Czytaj książkę: «Métodos para la caracterización de la cerámica arqueológica»
Métodos para la caracterización de la cerámica arqueológica
Por:
Pedro María Argüello García
UPTC
Anexos técnicos:
Alberto Sarcina
Ingrid Yoryeth Bastidas Pedreros
Ángela María Bacca
Jennifer Andrea Gutiérrez Torres
CerArCo
y la colaboración de:
Juliana Campuzano Botero
CerArCo-ICANH
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
2021
Métodos para la caracterización de la cerámica arqueológica / Methods for Archaeological Ceramics Analysis / Argüello García, Pedro María. Tunja: Editorial UPTC, 2021. 192 p.ISBN 978-958-660-581-6ISBN Digital 978-958-660-582-31. Cerámica Arqueológica. 2. Arqueología. 3. Análisis de Laboratorio-Arqueología. 4. Arqueología-Métodos. 5. Análisis cerámico. 6. Arqueología colombiana.(Dewey 930.1 /21) (Thema NK - Arqueología) |
Primera Edición, 2021
200 ejemplares (impresos)
Métodos para la caracterización de la cerámica arqueológica
Methods for Archaeological Ceramics Analysis
ISBN 978-958-660-581-6
ISBN Digital 978-958-660-582-3
Colección Académica UPTC N.° 47
Proceso de arbitraje doble ciego
Recepción: junio de 2020
Aprobación: agosto de 2020
© Pedro María Argüello García, 2021
© Alberto Sarcina, 2021
© Ingrid Yoryeth Bastidas Pedreros, 2021
© Ángela María Bacca, 2021
© Jennifer Andrea Gutiérrez Torres, 2021
© Juliana Campuzano Botero, 2021
© Universidad Pedagógica y Tecnológica de
Colombia, 2021
Editorial UPTC
Edificio Administrativo – Piso 4
Avenida Central del Norte 39-115,
Tunja, Boyacá
Rector UPTC
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Comité Editorial
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Sandra Gabriela Numpaque Piracoca, Mg.
Óscar Pulido Cortés, Ph. D.
Edgar Nelson López López, Mg.
Zaida Zarely Ojeda Pérez, Ph. D.
Carlos Mauricio Moreno Téllez, Ph. D.
Editora en Jefe:
Lida Esperanza Riscanevo Espitia, Ph. D.
Coordinadora Editorial:
Andrea María Numpaque Acosta, Mg.
Corrección de Estilo
Martha Liliana Álvarez Ayala
Diseño de Carátula
Diego Martínez Célis, con imágenes de Alberto Sarcina e Ingrid Yoryeth Bastidas
Libro financiado por la Dirección de Investigaciones de la UPTC. Se permite la reproducción parcial o total, con la autorización expresa de los titulares del derecho de autor. Este libro es registrado en Depósito Legal, según lo establecido en la Ley 44 de 1993, el Decreto 460 de 16 de marzo de 1995, el Decreto 2150 de 1995 y el Decreto 358 de 2000.
Citar este libro / Cite this book
Arguello García, P. (2021). Métodos para la caracterización de la cerámica arqueológica. Tunja: Editorial UPTC.
doi: https://doi.org/10.19053/9789586605816
A Juliana,
quien me llenó la vida de vasijas de plástico (tarros)...
Resumen
Esta obra reúne un conjunto de técnicas para la caracterización de la cerámica arqueológica en laboratorio. Se basa en la premisa según la cual cualquier estudiante de Arqueología debería ser capaz de llevar a cabo una descripción detallada, estandarizada y de alto nivel técnico de la cerámica arqueológica, sin la necesaria asistencia de un tutor y con el uso de herramientas sencillas y fácilmente asequibles. Provee una serie de términos técnicos útiles en la descripción de la cerámica arqueológica, explicados a la luz de su proceso de manufactura. Incluye anexos técnicos donde se muestra el paso a paso para el dibujo arqueológico e ilustraciones que facilitan la comprensión de las definiciones utilizadas a través del texto.
