Una Luz En El Corazón De Las Tinieblas

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Una Luz En El Corazón De Las Tinieblas
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Una Luz en el Corazón de las Tinieblas

Serie El Guardián del Corazón de Cristal. Libro 4

Author: Amy Blankenship, RK Melton

Translated by Guardian19

Copyright © 2010 Amy Blankenship

Edición en inglés Publicado por Amy Blankenship

Segunda Edición Publicado por TekTime

Todos los derechos reservados.


Capítulo 1

La Leyenda del Corazón del Tiempo

Los mundos pueden cambiar... pero las verdaderas leyendas nunca se desvanecen.

La obscuridad y la luz han estado constantemente en guerra desde el principio de los tiempos. Los mundos se forman y pulverizan bajo los pies de sus creadores, y sin embargo, en la actualidad, nunca ha sido cuestionada la necesidad de lo bueno y lo malo. Pero a veces se agrega un nuevo elemento a la mezcla... La única cosa que ambos lados quieren, pero que solo uno puede tener.

De naturaleza paradójica, el Guardián del Corazón de Cristal es la constante por la que ambos lados han luchado por obtener. La roca cristalina tiene el poder de crear y destruir el universo conocido, pero también puede acabar con todo el sufrimiento y los conflictos en el mismo soplo. Algunos dicen que el cristal tiene mente propia... otros dicen que los dioses están detrás de todo.

Cada vez que el Cristal ha aparecido, sus Guardianes han estado listos para defenderlo de quienes quieren usarlo con fines egoístas. Las identidades de los Guardianes permanecen invariables, y aman con la misma ferocidad sin importar el mundo o el tiempo.

Una chica está en medio de estos antiguos guardianes y es el objeto de su afecto. Ella tiene dentro de sí el poder mismo del Cristal, es su portadora y la fuente de su poder. Las líneas se difuminan con frecuencia y, al defender el Cristal, lentamente cambian para defender a la Sacerdotisa de los otros Guardianes.

Esta es la copa de la que bebe el corazón de la obscuridad. Es la oportunidad de debilitar a los Guardianes y hacerlos vulnerables para atacar. La obscuridad desea el poder del Cristal y a la chica de la misma forma que un hombre desea a una mujer.

Dentro de cada una de las dimensiones y realidades se puede encontrar un jardín secreto conocido como el Corazón del Tiempo. Allí se encuentra arrodillada la estatua de una joven Sacerdotisa humana rodeada de una magia milenaria que oculta y preserva muy bien su tesoro secreto. La doncella extiende sus manos como si esperara que le colocaran algo sumamente valioso en sus manos.

La leyenda dice que ella está esperando a que la poderosa piedra conocida como el Corazón de Cristal del Guardián vuelva a ella.

Solo los Guardianes conocen los verdaderos secretos detrás de la historia de la estatua y su origen. Antes de que los cinco hermanos existieran, sus ancestros, Tadamichi y su hermano gemelo, Hyakuhei, protegieron el Corazón del Tiempo durante el período más oscuro de su historia. Por siglos, los gemelos protegieron el Sello que evitaba que el reino demoníaco se solapara con el mundo humano. Esta era una obligación sagrada, las vidas de tanto los humanos como de los demonios debían mantenerse a salvo y secreta unas de las otras.

Inesperadamente, durante su reinado, un pequeño grupo de humanos accidentalmente cruzó al mundo de los demonios debido al Cristal sagrado. Durante un tiempo de confusión, los poderes del Cristal causaron una fisura en el Sello que había separado las dimensiones. El líder del grupo humano y Tadamichi rápidamente se volvieron aliados, haciendo un pacto para cerrar la fisura en el Sello y mantener ambos mundos separados por siempre.

Pero en ese tiempo, Hyakuhei y Tadamichi se habían enamorado de la hija del líder humano.

