Ángel De Alas Negras

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Ángel De Alas Negras
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Ángel de Alas Negras

Serie Cristal del Corazón Guardian

Author: Amy Blankenship

Translated by Eugenia Rey

Copyright © 2010 Amy Blankenship

Edición en inglés Publicado por Amy Blankenship

Segunda Edición Publicado por TekTime

Todos los derechos reservados.


Prólogo – Darious

Las campanas del monasterio sonaron como una alarma, aunque no había nadie en el campanario que tirara de las cuerdas. Un relámpago atravesó el patio cuando la tormenta apareció de la nada. El viento azotaba sin piedad, trayendo consigo el penetrante hedor de la muerte. Una nube oscura y agorera apareció en el horizonte, aproximándose al monasterio a una velocidad vertiginosa. Los monjes, que hicieron de este monasterio su hogar, formaron filas como soldados con sus armas alistadas de madera, hueso y oro. Todas sus vidas se habían entrenado para esta guerra… para este momento en el tiempo, tal como lo habían hecho sus ancestros durante más de un milenio. Los pergaminos sagrados de poder y magia habían sido desenterrados de la vasta biblioteca, y presentados para hacer su trabajo. Los mantos color azul oscuro y amatista se hinchaban violentamente a medida que los monjes se disponían a pelear una guerra que secretamente habían rogado no ocurriera en sus vidas. Los arqueros entrenados avanzaron primero, con sus flechas encordadas y emanando un brillo de azul celestial. Estaban en silencio, de pie contra un enemigo al que ninguno de ellos era realmente capaz de derrotar.

A medida que la nube se aproximaba, se hizo evidente que no era realmente una nube, sino una legión entera de demonios resueltos a destruir a la humanidad. Este monasterio, y los monjes que lo habitaban, eran la única y última esperanza de la humanidad. En el aire se podía escuchar un hondo zumbido, casi calmante, a medida que los monjes lanzaban sus hechizos de protección, con el brillo de la determinación en sus ojos.

Los pergaminos sagrados habían predicho la venida de la oscuridad, que desataría una plaga de demonios en el mundo. Se había profetizado que, una vez que esta batalla terminara, los demonios sobrevivientes se esparcirían por los cuatro puntos cardinales de la tierra, siguiendo a los guardianes que alguna vez la habían protegido, de la misma manera en que protegían el sello.

La razón de que los guardianes y la sacerdotisa aun no aparecieran era un misterio para algunos, pero no sorprendía a los ancianos. Esto era algo que ni el destino podía cambiar.

Se lanzó una orden tácita, y los arqueros libraron sus flechas contra la plaga que se empeñaba en erradicar la tierra. Algunos demonios cayeron ante la primera ola, y los primeros arqueros retrocedieron para dar paso a otros en su lugar. Más flechas volaron sobre los campos que alguna vez fueron verdes, desintegrando a los demonios a su paso. Sus esfuerzos, sin embargo, fueron infructuosos. Parecía que por cada demonio que destruían, diez de ellos tomaban su lugar.

Los arqueros retrocedieron completamente, y se desenrollaron los pergaminos sagrados. Un muro apareció alrededor del monasterio, pero nadie tenía la capacidad de invocar todo el poder de los pergaminos durante más tiempo. Los ancianos habían escrito los pergaminos, aunque su significado pleno se había perdido a lo largo de los siglos. No obstante, fue suficiente para concederles un poco de tiempo a los monjes.

Se impartieron órdenes y se cerraron las compuertas del monasterio, trabadas con un sello de protección para darles unos minutos más. Todos se miraban unos a otros, sabiendo que sería la última vez que se verían en este plano de existencia.

Todos se aferraban a la leyenda que mencionaban los pergaminos, acerca de una persona atada por las cadenas de aquellos demonios empeñados en destruir el mundo. Estaba escrito que, durante el levantamiento, los demonios le darían la espalda por error.

Él… un niño de una furia y melancolía incontroladas, con el temperamento del más oscuro de los ángeles y el poder de cerrar el portal, y así encerrar a los demonios en este lado del mundo, pero impidiendo que otros les siguieran. Era este niño quien cazaría a los demonios uno por uno, enviándolos nuevamente al reino de oscuridad al que pertenecían… vengándose de quienes lo habían encarcelado por tanto tiempo.

