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El profeta como “megáfono” de Dios
El término “profeta”, en el Antiguo Testamento, proviene del hebreo nabi, que significa “llamado por Dios” o “quien tiene una vocación de Dios”. El profeta es una persona llamada, y calificada en forma sobrenatural, como portavoz de Dios. El diálogo entre Moisés y Dios frente a la zarza ardiente ejemplifica muy bien la acepción de este término.
En esta escena, Dios llama a Moisés como libertador de Israel, su pueblo. Moisés se siente incapacitado para esta tarea, y una de las excusas que pone es su patente dificultad para hablar. Entonces, Dios le responde: “¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios” (Éxo. 4:14-16).
Dado que Moisés no creía tener la capacidad de hablar en público, Aarón sería “el profeta de Moisés”; es decir, “él será tu portavoz”, tal como lo traduce la Nueva Traducción Viviente. Aquí se ve claramente la función del profeta: hablar en lugar de Dios, ser su portavoz, o su “megáfono”.
Mientras, en los tiempos del Antiguo Testamento, los sacerdotes eran los representantes del pueblo ante Dios, sus portavoces y mediadores, el profeta, en un sentido especial, era el representante oficial de Dios entre su pueblo sobre la Tierra. El sacerdote había sido designado para oficiar en el Santuario, como mediador en el sistema de sacrificios. En cambio, la instrucción religiosa era tarea primordial del profeta. Esto hacía de la figura del profeta un maestro de justicia, de espiritualidad y de conducta ética; un reformador por excelencia, que transmitía mensajes de instrucción, consejo, amonestación y advertencia, y que, con frecuencia, predecía eventos futuros.
Tal como el término en hebreo lo afirma, el profeta, y el don profético resultante, eran producto de los actos de Dios, como en el caso de Moisés (Éxo. 3; 4), Isaías (Isa. 6:8, 9) o Amós (Amós 7:15). Por lo tanto, el profeta era consciente de que el mensaje que entregaba no era propio, sino de Dios (Eze. 2:7; 1 Rey. 22:14). Así, mientras que el oficio sacerdotal era hereditario, la designación de un profeta provenía del llamado divino.
Estas características hacen de la Revelación un fenómeno único, en el que se combinan lo divino y lo humano: el mensaje divino infalible y perfecto está contenido y es transmitido por el mensajero humano, falible e imperfecto. Este fenómeno, en cierto sentido, guarda ciertas semejanzas con la encarnación de Cristo, en quien se unieron misteriosamente lo divino y lo humano.
Aquí volvemos a retomar la discusión acerca del papel que desempeña el profeta en el proceso de Revelación e Inspiración. Si es solo un “instrumento inerte”, que transmite mecánicamente lo que Dios le dicta, entonces el “margen de error” será mínimo, ya que es mínima la participación del profeta. Pero, si el profeta interviene en la formulación idiomática (elección de las palabras, frases y giros idiomáticos que transmiten mejor el concepto que se le ha revelado), entonces agregará a la ecuación las características humanas de falibilidad.
Cómo funciona la Inspiración
Este apartado tiene un título engañoso, ya que no podemos comprender cabalmente cómo funcionó la Inspiración en la práctica, dado que la Biblia sencillamente no lo explica. Todo lo que podemos hacer es tomar, de aquí y de allá en el registro bíblico, esos pocos pasajes en que los profetas mismos nos explican cómo pusieron por escrito lo que se les había revelado.
En primer lugar, analicemos algunos conceptos preliminares. Es necesario, desde el comienzo, trazar una distinción entre vehículo y contenido. El contenido se refiere a lo que se dice en las Escrituras: información, nociones y razonamientos. El vehículo se refiere a las características del soporte cognitivo-lingüístico utilizado para expresar los contenidos de la Revelación. Tomemos las noticias como ejemplo. El contenido serían los datos de lo que sucedió: cuándo, cómo, quién, dónde. El vehículo sería la manera en que se obtuvo la información: radio, televisión, periódicos, oralmente. Sin embargo, si bien podemos distinguir entre el vehículo y el contenido de la Revelación, no podemos separarlos; el vehículo pertenece al proceso de Revelación e Inspiración tanto como su contenido.