Palabras clave: Cerámica Arqueológica; Arqueología; Análisis de Laboratorio-Arqueología; Arqueología-Métodos; Análisis cerámico; Arqueología colombiana.
Abstract
This handbook get together some methods for the analysis of archaeological ceramics in the Laboratory. It is built on the premise that every archaeological student must be able to accomplish a detailed, standardized and high-quality description of the archaeological ceramics, without the necessary assistance of a tutor and through the use of simple and easily accessible tools. Based on the manufacture process the Handbook provides technical definitions useful for the description of archaeological ceramics. Includes technical appendixes of the step-by-step drawing of archaeological ceramics. Profusely illustrated to assist the comprehension of the different concepts provided through the text.
Keywords: Archaeological ceramics; Archaeology; Laboratory analysis-Archaeology; Archaeology-Handbooks; Pottery Analysis; Colombian Archaeology.
Contenido
Introducción
1. El análisis cerámico en la arqueología colombiana
2. Clasificación y caracterización
3. El origen, construcción y alcance del presente manual
Consideraciones previas
Capítulo 1. Fabricación de la cerámica
1.1 Las materias primas
1.2 Técnicas de manufactura
1.3 Modelado secundario: las superficies
1.4 Modelado terciario: la decoración
1.5 Secado
1.6 Cocción
Capítulo 2. El desgrasante
2.1 Textura
2.3 Identificación de las inclusiones
2.4 Dureza
Capítulo 3. Forma y función
3.1 Partes de una vasija
3.2 Determinación de la forma
3.3 Determinación de la función
Capítulo 4. Color y decoración
4.1 Caracterización del color
4.2 Decoración
Capítulo 5. Grosor de las paredes
Glosario de formas cerámicas
Anexo 1.
Anexo 2.
Créditos de las figuras
Introducción
1. El análisis cerámico en la arqueología colombiana
Tanto la naturaleza de su registro arqueológico como las tradiciones investigativas en que se enmarca su arqueología han derivado en que sea la cerámica el objeto arqueológico que más atención ha recibido en Colombia. La relativa facilidad con que se consigue la arcilla y los antiplásticos y la disposición natural de la arcilla para ser transformada permitió que las sociedades prehispánicas hicieran uso recurrente y extensivo de ella. La durabilidad de la cerámica hace de ella el material arqueológico más comúnmente colectado en las excavaciones arqueológicas. Salvo los estudios que se enfocan de forma casi exclusiva en otros objetos arqueológicos, como los artefactos líticos, los restos paleobotánicos u osteológicos, la mayoría de textos sobre arqueología en Colombia tiene un importante componente dedicado a la cerámica. Una rápida revisión de las publicaciones que se han producido desde la época de la institucionalización y consolidación de la arqueología en Colombia (después de la década de los treinta del siglo XX) muestra la posición privilegiada que ha tenido la cerámica en tanto que ha sido el objeto no solo más colectado y estudiado sino también a partir del cual se han llevado a cabo el mayor número de inferencias sobre el pasado prehispánico. La revisión de los textos arqueológicos producidos en Colombia entre 1800 y 1962, muestra cómo la cerámica paulatinamente se convirtió en el objeto arqueológico más relevante (Jaramillo y Oyuela-Caycedo, 1995, Tabla 3).
El desarrollo de la tradición investigativa que generalmente se denomina arqueología histórico-cultural en Norteamérica transitó de la mano de la implementación de técnicas analíticas preponderantemente enfocadas en la cerámica. Por citar el caso más conocido, el método de seriación, fue desarrollado y extensivamente utilizado para datar sitios con cerámica (Ford, 1962). Dado que fue este tipo de arqueología la que primero se implantó en Colombia, y que de cierta manera ella sigue siendo parte fundamental de la práctica arqueológica en el país, es natural que los métodos de análisis propios de la arqueología histórico-cultural sean los más recurrentemente utilizados y que como consecuencia sea la cerámica el objeto que más atención recibe.