La fisura había sido reparada por Tadamichi y el padre de la chica contra los deseos de Hyakuhei. La fuerza del Sello había aumentado diez veces, separando el peligroso triángulo amoroso por siempre. El corazón de Hyakuhei estaba destrozado… incluso su hermano de sangre, Tadamichi, lo había traicionado asegurándose de que él y la Sacerdotisa estuvieran separados por la eternidad.

El amor puede convertirse en la cosa más maligna una vez perdido. El corazón roto de Hyakuhei se volvió rencorosa y celosamente malicioso, causando una batalla entre los gemelos, terminando con la vida de Tadamichi y separando sus almas inmortales. Esos fragmentos de inmortalidad crearon cinco nuevos Guardianes para custodiar el Sello y protegerlo de Hyakuhei, quien se había unido con los demonios en su reino.

Prisionero dentro de la obscuridad en la que se había convertido, Hyakuhei desechó todo pensamiento de proteger el Corazón del Tiempo… en cambio, puso su energía en remover el Sello por completo. Sus largos encierros a medianoche, alcanzando más allá de sus rodillas y un rostro perteneciente únicamente al más seductor, ocultaba la verdadera maldad escondida en su apariencia angélica.

Mientras la guerra comienza entre las fuerzas de la luz y la obscuridad, la estatua santificada emite una intensa y cegadora luz azul como señal de que la joven Sacerdotisa ha renacido y que el Cristal ha resurgido en el otro lado.

La batalla entre el bien y el mal comienza realmente, y mientras los Guardianes son atraídos hacia la Sacerdotisa y se disponen a protegerla, así como a la entrada hacia el otro mundo donde la obscuridad domina el mundo de la luz.

Ésta es una de sus muchas aventuras épicas…

*****

Por siglos la luna roja ha sido siempre símbolo del portador de la muerte. Aquellos que veían ese símbolo mortífero tenían miedo de perder sus vidas ante el arrullo del eterno sueño que prometía. En la distancia, un grito que congelaba las venas se escuchó a kilómetros mientras el peligroso símbolo se asentaba en lo alto del cielo nocturno.

En un claro del bosque habían dos solitarias figuras de pie: una estaba herida, respirando con dificultad con una de sus dagas gemelas en su mano, la otra se erguía amenazante sobre ella, una sonrisa de suficiencia agraciaba su inhumanamente hermoso rostro. Unos depredadores ojos rubí observaban a su víctima bajo la luz de la luna esperando su siguiente movimiento. La piel antinaturalmente pálida de Hyakuhei parecía brillar en la noche, dándole la apariencia de un sicario angelical.

– ¡Nos has matado sin muerte! – gruñó Toya, enseñando sus alargados colmillos. Sus ojos de polvo de oro ardían en odio hacia el hombre de pie a su lado. Una vez fue su amigo… el hermano de su propio padre… ahora su enemigo mortal. – ¡Eres un bastardo!

– Dices eso ahora con convicción, pero yo te di vida eterna, te entrené y te cuidé. Te amé a ti y a tu hermano como si fueran míos –. Sus ojos escarlata brillaron con furia ante el insolente, era solo un niño delante de él.

– Tú llamas el convertirnos en monstruos… ¿amor? ¡Te robaste nuestras vidas! ¡Me convertiste para intentar forzar a mi hermano a convertirse en uno de los tuyos! Nos mentiste, dijiste que podrías deshacer la maldición si nos uníamos a ti –. Su aliento se acabó en un siseo furioso mientras continuaba.

– ¡Si no fuera por tu retorcida fascinación por mi hermano, seríamos humanos normales, viviendo vidas normales como una familia, no como las criaturas de la noche, sedientas de sangre en las que nos convertiste! – de los ojos de Toya salieron lágrimas amargas de rabia y traición volviéndolas inquietantemente plateadas.

