El Baile De La Luna: Libro Uno Dela Serie ”Lazos De Sangre”

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El Baile De La Luna: Libro Uno Dela Serie ”Lazos De Sangre”
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“Moon Dance: El Baile de la Luna”

Libro Uno de la Serie “Lazos de Sangre”

Editado por Tracy Murray

Author: Amy Blankenship

Translated by Vanessa Pérez

Copyright © 2012 Amy Blankenship

English Edition Published by Amy Blankenship

Spanish Edition Published by TekTime

All rights reserved.

Prólogo

El Bosque Nacional Ángeles es hogar de los peligrosos pumas y los jaguares importados que recorren el vasto bosque. En ocasiones, durante las noches despejadas, se multiplican durante un rato ya que los "hombres animales", o cambiantes como se les conoce comúnmente, vagan por la tierra indómita entre sus primos lejanos. Es durante esas noches cuando los animales de verdad se resguardan en su denso hábitat mientras los depredadores de la ciudad invaden su territorio el tiempo suficiente para cazar o, en raras ocasiones, montar peleas que no pueden desarrollarse en el hábitat humano.

No existe nada más despiadado que uno de estos cambiantes pelándose; y si uno de ellos resulta herido, este se vuelve tan peligroso para los humanos como cualquiera de sus homólogos del reino animal. Para proteger a los humanos entre los que viven, las disputas de los cambiadores, cuando es posible, se llevan a cabo fuera del alcance de estos humanos y el mejor lugar para esto es en la profundidad de los cotos de caza de la zona.

Esta noche el bosque está envuelto de una calma inquietante. Mientras tanto, los dueños de las dos discotecas más importantes de la ciudad se adentran en este terreno inhóspito arrancándose la ropa de las espaldas para dejar libre a sus bestias interiores. Esta noche han estado buscando la tumba de un vampiro que podría destruirlos a los dos.

En las profundidades del bosque no había humanos que pudieran oírlos. Malachi, el líder de un pequeño clan de jaguares, se abalanzó entre la oscuridad hacia su adversario... Un hombre a quien nunca debería haber confiado más que en su mejor amigo. Su objetivo era otro cambiante, uno con sangre de puma corriendo por sus venas, Nataniel Wilder... su socio durante más de 30 años.

Malachi irrumpió en el claro y encontró a Nataniel esperándole con forma humana. Malachi avanzó un par de pasos mientras se convertía de nuevo en humano también. Sin importar la forma que tuvieran, ambos eran letales. Como humanos, ambos eran atléticos con músculos de acero tensados bajo la piel suave. Los cambiantes envejecían despacio y los dos parecían no sobrepasar apenas la treintena, aunque ya estaban bien entrados en los cincuenta.

Si esto hubiera sido una película de Hollywood, habría costado unos cuantos minutos llevar a cabo el cambio, pero esto era real y no había monstruos babeantes en el claro. La desnudez no significaba nada para los cambiantes y la luna brillaba sobre ellos como un foco a través de las nubes de tormenta.

–Esto no tiene que acabar así, –Nataniel dijo mientras se mantenía firme y trataba de hacer entrar en razón a su amigo. –¡Escúchame! Aquello ocurrió hace treinta años y las cosas han cambiado... Yo he cambiado.

–¡Treinta años de mentiras! –Rugió Malachi y su voz retumbó por el claro. Su mirada se dirigió hacia el lugar donde él había enterrado a Kane y sintió el ardor de las lágrimas que se amontonaban en sus ojos. –Por tu culpa, metí a Kane en ese agujero… ¡Por tu culpa lo he traicionado durante treinta años!

–¡No puedo dejar que lo desentierres, Malachi! Ya sabes lo que ocurrirá si lo haces, –Nataniel observó con nervios mientras Malachi suspiró con melancolía sobre la tumba del hombre que una vez fue su mejor amigo. Él nunca lo entendió. Kane era un vampiro y, por lo tanto, era peligroso.