En este contexto, como fenómeno lingüístico-cognitivo, el proceso de Revelación e Inspiración utiliza el lenguaje humano, no el divino. Si bien hemos visto que Dios es el originador del conocimiento revelado y transmitido, se da en el ámbito del conocimiento humano. Por lo tanto, no deberíamos esperar encontrar en las Escrituras expresiones perfectas, sino imperfecciones ocasionales; la clase de imperfecciones propias de los modos de conocer y comunicar humanos. No obstante, la imperfección no se extiende al contenido de las Escrituras. La perfección de contenido y la imperfección del vehículo no son incompatibles.
Esto se debe a las diferencias entre el conocimiento divino y el humano. En el proceso de Revelación, Dios utiliza su conocimiento perfecto, que incluye alcance ilimitado (omnisciencia: Heb. 4:13; 1 Juan 3:20), precisión exacta (Sal. 38:9; 139:1-18; 147:5; Mat. 10:30) y veracidad absoluta (Juan 14:6). Por contraste, el modo humano de conocimiento es limitado en alcance, inexacto en precisión y parcial en veracidad. El conocimiento humano se limita a unos pocos datos que reunimos con el tiempo; nunca podrá tener el panorama completo de alguna cosa, ni siquiera en el transcurso de toda una vida.
Además, en la transmisión del conocimiento humano, participa el lenguaje, que es el modo más confiable de comunicación. Y, sin embargo, el lenguaje está lejos de alcanzar la precisión o la perfección. Hay diferentes niveles de sofisticación entre los idiomas humanos, y no todo pensamiento o idea tiene una palabra que lo describa. En este sentido es que decimos que el conocimiento de Dios es perfecto, pero que el conocimiento y el lenguaje humano son imperfectos. Esto ¿significa que la Biblia contiene imperfecciones? Con respecto al vehículo humano, podría tenerlas, pero no en relación con el contenido revelado.
El propósito de las Escrituras es comunicar los pensamientos de Dios a la humanidad (Amós 4:13). Esta comunicación se refiere al contenido, no al conocimiento y al lenguaje humanos. En la Biblia, un vehículo imperfecto comunica una verdad perfecta. Sin embargo, no podemos separar el contenido del vehículo; es imposible. La perfección imperfecta de las Escrituras coloca su confiabilidad y veracidad en su contexto adecuado.
Dado que “todo lo que es humano es imperfecto”,4 incluyendo el lenguaje utilizado por los escritores bíblicos, no se puede pedir infalibilidad en el vehículo que utilizaron para transmitir la verdad divina. En este sentido, dado que el profeta utiliza el lenguaje humano –no un lenguaje divino infalible–, a partir de sus propias capacidades cognitivas imperfectas, puede cometer errores ortográficos o gramaticales, al igual que otras imperfecciones del lenguaje, como lapsus linguae (error en el uso del lenguaje) o lapsus memoriae (alguna equivocación relacionada con la falta de memoria).
Por ejemplo, en el Evangelio de Mateo, encontramos un lapsus linguae, cuando cita a Zacarías, pero menciona a Jeremías en relación con las treinta piezas de plata (ver Mat. 27:9; Zac. 11:12, 13; Jer. 32:6-9). Podría también mencionarse el hecho de que, en Números 10:29, se presenta a Hobab como el cuñado de Moisés, en tanto que, en Jueces 4:11, se lo identifica como el suegro. El autor de 1 Samuel 16:10 y 11 identifica a David como el octavo hijo de Isaí, mientras que el autor de 1 Crónicas 2:15 dice que David era el séptimo hijo. Lucas 3:36 menciona a Cainán en la genealogía de Jesús, un personaje que no se nombra en Génesis 11:12. La consideración que hace Pablo de la rectificación del primer Pacto en Hebreos 9:19 no está totalmente en armonía con la de Éxodo 24:3 al 8.
Si bien estos hechos plantean serias dificultades para aquellos que creen en la Inspiración verbal, no así para los que creen en una Inspiración plenaria, en la que el mensaje divino es transmitido por el profeta en un vehículo humano imperfecto.5 Al mismo tiempo, es interesante destacar que este tipo de “errores” no afectan ningún punto importante de doctrina ni perjudican la comprensión de la salvación. Son detalles menores sin impacto doctrinal.
Dos patrones distintivos
De las maneras en que Dios ha decidido comunicarse, tomaremos dos de ellas que, por sus características, nos ayudarán a comprender la manera en que funciona el proceso de Revelación e Inspiración; también, nos ayudarán a determinar cuál de los modelos de inspiración se acerca más a la realidad bíblica, y el papel que desempeña el ser humano dentro de este proceso.