– ¡Eres un tonto por creer que alguna vez fueron normales! – la voz de Hyakuhei tenía el malicioso indicio de la amargura. – Tú y tu hermano lloran erróneamente por algo que nunca podrían obtener –. Su voz se suavizó por un momento mientras se tragaba los recuerdos de su hermano gemelo… de su padre. – No importa –. Sus ojos se encendieron mientras se enfocaba en Toya. – Eres como tu padre… egoísta.

– ¡La muerte de tu padre fue la que los dejó a mi cuidado! Tú y tu hermano me pertenecen y siempre tomo lo que es mío. Tendré su obediencia una vez que termine contigo –. La garra de Hyakuhei se flexionó en anticipación, ansiosa de sentir la sangre del joven caer por sus mortíferas uñas. – ¡Eres tú quien ha traicionado a su propia carne y sangre!

Toya giró en círculo escuchando a la odiada voz mientras Hyakuhei temblaba y desaparecía solo para reaparecer al otro lado de donde estaba. Él sabía que el vampiro estaba jugando con él, pero Toya ya no le tenía miedo. El miedo había muerto con ella…

– ¿Por qué la asesinaste? – demandó Toya siseando con la voz llena de rabia y desesperación. – ¿Por qué pensaste que al matarla obtendrías el Cristal? ¡Nunca! Ella se negó a darte ese poder y te enfureció, ¿no, Hyakuhei? – le gritó mientras giraba, tratando de seguir a su enemigo mientras Hyakuhei lo rodeaba con intenciones mortales.

– No era un secreto de que la querías para ti –. La mano de Toya se apretó alrededor de su daga con furia recordando la mirada obsesiva… el acoso… la visión de su cuerpo sin vida.

– Cualquiera con ojos podía ver la forma en que la mirabas cuando pensabas que Kotaro o yo no prestábamos atención –. Se le acabó el aliento en un sollozo al voltearse por un momento sabiendo que Kotaro y él la habían amado… se habían peleado con Hyakuhei y entre ellos por ella. Nadie había ganado. – Te vimos.

– ¡Kyoko era mía y siempre lo será! – gritó Toya, su furia al perder a quien había amado más que a respirar… se había ido. Ella había sido la luz en las tinieblas en la que se había convertido su mundo.

 

Ella era la razón por la que había desafiado a Hyakuhei. Ahora su razón para resistirse se había ido y Toya sintió el fuego de su alma elevarse a una temperatura alarmante. Él la había encontrado acostada sin vida con una pequeña daga atravesando su corazón. En el fondo sabía… él y Kotaro sabían… que Hyakuhei la había matado de alguna forma.

Los ojos negros de Hyakuhei se volvieron un tono más oscuros mientras miraba al hijo menor de su hermano con desprecio. – Ah, sí, el escurridizo Corazón de Cristal del Guardián… tal poder no le pertenece a un chiquillo tonto como tú. Los seres más poderosos han ido en busca del Corazón de Cristal del Guardián… ¿pensaste que eras el único, querido muchacho? No solo los vampiros, sino también los inmortales y hechiceros, incluso los lobos comparten ese deseo de reunir tal poder.

– ¿No te das cuenta de qué sucedería si los Lycan la hubiesen reclamado primero? – los ojos de Hyakuhei se volvieron carmesí al pensar en Kotaro, líder de las tribus de los Lycan, obteniendo tal poder. Su rabia aumentó mientras recordaba el aroma de Lycans en la carne de ella esa misma noche. Él no esperaría y dejaría que sucediera algo tan peligroso.

– No, muchacho descuidado, ya me he hecho cargo de la Sacerdotisa que llevaba el Cristal dentro de ella –. Los ojos de Hyakuhei se endurecieron al pensamiento de la pequeña mentira.

En realidad… no había matado a la chica. Ella se suicidó para evitar que el Cristal cayera en manos de Hyakuhei. La había tenido en su poder listo para obtener el poder que llevaba dentro de ella. El poder del que hablaba la leyenda, si pudiera ser cierto… hubiese permitido a su obscuridad caminar en la luz… y alimentarse de ella.