Kane también había sido una de las dos cosas que se habían interpuesto en el camino de la alianza entre jaguares y pumas... Kane y la preciosa, mentirosa e infiel esposa de Malachi, Carlota. Nataniel la amó primero. Él no quería que todo acabara de aquel modo. Al final, Nataniel se había encargado del problema en un arrebato de celos... matando dos pájaros de un tiro.

–¡Él era mi mejor amigo y nunca me traicionó! ¡Tú fuiste el que me apuñaló por la espalda! –Malachi contuvo las lágrimas de rabia mientras se tocaba el pendiente que llevaba; el pendiente de Kane. ¿Qué había hecho? Cuando encontró a Kane inclinado sobre el cuerpo sin vida de su mujer, se detuvo confundido, hasta que Nataniel confirmó que Kane era el asesino.

Ella había muerto justo ahí, en ese terreno, así que pensó que sería justo que Kane se uniera a ella... bajo la misma tierra. Incluso había robado el libro de hechizos de Kane y lo había llegado a usar en su contra por venganza.

Sí, Nataniel tenía razón en una cosa. La mayoría de los vampiros eran diabólicos, aunque había algunas excepciones y Kane había llegado a ser una de ellas. Pero nada era más maligno que lo que él mismo había hecho. Este hechizo solo podía deshacerlo el alma gemela de Kane.

Malachi pensó que sería gracioso en aquel momento porque Kane siempre había sido joven y aun así no había conocido a su alma gemela. En el pasado, él y Kane habían llegado a bromear sobre que jamás nacería una mujer para él. Su mente volvió a recordar la sonrisa de Kane mientras decía que 'Dios debía tener sentido del humor para llegar a ser capaz de crear una mujer que aguantara sus excentricidades'.

–Lleva ahí debajo demasiado tiempo. –Advirtió Nataniel. –Con ese deseo de sangre y locura que lleva dentro… si lo liberas ahora, Kane, nos matará a los dos.

Malachi volvió la cabeza y fulminó a Nataniel con la mirada.

–Solo tendrá que matarme a mí porque tú ya estrás muerto.

Después de lanzar la amenaza, ambos se convirtieron de nuevo en su forma animal.

*****

En el límite de un camping cerca del gran coto de caza, Tabatha King, o Tabby como todo el mundo la llamaba, estaba sentada en los escalones de la enorme caravana de sus padres mirando a las estrellas que se asomaban entre las densas nubes. Se sopló el flequillo de los ojos, contenta porque por fin había dejado de llover.

Esa era la primera vez que ella iba de camping y lo último que quería era quedarse encerrada dentro de la caravana. Estaba muy ilusionada con el viaje y aún más porque sus padres habían decidido llevarse al perro de la familia, Scrappy, con ellos. Le había costado muchas súplicas, pero tras prometer que cuidaría de su pequeño mejor amigo, un cachorrito de raza Yorkshire, finalmente convenció a sus reacios padres.

Scrappy solía ladrar a la oscuridad, moviéndose de un lado a otro con su correa, intentando perseguir las sombras que llamaban su atención. La niña resopló cuando Scrappy consiguió deshacerse de la correa y salió corriendo. Ella estaba de pie en los escalones metálicos cuando el cachorro se escabulló como un dardo a través de una pequeña abertura en la valla que separaba el camping del coto de caza.

–¡No, Scrappy! –Gritó Tabby y salió corriendo detrás del perro. Sus padres confiaban en ella para que no se escapara. Se paró delante de la verja y respiró profundamente mientras miraba a través de la oscuridad de los árboles. –No soy una cobarde. –Se mordió el labio de abajo con determinación antes de ponerse de rodillas para inspeccionar la abertura.

Después de sufrir algunos rasguños, se deslizó por el pequeño agujero de la valla y corrió por el bosque siguiendo el sonido de unos ladridos lejanos. –Me vas a meter en un lío, –susurró con dureza. Después hizo algunos ruidos con la lengua ya que sabía que el perro a menudo acudía con esos sonidos.