El patrón profético clásico: En este patrón, la Revelación puede llegar a través de una teofanía (manifestación visible de Dios), un sueño o una visión, acompañados o no de la transmisión verbal de ideas, pensamientos y conceptos.
La introducción al libro del Apocalipsis puede servirnos de ejemplo para extraer algunos elementos distinguibles:
“La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto. Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Apoc. 1:1-3).
Más que un fenómeno de dictado y escritura entre Dios y el profeta, vemos aquí una “cadena profética”. Dios le dio el contenido del Apocalipsis a Jesucristo, que se lo comunica a un ángel, quien a su vez le lleva la información a Juan. Cristo mismo le encomienda a Juan que escriba en un libro el testimonio de lo que vio (Apoc. 1:11). El contenido de la Revelación pasa por una cadena de transmisores hasta llegar al profeta. A este le llega mediante visiones o sueños sobrenaturales, que contienen representaciones visuales y palabras. Juan recibe el contenido divino mediante sueños y visiones (Revelación) y lo pone por escrito (Inspiración).
Es claro que a Juan no se le dictó el Apocalipsis palabra por palabra. No funcionó como el amanuense de Dios. Esto se hace patente al analizar las numerosas veces en las que no encuentra palabras para describir lo que vio: “Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe [...]” (Apoc. 4:3); “el aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra [...]. Tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas como de escorpiones [...]” (Apoc. 9:7-10). Vemos también un proceso similar en el Antiguo Testamento, como el caso de Ezequiel (Eze. 1) y Daniel (Dan. 7, 9).
Mediante el proceso cognitivo, la información pasa a formar parte del profeta, quien interpreta lo que ve y lo que oye, y luego es transmitida mediante el lenguaje. Al escribir, también se da el proceso cognitivo de escoger las palabras que describan mejor lo que se mostró y dijo. En este patrón, es muy difícil sostener una teoría de la Inspiración “del dictado”.
El patrón del historiador: Dado que Dios se revela de muchos modos (Heb. 1:1-3), el profeta responde al ajustar su recepción e interpretación de la Revelación. Como Dios actúa históricamente y temporalmente en nuestro mundo, en forma principal a través de la providencia, sus actos en la historia humana son una forma de revelación. Gran parte del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento es un registro de esta revelación histórica, a manera de narración histórica.
En este proceso, el profeta es testigo de los eventos portentosos de Dios, de la intervención divina en la historia, y registra esa actividad providencial en una narración bíblica. Es más, en algunos casos, el profeta ni siquiera es testigo y recibe la Revelación a través de fuentes escritas u orales. Por ejemplo, Miqueas (4:1-3) tomó de Isaías (2:2-4). Y el escriba que compiló 2 Reyes (18-20) también tomó prestado de Isaías (36-39).
El que se ha dado en llamar el “modelo lucano” de Inspiración es un caso paradigmático del patrón del profeta como historiador. En su prólogo (Luc. 1:1-4), Lucas explica cómo escribió su Evangelio. Aquí, describe un proceso diferente del de los sueños y visiones, origen de los libros bíblicos: “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido”.
Lucas explica el procedimiento por el que armó su evangelio. Pero, lo que no dice también es significativo. Al examinar el prólogo de Lucas, su silencio en dos aspectos es más que sugestivo. En primer lugar, Lucas no afirma que la fuente de su información acerca de la vida y el ministerio de Jesús sean sueños y visiones. En segundo lugar, identifica a un grupo que fue testigo directo del ministerio de Jesús, pero él no se incluye entre ellos. Si Lucas no fue testigo ocular, y si no recibió la información acerca de la vida de Jesús por medio de sueños y visiones, ¿de dónde la obtuvo?
En esa introducción, Lucas señala que los testigos oculares fueron su fuente primaria. En este grupo se podrían incluir a los apóstoles, los discípulos, las personas que escucharon predicar a Jesús, los que fueron sanados por él y la familia sanguínea de Jesús. Además, el evangelista menciona a los “ministros de la palabra”. Hay eruditos que sugieren que estos ministros de la palabra fueron escogidos por la iglesia cristiana primitiva para memorizar los sermones, las parábolas y los milagros de Jesús. Luego, durante el culto o para instrucción religiosa, repetían fragmentos de lo que habían memorizado.