No obstante, el que la cerámica sea el objeto arqueológico al que más atención se le ha prestado no necesariamente se traduce en que sea el objeto arqueológico mejor o más cuidadosamente estudiado. Pueden existir varias razones para comprender esta situación, pero considero que existen dos que revisten mayor preponderancia y merecen ser explicadas en detalle.
En primer lugar, está la separación de buena parte del análisis cerámico de aquello que coloquialmente se denomina “análisis especializado en arqueología”. Exceptuando la aplicación de técnicas como el análisis de secciones delgadas, se considera que el estudio de los materiales cerámicos no es especializado. Más allá de una posible discusión bizantina sobre el carácter de lo “especializado”, la no inclusión de la cerámica en dicho lugar privilegiado derivó en la peor forma de no-especialización, caracterizada por la falta de rigor, la carencia de lógica, criterios explícitos o congruencia en el análisis. De forma paralela, por ejemplo, cuando los arqueólogos acuden a sus colegas antropólogos físicos porque hallaron restos óseos humanos, el capítulo dedicado a su descripción usualmente inicia con un aparte que informa cómo se analizó y cuáles fueron los referentes del análisis, algo que rara vez se encuentra al inicio del capítulo dedicado a la cerámica. En el tiempo reciente, los arqueólogos dedicados a proyectos de rescate, sub-contratan especialistas en varios tipos de materiales arqueológicos para que de forma independiente realicen los consecuentes análisis, incluso para los artefactos líticos, pero rara vez lo hacen para la cerámica.
Una segunda razón se encuentra en el hecho de que cuando se recurre a alguno de los “análisis especializados” es porque se tiene claro qué es lo que con él se pretende. Por ejemplo, si se solicita un análisis de secciones delgadas es porque seguramente existe un interés concreto en comprender aspectos relacionados con la proveniencia de la cerámica. Pero con el análisis cerámico no-especializado pareciera que no necesariamente se tiene claro para qué se hace. Una importante proporción de los proyectos de arqueología de rescate son buena muestra de ello. En dichos informes es posible observar un capítulo de análisis cerámico que en pocas ocasiones hace explícitos los criterios de clasificación y en aun menos ocasiones explica cómo el análisis cerámico contribuye a entender algo, como sí lo haría para nuestro ejemplo un análisis de secciones delgadas.
Resumiendo, se ha confundido la innecesaria “especialización” para abordar el análisis cerámico con la falta de un programa de estudio riguroso del material cerámico. La omnipresencia de la cerámica en las excavaciones arqueológicas en Colombia en lugar de propiciar el estudio riguroso de ella ha derivado en la estandarización de prácticas sin rigor, sin objetivos claros, y en no pocas ocasiones simplemente erróneas.
Durante años, he preguntado a arqueólogos de distintas generaciones (aclaro, aquellos que se formaron como tal en las carreras de antropología o arqueología, no los que se convirtieron a la arqueología para conseguir trabajo) la forma como ellos aprendieron a analizar la cerámica y en general de cómo fueron preparados para abordar aspectos técnicos en el laboratorio de arqueología. La respuesta más común es que dichos procedimientos fueron aprendidos por vía de la tradición oral de la mano de un tutor, casi siempre el director del trabajo de grado, y después reproducidos ad infinitum. Así las cosas, el estudiante de pregrado frecuentemente seguía (sigue) los parámetros del arqueólogo director de tesis o de la investigación en que participaba, y de forma acumulativa aprendía los procedimientos que después replicará como profesional con la cerámica de otros sitios arqueológicos. Esta práctica conlleva ciertas implicaciones: a. La repetición acrítica de los procedimientos; b. La falta de comprensión del fundamento de muchos de ellos; c. La naturalización y supuesta estandarización de criterios clasificatorios que se convierten en prácticas transversales aun cuando las preguntas de investigación sean diversas; d. La mayor posibilidad de error en el tratamiento de los datos como producto de la falta de conocimiento conceptual.