–Tabby, ¿dónde estás?

Tras de sí, Tabatha oyó a su madre que la llamaba, pero ella estaba más interesada en llevar a su perro de vuelta al camping. Scrappy era su perro y ella tenía que cuidar de él. Así que, en lugar de contestar a los gritos de su madre o llamar al perro, se quedó callada y siguió los agudos sonidos de los ladridos de Scrappy.

No pasó mucho tiempo hasta que Tabatha tuvo que parar un minuto para recuperar el aliento. Apoyó la espalda contra un árbol y puso las manos sobre las rodillas cubiertas de suciedad mientras respiraba y prestaba atención a los sonidos del bosque. Siempre había deseado plantarse en mitad del bosque y simplemente escuchar, como hacían los indios en las películas de televisión.

Las nubes de lluvia que se habían separado hacia un rato volvieron y el brillo de la luna desapareció. Ella abrió los ojos de par en par cuando se dio cuenta de que ya no veía las luces del camping en la distancia.

Dio un paso adelante con dudas, miró a su alrededor desesperadamente y lo único que podía ver era oscuridad, troncos de árboles que apenas era capaz de reconocer, e incluso sombras más oscuras. Ella gimió cuando algo lanzó un gruñido a lo lejos detrás de ella. Decidió que no le gustaba esa dirección, así que salió corriendo sin mirar atrás.

Tras lo que pareció una eternidad, oyó a Scrappy ladrando de nuevo y se lanzó hacia esa dirección con la esperanza de que lo que fuera que había gruñido anteriormente no estuviera persiguiéndola. Oyó otro gruñido, pero en este caso venía de algún lugar delante de ella.

Intentó frenarse clavando los talones en el suelo, pero estaba cubierto de hojas y barro a causa de la lluvia. En lugar de parar, ella se deslizó incluso con más fuerza antes de caer por una pendiente.

Se le cortó la respiración cuando su cuerpo se estrelló contra un árbol caído que frenó su caída. De lo primero que se dio cuenta cuando recuperó el aliento fue que Scrappy ya no estaba ladrando. Oyó el gruñido de nuevo y empezó a trepar por donde había caído cuando oyó un quejido suave. Hizo fuerza con las rodillas, miró por encima del tronco de un árbol y vio un pequeño claro en el cual se proyectaban directamente los rayos de la luna.

 

Justo en el centro del claro estaba Scrappy, quejándose como si hubiera sido golpeado por el perro de su misma calle cuando se cruzan. El cachorro estaba agazapado y arrastrándose hacia atrás. Tabatha abrió sus ojos azules de par en par cuando vio el porqué. Dos animales se acercaban lentamente el uno al otro en el claro y Scrappy estaba justo en medio.

–Tonto, –Tabby susurró entre dientes.

Ella reconocía los animales de las imágenes que su padre le había enseñado antes del viaje. Uno era un puma y el otro lo reconoció de la televisión... un jaguar. Le encantaba ver documentales de animales y ella no era tan aprensiva como su madre cuando los animales trataban de atacarse unos a otros en la tele. Pero esto era diferente… era real y un tanto aterrador.

Eran grades gatos que podían comerte de un bocado. Los gráciles animales se rodeaban mientras gruñían profundamente con los ojos brillantes como medallones de oro. La brisa se llevaba aquel terrible sonido y le llegaba a Tabatha mientras continuaba observándolos con un asombro nervioso.

–Vamos, Scrappy, –susurró con la esperanza de que los enormes gatos no la oyeran. –Ven aquí antes de alguno de ellos te pise. –Iba a decir ‘te coma’ pero no quería asustar al pequeño cachorro más de lo que ya estaba.

De repente, los gatos chillaron, lo que hizo que Tabatha se cubriera las orejas con las manos porque le pareció un sonido demasiado agudo y aterrador. Corrieron con todas sus fuerzas a través del claro y Scrappy metió el rabo entre las patas gritando de miedo.

