Czytaj książkę: «Cada quién su cuento»
Cada quien su cuento
Cada quien su cuento © Claudia Guillén
Editorial Cõ
Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.
edicion@editorialco.com
Edición: Noviembre 2021
D. R. © Diseño de portada: Mariana Echegaray y Mauricio Méndez Reyes
Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.
Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización escrita del editor.
Índice
1 .
2 Prólogo
3 Cinco para la hora
4 La casa del Santo Sabio
5 Ida y regreso
6 Goliat
7 La ballena asesina
8 Una telaraña en mi garganta
9 El Gato
10 Sentimiento
11 Detrás de la puerta
12 Beethoven: mi alma gemela
13 Alquimia en Yellowstone
.
Cada quien crea, individualmente, una ilusión personal del mundo, que puede ser poética, sentimental, gozosa, melancólica, sórdida o frágil, de acuerdo con nuestras naturalezas.
Guy de Maupassant
Prólogo
Habitualmente la vida interior, de cada uno de nosotros, nos permite hurgar en senderos imaginarios que se fraguan a través de un sinfín de emociones que son cobijadas desde diversas narraciones. Narraciones que se van entretejiendo, como una suerte de fisonomía interior, de nuestras experiencias de vida y de lo que observamos del mundo que nos rodea. Para, así, fusionar unas con otras y dotarnos de un punto de vista único y personal. Desde la ficción, por ejemplo, se recrean mundos paralelos cargados por atmósferas que son capaces de integrar diversos comportamientos inherentes a los claroscuros de la condición humana que, justo por sus contrastes, envuelven de riqueza a las piezas narrativas.
Como es el caso de los once autores que integran la antología Cada quien su cuento, quienes abrigan la posibilidad, por derecho propio, de ser parte de la tradición de nuestras letras; dado que han comprendido que el talento demanda ser encausado para producir en el lector las conmociones de la magia. Además, advierten, que los que nos dedicamos al oficio de la escritura nos transformamos en una suerte de espías de la realidad: mitómanos empeñados en traducir el mundo que toleramos o gozamos. Este grupo de escritores saben de las exigencias de esta entrega y se asoman, por primera vez, al espejo de la página impresa: fascinante e implacable; procurando provocar el fenómeno milagroso de la lectura en los textos, aquí reunidos.
Quien se acerque al repaso de este volumen encontrará relatos forjados por el deseo de transmitir impresiones y vivencias en las que cualquiera podemos reconocernos. Puesto que en las historias que se relatan, abundan en hallazgos en temas como el amor y desamor; episodios inventados por la melancolía o el odio oculto; piezas narrativas en que la angustia de un instante o la rebeldía ante la realidad hacen compartir al lector una vida ajena que pasa, finalmente, a ser parte de su propia vida. Se aplaude el esfuerzo de estos once autores, pero, sobre todo, el logro del trabajo hecho y acabado.
Solo escribiendo se aprende escribir bien y en este aprendizaje interminable nos reconocemos todos. Como es palpable en la suma de estos once relatos que nos introducen en escenarios diversos y contundentes; se trata, pues, de un mosaico que nos da la oportunidad de sumergirnos en mundos colmados de puntos de vista que recrean situaciones y tramas por demás interesantes. Dado que se internan dócilmente en la dualidad que se inscribe en los procesos complejos que, en su conjunto, confieren de riqueza a la naturaleza humana.
¿Cuál es la condición de una mujer que sale de nuestro país para migrar a los Estados Unidos de Norteamérica y su hijo, nacido en el país vecino, es una suerte de lazarillo de la lengua anglosajona pues su madre se niega a aprenderla para no olvidar sus raíces mexicanas? En “Cinco para la hora” de Nayeli Cardona Carlin, esta pieza no sólo nos lleva de la mano por el peregrinar de una madre migrante y su hijo. Sino que, la autora, realiza un recorrido puntual y emotivo sobre, Ramírez, quien tuvo que lidiar al comunicarle a su madre un diagnóstico que es difícil de traducir en cualquier lengua y más si se es un niño.
El volumen avanza con el relato de Carla del Moral, “La casa de Santo Sabio”, en él deambulan realidades que parecieran ser tocadas por el extrañamiento de los espacios que se revelan como los escenarios en donde su narradora vivirá momentos que se dejan ver desde el exilio provocado por ese aparente retiro: que la aleja de su vida en la ciudad para llevarla a descubrir los sonidos de la vida campestre y a los animales que pueden perturbar cualquier realidad de quien los acoge.