Como resultado de lo anterior, en la producción arqueológica colombiana es posible observar un conjunto de criterios clasificatorios para la cerámica que en principio aparece como altamente estandarizado, universal. Aunque en la mayoría de textos no se hace claridad acerca del origen de dichos criterios (lo que denomino naturalización) es posible encontrar una fuerte afinidad con la propuesta de análisis hecha por Betty Meggers y Clifford Evans (1969) en el muy conocido libro (conocido por los arqueólogos formados hasta la década de los noventa del siglo XX): “Cómo interpretar el lenguaje de los tiestos”1. Este texto buscó precisamente eso, definir unos elementos mínimos para la caracterización cerámica y, con base en ellos, elaborar tipologías. Una lectura del mismo permite adscribir dicha propuesta dentro de los postulados propios de la denominada arqueología histórico-cultural, lo que significa que los criterios establecidos están en consonancia con la búsqueda de unidades diferenciadas que permitan establecer culturas arqueológicas y explicar el cambio cerámico a partir de la migración y la difusión.
Situar histórica y teóricamente el texto de Meggers y Evans, y por ende su propuesta de análisis cerámico, debería permitir por lo menos una de estas actuaciones: 1. Ser adoptada como mecanismo para la explicación desde una perspectiva histórico-cultural; 2. Ser evaluada y confrontada desde otras perspectivas teóricas y como resultado de tal ejercicio rescatar los elementos transversales que puedan ser útiles; 3. Ser simplemente descartada en caso que la anterior evaluación mostrara la inoperancia o falta de concordancia con los criterios que guían un investigación particular, y de manera consecuente proceder a formular nuevos criterios analíticos. Ninguna de las tres opciones se ha dado. Solamente se han seguido los parámetros de la construcción tipológica aun en trabajos arqueológicos que dicen no seguir la perspectiva histórico-cultural (con lo cual ni siquiera la alternativa 1 se cumple).
En casos aun peores, los criterios de Meggers y Evans, que de todas maneras son rigurosos, ni siquiera son implementados de forma juiciosa. Es este el caso de la nominación tipológica que tantas dificultades ha generado en la arqueología de ciertas regiones de Colombia. El texto de Meggers y Evans es por ende un claro ejemplo de lo que ocurre con el tratamiento cerámico en buena parte de la arqueología colombiana: los arqueólogos lo están aplicando sin realizar una lectura crítica del mismo o incluso sin conocerlo. La construcción tipológica se entiende pues como un procedimiento lógico y connatural a la arqueología que no amerita el análisis de sus fundamentos.
De todas formas, el hecho de que existiera un manual que instruyera sobre la construcción de tipos cerámicos indica la preponderancia que el tema tenía para los arqueólogos en aquella época, lo que se traducía en cierto grado de atención al análisis cerámico, el cual, a la luz de los intereses actuales puede incluso parecer excesivo. Como resultado de las nuevas corrientes teóricas provenientes sobre todo de Norteamérica, y también como reacción a la tendencia descriptiva que imperaba en buena parte de la arqueología colombiana, los intereses académicos fueron virando hacia la adopción de estrategias orientadas más a la resolución de problemas de investigación que al estudio de los objetos arqueológicos por derecho propio. De allí que el deber ser de la práctica arqueológica iniciara un tránsito desde el trabajo de campo y laboratorio hacia la discusión por los fundamentos mismos del quehacer arqueológico. Como resultado, se ha ido constituyendo cierta disyuntiva, producto de la ruptura generada por la arqueología procesual y su llamado a ser más científicos y más antropólogos, y es la tendencia a la jerarquización de las labores de los arqueólogos. Las apasionantes discusiones teóricas fueron descentrando progresivamente las tareas de campo y laboratorio, las cuales ya no se consideraron de la misma importancia. Los textos que se ocupan de la descripción de materiales arqueológicos no parecen tener ahora el status de aquellos dedicados a la teoría, lo que significa que quienes se preocupan por dichos temas son relegados a ser arqueólogos de segunda clase. Piénsese por un momento si el tratado de tiestología por excelencia, escrito por nadie menos que Gerardo Reichel-Dolmatoff (1991),y profusamente utilizado por todos los proyectos de arqueología de la costa norte de Colombia, sería hoy considerado por una editorial universitaria para su publicación.