Al ver al perrito traumatizado, Tabatha trepó por el tronco y corrió hacia Scrappy lo más rápido que pudo. Ella estaba más cerca de Scrappy que los gatos, así que se echó rápidamente sobre el pequeño cuerpo del perro para cubrirlo al mismo tiempo que los dos animales saltaron y colisionaron en el aire, justo encima de ella.

–¡Por favor! ¡No hagáis daño a mi perro! –gritó.

Chilló de nuevo cuando unas garras afiladas estrujaron su brazo y otras arañaron su espalda. Los gatos cayeron al suelo detrás de la niña con un ruido seco, como de huesos que chocan, gruñéndose y chillándose el uno al otro. Ella permanecía encorvada sobre Scrappy, que seguía temblando y quejándose suavemente, sin atreverse a mirar a los animales que peleaban a solo unos metros detrás de ella.

Tabatha tenía miedo de moverse y se aferraba al perro todo lo que podía. Tenía los ojos fuertemente cerrados y empezó a susurrarle a Scrappy que corriera y consiguiera ayuda, en caso de que alguno de los gatos la cogiera a ella. Algo líquido y caliente roció su espalda, pero ella no se movió. Al final, la pelea terminó y se atrevió a mirar por encima de su hombro.

La niña empezó a temblar y llorar cuando vio a dos hombres detrás de ella cubiertos de sangre. Tabatha se puso de rodillas lentamente sosteniendo a Scrappy en sus brazos y empezó a retroceder. ¿Dónde habían ido el puma y el jaguar? ¿Habían atacado a esos dos hombres y después huido? ¿Por qué iban desnudos?

Nataniel abrió los ojos de repente y le enseñó sus dientes afilados.

Tabatha se tropezó y casi se cae, pero consiguió mantenerse en pie. Scrappy se quejó de nuevo cuando el gruñido del hombre imitó al del puma y trató de desasirse de los brazos de Tabatha. Huyó hacia el bosque chillando de miedo.

Malachi se retorció de dolor porque la sangre salía a borbotones de su pecho. Abrió la boca y gruñó una palabra hacia la niña pequeña.

–¡Corre! –su voz terminó con un grito que recordaba al de un jaguar.

Tabatha no se lo pensó dos veces y obedeció. Se dio la vuelta y salió corriendo del claro sin atreverse a mirar atrás. No le importaba saber dónde iba; solo quería escapar de aquellos dos hombres aterradores cubiertos de sangre.

*****

–Gracias. Vamos ahora con las noticias locales. Anoche, una familia de la localidad pudo respirar tranquila. La hija, Tabatha, fue encontrada vagando sin rumbo por el Bosque Nacional Ángeles después de haber estado perdida durante tres días tratando de encontrar el perro de la familia, que se había escapado, mientras pasaban unos días en el camping cercano a un lago. Al parecer, el perro se había liberado de la correa y corrió hacia el bosque. La valiente niña de siete años persiguió al perro y no fue encontrada hasta esta mañana. Desafortunadamente, el perro no estaba con ella. Según la policía, la niña se encuentra en el hospital recuperándose del trauma, ya que parece que ha sobrevivido al ataque de un puma. La pequeña Tabatha ha contado a los guardabosques que en el bosque se encontró con dos hombres heridos, pero después de una búsqueda exhaustiva por una zona de trece mil km cuadrados, no han encontrado nada. Seguiremos informándoles más tarde.

Capítulo 1

10 años más tarde…

La música a todo volumen retumbaba fuera de la discoteca. Su gran cartel de luz de neón morada parpadeaba al ritmo de la música. La luz proyectaba un resplandor espeluznante sobre los edificios de la calle. En el tejado del edificio, se encontraba un hombre de pelo rubio con un pie en el borde. Se balanceó hacia delante con el codo apoyado en la rodilla mientras se fumaba un cigarro.