Gabriel es un niño que está atento a todo lo que acontece en su entorno, en un pequeño poblado ubicado en la Sierra de Oaxaca. Su vida cotidiana se esparce entre sus quehaceres y su enorme gusto por provocar a su imaginación. La llegada al pueblo de un grupo de personas ajenas le producen más preguntas que respuestas. La distancia entre la luna y su humilde hogar: es la medida en que sostienen sus conjeturas que no dejan de llamar la atención de esos señores tan ajenos a él y a su geografía, como lo relata Efraín Flores en la pieza: “Ida y vuelta”.
“Goliat” de Mario A Herrera: nos sumerge en la relación cariñosa entre el narrador y su perro. Ellos se van conociendo hasta formar un vínculo que parece inalterable. Aunque, un accidente cambia drásticamente el lazo de estos compañeros: ya que el resentimiento se apropia del narrador para desatarle una lucha en la que él se extravía en sus más bajas emociones que lo empujan a tomar una decisión que cambiará la vida de ambos.
Hace no más de tres décadas, la televisión era un mundo lleno de historias donde los niños podían llevar su imaginario hasta lugares insospechados. “La ballena asesina” de Francisco J. Hidalgo Moreno, nos transporta con docilidad a finales de los años ochenta: en donde una triada familiar: madre, hijo mayor e hijo menor, recorren una aventura alrededor de la figura de este cetáceo que puede causar los más íntimos y terribles pensamientos. Pero, también, consigue unir la memoria entrañable de esa madre con aquel hermano mayor que supo comprender que las siluetas pueden ser modificadas desde el más genuino sentimiento amoroso.
Sofía Leviaguirre, realiza una pieza corta, “Una telaraña en mi garganta”, en donde integra el punto de vista de una niña quien observa atentamente cada movimiento de un ser entrañable como si al hacerlo realizara una suerte de conjuro para que nada le pueda suceder.
Los animales que se dan cita en algunos de los relatos de Cada quien su cuento, ya sea en su aspecto real como: un gato, un perro, un pájaro y una ballena. También, encuentran un espacio, a través de las leyendas que versan sobre ellos, así lo podemos leer en “El gato” de Helena Martínez Murillo, quien remueve los recovecos de este fábula para develar el pasado de ese gato antes de que se transformara en este personaje tan familiar para tantos de nosotros.
El desconcierto que aprisiona a un hombre ante la inminente llegada de la muerte y los sentimientos que se van hilvanando frente al impostergable arribo de este final sin retorno es relatado puntualmente en “Sentimiento”de Mauricio Méndez. La narración avanza al ritmo del corazón desfalleciente de su protagonista que transita por escenarios que lo encaminan hacia un abismo del que no podrá escapar; ni en el mundo onírico.
México es un país que ha recibido migrantes de diversas latitudes y esos seres encontraron en esta geografía el cobijo y el techo que en el suyo no tuvieron. María del Carmen Pariente Molinero en, “Detrás de la puerta”, lleva a cabo un ejercicio en donde nos presenta a personajes icónicos de la Segunda República Española como es el caso del poeta León Felipe; quien visita la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, para estremecer la memoria de los adultos con los que convive y, y zanja una etapa de la vida de la joven narradora.
Los personajes se desdoblan en diversas personalidades dependiendo su contexto como nos relata “Beethoven; mi alma gemela” de Pilar Solis Hanson. En este cuento podremos ver cómo el narrador es uno cuando lo motiva el amor desmedido por una mujer que apenas conoce y otro cuando se encuentra con su pasado que se sustenta en la memoria de quienes compartieron sus primeros años de vida.
Cada quien su cuento cierra con el relato “Alquimia en Yellos-twen” de Adriana Vila. En esta historia encontramos guiños con un pasado que pareciera ajeno a cualquiera, aunque la unión que existe entre sus protagonistas y su prolongada vitalidad reencuentran un sentido a la idea de vivir en plenitud más allá de que el escenario se pueda tornar adverso.
La geografía de este volumen de once relatos está integrada por narraciones que nos muestran y sumergen en las naturalezas que los autores concibieron para realizar su cuento. Se trata de una explosión de manifestaciones narrativas que encuentran un camino cargado por esa ilusión personal del mundo que transita entre la melancolía, la fragilidad, el gozo y, sobre todo, el natural andar de sus personajes e historias, que bien vale la pena leerlas.
Claudia Guillén
Cinco para la hora
Nayeli Cardona Carlin
Cinco
¡Cuánta espera! Muchas horas de ensayo y fila antes de llegar a este momento. Solamente diez personas más y estaré ahí...