Algunas de las leyendas de los pergaminos lo describían como un dios, mientras que otros afirman que se trata de un demonio empecinado en matar a los dioses para obtener su libertad. Le habían dado un nombre, aunque fuese solo para mencionarlo en sus plegarias… Darious.

Las puertas del monasterio crujieron ante la presión, a medida que los demonios finalmente las alcanzaban. La gruesa madera se resquebrajó y se astilló, mientras que el sello que la sostenía se debilitaba, hasta que finalmente se rompió. Las puertas se abrieron y, al igual que un maremoto de sangre y muerte, los demonios entraron como un enjambre, con sus zarpas y sus dientes desgarrando la carne humana.

Los tambores de aceite que encendían las antorchas se cayeron, cubriendo a algunos que tuvieron la mala suerte de encontrarse batallando tan cerca. Las paredes se prendieron fuego… creando una hoguera capaz de competir con el mismo infierno. El suelo se abrió, y más demonios brotaron por debajo de los pies de los monjes.

La lluvia había comenzado a caer, derramándose sobre el monasterio envuelto por las llamas, que se rehusaba a ceder a la voluntad de los elementos. Uno por uno cayeron los monjes, ahogados en su propia sangre mientras rezaban por su salvación… rogando que se cumpliera la profecía. Miles de demonios ya habían atravesado el portal, y los monjes no conocían una barrera lo suficientemente fuerte como para impedirles invadir las tierras que los rodeaban.

Un fuerte ruido de trueno, seguido de un brillante rayo que rasgó el cielo, generaron una fuerte onda sísmica, que hizo que el monasterio se desplomara al suelo.

El silencio que le siguió fue ensordecedor, ya que el viento dejó de soplar y la lluvia se detuvo abruptamente. El ojo calmo de la tormenta se había posado sobre los restos del monasterio; sus muros se elevaban sobre él, atrapando tanto a los demonios como a los monjes.

Aquellos monjes que todavía estaban con vida volvieron sus ojos al cielo y murmuraron oraciones de penitencia. La persona que creían un salvador era mucho más aterradora que los demonios que le habían precedido.

Estaba parado en el ojo de su propia tormenta, con sus cadenas de preso colgándole de los pies y las muñecas… la cadena más gruesa aún rodeaba su cuello. Estas tintineaban de modo inquietante en el silencio, cubiertas de la sangre de los demonios que había matado durante su escape.

Su largo cabello ondulado se elevaba ligeramente, debido a la tormenta que lo rodeaba o a su propio poder, imposible saberlo. Su letal cuerpo se encontraba desnudo, como todos los que nacen repentinamente a este mundo. La sangre relucía en las heridas abiertas que había recibido, dando testimonio de la batalla que había librado para llegar tan lejos. Dos heridas le atravesaban la espalda en el lugar que antes ocupaban unas magníficas alas.

Elevando su perfecto rostro hacia el cielo, unas lágrimas como de sangre cayeron de sus ojos color mercurio. La tierra bajo sus pies se estremeció una vez más y se alzó, atrapando a muchos demonios y reparando el portal, sellándolo.

Una brillante luz blanca pasó como un rayo y estalló sobre el paisaje, dispersando al resto de la multitud de demonios hacia las esquinas más recónditas del mundo.

La profecía, Darious, bajó su mirada hacia el centro de lo que alguna vez había sido un gran monasterio. Allí, envuelta por un suave resplandor angélico, se encontraba la estatua de una doncella arrodillada, con las manos extendidas como pidiendo algo que él no podía darle. Con la siguiente descarga del rayo, la estatua de la doncella se desvaneció.

Capítulo 1 “Risa malvada”

Normalmente, la película ‘Posesión Infernal 2’ la hacía morir de miedo. Pero afortunadamente, Kyoko tenía tanto sueño que apenas podía ver la pantalla, y eso es decir bastante, ya que se trataba de un sistema de cine en casa de 73 pulgadas con sonido envolvente. Parpadeó un par de veces y luego se despertó de un salto, levantando la cabeza para mirar el reloj digital sobre la parte delantera del reproductor de DVD.

¡Tres de la mañana! Ese último parpadeo había sido su perdición. Había estado dormida por más de una hora.