Kane Tripp bajó la cabeza ligeramente y hundió la mano en su pelo peinado en punta. Detestaba cortárselo y echaba de menos lo largo que solía llevarlo. Todavía recordaba la sensación de su suavidad acariciándole la zona baja de la espalda. Acercó el cigarro a los labios, aspiró profundamente mientras pensaba en las cosas que echaría de menos, como los cigarros que solía fumarse antes de ser enterrado vivo.

Hace cuarenta largos años, Malachi lo cogió desprevenido. Él era el líder de un pequeño clan de jaguares que acusó de asesinato a su compañero cambiante. Antes de aquella noche, Kane tenía buena relación con los jaguares, incluso su líder había llegado a ser uno de sus amigos más cercanos. Kane apretó los labios mientras hacía memoria. Malachi lo acusó, juzgó y sentenció en un arrebato de ira.

Malachi usó un conjuro del mismo libro que Kane creía que había escondido perfectamente para condenarlo a una maldición que no le permitiría hablar ni moverse... ni siquiera le permitiría defender a su amigo. Después le quitó el pendiente de heliotropo a Kane para permitirle moverse con libertad a plena luz del día. Los heliotropos pertenecieron en primer lugar al primer vampiro, Syn.

Una vez, Kane preguntó de dónde salió el primer vampiro y la respuesta le sorprendió.

Syn vino a este mundo solo, herido y muerto de hambre. Un joven lo encontró y, llevado por su hambre, Syn le chupó la sangre. El vampiro pronto se dio cuenta de que los humanos de este mundo eran criaturas frágiles, cuyas almas los abandonarían si él compartiera su sangre, con la esperanza de crear una familia en este planeta. Pero, una vez sus almas se fueron, los humanos no le servían; eran poco más que monstruos.

Durante su vida eterna, Syn únicamente había encontrado tres humanos que retuvieron su alma... y se convirtieron en sus hijos. La única diferencia era que, una vez se habían convertido, el sol les quemaba. De modo que, tanto él como sus hijos, tenían que huir de la luz del día. Esto nunca había supuesto un problema en el planeta de Syn a causa del heliotropo.

Los gruesos brazaletes que Syn llevaba puestos venían de su mundo y estaban hechos de heliotropo. Él confeccionó un anillo, un collar y un solo pendiente haciendo añicos uno de los brazaletes. Una vez más, Kane levantó la mano y tocó el pendiente.

Mientras que el heliotropo le había dado una vida más o menos normal... el libro de hechizos de Syn había supuesto su perdición. Kane lo dejó a disposición de sus elegidos mientras dormía. Dentro se encontraba el hechizo maldito, una forma de sacrificar a los hijos sin alma en caso de que llegaran a suponer un peligro para los humanos.

Como estaba bajo los efectos del hechizo maldito, Kane solo pudo observar desde sus oscuros ojos, sin parpadear, como su viejo amigo le echaba tierra por encima en su propia tumba. Lo último que recuerda es que vio el cielo lleno de estrellas por encima del bosque.

La oscuridad lo consumió todo y se hizo el silencio. Estaba condenado por el hechizo, pero aun así podía sentir que había cosas deslizándose en la tierra y se acercaban a él. Minúsculas y mortales criaturas que evitaban comerse su cuerpo, pero inconscientemente mordían su alma.

Con el paso del tiempo creyó volverse loco, empezaba a oír ruidos muy a menudo... voces. No le molestaba que le acompañaran en su prisión e, incluso, ansiaba oírlas más a menudo. En ocasiones oía familias al completo y otras veces solo escuchaba la voz de algunos adultos.

A veces intentaba luchar contra el hechizo para pedir ayuda o para encontrar algún tipo de compañía. Estaba totalmente controlado por la magia que le arrebataba todo su poder. Conocía el hechizo... lo había usado contra algunas criaturas. Se trataba de un conjuro que requería de la sangre de alguien amado para liberar a quien se encontrara bajo sus efectos. Un hechizo de amor tan profundo que solo podía romperlo el alma gemela de la víctima.