Me sudan las manos, tiemblo al igual que cuando era pequeño y tenía que acompañarte a todos esos lugares: pagar la luz, hacer las compras de la semana, pedir una prórroga para pagar la renta. Prórroga, ¡qué palabra tan complicada!, ¡cuánto me costaba aprenderla! Pronunciar esa R tan fuerte que se sentía como si un tren estuviera recorriendo mi lengua.
Te empeñabas tanto en que dijera bien las palabras; tanta preocupación por lo que fueran a decir las tías: “Que, si estabas criando un pocho, un flojo, un bueno para nada” Esas tías que no conozco más que por su voz entrecortada a través del teléfono; siempre me obligabas a saludarlas en español. Sinceramente no entendía ni la mitad de lo que decían, hablaban tan rápido, con tanta palabra rara. Yo te rogaba que me dejaras ir a jugar con mis amigos, pero tú insistías que ésa era mi familia, que aquí nomás estábamos de paso, que pronto volveríamos e iba a conocer cientos de primos. Siempre me advertías con ese dedo acusador que más me valía darme a entender correctamente.
Cómo te enorgullecías contándome la historia del abuelo quien fue, por muchos años, el único profesor en el pueblo y como, aun siendo una ranchería tan pequeña, sus alumnos ganaron por tres años consecutivos el concurso estatal de oratoria. El pueblo quería tanto al abuelo que, cuando dejó de recibir por meses el cheque que mandaba el gobierno, sobrevivieron de la milpa y una que otra gallina que le regalaban con tal de que siguiera dando clases; hasta que un día mandaron a un maestro recién egresado de la normal. A tu Apá lo invitaron a retirarse para dar paso a la nueva generación, así que no te quedó de otra que venirte al Norte para ayudar con los gastos.
Yo pensaba que hablar español no me iba a servir más que para hablar contigo, Amá; toda esa familia de la que me contabas no eran más que fantasmas que habitaban tu cabeza y que nublaban tus ojos con lágrimas en las tardes de lluvia cuando el olor a tierra mojada te recordaba a esa patria tan lejana, pero tan tuya.
Cuatro
La gente avanza nuevamente. Ya escucho los gritos de las otras familias, seguramente están los padres de Jerry y sus abuelos que vinieron desde Pensilvania. Ya me imagino, también, a los parientes de Juan ocupando la primera fila; siempre llegaban temprano a todos los eventos y saludaban eufóricamente cuando lo veían en el escenario. Ellos inmigraron del Salvador en plena época de guerrillas, se vinieron todos juntos en un programa de asilo. Son una familia tan unida que, aunque todos tienen papeles y buenos trabajos, siguen viviendo como muéganos en la casa de los abuelos; disque para no pasar frío.
Camila me comentó que venía su padre desde San Diego con su nueva esposa y medios hermanos. Su madre asistiría con su novio; era una mujer tan distinguida, tan elegante. Cada vez que iba a casa de Camila su madre parecía hipnotizarme con la plática: tiene un PHD en Physics, el grado más alto que otorga la Universidad. Una consagrada científica que recibía reconocimientos internacionales; había viajado por el mundo y hablaba cinco idiomas. No podía imaginar a una mujer más inteligente y refinada que ella. Su ropa siempre lucía impecable, todo coordinado, nada de segunda mano o de tienda de remates.
Tú siempre intentabas convencerme de que la ropa que nos regalaban en la iglesia era igual o más buena que la que las güeras tenían. Nunca te vi en un vestido nuevo, ni el día de mi primera comunión, esa vez sólo me tocó estrenar a mí. Aún recuerdo que el pantalón me quedaba tan grande que casi me daba dos vueltas y que disimulabas las risas mientras intentabas ajustarlo y convencerme que así me iba a durar más. Siempre me decías “Tenemos que ahorrar lo más posible para mandar a México y algún día poder comprar un terreno y construir una casita”.
¿Casita?... ¡Por qué no una casa!... esa manera tuya de hablar con diminutivos, me ponía siempre en aprietos cuando tenía que traducir tus frases. A ver, cómo le iba a decir a la directora de la escuela que ahorita le mandabas las cuotas, cuando ni yo sabía qué significaba eso. Eso no era ni now ni later ... ni ahora ni después.