Mario Consens (2004, p. 154) retrata de manera excepcional y ubica esta situación dentro del marco de alguna tendencia de la arqueología sudamericana, influenciada por el posprocesualismo, y que no solo rechaza el uso de las denominadas ciencias duras sino que lo desacredita:
En realidad, esto se inicia en el propio perfil de los aspirantes a arqueólogos, que optan por escabullirse antes que enfrentarse a tales disciplinas “duras”. Hay también un rechazo a las tareas de laboratorio. A pasar prolongadas horas en ambientes cerrados y en tareas iterativas, las cuales se consideran propias de principiantes. Que apenas son los “lava piezas”. Por lo cual el laboratorio es percibido como una etapa de bajo nivel técnico y profesional.
Este fenómeno es patente en Colombia, donde cada vez es menos importante el estudio de procedimientos de análisis de materiales arqueológicos, los cuales son observados más como una rutina, muchas veces encargada a arqueólogos o estudiantes de arqueología con menor preparación, a veces odiosa, pero en todo caso necesaria. La fase de laboratorio es finalmente vista por el arqueólogo como una tarea obligatoria que entre más rápido se cumpla menos traumático hará el proceso. Todo esto se traduce en ligereza y manipulación indebida de la evidencia arqueológica. El excesivo espacio o atención a lo que en términos coloquiales se ha dado en llamar tiestología y que produjo en el pasado abundante bibliografía con detalladas descripciones sobre la cerámica de las regiones ha dado paso a consideraciones cada vez menos atentas al registro arqueológico, aun a pesar de pretender explicarlo2. El mayor interés por asuntos teóricos, que definitivamente es un indicador de avance y madurez de la arqueología colombiana, no puede seguirse haciendo a expensas de la atención sobre los datos que soportan las teorías. Si los datos no son analizados concienzudamente podrán ser sujetos a cualquier explicación, lo que en últimas anulará cualquier proceso de reflexión teórica serio. En otras palabras, no se puede olvidar que al interior de una ciencia como la arqueología es el tratamiento del registro arqueológico lo que permite verificar o validar un (unos) determinados postulados teóricos.
2. Clasificación y caracterización
En la década de los cincuenta del siglo XX, algunos arqueólogos norteamericanos se vieron envueltos en lo que desde esa época se conoce como el debate tipológico3. La discusión giró en torno a dos posturas respecto a la naturaleza de los tipos de artefactos arqueológicos. De una parte, estaban aquellos arqueólogos que abogaban por el entendimiento de los tipos como entidades objetivas, independientes del investigador, y que, por tanto, reflejaban la variabilidad o integridad derivada de las elecciones del alfarero, en particular, y del grupo cultural, en general. Dichos arqueólogos sostenían que la tipología era un procedimiento por el cual se podían descubrir patrones relacionados con las elecciones de los fabricantes de los artefactos, mediante el uso de técnicas tales como la estadística (Spaulding, 1953, véase una crítica a dichos planteamientos en: Bate, 1998, pp. 169-171). En el extremo opuesto está la postura que sostenía que los criterios de clasificación eran construcciones hechas por el investigador sin atención alguna al grado de ajuste de ellas con los criterios de diferenciación utilizados por el alfarero. Una postura intermedia reconocía algún grado de intervención del analista de los tipos, el arqueólogo, con relación a los diferentes niveles de abstracción, pero reconociendo una organización inherente a la cultura y por ende algún grado de ajuste entre las construcciones hechas por los investigadores y los patrones culturales (Ford, 1954).
Dwiht Read (2007, pp. 26-31) ha mostrado que dichas posturas en realidad constituyen falsos puntos de partida. La primera opción, que finalmente decantó en la utilización de herramientas estadísticas para que fueran ellas las que con su asepsia descubrieran los elementos variables y los agrupara en tipos, se basa en la idea según la cual procedimientos tales como los análisis de conglomerados (cluster analysis) pueden identificar patrones de variación introducidos por los artesanos. De suerte que los arqueólogos deberían simplemente introducir tantas variables como sea posible para asegurar que el software realice la mejor elección. La falsa premisa es justamente esa, ya que es el arqueólogo quien debe determinar las razones por las cuales una variable es más útil que otra y qué aspectos pueden intervenir en la variación como punto de partida para su evaluación.
