Mi mamá es un hámster

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Mi mamá es un hámster
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Ma mère est un hamster

escrito por Agnès de Lestrade,

ilustrado por Fanny Denisse

© Talents Hauts (FRANCE), 2016

Delfín de Color

I.S.B.N. edición impresa: 978-956-12-3299-0.

I.S.B.N. edición digital: 978-956-12-3572-4

4ª edición: febrero de 2021.

Traducción: Loreto Mendeville

© 2018 de la presente traducción por

Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Derechos exclusivos de edición reservados por

Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

Teléfono (56-2) 2810 7400.

E-mail: contacto@zigzag.cl / www.zigzag.cl

Santiago de Chile.

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com

Índice

1 Una vecina medio bizarra

2 Una encantadora invitación

3 Garritas y el hámster

4 Una cosa inexplicable

5 La realidad en frente

6 Una buena pizza

7 Una mamá sigue siendo una mamá

8 Los dulces de miel

9 ¿Dónde está mi mamá?

10 El antídoto

11 Regalo de despedida


1

Una vecina

medio bizarra


Ya se lo había dicho a mi mamá: había que desconfiar de la vecina. Yo ya me había dado cuenta de que era medio bizarra. Acababa de cambiarse a nuestro edificio, y desde mi ventana especial para espiar, vi su camioneta llena de un desorden extrañísimo: dos sillones de pelo de no sé qué, tres marmitas enormes, un sapo gigante y una serpiente en una jaula.

Una serpiente es algo realmente peligroso para los vecinos de abajo. Basta con que la bestia rastrera se escape, se meta en el wáter de la vecina y caiga en los nuestros, y seguro que nos va a picar en los cachetes.

Porque resulta que los vecinos de abajo… ¡somos nosotros!

La primera vez que me crucé con la vecina, fue al día siguiente de su llegada. Parecía una gentil anciana, con su pelo blanco, sus lentes de escamas (¿de serpiente?), su lunar en la mejilla y su sonrisita mentirosa (la descubrí de inmediato). Cuando clavó sus ojos transparentes en los míos, se me congeló la sangre. Entonces, antes de que mi sangre se enfriara por completo, corrí a mi casa.


No quería encontrármela una segunda vez. Ni en la escalera ni en la calle ni, sobre todo, en el ascensor (respirar el mismo aire que ella en dos metros cuadrados: ¡no, gracias!).

Cuando se lo conté a mi mamá, me dijo:

–¡Tienes demasiada imaginación, mi Bahía!

Después de haber visto a mi abuelo muerto sentado en mi cama, mi mamá no me iba a dejar pasar ni una más. Me hubiera encantado avisarle sobre la serpiente que un día de estos iba a salir a flote por nuestros inodoros, pero ese es el boleto ganador para un pasaje inmediato a la consulta de la psicóloga.

–Pero mamá, ¡te digo que es una bruja!

–¡Bahía, las brujas no existen!

Nada que hacer: mi mamá no me creía. Podría haberlo jurado por la cabeza de mi hermano chico, Martín, de mi papá, de mi canario y de mi gato; ella me hubiera acusado de estar cruzando los dedos de los pies.

Entonces mi mamá, con su gran corazón, invitó a la vecina a tomar té.

–Mi Baba, es normal acoger a los recién llegados.

–Si tú lo dices –le contesté sin agregar nada sobre la serpiente, ni el sapo gigante, ni nada de nada.

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