Sus dedos aún se estremecían por el más breve toque de su piel. Hyakuhei se había parado detrás de ella… sintiendo el calor de su cuerpo con su mano fría. Sus ojos color esmeralda se habían vuelto para enfrentarse a los suyos por tan solo un segundo para desafiarle. Él tan solo la había querido probar, pero era muy tarde, él ya había visto la daga en su mano mientras desaparecía rápidamente dentro de su pecho. Él hubiese podido convertirla y compartir todo con ella… pero ella ya había rechazado su generosa oferta.

La valiente pero tonta mujer creyó que al suicidarse, custodiaría el poder del Cristal lejos de él por siempre. Pero por siempre era un tiempo muy largo para intentar esconderse de él.

– ¡Ella renacerá! – gritó Toya con angustia, sabiendo que había fallado al protegerla de la ira de Hyakuhei. La culpa de no haber estado ahí para salvarla lo estaba comiendo desde adentro. Ella había sabido que Toya era un vampiro, una criatura de la noche. Aun así, ella no le había dado la espalda; al contrario, se había vuelto su amiga: Kyoko le había confiado su propia vida.

Toya en su mente recordó el tiempo en el que la conoció… cayó de rodillas y agarró la tierra con sus puños mirando sus lágrimas caer. – ¡No fue suficiente tiempo! – negó gritando en silencio.

Él solo la había conocido durante un período muy corto: seis ciclos lunares. Cuando la conoció por primera vez, él solo había querido el Cristal… el Cristal que, al principio, ella ni siquiera era consciente de estar llevando dentro de ella. Pero él podía verlo brillar dentro de ella… llamándolo. Entonces, algo había cambiado. Toya se encontró tratando de protegerla en vez de tratar de quitarle el Cristal.

Desde que ella se había estrellado contra su mundo oscuro, Toya había encontrado la verdad detrás de la leyenda del Corazón de Cristal del Guardián, cosas de las que ni Hyakuhei se había dado cuenta. Había querido decirle a su hermano los secretos, pero Hyakuhei le había hecho imposible encontrar a Kyou a tiempo. Ahora era demasiado tarde.

– Nunca tendrás la luz del Cristal en la obscuridad… ¡Encontraré a Kyoko de nuevo y mantendré el Cristal lejos de ti! – la voz de Toya era dura por su deseo de venganza. – Ella vivirá de nuevo y yo estaré esperándola –. Una inadvertida y solitaria lágrima plateada se deslizó por su mejilla mientras gritaba. – ¡Juntos! ¡Ella y yo encontraremos otra forma de liberar a Kyou de ti!

Hyakuhei caminó más cerca de Toya y una risa ahogada provenía de dentro de su pecho: – Oh, sí, mi querido Toya, ella vivirá de nuevo. El Cristal volverá a este mundo y yo seré, no solo el que reclamará su poder, sino a la chica también. En cuanto a mi precioso Kyou… estoy seguro de que puedo encontrar algo con lo que ocupar el tiempo de tu hermano hasta que ese día llegue.

Toya gruñó gravemente en su garganta sabiendo que era una espada de doble filo. – Mantén tus intenciones enfermizas para ti mismo. Encontraré una forma de hacernos normales de nuevo. Y a ti… ¡te daré muerte! – terminó con un grito mientras el viento comenzaba a aullar perversamente a través del claro.

La daga en su mano destelló en un arco de luz plateada apenas rozando la túnica oscura que embellecía a Hyakuhei. Toya no podía creer lo rápido que era su oponente pero tenía el ceño fruncido con determinación. Una segunda daga apareció en su otra mano y se abalanzó con ella, inmediatamente seguida por la primera.