De otra parte, imponer clasificaciones al simple capricho del investigador, sin intentar dar cuenta del proceso socio-cultural que dio origen a la variación, es otro falso punto de partida cuya inutilidad es patente. Basta con decir que ella olvida que uno de los objetivos de la arqueología está relacionado con conocer el pasado a través de los objetos, por lo que si tal pretensión es olvidada difícilmente se podrá justificar el interés por los objetos mismos.
Con el pasar de los años, fue cada vez más evidente que la delimitación de tipos y procedimientos de clasificación de artefactos se relacionaban más con las elecciones del investigador que con el uso de técnicas cuya asepsia asegurara la eliminación de cualquier sesgo del presente. De tal manera que la clasificación fue definida como un proceso mental cuyo fin es construir categorías e incluir objetos dentro de ellas y la tipología un procedimiento de clasificación con miras a algún tipo de ordenamiento (Adams, 1986-1987, pp. 10-11). Paralelamente, también se fue decantando un cierto consenso respecto a que la implementación de técnicas de análisis rigurosas podría permitir visiones con algún grado de ajuste a las elecciones y uso de los artefactos en el pasado. En otras palabras, aunque se reconoce el proceso de construcción tipológica como un asunto que descansa en la elección del arqueólogo, y por tanto es arbitrario, se asume que este no puede estar muy alejado de los patrones de comportamiento que originaron la variabilidad que es posible constatar en el registro arqueológico4. En otras palabras, se acepta la existencia de una realidad externa al sujeto cognoscente que podría ser aprendida mediante la utilización de métodos científicos. Finalmente, y tal vez fue esa la conclusión más importante derivada del debate, la selección de algún grupo de elementos depende enteramente de los objetivos particulares de la investigación, por lo que las clasificaciones y tipologías, más que cualquier otra cosa, se ajustan a las preguntas y necesidades de ella, por lo que la clasificación no puede ser entendida como un fin en sí mismo (Rouse, 1960).
Luis Felipe Bate (Bate, 1998, pp. 169-170) ha planteado con claridad dicha postura insistiendo que:
Un requisito central a tener en cuenta al definir el procedimiento para formular una tipología u optar por un sistema tipológico de categorías ya establecidas para ordenar los materiales o contextos arqueológicos es haber definido con claridad los objetivos de la clasificación. No hay clasificaciones tipológicas que sean mejores o peores «en sí» ya que solo pueden ser evaluadas según su adecuación a los propósitos para los cuales se utiliza.
Como se mencionó, la discusión acerca de los procedimientos de construcción de unidades de clasificación tuvo lugar en un trasfondo histórico-cultural, lo que significa que los arqueólogos de la época diseñaron estrategias encaminadas a utilizar la tipología como medio para resolver problemáticas relacionadas con el uso de los artefactos como marcadores espacio-temporales. A mediados de siglo XX, los investigadores norteamericanos ya disponían de un conjunto de atributos cuya variación podía ser tomada en cuenta en la medida que indicaba cambios culturales. Aspectos tales como el desgrasante, el tipo de acabado o tratamiento de la superficie, el color de la superficie, la cocción, la forma y la decoración fueron entendidos como marcadores válidos de la variación sociocultural gracias a la implementación de una definición normativa de la cultura que sostenía que los patrones culturales se reflejaban directamente en los objetos (Lyman y O’Brien, 2004). Los desarrollos posteriores en este campo tuvieron como objeto refinar las técnicas de análisis para cada uno de los mencionados atributos, tarea ampliamente facilitada por el diálogo creciente de los arqueólogos con investigadores provenientes de las ciencias exactas o naturales. De esta manera, se dio paso a una gran cantidad de estudios como por ejemplo aquellos que buscaban determinar con mayor precisión la temperatura de cocción, la resistencia de los materiales en relación con diferentes desgrasantes, entre otros (Schiffer, 1995).