Lucas le escribe a Teófilo que él había preparado un registro ordenado de la vida de Jesús. Sin embargo, este orden no sería cronológico (comparar con Mateo y con Marcos), sino más bien un orden temático. Lo que Lucas afirma en su prólogo es bien claro. Él usó a los testigos oculares y a los ministros de la Palabra como las fuentes de su Evangelio. Luego, compuso un registro temático de la vida de Jesús sobre la base de su investigación. En este sentido, Lucas presenta un modelo de Inspiración que usa la investigación histórica, y sus habilidades como escritor y teólogo.
Así, esta comprensión de la Inspiración, como proceso en el que el profeta utiliza sus capacidades cognitivas y transmite el mensaje divinamente revelado por medio de sus habilidades lingüísticas, se aleja de una comprensión de la Inspiración centrada en el texto (haciendo del profeta una mera pluma inerte movida por Dios), para centrarse en la Inspiración del profeta en sí. El escritor/profeta bíblico recibe contenido proposicional por parte del Espíritu Santo y procesa esa información en su mente. Inspiración, entonces, es el proceso lingüístico por medio del cual la Revelación divina queda registrada en las Escrituras.
En este contexto, los profetas son responsables de la composición literaria de los libros bíblicos. Por ejemplo, Dios sencillamente le ordenó a Moisés que registrara los eventos históricos en un libro (Éxo. 17:14); o a Jeremías y a Juan, que registraran la profecía que él ya les había revelado (Jer. 30:2; Apoc. 1:11). El amplio abanico de estilos literarios, trasfondos culturales y elecciones lingüísticas presentes en la Biblia indica que Dios dejó librado a los profetas la manera de registrar por escrito la Revelación, siempre guiándolos en este proceso, pero no anulándolos. En el proceso de Revelación, Dios “genera” el contenido bíblico. En el proceso de Inspiración, lleva ese mensaje a su expresión literaria. De esta manera, Dios participa del proceso por el que la información llega a la mente del profeta, su organización, la selección de fuentes literarias, la escritura y, si fuera necesario, de una edición posterior de lo ya escrito.
Si en el proceso de escritura Lucas desempeñó un papel activo, utilizando sus capacidades cognitivas para investigar, seleccionar y bosquejar temáticamente su Evangelio, surge la pregunta de hasta qué punto esta participación humana no puso en peligro la Revelación divina. Elena de White respondió a esta problemática, afirmando que el Espíritu Santo “Guio la mente de ellos en la elección de lo que debían [...] escribir”.6 Si tomamos al pie de la letra la declaración de Lucas, de que él “investigó con diligencia las cosas desde su origen”, se puede concluir que tuvo a disposición mucha más información de la que registró. Fue guiado por Espíritu para discernir qué debía incluir y qué debía dejar afuera.
Esta guía divina, sin embargo, no interfirió en Lucas como autor. Muchos cristianos no soportan la idea de un “autor humano”, creyendo que esto implica que este escribió a partir de su propia imaginación. Elena de White entiende que, en la Biblia, “la diversidad de estilo de sus diferentes libros muestra la individualidad de cada uno de sus escritores”.7 Lejos de negar el elemento humano, “escritos en épocas diferentes y por hombres que diferían notablemente en posición social y ocupación, y en facultades mentales y espirituales, los libros de la Biblia presentan amplios contrastes en su estilo, como también diversidad en la naturaleza de los temas que desarrollan”.8
De esta manera, el elemento humano, dentro del proceso de Inspiración, utiliza activamente sus capacidades cognitivas, tiñendo sus escritos con su propia subjetividad, sin negar ni apagar la objetividad del mensaje divino transmitido: “Un escritor queda más fuertemente impresionado con un aspecto del tema; capta esos puntos que armonizan con su experiencia o con sus facultades de percepción y apreciación; otro nota un aspecto diferente; y cada cual, bajo la dirección del Espíritu Santo, presenta lo que ha quedado impreso con más fuerza en su propia mente; [quiere decir que encontramos] un aspecto diferente de la verdad en cada uno, pero una perfecta armonía en todos de principio a fin”.9