Tres
Me acomodo la corbata y enderezo mi head cap mientras miro el reloj en la pared. ¿Por qué harán siempre estos eventos tan noche?; supongo que para que puedan venir los padres que trabajan en las oficinas del centro. Tú siempre trabajando, sin horarios, sin descansos, sin vacaciones. Decías que el ocio es la madre de todos los vicios. Cuando no estabas limpiando casas, planchabas ropa, paseabas perros, hacías jardines; lo que fuera por traer unos dólares extra a la casa.
Los sábados, mientras mis amigos desayunaban sus wafles and bacon y jugaban horas en el Xbox; a mí me tocaba ayudarte. Como buen morrito, la verdad no entendía por qué no podía quedarme en casa como ellos. Al final era sólo un niño que poco, o nada, podía hacer.
Antes de llegar a esas casonas, que olían a rancio, ya me temblaban las piernas porque sabía que tendría que traducir cada palabra que los patrones te decían. Que si querían que limpiaras las vents o los baseboards; ¡Juro que me esforzaba Amá! pero cómo se suponía que supiera esas palabras si no teníamos nada de eso en nuestro cuarto alquilado. Empezaba repitiendo las palabras modificándolas al español, a ver si de milagro me entendías: “Que limpies las ventas Amá”. Me mirabas totalmente desconcertada mientras yo lo repetía una vez más “Las ventas, Amá”.
La señora de la casa sacudía los dedos impacientemente y me urgía a continuar con la lista. Mi siguiente paso era señalar las cosas, así, insistentemente yo apuntaba a los cuadritos en la pared de donde salía el aire frío, hasta que decías aliviada: “¡Ah! ¡Las ventilas!”. Así seguía la tortura para ambos, hasta que, cuando por fin terminaba de traducir la enorme lista de pendientes, simplemente decías –gracias mijo– y me mandabas a esperar afuera.
El tiempo transcurría mientras exploraba esos jardines tan verdes que parecían de mentira: con arbustos redondeados, perfectos; flores que cambiaban acorde al calendario en lugar de las estaciones; ardillas regordetas, que parecían mirarme con recelo y ese olor embriagante de galletas recién horneadas, que escapaba por la ventana del vecino. Cuando tenía suerte, encontraba pequeñas rocas que usaba para simular cochecitos; me imaginaba que eran los Hot Wheels que salían en la televisión y que me prometías que, algún día, me traerían los Reyes Magos. Yo, sinceramente, prefería a Santa Claus, ése sin falta iba cada Navidad a casa de mis compañeros de escuela, siempre regresaban a clases enumerando todos los regalos que habían recibido; carritos eléctricos, dinosaurios, Legos. Todo lo que yo solamente veía en la televisión y ansiaba tener.
Pasaban 3 o 4 horas antes de que salieras, limpiando con el antebrazo la fatiga de tu frente, con las manos ocupadas con cubetas y la mente aturdida de cansancio. Me llamabas con un silbido que erizaba mi piel. Corría a ti con la cara encendida por el sol como un tomate colorado; el sudor escurriendo por el cuello; las uñas llenas de mugre y mis tripas crujiendo de hambre.
Tomábamos el autobús de regreso a casa, el paisaje se iba transformando de esas mansiones señoriales a edificios de oficinas y, finalmente, aparecían los barrios con casas grises y muros llenos de grafiti. Recuerdo que me tapabas los ojos, con tus manos impregnadas con el aroma del amoníaco, cuando pasábamos frente al McDonald’s; no querías berrinches por esas porquerías cuando teníamos comida buena en casa. Yo sé que muchas veces se te hacía agua la boca al ver esos vasotes blancos con la M gigante, llenos de Coke y hielos, pero en esos momentos, cada centavo contaba.
Dos
Ya veo las luces del escenario. Me persigno casi sin pensarlo, como un reflejo que traigo incorporado. Todas las noches rezábamos juntos, recuerdo la hilera de fotos de Santitos pegados en la pared frente a la cama. Esos momentos eran todo paz. Antes de dormir, enredabas tus dedos ásperos en los rizos que se me formaban en la frente. Me contabas todas las leyendas de tu pueblo; la que más me gustaba era la del burro que se fue al barranco; con el párroco del pueblo ahogado en alcohol, montado en su lomo.
Yo aprovechaba esos momentos para preguntarte por mi Apá, pero tu respuesta siempre fue la misma, simplemente me abrazabas fuerte y decías que nosotros no necesitábamos a nadie. ¡Yo sí necesitaba a alguien más, Amá! Alguien más que supiera consolar mejor tus momentos de tristeza; alguien más al que le importáramos y no estuviera a miles de kilómetros de distancia; alguien más que me hubiera acompañado ese día que la patrona salió gritando que te habías desmayado y que, como no teníamos papeles, lo mejor era que te sacara de su casa y te llevara a otro lado; alguien más que te hubiera convencido de ir al doctor ese día, en lugar de solamente culpar al cansancio y las preocupaciones.