Hyakuhei esquivó las hojas mortíferas con la ayuda de los siglos de entrenamiento que había soportado. Los humanos eran criaturas muy sencillas de derrotar y Toya, aunque convertido, era bastante humano en su manera de pensar… aún un chiquillo en los ojos de un vampiro.

Hyakuhei debía admitir que de alguna manera proteger a la Sacerdotisa había envejecido el poder de Toya casi al nivel de un anciano. Llevar a la Sacerdotisa lejos de él había servido para dos propósitos. Sin su razón para pelear, el poder de Toya se había reducido enormemente.

La mano izquierda de Hyakuhei arremetió contra Toya atrapando sus muñecas en un agarre demoledor. Toya no tenía manera de defenderse cuando la garra derecha del vampiro cortó cruelmente su mejilla.

Los ojos plateados se estrellaron con los ojos carmesí por un momento suspendido en el tiempo, mientras Hyakuhei retraía sus garras. Sus labios insinuaron una sonrisa envenenada, mientras estiraba su mano para golpear gentilmente la herida que acababa de hacerle tan brutalmente. – Es una pena desperdiciar tanta perfección… tanta como la de tu hermano –. Lamió las gotas de sangre recién derramada de su dedo antes de añadir: – pero no puedo tener tu rebelde amor distrayendo a Kyou de mí.

Cuando sintió que sus muñecas se liberaban, Toya dio un paso hacia atrás y trató de bloquear el siguiente ataque que iba hacia su torso. Gruñó del dolor cuando la sangre se derramó de los tajos de su pecho. Presionando uno de sus brazos sobre sus heridas, sus ojos dorados se abrieron como platos mientras se tambaleaba hacia atrás, y esta vez, Hyakuhei lo dejó.

Toya podía sentir los huesos rotos de sus muñecas rechinando uno contra el otro y tenía que concentrarse solo para evitar que sus dagas cayeran al suelo. Mirando hacia el hombre que odiaba más que a la muerte, Toya trató de deshacerse del dolor sabiendo que no era un juego, que hasta los muertos vivientes pueden morir.

– Tú, niño tonto, ¿pensaste que podrías salvas a tu hermano matándome? Apenas puedes sostener tus cuchillas ahora, mucho menos podrás atentar contra mi vida – se burló Hyakuhei. Luego su rostro se volvió sereno, su enfado desapareció de repente. La brisa nocturna levantó las puntas de su largo cabello negro dando la impresión de estar vivo.

– Nunca tuviste alguna oportunidad, pequeño. Te ayudaré a descansar para que así no vuelvas a sentir más dolor – murmuró Hyakuhei, suavizando sus ojos hacia el hombre herido como un padre regañando a un hijo caprichoso.

Los ojos plateados destellaron rojo de indignación por sus palabras. – Nunca tendrás a mi hermano, ¡tú hijo de perra! Mientras tenga vida en su cuerpo, ¡Kyou no te dejará ganar y tampoco yo! – gritó Toya atacando a la figura vestida de negro en un último intento por salvar su alma inmortal.

Hyakuhei desapareció en un parpadeo antes de que la daga de Toya pudiera penetrar en el frío corazón escondido dentro de su intemporal cuerpo. Penetrantes órbitas rojas relucieron, hambrientas de derramar sangre del joven que pensó en desafiarlo.

Su forma oscura levitaba muy arriba… se detuvo por un momento antes de descender para atacar a su presa.

Los sentidos de Toya estaban gritando peligro mientras sentía la amenaza inminente a su existencia, pero aún no era suficientemente habilidoso para detallar desde dónde venía su atacante. Buscó alrededor frenéticamente pero tenía sus sentidos ahora opacados por la pérdida de sangre de sus heridas… junto con la herida escondida dentro de su corazón, Toya sintió su miedo aumentando.

Le dolía el corazón por las palabras que su llamado “padre” le arrojó. – No puedo dejarte ganar, monstruo. La vida de mi hermano depende de ello – susurró Toya a través de su dificultosa respiración, haciendo que sus palabras tronaran en sus propios oídos.