Tenía la costumbre de quedarse despierta hasta saber que todos habían regresado a casa a salvo, así que comenzó rápidamente a contar cabezas. Intentó sentarse, pero se dio cuenta de que se encontraba atrapada entre el respaldo del sofá y Toya.

Mirando hacia abajo, sus mejillas se encendieron. Su rostro estaba enterrado en la parte baja de su abdomen, y uno de sus brazos le rodeaba las caderas. ¿Cómo era que podía dormirse cuando se encontraba solo al otro lado de la habitación, y luego despertaba en las posiciones más extrañas junto a él? Era muy desconcertante. Si no hubiera estado profundamente dormido, lo habría empujado al piso.

Kyoko puso los ojos en blanco al saber que había pensado lo mismo muchas veces, y hasta ahora… él nunca había caído al suelo.

 

Su expresión se suavizó al ver su oscuro cabello con reflejos plateados. Se veía siempre tan dulce cuando dormía… realmente era una lástima que no pudieran mantenerlo dormido todo el tiempo. Sonrió burlonamente ante su propia broma. Pero qué diablos, era verdad. Toya, tan dulce y amoroso como secretamente era, solía ser el primero en pelear con ella.

Levantándose sobre la parte trasera del sofá para no tener que gatear por encima de él, adoptó una posición firme y miró a su alrededor.

Kyoko meneó la cabeza, preguntándose por qué se habrían hecho el hábito de dormir en esta gran sala de estar casi todas las noches, cuando todos tenían sus propias habitaciones con camas súper grandes. Mirando rápidamente a su alrededor, notó que todas las personas que había estado esperando ya habían llegado, excepto Kyou, lo cual era normal, y Tasuki, quien ella sabía que trabajaba en el turno nocturno esa semana.

Con Kyou como jefe, supuso que era demasiado pedir que pasara tiempo con los policías, detectives privados y psíquicos que trabajaban para él.

Un pensamiento malvadamente gracioso apareció en su cabeza, y sonrió. Si alguien hubiese estado despierto para verla, habría corrido espantado. Estos muchachos se habían burlado tanto de ella últimamente que Kyoko pensó que era hora de vengarse… por diez.

En silencio caminó hacia donde estaba Shinbe, quien dormía sobre el sillón de dos plazas. Con cuidado extrajo el control remoto de la TV que de alguna manera había terminado sobre su regazo. Kyoko frenó en seco cuando Shinbe se movió y en sus sueños murmuró algo sobre una piel de conejo y jarabe de chocolate.

Meneando la cabeza, Kyoko le quitó el control remoto y silenció el televisor.

La adrenalina se disparó por todo su cuerpo, dándole una sensación de mareo. Una pequeña parte suya comenzó a sentirse mal, pero saltó ferozmente sobre ésta, hasta que esa parte de su conciencia fue callada a los golpes. Luego del incidente con la ropa interior de Kotaro, y del súbito deseo de Toya de correr por los salones hacia su habitación… se merecían esto.

Además, la consideraban como la niña del grupo. Siempre tenía que pelearse con ellos para poder hacer cualquiera de los trabajos paranormales más pesados.

Su único poder real era el hecho de que, a veces, cuando tocaba algo o a alguien, recibía visiones del pasado que le ayudaban a resolver los casos. Sin embargo, esto no siempre funcionaba. No podía simplemente acercarse a un demonio, tocarlo, y saber si éste iba por ahí matando personas.

Quizás si los sobresaltaba a todos al mismo tiempo, probaría que no se dejaba intimidar. Además…la venganza era dulce.

Con el televisor aun en silencio, Kyoko puso el volumen al máximo. Había una parte de la película que la hacía encogerse de miedo siempre que la veía. Entonces, rebobinó hasta esa parte… la parte en donde toda la habitación comenzaba a reírse del protagonista con las voces más demenciales.

Escabulléndose hacia la puerta, la abrió y dio un solo paso hacia el vestíbulo antes de voltearse y sonreír ante la pacífica escena. Presionando el botón de silenciar una vez más, Kyoko arrojó el control remoto en dirección al sofá y corrió como loca.

El fuerte ruido sobrecogió a todos, moviéndolos a actuar, y creando así un efecto dominó que haría reír por semanas a todo aquél que lo hubiera presenciado desde afuera.