Siempre había funcionado con los vampiros sin alma porque, evidentemente, se necesita tener alma para poder llamar a otro “alma gemela”. Él mismo había usado el hechizo en más de una ocasión para hacer desaparecer de este mundo a sus demoníacos hermanos que no conocían nada más allá de la sed de sangre.

Kane rio maliciosamente con el inquietante recuerdo de saber que estaba condenado... porque no tenía un alma gemela. De hecho, nunca se había conocido algo similar. Y si la hubiera tenido, entonces sería bastante improbable que ella decidiera simplemente tumbarse sobre su fosa mientras se desangra. Malachi tenía el corazón completamente destrozado... había amado tanto a su mujer que quería que Kane conociera la profundidad de un amor así y lo anhelara con todas sus fuerzas.

Y así hizo. Él vertería lágrimas en más de una ocasión, rogando porque lo oyera cualquier dios, para que llegara su alma gemela y lo pudiera liberar. Si él hubiera asesinado a la mujer de su amigo, entonces habría sido un castigo justo. Pero él era totalmente inocente.

Una noche, cuando ya hacía tiempo que había desterrado toda esperanza... lo oyó. El peculiar sonido de los gruñidos de Malachi interrumpieron bruscamente su absurdo monólogo interior, junto con otros gritos de furia animal. Después, y para su sorpresa, oyó la voz de una niña pequeña justo sobre su cabeza, que les gritaba para que no hicieran daño a su cachorrito.

El sonido de su asustada y pequeña voz hizo que algo dentro de él se rompiera, algo que le hizo desear ser libre para poder protegerla de las bestias de la noche.

‘Malachi no hará daño a tu perrito, pequeña,’ Kane susurró mentalmente.

Y era cierto. Malachi no haría daño a nadie, especialmente a un niño, a menos que le hubieran herido a él primero de algún modo. Sabiendo que su amigo estaba sobre su cabeza, Kane sintió como una chispa de vida volvía en él. Se llenó de ira cuando oyó a la niña gritar de nuevo y como algo aterrizaba de manera brusca en el suelo. Sangre... olió la sangre fresca recién derramada a través de la tierra blanda que se filtraba hacia donde él estaba.

Fue lo más acogedor que jamás podría haberse encontrado. El aroma invadió su mente y casi lo vuelve aún más loco, ya que sabía que era incapaz de alcanzarla. Estaba tan débil por haber pasado tanto tiempo ya si un solo trago de sangre... muerto de sed y aun así sin poder morir del todo. Entonces sintió como uno de sus dedos se movía.

Kane se concentró en aquel movimiento y focalizó su mente todo lo que pudo en intentar moverse. Sentía como pasaban los días, centrándose en el calor que le invadió y que vino de la tierra que tenía encima. El aroma de la sangre lo rodeaba por completo ahora, incitándole a seguir adelante. Al final, fue capaz de hacer funcionar sus brazos lentamente y empezó un lento proceso para poder abrirse paso y salir de su propia tumba.

Pasaron más días y, cuando finalmente rompió la superficie, lloró literalmente de alegría. Cuando se quitó toda la tierra de encima, Kane abrió los ojos y miró hacia arriba, riendo de manera casi como un loco cuando vio el cielo oscuro lleno de estrellas sobre su cabeza. Cuando volvió a mirar al suelo, vio un trozo de tela con pequeñas gotas de sangre secas. Lo recogió y se lo acercó a la nariz inhalando el olor de la sangre que lo había liberado.

 

Tiró del resto de su cuerpo para sacarlo de la tierra mientras apretaba con fuerza aquel pedazo de tela con restos de su salvador. Malachi y el cambiante que realmente mató a la mujer del jaguar yacían muertos a pocos metros de su tumba.