Un frío agudo subió por su espinazo mientras miraba al cielo nocturno. Sus ojos se abrieron con mucho terror ante la visión de lo que sabía era el final dado… nunca la había visto desde el receptor. –Así que… así es como es – se filtró el pensamiento por su mente atormentada.

Trató de moverse pero una fuerza desconocida lo incapacitó. Sus ojos se detuvieron en una mirada mortal. Los ojos rojos penetraron su misma alma y Toya supo que la muerte estaba cerca.

El grito atascado en su garganta fue reemplazado por un balbuceo. Sus ojos plateados se destiñeron a dorado de nuevo y se encontraron con los ojos carmesí de su asesino mientras el tiempo parecía detenerse. Su cuerpo comenzó a sentirse entumecido antes de mirar hacia abajo entre sus cuerpos.

Lágrimas cayeron de los ojos de Toya mientras el color dorado de sus ojos comenzaba a desvanecerse. – Te he fallado, por favor perdóname… Kyoko… Kyou – fue su último pensamiento mientras exhaló su último aliento.

Podía sentir el latido de su corazón alejarse lentamente llevándose el dolor consigo. Los misterios se desvelaron poco a poco con sus últimos latidos, y susurró con una pregunta inquieta: – Kyoko… ¿cuánto tiempo has estado aquí?


Mirando con una enfermiza sensación de placer, la figura vestida de negro con los abrazadores ojos rojos sonrió con satisfacción. Lentamente los bajó a ambos a la dura y apisonada tierra. Su mano con garras estaba incrustada profundamente en el pecho del joven con ojos como el sol.

Hyakuhei arrancó agresivamente el corazón que había dejado de latir.

Mirando a los ojos sin vida de Toya, susurró: – Siempre me pregunté cómo se verían los ojos de Kyou cuando lloraba… apuesto a que serán hermosos –. Se inclinó hacia abajo y besó a Toya en la frente antes de levantarse a voltearse para encarar al hombre que acababa de aterrizar a una corta distancia detrás de él.

Una sonrisa sádica apareció en sus labios mientras sostenía el corazón sangrante y esperó que Kyou cerrara la distancia entre ellos. – Para ti, mi mascota, ahora no hay nada que se interponga entre nosotros –. Se escuchó su voz en la brisa nocturna.

Sus ojos se estrecharon con disgusto mirando al corazón fresco que Hyakuhei sostenía hacia él. ¿Tanto tiempo había pasado Hyakuhei como un muerto viviente que para él la muerte era un regalo?

Asqueado, Kyou se dio vuelta ante la perturbadora vista. Había sentido la angustia de su hermano y había venido a investigar. En su lugar, encontró a su llamado “padre” y ya no podía sentir el aura de su hermano.

Algo estaba terriblemente mal y Kyou podía sentir los nervios a flor de piel en señal de amenaza.

No podía ver al dueño del corazón que aún goteaba su vida de la mano del viejo vampiro desde que Hyakuhei le había bloqueado la visión. Le molestaba que lo retuvieran mientras buscaba a su hermano menor. No había puesto un ojo en su hermano en más de un año, excepto esa noche… sabía que Toya lo necesitaba. Debía ser importante para que Kyou hubiera sentido el llamado con tanta fuerza.

 

Percibiendo la anticipación en el hombre que estaba delante de él, los ojos dorados de Kyou se encontraron con los de Hyakuhei. – ¿El alma de quién robaste esta vez? – Preguntó con desprecio en su voz.

– ¿Por qué no vienes a ver, mi mascota? Estoy seguro de que estarás sumamente sorprendido. Es mi regalo para ti –. Una sonrisa cómplice alumbró sus rasgos ensombrecidos cuando Hyakuhei se hizo a un lado… dejando una clara vista de su víctima. Extendió su mano lentamente hacia Toya, Kyou se volteó para mirar hacia abajo al cuerpo en el suelo.

