinio o Gandhi. Por su parte, Carlos Herrera también evidencia en sus textos un constante diálogo con la tradición literaria así como un pleno dominio del lenguaje y el diseño estructural de sus microrrelatos. Por último, los textos de Fernando Iwasaki recurren al humor en base a la relectura y actualización de ciertos tópicos literarios como el horror.

El grupo final de narradores de esta selección también se reúne en fechas muy cercanas y está conformado por José Donayre, Daniel Salvo, Ricardo Sumalavia, Alberto Benza González y Carlos Enrique Saldívar. En el caso de Donayre y Sumalavia, se trata de dos escritores que no solo han producido ya una significativa obra dentro de la ficción breve, sino que han alentado los esfuerzos de otros escritores a formar parte de este universo narrativo. En la obra de Donayre, por momentos resulta sorprendente el acopio en sus textos de referentes no únicamente humanísticos sino también científicos e, incluso, artísticos, mientras que en la de Sumalavia vemos un diseño riguroso de la anécdota así como la presencia de la paradoja en situaciones cotidianas y aparentemente intrascendentes. Daniel Salvo, por su parte, incursiona en el microrrelato trayendo consigo su experiencia con el relato de ciencia ficción —modalidad que, en nuestra literatura, despierta actualmente un interés cada vez mayor— ciñéndose siempre a formatos hiperbreves, rasgo que comparte con Alberto Benza González quien introduce en sus textos referentes absolutamente familiares en el imaginario de un lector peruano.

Referencias

Abril, X. (2006). Poesía soñada. Edición y estudio universitario de Marco Martos Carrera. Fondo Editorial de la UNMSM – Academia Peruana de la Lengua – Universidad San Martín de Porres.

Gallegos Santiago, O. (2015). El microrrelato peruano. Teoría e historia. Prólogo de Harry Belevan. Lima: Micrópolis.

Loayza, L. (1974). El avaro y otros textos. Lima: Instituto Nacional de Cultura.

Vallejo, C. (1983). Obra poética completa. Lima: Mosca Azul.

Capítulo 3

Sebastián Salazar Bondy

(1924-1965)

A lo largo de su corta pero prolífica producción literaria y periodística, Sebastián Salazar Bondy supo darse tiempo no solo para convertirse en el más importante promotor cultural de su época —a través de su labor en diarios como La Prensa, El Comercio y la revista Oiga, entre otros—, sino cultivar la mayoría de los géneros literarios: poesía, teatro, ensayo y narrativa. En este último ámbito, publicó Náufragos y sobrevivientes (1954 y 1955), Pobre gente de París (1958), El Señor Gallinazo vuelve a Lima1 (1961), Dios en el cafetín2 (1964) y dejó una novela inconclusa (Alférez Arce, Teniente Arce, Capitán Arce…) publicada póstumamente en 1969. En 1965, al inicio de su participación en el “Primer Encuentro de Narradores Peruanos”, Salazar Bondy supo esbozar el carácter temático de su narrativa:

No soy especialmente un narrador; por lo menos hasta ahora no soy especialmente un narrador. He escrito algunos cuentos que no han tenido muchos elogios, pero creo que en ellos he puesto algo que me interesaba poner: esa pequeña mitología del mundo de la clase media, ese entretejido sutil de relaciones, cosido, hilvanado con prejuicios y sentimientos muy profundos, con ideas recibidas, heredadas y aceptadas irracionalmente y con aspiraciones incumplidas, con esperanzas siempre frustradas y con terrores al hundimiento en la masa anónima del proletariado. (Casa de la Cultura, 1969, p. 62)

Estas breves palabras, sin embargo, eluden el hecho de que en sus relatos el autor abordó realidades que hasta ese entonces habían permanecido al margen de las preocupaciones de los narradores peruanos: una de ellas, quizá la principal, se vincula con la condición social de la mujer (piénsese, por ejemplo, en los cuentos “Soy sentimental”, “Recuperada”, “Volver al pasado” y “Pájaros”, todos incluidos en Náufragos y sobrevivientes).

Por otro lado, si bien la opción por una narrativa de corte realista está claramente representada en los relatos de Salazar Bondy, también es cierto que existen algunos testimonios —pocos, es cierto— de un interés tangencial por el modo de lo fantástico, tal como se expresa en el microrrelato “Visita a mi propia estatua” que apareció originalmente en el primer y único número de Cuadernos de Composición en 19553. A él hemos agregado dos que fueran publicados en la desaparecida revista Mar del Sur en 1949, cuyo acercamiento a un cierto lirismo y acento subjetivo los vincula al poema en prosa, pero en los cuales también puede reconocerse un componente narrativo. Por último, el hallazgo probablemente más valioso sean cuatro textos inéditos del archivo personal del autor, testimonios que pueden contribuir a completar la figura de uno de los escritores peruanos más importantes del siglo XX.

VISITA A MI PROPIA ESTATUA

Ha transcurrido un siglo desde la triste fecha de mi muerte, ocurrida afortunadamente a los 100 años de edad, y he retornado, tras la prestigiosa apariencia fantasmal, con una sola finalidad al tedioso mundo de los vivos: ver mi propia estatua y regocijarme con ella. Debo aclarar, no obstante el honor que significa ser objeto de un tan notorio homenaje público, que me hallo un tanto decepcionado.

Nunca fui un individuo semejante a esa absurda figura. Jamás, en primer término, me peiné con raya al medio, ni mi cabello constituyó esa flotante pelambre que pide a gritos un eficaz peluquero. Luego, y simplemente por comodidad, frecuentemente rehusé a caminar con libros voluminosos bajo el brazo. Además, siempre me jacté de no usar esa ociosa prenda llamada chaleco.

Todo ello, sin embargo, pudiera ser pasable en mérito a que el Estado es regularmente torpe en la elección de los escultores oficiales, pero, ¿a quién diablos se le ocurriría que alguna vez adopté una postura tan convencional y ridícula? La mirada altiva, el mentón arrogante, el pecho explosivo, el brazo derecho recriminatorio y el izquierdo moderadamente amenazador. A fin de cuentas, un horror. Y más abajo, para completar el esperpento, una pierna tensa y la otra, en flexión, colocada en un subpedáneo que fluctúa entre piedra y almohadilla. La boca, por cierto, entreabierta, como sorprendida en el instante de pronunciar un portentoso discurso electoral.

Puedo disculpar todos estos dislates estatuarios, mas creo imposible mostrarme indulgente con dos detalles falaces de esta réplica de mi ser terreno: aquellos que aluden a mis más sobresalientes características físicas. El artista —si así puede llamársele a tan conspicuo animal—, abusando de la libertad creadora y de la ignorancia general, de la cual participan, a lo que parece, mis nietos y sus hijos, me ha presentado calumniosamente flaco y aparatosamente narigón. Ello demuestra en las nuevas generaciones una falta estrepitosa de sentido reverencial hacia la dignidad del pasado.

Afortunadamente, la leyenda grabada al pie, en una visible placa situada en la base del monumento, se refiere a uno de mis más notables aciertos. No hago sino transcribirla, pues todo comentario personal a dicho texto puede resultar demasiado inmodesto. Dice así:

“A Sebastián Salazar Bondy, autor del excelente artículo ‘Visita a mi propia estatua’”.

De Cuaderno de Composición (1955).