Kotaro fue el primero en reaccionar. Estaba sentado en uno de los sillones reclinables, soñando con un cierto ángel de cabello rojizo, cuando se vio envuelto por aquella estrepitosa y desagradable risa. Se paró de un salto, sacando al mismo tiempo su Beretta y disparando al televisor. Siendo un oficial de las fuerzas policiales locales, fue el instinto lo que lo hizo reaccionar tan rápido.

Yohji, el socio de Kotaro en la comisaría, estaba sentado en otro sillón. El ruido lo hizo saltar, lo cual a su vez hizo que el sillón reclinable se volteara hacia atrás. Se irguió en menos de un segundo, usando el sillón reclinable como escudo, y apuntando su pistola hacia los restos del televisor.

Shinbe se paró de un salto gritando algo acerca de abandonar el barco, Kyoko y los pervertidos primero. Parpadeó, despertando de su sueño y adentrándose en lo que podía llamarse una pesadilla. Inclinó su cabeza mirando hacia el televisor.

Debido a la posición precaria de Toya en el sofá, éste se había caído del borde, aterrizando encima de Kamui, quien dormía la siesta echado sobre el suelo con un ordenador portátil abierto en frente suyo. La cara de Kamui golpeó contra el teclado, y los pies de Toya chocaron contra la pantalla, destruyendo completamente el aparato.

“¿Qué diablos, Kotaro?”, reclamó Toya.

“¡Saca tu cara de mi trasero!”, chilló Kamui, y dando un salto arrojó a Toya al suelo.

Shinbe se frotó la nuca, agradeciendo a cualquier dios que escuchara que nadie lo había oído.

Yohji se levantó lentamente y colocó su PPK dentro la funda, frunciendo el ceño al ver el televisor en llamas. “Le disparaste al televisor otra vez”, masculló. “¿No es el segundo este año?”. Miró furiosamente al televisor y agregó: “Y creo que se está riendo de ti”.

Kotaro, por su parte, miraba fijamente el televisor roto que todavía resonaba con la malvada risa, aun cuando la pantalla estaba destrozada. La expresión de su rostro era de completa sorpresa, y miró hacia la Beretta que tenía en la mano antes de enfundarla muy lentamente. Advirtió unas luces parpadeantes, por lo que miró detrás suyo y vio a Suki que tomaba fotos con su teléfono celular.

“Tres intentos para saber quién hizo esto”, exclamó Toya corriendo como loco hacia la puerta.

“¡No la mates!”, gritó Kamui corriendo tras él. “Déjamela a mí”.

Kotaro no se movía, todavía miraba el televisor. Shinbe corrió tras Toya y Kamui con la resuelta intención de ‘rescatar’ a Kyoko de la venganza de Toya.

“¡No temas, Kyoko, yo te protegeré!”, exclamó Shinbe mientras corría por el vestíbulo.

Yuuhi, un pequeño niño albino, extrajo los tapones de sus oídos. “Te lo dije”, susurró con una voz sin emoción que tenía un tinte escalofriante.

Amni, que estaba sentado al lado del niño sobre el mismo sofá de dos plazas que Shinbe recién había abandonado, sonrió luego de quitarse sus tapones también. Ambos eran los psíquicos del grupo, y hacía varios días que preveían esto. No se habían molestado en avisar a nadie porque… ¿dónde quedaría la diversión?

“Por lo menos, las cámaras de seguridad que instaló Kyou grabarán todo”, dijo Amni. “La repetición instantánea es el mejor invento desde el pan en rodajas”.

“¿De qué me perdí?”, preguntó Tasuki mientras caminaba lentamente a través de la puerta, contento de dejar de trabajar por esa noche.

“Toya va a matar a Kyoko”, dijo Amni con una voz ominosa, como si estuviera presenciando una horrible visión. Luego estalló de risa cuando Tasuki corrió fuera de la habitación tan rápidamente que generó una brisa.

Kotaro elevó una ceja mirando a Amni, “¿Alguna vez te dijeron que tienes un lado malvado?”.

Amni se encogió de hombros. “No quería que se sintiera dejado de lado”.