La mirada de Kyou siguió la de Hyakuhei mientras se acercaba lentamente, confundido ante la importancia de la identidad de esta víctima. Sus ojos dorados se abrieron como platos ante la forma desplomada en la tierra mientras una mala sensación de mal agüero subía por su espinazo. Su corazón comenzó a acelerarse cuando vio los reflejos plateados brillantes que resaltaban en el cabello negro como la noche que le resultaban familiares, ahora enmarañado y apelmazado con sangre y mugre que se extendía sobre el rostro del hombre como si intentara esconder su verdadera identidad.

Sintió todo su ser gritar con furia y negación del conocimiento de que ahora miraba a la silueta masacrada de su hermano perdido. – ¡NO! – rugió Kyou echando la cabeza hacia atrás. Lágrimas llenaron sus ojos mientras se volteaba para encarar al responsable. – ¿Qué has hecho? – gruñó y se lanzó hacia adelante deteniéndose apenas a pocos centímetros del asesino de su hermano. Sus ojos dorados como el sol sangraron rojo… él mostró largos colmillos como un perro rabioso. Flexionando su garra esperó la confesión con la ira apenas contenida.

– Solo lo que debería haber hecho desde el inicio… quitar al que no te apreció como yo –. La expresión de Hyakuhei se suavizó por un breve momento mientras observaba a su hijo favorito.

Le había dado toda su atención y afecto desde que le dio el regalo de la oscura inmortalidad… pero Kyou no había sido feliz. Era la tristeza en la mirada de Kyou lo que lo había atraído así… la soledad dentro de él era agradable e imitaba la melancolía de Hyakuhei. Había convertido al hermano de Kyou, Toya, con esperanza de ganar la devoción de su apreciada posesión. Pero… eso solo había molestado más a Kyou.

Hyakuhei miró las agridulces lágrimas que se formaban en los ojos de Kyou y supo que estaba en lo cierto… Kyou era más divino cuando lloraba.

En ese momento, algo muy dentro de Kyou se rompió como un afligido y desgarrador grito que rasgaba su cuerpo. Con una ira cegadora, atacó al asesino de su hermano, colmillos al aire y garras cortantes. – ¡Voy a arrancarte el corazón y dejar que las criaturas de la noche desgarren tu cuerpo por lo que has hecho!

El hombre malvado esquivó con habilidad el ataque y en una imagen borrosa y negra, dejó a Kyou sujeto contra el suelo. Con una calma que no se reflejaba en las profundidades de sus ojos color rubí, Hyakuhei se inclinó cerca de él, centró su mirada en el rostro que tanto le encantaba… la cara de su propio hermano.

– Hice lo que era necesario para nosotros. Toya no quería que tuvieras mi regalo y buscaba alejarlo de ti. Entenderás con el tiempo –. Murmuró con sus suaves labios que cepillaban brevemente los gruñidos mientras decía esas palabras.

Con una fuerza que no sabía que poseía, Kyou lanzó violentamente al ofensivo hombre a seis metros de distancia de su cuerpo tembloroso. Deslizó su antebrazo por su boca asqueado, gruñendo peligrosamente.

– Bien, bien, pequeño, cálmate –. Hyakuhei lo arrulló mientras se levantaba y se limpiaba el polvo. Sus ojos brillaban con una promesa, mientras su cuerpo temblaba ligeramente y se desvanecía en la noche. – Estaré esperando… esperando por ti… mi mascota.

El mundo de Kyou se hizo añicos a su alrededor al mirar hacia abajo al cuerpo sin vida de su hermano. – Vengaré la muerte de mi hermano y pasaré el resto de la eternidad persiguiéndote si lo tengo que hacer. Cuando te encuentre, pagarás por esto, Hyakuhei.