Es que en realidad, para Elena de White, Dios no inspiró las palabras o las expresiones de los escritores bíblicos, sino que guio; y ellos, a su vez, expresaron con sus propias palabras la Revelación divina:10 “No son las palabras de la Biblia las inspiradas, sino los hombres son los que fueron inspirados. La Inspiración no obra en las palabras del hombre ni en sus expresiones, sino en el hombre mismo, que está imbuido con pensamientos bajo la influencia del Espíritu Santo. Pero las palabras reciben la impresión de la mente individual”.11
De esta manera, la forma de expresión, las palabras escogidas para transmitir el mensaje divino, fueron elección de los escritores bíblicos, guiados pero no anulados por el Espíritu Santo: “La Biblia fue escrita por hombres inspirados, pero no es el modo de pensamiento y expresión de Dios. Es el de la humanidad. Dios, como escritor, no está representado. Con frecuencia los hombres dicen que cierta expresión no refleja a Dios. Pero Dios no se ha puesto a sí mismo a prueba en lo referente a las palabras, la lógica y la retórica de la Biblia. Los escritores de la Biblia fueron los escribientes de Dios, no su pluma”.12
Si bien los escritores bíblicos utilizaron el vehículo “imperfecto” del lenguaje humano, la Palabra de Dios “es infalible” y debería ser aceptada “tal como está escrita”.13 Así como se reafirmó anteriormente, en la Biblia el vehículo humano imperfecto comunica una verdad perfecta. Sin embargo, de la misma manera en que no se puede separar la naturaleza divino-humana de Cristo, tampoco se puede separar, en la Biblia, el contenido del vehículo; es imposible. Como fenómeno divino-humano, Dios genera la información y guía el proceso de escritura sin anular la individualidad ni las habilidades humanas, pero se asegura de que el resultado de todo el proceso sea confiable.
Al resumir el concepto de Revelación e Inspiración, el Dr. Fernando Canale enumera sus aspectos más importantes:
“Debemos entender que la inspiración divina de las Escrituras, de la que hablaron Pablo, Pedro y Elena G. de White, incluye al menos los siguientes aspectos:
“1. La ‘guía’ o ‘dirección’ divina actuó directamente en el agente humano en el proceso de la Revelación/Inspiración.
“2. La ‘guía’ o ‘dirección’ de los agentes humanos siguió las diversas formas de la Providencia divina que actúan dentro del devenir del acontecer histórico, no como un poder soberano absoluto e intemporal de Dios que actúe mediante decretos eternos y que anule la libertad de los escritores bíblicos.
“3. Dios guio la recepción de la información, así como la formación de ideas en los escritores bíblicos, por medio de un proceso histórico de revelaciones cognitivas divinas que les fueron dadas según una diversidad de patrones.
“4. La ‘guía’ o ‘dirección’ divina de los agentes humanos abarcó múltiples patrones de actuaciones divinas, tanto en el proceso de la Revelación como en el de la Inspiración (Heb. 1:1), con mucho énfasis en el primero. Ese énfasis permite la inclusión de la dinámica de la Inspiración de ‘pensamiento’ en el modelo bíblico.
“5. Todas las Escrituras fueron a la vez reveladas e inspiradas. Como tal, el modelo bíblico de la RI es plenario, porque abarca la totalidad de las Escrituras.
“6. La ‘guía’ o ‘dirección’ del Espíritu Santo tomó las riendas de la libertad y las dotes literarias de los agentes humanos en su desarrollo histórico y espiritual. La anulación divina del agente humano no fue el patrón principal de la ‘guía’ o ‘dirección’ divina, sino un posible último recurso para evitar la tergiversación humana.
“7. Dado que la guía del Espíritu Santo respetó las formas humanas de pensar y escribir, no es lógico que esperemos encontrar en las Escrituras la perfección absoluta que corresponde únicamente a la vida interna de la Trinidad. Al contrario, no debería sorprendernos encontrar en ellas imperfecciones y limitaciones que, esencialmente, corresponden a las formas humanas de conocer y de escribir.
“8. Aunque la ‘guía’ o ‘dirección’ divina actuó en agentes humanos, llegó a través de ellos a las palabras de las Escrituras. En este sentido, el modelo bíblico de la RI es “verbal”.
“9. La ‘guía’ divina en el proceso de la escritura no garantizó una perfección divina absoluta, pero las Escrituras, en su totalidad, representan verdadera y fidedignamente las enseñanzas, la voluntad y las obras de Dios.
“En resumen, Dios, y no los escritores humanos, es el autor de las Escrituras en el sentido de que él es el origen del contenido, de la acción y de la interpretación”.14
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