*****

Darious se inclinó contra la pared de ladrillos, y obtuvo una impresión de la ciudad. Los sonidos y los olores de tantos seres humanos se veían distorsionados por los ecos demoníacos que nadie más notaba. Incluso podía sentir sombras que no pertenecían a la luz del día, pero conservaba la calma para mantener sus poderes ocultos por un tiempo.

Hacía mucho tiempo había aprendido que sus estados de ánimo ejercían un efecto sobre el clima y, hasta ahora, el cielo estaba despejado y la temperatura era perfecta. Era mediodía y él buscaba la luz del sol, más aun que la soledad. Parecía que estaba obteniendo ambas.

Darious sonrió burlonamente mientras observaba a los humanos. Se mantenían tan cerca del borde de la amplia acera, que un solo paso en falso los arrojaría en medio de un intenso tráfico.

Estaba acostumbrado a que las personas dejaran un amplio arco vacío alrededor suyo, pero ya no le importaba… no es que alguna vez realmente le hubiera importado. Podría haberles hecho un favor a todos y solo permanecer invisible, pero ser igual a un fantasma todo el tiempo ya lo estaba poniendo nervioso. El único motivo por el que se encontraba en medio de una población tan densa era porque había seguido el olor de tantos demonios hasta ese lugar.

Todavía estaba intentando averiguar por qué este lugar se había convertido en el centro de interés de los demonios. Era tan abarrotado, ruidoso y sucio, que casi entendió por qué los demonios eligieron este lugar, pero eso no significaba que a él tuviera que gustarle. Había evitado lo más posible las zonas muy pobladas, ya que hace mucho había aprendido que lugares así producen el peor tipo de seres humanos. Algunos de ellos eran casi tan malvados como los demonios a los que perseguía.

A través de los milenios había matado incontables demonios… pero los más fuertes y rápidos de ellos se habían dispersado y permanecían escondidos, mientras que él se ocupaba de matar a los más débiles. Todas esas pistas parecían converger aquí… en esta ciudad.

Sus pensamientos se oscurecieron al saber que los demonios jefes ahora conspiraban juntos, creyendo equivocadamente que su ejército, mezclado con tantos seres humanos, sería capaz de derrotarlo. Esconderse entre los humanos no les ayudaría. Sus auras se le aparecían como faros, con un aspecto más similar a unas sombras distorsionadas que a seres vivos reales.

Los ojos de Darious se oscurecieron al pensar en esto. Si tenía que destruir la ciudad y a todos los humanos en ella, así sería. No les debía nada a los mortales. Además, ellos sabían acerca de los demonios, y tan solo decidieron ignorar ese hecho. Todas las películas de terror eran la prueba, aunque ellos las consideraban ficción. De manera ignorante, habían olvidado que todas las leyendas humanas están basadas en cierto grado de realidad.

Esta era la noche de los demonios… los humanos la llamaban Halloween. Durante esta noche, las personas ignoraban lo que estaba justo frente a ellos. Supuso que ese era uno de los motivos por los cuales los humanos se disfrazaban de monstruos una vez por año… para no ser reconocidos por lo real. Qué ignorante se había vuelto la raza humana.

Con su aguda vista, Darious miró a través de la calle bulliciosa hacia adentro de las ventanas de vidrio de los altos edificios, y advirtió su propio reflejo. Sus ojos se entornaron, preguntándose qué verían los demás cuando lo miraban, que hacía que arrastraran a sus hijos al otro lado de la calle.

Acaso verían su propia falta de conocimiento, su miedo, o quizás era una provocación a su asumida ignorancia. Ellos querían permanecer inconscientes de los verdaderos peligros del mundo. Él estaba aquí para salvarlos, pero lo trataban como si fuera un demonio. Solo los inocentes captaban y devolvían su mirada por momentos… los niños, mientras sus padres los arrastraban lejos de allí.

*****

Kyoko estaba parada en la recepción, contenta de que Suki fuese la única persona que se encontraba allí. Rio nerviosamente mientras preparaba su primera taza de café. Sabía que los chicos se vengarían por lo que les había hecho la noche anterior. Tragó, recordando los golpes en el piso debido al fuerte ruido, y cómo había corrido por el vestíbulo intentando llegar a su habitación antes de que la alcanzaran.

Había oído a Toya corriendo tras ella, gritándole todas las obscenidades posibles. Ambos sabían que si realmente la hubiera alcanzado, no la habría lastimado.