Aunque en ocasiones se pretende entender las posteriores corrientes teóricas en arqueología (procesual y posprocesual) como desarrollos completamente novedosos, es evidente que ellas aprovecharon ciertos acumulados y alcances de la arqueología ahora denominada tradicional. Este es el caso de buena parte de los procedimientos de abordaje de los materiales arqueológicos. Si bien se puede constatar el mayor grado de refinamiento en lo concerniente a las discusiones en el plano teórico y metodológico, es indudable que un conjunto de aspectos relacionados con el tratamiento de los materiales arqueológicos sigue siendo utilizado de la misma manera en que fue propuesto a comienzos del siglo XX. Lo que definitivamente ha cambiado es el uso y tratamiento que dichos aspectos reciben de acuerdo a la perspectiva teórica de la cual se parta. Es así que los arqueólogos inclinados hacia las posturas procesuales prefieren echar mano de atributos que variarían más en relación a aspectos ambientales, por ejemplo, la forma y función de las vasijas, mientras que los que optan por la perspectiva posprocesual se muestran interesados en los que indican elementos ideológicos y cognitivos, por ejemplo, la decoración (Hodder y Hutson, 2003). Una somera revisión de diferentes estudios contemporáneos muestra la recurrente presencia de ese mismo conjunto de atributos aun cuando se pretenda resolver preguntas diametralmente opuestas a aquellas de mediados de siglo XX5.
Lo anterior tal vez explique por qué los arqueólogos actualmente no parezcan tan preocupados, como aquellos de mediados de siglo XX, por los criterios de análisis de artefactos. En cierta medida la arqueología histórico-cultural logró construir una fuerte base o punto de partida para la consideración de los objetos arqueológicos. Dicha base ha sido paulatinamente modificada en los fines, pero no en el contenido, razón por la cual es hoy posible encontrar que tanto arqueólogos inclinados hacia el procesualismo como aquellos que lo hacen hacia el posprocesualismo, puedan seguir analizando el material cerámico con base en un conjunto de atributos similar. Este fenómeno, donde a pesar de las diferencias teóricas se acude a un conjunto común de atributos, puede ser leído desde diferentes perspectivas. Aquí simplemente se entiende como el resultado de un acumulado, un ejercicio de decantación, donde un determinado tipo de conocimiento establece un marco de referencia a partir del cual dar cuenta de la materialidad de los objetos, una síntesis de las posibles miradas, que finalmente se traducen en la constitución de un canon estandarizado.
Las anteriores anotaciones, además de justificar el análisis de los patrones de abordaje de los mencionados atributos, es el punto de partida para diferenciar clasificación de caracterización. Si se entiende clasificación como el procedimiento mediante el cual un conjunto de objetos es ordenado conforme a un criterio determinado, se deduce entonces que los criterios estarán irremediablemente atados a las preguntas, objetivos y teorías que guíen una investigación concreta (Chippindale, 2000). Lo que significa que es el arqueólogo quien define cuál de los rasgos y porqué es el que se constituye en el núcleo de su ordenamiento, en caso que este sea necesario. Lo anterior simplemente significa que no existen mejores o peores formas de clasificar cerámica, sino procedimientos que se ajustan bien o mal a problemáticas de investigación concretas6. Otra cosa es el manejo adecuado de los procedimientos de caracterización que se definen aquí como las prácticas aceptadas académicamente y que por ende manifiestan cierto grado de estandarización y fiabilidad (Ramenofsky y Steffen, 1998). Por ejemplo, un arqueólogo puede considerar necesario establecer la variabilidad en el color de la cerámica como criterio útil a sus necesidades investigativas, lo que hace parte del ejercicio de clasificación; pero lo ideal, en términos de caracterización, es que lleve a cabo el ejercicio mediante un instrumento estándar como es la descripción de colores de la Tabla Munsell.