¡Ojalá hubiera tenido la voz más fuerte, Amá! Ojalá le hubiera contado a mi maestra lo que te pasó. Mrs Moore era muy amable y segurito me hubiera ayudado. Pero no, tú y yo estábamos solos en el mundo, al menos en este mundo; donde casi nadie te entiende y casi nadie me escucha. Te desmayaste no sé cuántas veces más, perdí la cuenta; una vez hasta llegaste a casa toda moreteada porque rodaste por las escaleras de Mrs. Gray. Te puse hielo y Vaporub en cada herida porque según tú, esa pomada mágica lo arreglaba todo, hasta los corazones rotos. Hoy sé que eso es mentira, pero siempre tengo un bote en mi mesa de noche.
Uno
Uno más y me toca, ¡Soy Ramírez!, con R fuerte, no “rhameerhes” como me llaman todos aquí. Sólo por esta vez ¡díganlo bien!... me froto las manos y siento tu anillo de la suerte en mi dedo meñique. No me lo he quitado desde el día que entraste al hospital, te lo sacaste con tanto cuidado y me lo diste mientras murmurabas: “Guárdalo mijo, es lo único de valor que tenemos y además trae buena suerte”. Yo me lo puse para no perderlo en el pulgar y cada vez que me empieza a apretar solamente lo voy moviendo de dedo.
Me aferré a tu mano cuando te llevaban en la camilla, las enfermeras trataban de detenerme y separarme, pero yo no te solté y sentía cómo todas tus fuerzas se iban en agarrarme. Les suplicabas que me dejaran a tu lado y yo rápidamente, casi sin pensar, traducía tus clamores revueltos con lágrimas y gritos. Finalmente cedieron y me pusieron una silla a tu lado mientras llegaban los servicios sociales. Entraban y salían enfermeras con jeringas, medicinas, sueros; me miraban de reojo y esbozaban una media sonrisa. Finalmente, el médico entró y casi sin mirarte empezó a leer unas hojas. Yo no entendía nada de lo que decía y, evidentemente tú tampoco, porque me mirabas esperando la traducción. Con voz apagada me preguntaste qué decía el doctor; me espabilé un poco y le pregunté qué tenía mi Amá. Su respuesta fría, contundente, como condena inapelable: “Stage 4 Cancer”. ¡Stage 4 Cancer! ¿Qué significa eso? La palabra cáncer sonaba seria, pero no entendía lo demás; tus ojos seguían fijos, expectantes a mis palabras. Sé que habías entendido ¡Cáncer! pero seguías esperando la explicación que la acompañaba, yo solamente pude repetir: “Cáncer Amá”. La enfermera que estaba junto al doctor dijo, en un español entrecortado, que más tarde vendría un traductor del hospital a explicarle todo. Me abrazaste con las pocas fuerzas que te quedaban mientras decías con orgullo: “Yo no necesito traductor, para eso tengo a mi hijo”, mientras cerrabas tus ojos y cedías a la morfina.
Cero
Llegó el momento, escucho mi nombre, miro al techo y respiro profundo. Intento dar un paso, pero las piernas me tiemblan: un sudor frío recorre mi espalda. Mi estómago esta revuelto por el olor a perfume. Me persigno una vez más y acaricio suavemente tu anillo, que desde hace un par de años abraza mi dedo meñique.
Por segunda vez el Ramírez, con la R fuerte inunda el silencio, sonrío levemente y apresuro el paso. Se escuchan un par de aplausos y veo al decano asentir mientras me acerco a la mesa de entrega de diplomas. Todo se ve tan lejano, como un agujero negro que intenta devorarme. El aplauso se hace más fuerte cuando mencionan que he obtenido mención honorífica. Apenas ahora despierto del ensueño y escucho el grito de mis amigos desde el otro lado del escenario. Veo sus siluetas emocionadas intentando contagiarme su energía.
Las luces me ciegan, no distingo a nadie en el público, solamente veo el resplandor que lo envuelve todo y que me recuerda que, aunque ya no estás conmigo en este plano terrenal, me acompañas siempre. Este es tu logro también, Amá, este momento no requiere traducción.
Darmowy fragment się skończył.