En su precipitada carrera hacia un lugar seguro, había doblado la esquina y vio a Kyou parado en el umbral de su puerta. Vestía pantalones de seda color negro como la noche, que colgaban peligrosamente debajo de sus caderas, con su cabello plateado luciendo perfecto, aun a mitad de la noche. Fueron sus ojos lo que casi lograron que diera la vuelta y huyera en el sentido opuesto. Eran del color del oro fundido, ardientes, y directamente fijos en ella a medida que corría frente a él y hacia su habitación.

Kyoko atravesó la puerta y dio un alarido cuando vio a Toya que corría disparado hacia ella. Justo en el momento que cerraba la puerta de un portazo, podría haber jurado que vio cómo Kyou movía su pie unos pocos centímetros, haciendo que Toya tropezara y cayera boca abajo.

 

Ahora podía sonreír cuando pensaba en ello.

Le había confiado su vida a Kyou, quien parecía cuidar de todos los que vivían y trabajaban en el edificio. Sabía muy poco acerca de él, pero al mismo tiempo sentía que lo conocía tan íntimamente que a menudo la hacía sonrojarse.

Los únicos datos que aparentemente conocía eran que parecía tener más dinero que un dios, y se aseguraba de que todos tuvieran más que lo necesario. Además tenía una misteriosa forma de saber qué casos paranormales asignarles, y qué armas necesitarían. Era el hermano mayor de varias de las personas que trabajaban allí… aunque nunca llegó a averiguar sus edades.

Toya era el segundo. Su cabello era color ébano con reflejos plateados iguales a los de Kyou. Al igual que todos los hermanos, tenía un cuerpo digno de promocionarse en publicidades de ropa interior. Tú sabes… el tipo de cuerpo que hace que una muchacha se detenga para mirarlo.

En casi todos los trabajos asignados a ella, Toya había sido su socio, y había llegado a quererlo mucho por eso. ¿Cómo podía no quererlo cuando la había salvado incontables veces de aquellos monstruos que las personas normales no tenían ni idea que existían? De muchas formas, Toya era lo más cercano a un héroe para ella.

El hermano que seguía en la línea era Shinbe, con cabello largo del color de la noche y ojos amatista. Parecía ser el enigma del grupo, siempre actuando como un pervertido, y con su sentido del humor que a menudo la hacía echarse al piso de la risa. Pero había veces en que se volvía tremendamente serio. En esas ocasiones, nadie en el grupo lo daba por sentado.

El cuarto hermano, Kotaro, era detective de las fuerzas policiales y se encargaba de los casos que desconcertaban a las autoridades locales. Tenía cabello largo color ébano y ojos de un color azul helado capaces de quitar el aliento. Mientras que el resto de los policías daban vueltas buscando un sospechoso humano, el pequeño grupo de Kotaro llevaba el caso a la atención de la agencia paranormal y ayudaba a rastrear a los demonios.

Sorprendentemente, una vez que el caso estaba resuelto, los funcionarios de la ciudad nunca hacían demasiadas preguntas al respecto. Era casi como si no quisieran saber.

Tasuki y Yohji eran dos muchachos que trabajaban bajo las órdenes de Kotaro en la comisaría. Kyou los había invitado a vivir allí, ya que trabajaban en este lugar más que en el departamento de policía. Además, se habían robado a la secretaria de la comisaría, que ahora trabajaba allí. Su nombre era Suki, y Kyoko la quería como a una mejor amiga. Además, Kotaro convenció a Kyou de que invitara a dos hermanos psíquicos… Amni y Yuuhi. Eran de mucha ayuda.

El más joven de los hermanos, aunque ella no estaba segura de su edad ya que todos aparentaban tener entre diecinueve y veintisiete años, era Kamui. Su cabello era de muchos colores, con los más asombrosos reflejos color amatista. Sabía ciertamente que sus ojos cambiaban de color más de lo que un adolescente cambiaba de ropa… y eso realmente era decir algo.

Dentro del grupo era el genio de la informática, capaz de infiltrarse en cualquier banco de datos del mundo para obtener la información que necesitaban. Más de una vez había ingresado en los altos organismos internacionales, solo para molestarlos.

Volteándose con su taza de café para concentrarse en lo que Suki había estado diciendo durante los últimos minutos, Kyoko casi se quemó cuando su vista aterrizó sobre Kyou.