Les echó un vistazo cuando pasó por delante de sus cuerpos. Sabía que la niña se había ido hacía tiempo ya, pero Kane estaba convencido de que ella era su alma gemela. ¿Quién más pudo haber roto el hechizo que le impuso Malachi?

Demasiado débil como para ir en busca de la niña, Kane se arrastró hasta Malachi, con intención de tocar su mejilla una última vez. Al girar la cara hacia él, a Kane se le cortó la respiración por la confusión. Malachi llevaba puesto el pendiente de heliotropo. ¡Su pendiente!

Tras un instante de ira y un movimiento demasiado rápido como para detectarlo, Kane tenía el pendiente en la mano. Le echó una mirada a Nataniel, el hombre que le había tendido una trampa, y después reunió toda la oscuridad a su alrededor como si fuera una capa y de desvaneció en la oscuridad.

Kane abrió la boca y observó como el humo flotaba en el aire, ondulándose delante de él antes de desaparecer con la brisa. Había pasado los últimos diez años vagando de un país a otro, de un continente a otro, aprendiendo acerca de todo lo que se había perdido durante los treinta años pasó confinado en su particular cárcel.

Poco a poco había ido reponiendo fuerzas. El primer paso lo dio con un pequeño cachorro Yorkshire blanco que encontró dentro de un árbol hueco de aquel bosque. Era la mascota de alguien y tenía remordimientos por hacer algo así, pero la necesidad que tenía de alimentarse era mayor que su culpa en aquel momento.

Solo cuando terminó de alimentarse se dio cuenta de que el perrito pertenecía a la niña que lo había liberado. Sintió una chispa de vida en la pequeña bola de pelo y decidió hacer la cosa más horrible de todas. Se mordió la muñeca y forzó un par de gotas de sangre que cayeran en su lengua rosa. Después puso al perrito en el suelo preguntándose qué clase de locura estaba haciendo. Nunca funcionaría... ¿no?

Ella le había salvado dos veces sin saberlo. El recuerdo de su voz asustada aún tenía el poder de sacarle de su sueño más profundo. Él desearía haberla visto... para tener aunque fuera un atisbo de la persona que acompañaba la voz que le atormentaba.

Metió la mano en el bolsillo y sacó el pequeño collar de perro con una etiqueta en forma de hueso colgando. Ya sabía el nombre de la familia, pero la dirección ya no era válida... no lo había sido en años. Cuando al fin aprendió a utilizar un ordenador, buscó a los padres de la chica, pero habían muerto y la casa había sido vendida. La hija, él estaba seguro que fue quien lo liberó, se había desvanecido sin dejar pistas.

Kane tiró el cigarro al lado del pie izquierdo y lo pisoteó. Cuando regresó a Los Ángeles, inmediatamente volvió a la discoteca donde Malachi vivió y la cual regentó. Pero lo habían vendido y sus hijos se habían cambiado de dirección. El nuevo lugar fue una vez un almacén abandonado, pero los jaguares recientemente lo habían renovado, convirtiéndolo en una discoteca que se ajustaba a los nuevos tiempos. Los hijos de Malachi era quienes sacaban el negocio adelante.

Agitó la cabeza preguntándose cómo fue capaz Malachi de casarse por segunda vez, después de todo lo que había amado a su primera mujer. Ella fue su alma gemela, incluso aunque los cambiantes eran conocidos por su apetito sexual, una vez conocen a su alma gemela les resultaba casi imposible amar a otra.

Cuando Kane buscó información, descubrió que la nueva mujer de Malachi había dado a luz a cuatro hijos, pero murió dando a luz al más joven, Nick.

Malachi murió la noche que él oyó los gruñidos desde su tumba, pero Kane aún sentía la necesidad de vengarse que le quemaba desde el interior. Casi todos los vampiros nacen de la oscuridad y, tal vez, Syn estaba equivocado sobre sí mismo y no eran tan diferente de sus malvados hermanos. A lo mejor, perder la cabeza durante treinta tortuosos años ya le había dañado lo suficiente como para no ser una excepción. Su mente seguía estando en el lugar oscuro donde Malachi la había dejado.