Temblando, se arrodilló lentamente y con gentileza levantó el cuerpo de Toya hacia su pecho, acunando su cabeza con delicadeza. El cabello de su pequeño hermano había caído de su rostro haciendo que la visión de Kyou se empañara mientras trataba de evitar que se desbordaran sus lágrimas, sin éxito. Parecía que Toya solo estaba dormido, en paz por primera vez en mucho tiempo.

Miró sus lágrimas caer a la mejilla de Toya y Kyou sintió su corazón romperse. Abrazando con fuerza a su amado hermano contra sí, Kyou suspiró con voz temblorosa: – Toya, por favor, perdóname por no llegar aquí a tiempo –. Su respiración temblaba dentro de él al tiempo que cerraba sus ojos fuertemente con dolor. – Sabía que me necesitabas… debí haberte salvado.

La mente de Kyou regresó al día en que Hyakuhei lo convirtió en lo que era ahora, al día siguiente de la muerte de su padre. Kyou sabía que Hyakuhei solo lo quería a él, y Toya solo era un niño pequeño. Así que para proteger a Toya, Kyou se fue con su tío aunque su hermano pequeño le llorara para que no se fuera.

Aún podía recordar el recelo en los dorados ojos de Toya mientras fulminaba con la mirada a Hyakuhei por atreverse a alejar de él a su hermano mayor. El recuerdo de esa mirada acechante fue la que había ayudado a Kyou a alejarse de su hermano durante varios años para protegerlo.

Cuando Toya creció, Kyou se encontró anhelando verlo, visitándolo en secreto y observándolo desde la distancia, viendo cómo su hermano vivía la vida que él no podía. Ver a Toya desde las sombras había sido la única felicidad durante esos días oscuros. A menudo entraba a hurtadillas en la habitación de Toya para verlo dormir.

Se había enterado de que Hyakuhei lo seguía y lo observaba observar a Toya: él nunca hubiese puesto a Toya en un peligro como ese. Su tío había convertido a Toya porque pensó que era lo que Kyou había querido. Era culpa suya que Toya hubiera muerto la primera vez.

Toya había peleado contra su tío durante la conversión y después. Mientras sus discusiones se volvían más violentas, Kyou trató de mantener la atención de Hyakuhei alejada de su hermano. Entonces Toya había comenzado a hablar sobre una cura para los vampiros… el Corazón de Cristal del Guardián. Había jurado que lo encontraría y curarlos a ambos.

Toya había conseguido su cura en la muerte.

Haciendo lo mejor que podía para evitar mirar a la cavidad vacía donde una vez estuvo el corazón de su hermano, Kyou se levantó llevando el cuerpo de Toya lejos de la escena para darle un entierro apropiado.

Ya no podía sentir la presencia de Hyakuhei, pero sabía que estaba cerca, observándolo de alguna forma, siempre observándolo. Kyou entendió ahora que tendría que irse, esconderse hasta que fuera lo suficientemente fuerte para derrotar la maldad que le había arrebatado la única cosa que le era preciada: su hermano pequeño. Se deslizó más allá de la obscuridad dejando aquel claro en un silencio total.

Kamui respiró un suave suspiro de alivio cuando los hermanos se fueron y bajó su barrera de invisibilidad de alrededor de la forma magullada de Kotaro. Mirando abajo al Lycan, Kamui supo que tomaría un tiempo para que las heridas de Kotaro sanaran, no solo las heridas en su cuerpo, sino también las heridas que ahora yacían muy dentro incrustadas en su corazón.

– Vamos –. Susurró Kamui, halando uno de los brazos de Kotaro por encima de sus hombros y ayudándole a levantarse. – Hyakuhei no ha ido muy lejos y necesito sacarte del campo abierto –. Sus ojos brillaron del color del polvo de arcoíris mientras trataba de retener sus propias lágrimas. Fue en vano porque pudo sentirlas calientes corriendo por sus mejillas.