Una vez más, se encontraba reclinado sobre la bisagra de la puerta, mirándola desde el umbral de su oficina con la misma mirada que tenía la noche anterior. Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, le produjeron un crudo y sensual escalofrío que la sacudió bien adentro.

Un día de estos, Kyoko tenía la determinación de averiguar exactamente cómo lo lograba. En realidad, había visto a muchas mujeres desvanecerse cuando Kyou, en raras ocasiones, abandonaba el santuario de su oficina y caminaba por las calles de la ciudad.

“¿Supongo que has dormido bien?”, preguntó Kyou estoicamente, aunque Kyoko pudo advertir un leve toque de diversión en sus ojos.

“Sí, de hecho”, afirmó Kyoko con una sonrisa.

“Hmm, creo que debió ser bastante difícil, con cuatro hombres resueltos a permanecer junto a tu puerta toda la noche, discutiendo sobre quién iba a derribarla”.

Volteándose rápidamente en dirección opuesta para ocultar su cara sonrojada, Kyoko miró por la amplia ventana que daba a la atestada calle de la ciudad. A veces, vivir en este edificio podía ser muy duro para el corazón de una muchacha… eso sin mencionar sus hormonas.

Sintiendo que los escalofríos le subían por la nuca, ella supo que no podía escapar, así que solo intentó dejar que su mente vagara sin rumbo. Miró a través de la calle hacia la fila de edificios que se encontraba en frente del suyo…deseando estar en uno de ellos en lugar de allí… al menos hasta que la angustia adolescente de la noche anterior se disipara.

Sus labios se entreabrieron cuando notó la presencia de un hombre que estaba justo cruzando la calle. Parecía como si la estuviera mirando fijamente, pero sabía que no podía ser, ya que los vidrios eran ahumados…se podía ver hacia afuera pero no hacia adentro. Kyoko se acercó aún más a la ventana y colocó una mano contra el vidrio ahumado, justo en frente de su visión de ese hombre.

Ese hombre encarnaba la quietud, mientras que todo lo que lo rodeaba se movía a un ritmo apresurado. Exhibía una calma serenidad, que era seductora pero al mismo tiempo temible. En algún lugar recóndito de su mente, ella sabía que era mentira…que era él quien se movía, mientras todo lo demás permanecía inmóvil en su presencia.

Llevaba anteojos oscuros, y una larga gabardina oscura lo suficientemente abierta como para revelar la ajustada camiseta que llevaba debajo. Tenía el cuerpo de un dios griego, y su rostro era perfecto, aunque su largo cabello oscuro lo ensombrecía en gran parte. Algo en él exclamaba peligro y sexo, todo al mismo tiempo. Parecía pertenecer a las eras oscuras, junto con los dragones y los magos.

Una visión abrupta de él arrodillado y ensangrentado, con cadenas alrededor de sus muñecas, tobillos y cuello… dentro de una caverna subterránea caída en el olvido, irrumpió en su mente haciéndola querer gritar de angustia. Kyoko podía sentir cómo se arrastraba at través de ríos de sangre en dirección a él… deseando salvarlo. Lo sentía literalmente, deslizándose por su piel y como un peso sobre su ropa

Frunciendo el ceño cuando las sensaciones y la imagen desaparecieron, Kyoko se inclinó más cerca del vidrio y tuvo la clara impresión de que en realidad estaba intentando acercarse a él.

Darious sintió que algo invadía su espacio, y entornó la vista hasta atravesar su propio reflejo en el vidrio espejado, divisando a la muchacha que lo miraba. Por lo general, los humanos solían apartar la vista apenas advertían su presencia, a menos que fuesen inocentes… es decir, niños. Nunca lo había entendido, pero los niños nunca le tenían miedo. Sus ojos oscuros acariciaron a la muchacha con curiosidad, sabiendo que ella no era una niña.

Kyoko tenía un hermoso cabello largo color rojizo, que no era ni lacio ni ondulado, sino que tenía vida propia. Aguzando la vista, advirtió unos ojos brillantes color esmeralda, rodeados por pestañas pecaminosamente oscuras. La forma en que lo miraba con una fascinación mórbida hizo calentar su sangre, y eso lo confundía.