Por lo que Kane sabía, fueron los jaguares los primeros en derramar sangre. Ahora, él había vuelto para presentar sus respetos en especie... a la maldita raza entera de cambiantes, empezando por los hijos de Malachi. Ah, pero él no se detendría ahí. Los siguientes serían los hijos del cambiante que le tendió una trampa... Nataniel Wilder.

No le resultó difícil hacerse con algunos seguidores que le ofrecieran sangre. A Kane aún le fascinaba el movimiento alternativo–gótico que se movía en el centro de la ciudad. Muchos de ellos soñaban con convertirse en lo que él realmente era... un vampiro auténtico en lugar de un aspirante a gótico.

Todo lo que tenía que hacer era convertir a uno y dejar a su subordinado sin alma vagando a su suerte. Eligió al más peligroso del grupo... el que parecía haber perdido ya su alma en la oscuridad. Raven, un canalla, que era casi un psicópata como humano... un gótico marginado, con sed de sangre mucho antes de ni siquiera sentir una necesidad verdadera.

Raven era la única persona a la que Kane le había contado todo sobre la trampa que le tendieron los cambiantes y cómo lo enterraron vivo. No sabía por qué se lo había contado a Raven... por aburrimiento quizás.

Kane dejó al canalla suelto por la ciudad. Raven estaba enfadado con el mundo mucho antes de renacer como hijo de la noche, y ahora Kane le había proporcionado una vía de escape para era ira. Raven había aceptado vengarse en nombre de Kane y el vampiro desalmado era capaz de utilizar sus nuevas habilidades a fondo.

Ni se molestó en intentar disuadir a Raven porque se ajustaba totalmente a sus planes de tender una trampa al resto de la familia de Malachi. ¿Por qué iba a proteger a los cambiantes de Raven? Lo máximo que hizo fue decirle al chico que no tenía que matar humanos para alimentarse, que no tenía que causar ningún daño, si no quería. No fue culpa suya que, en lugar de eso, Raven decidiera matar a su antojo.

La primera vez que Raven mató fue la única en la que Kane intervino, agarrando al chico antes de que dejara el cuerpo sin vida con la marca del vampiro a la vista de cualquier humano. A los vampiros se les inculcaba que debían ocultar este tipo de secretos para asegurar su preservación y a Kane se le había olvidado compartirlo con Raven. Kane entonces le enseñó cómo cortar a través de las marcas de los colmillos para que solo pareciera un asesinato sádico.

Raven se encargaba de dejar a sus víctimas en los alrededores del Moon Dance para que las autoridades pudieran encontrarlos. Era el plan perfecto. La mayoría de los vampiros eran diabólicos de manera innata, así que Kane pasó la mayor parte de su vida eterna al alcance de asesinos. Al ver a este chico matar, era como si le resultara de lo más natural.

Si Syn hubiera estado despierto para contemplar la oleada de asesinatos, el habría acabado con todo aquello matando a Raven o condenándolo bajo tierra en una tumba. Ahora que Kane había experimentado tal castigo, preferiría mil veces antes una muerte rápida.

Antes de su destierro, llegó a tener un amigo más... Michael. Ellos habían estado juntos mucho más tiempo del que podían o querían recordar. Ambos habían sido obsequiados con el heliotropo porque mantenían sus almas... ellos y el hermano de Michael, Damon.

Michael era un buen hombre. Aunque estuviera del lado de los ángeles, como ellos mismos decían, había escuchado por ahí que Damon había desarrollado un lado oscuro y quería atraer a su hermano hacia la oscuridad también. A lo mejor decidía hacerle una pequeña visita a Damon antes de terminar lo que había venido a hacer y así le enseñaba algunos modales. Kane se preguntó de dónde salió aquella rivalidad repentina entre hermanos porque Michael siempre había querido a su hermano... aunque las cosas siempre pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos.